viernes, 17 de noviembre de 2023


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EL MARXISMO OCCIDENTAL 

Cómo nació, como murió y cómo puede resucitar

 

Domenico Losurdo

 

(31)

 

 

 



IV

TRIUNFO Y MUERTE DEL MARXISMO OCCIDENTAL





4. ¿Quién se sienta en el banquillo de los acusados: el colonialismo o sus víctimas?


Tenemos que analizar en todo su alcance el giro que da Arendt con el estallido de la Guerra Fría. Su juicio sobre este o aquel país hacía ya abstracción de la suerte reservada a los pueblos coloniales: 


«Mussolini, al que tanto gustaba el término totalitario, no intentó instaurar un régimen totalitario en sentido estricto, sino que se contentó con la dictadura de partido único». 


La España de Franco y el Portugal de Salazar se asimilaban a Italia (Arendt, 1951) Pero ¿qué clase de poder ejercían estos tres países en las colonias sometidas a ellos? Por genocida (y totalitario) que fuese, estos tres países del Occidente colonial quedaban absueltos del cargo de totalitarismo.


El Prólogo de 1966 a “Los orígenes del totalitarismo” se preguntaba si debía hablarse de «totalitarismo» a propósito de la China de Mao Tse-Tung (en Arendt, 1951) pero no se planteaba el mismo problema respecto de la China esclavizada por el Imperio del Sol Naciente. Y sin embargo, se trata de una de las páginas más horrendas del siglo XX. Con la conquista de Nanquín en 1937, la masacre se convirtió en una especie de disciplina deportiva y de diversión al mismo tiempo: ¿quién era el más rápido y el mejor decapitando prisioneros? El despliegue de un poder sin límites y la deshumanización del enemigo alcanzaron un nivel de perfección bastante raro, incluso «único» en algunos aspectos: en lugar de realizarlos con animales, los experimentos de vivisección se hacían con chinos, que, por otra parte, se habían convertido en blancos vivientes para los soldados japoneses en sus ejercicios de asalto con bayoneta. El despliegue de este poder sin límites también afectó de lleno a las mujeres, sometidas a una brutal esclavitud sexual. Y no obstante, la sospecha de totalitarismo de Arendt solo afecta al régimen que puso fin a todo esto.


Pero hay más. Antes vimos que lord Cromer, miembro destacado de la administración colonial británica, aparecía como una especie de proto-Eichmann; vamos a leer ahora un párrafo dedicado a explicar la génesis del gobierno «totalitario»:


En los países en los que impera el tradicional despotismo oriental, la India y China, parece que encuentra condiciones favorables una forma similar de gobierno. Allí hay una reserva humana prácticamente inagotable, capaz de alimentar la máquina totalitaria de acumular poder y devorar individuos. Además, durante siglos ha dominado el sentido de la futilidad de los hombres típico de las masas [ y absolutamente nuevo en Europa, un fenómeno asociado a la desocupación general y al incremento demográfico de los últimos ciento cincuenta años ], un desprecio incontestado hacia la vida humana (Arendt, 1951).


Muy alejado de la crítica al colonialismo y el imperialismo, el discurso sobre la génesis del totalitarismo acababa poniendo el punto de mira en sus víctimas, esto es, en los pueblos coloniales. Y lo hace sin tener en cuenta su régimen político, como se pone de manifiesto con la alusión a la India (una democracia, aunque a menudo aliada de la Unión Soviética durante la Guerra Fría). Por sí sola, la «reserva humana prácticamente inagotable» constituye ya una premisa del totalitarismo, o una amenaza.


Paradójicamente, Arendt finalizaba haciendo suyo un argumento clásico de la ideología colonialista: la voz de alarma por el «suicidio racial» que se cierne sobre la raza blanca (incapaz de hacer frente a la marea humana de los pueblos coloniales de color debido a su escasa fertilidad) era uno de los motivos preferidos de Theodore Roosevelt y de Oswald Spengler (Losurdo, 2007). Algo a lo que no era ajeno ni el propio Churchill, empeñado en defender la dominación colonial británica sobre un pueblo, el indio, proclive a la desobediencia y a la rebelión a causa de su desconsiderado e incontrolado «pulular» (en Mukerjee, 2010, 246-247). En términos análogos, Hitler advertía contra el peligro que representaba, para las «Indias germanas», la proliferación de indígenas en Ucrania y en Europa oriental (Hitler, 1942). De la condena de la dominación colonial como primera fuente y manifestación del poder totalitario a la apropiación de un tópico de la ideología colonialista para atacar a los pueblos coloniales, inclinados al totalitarismo ya solo por su desmesurado número, son evidentes los esfuerzos teóricos de Arendt en su intento de homologar “Los orígenes del totalitarismo” en su conjunto al clima ideológico de la Guerra Fría.


Esta involución se agravará con el paso del tiempo. Queda particularmente claro en el ensayo Sobre la revolución. Allí, Marx aparece como el autor de la 


«doctrina políticamente más dañina de la Modernidad, a saber: que la vida es el bien supremo y que el proceso vital de la sociedad es el centro mismo de todos los esfuerzos humanos». 


El resultado es catastrófico:


Este giro conduce a Marx a una auténtica capitulación de la libertad ante la necesidad. Así pues, hace lo mismo que hizo antes su maestro revolucionario, Robespierre, y lo mismo que después haría su mejor discípulo, Lenin, en la mayor y más terrible revolución inspirada hasta la fecha por sus enseñanzas (Arendt, 1963)


Quedan identificados los tres mayores enemigos de la libertad, e indirectamente los más peligrosos paladines del totalitarismo: Robespierre, Marx y Lenin. Respectivamente, el dirigente político jacobino que rubricó la abolición de la esclavitud en Santo Domingo y la victoria de la revolución de los esclavos negros guiados por Toussaint Louverture (Arendt perfectamente podría haber incluido a este último, no en vano conocido como el «jacobino negro» o como el líder de los jacobinos negros, en el elenco de los enemigos de la libertad); el filósofo que denunció antes que ningún otro la barbarie intrínseca al colonialismo; y el dirigente político que justo después de conquistar el poder animó a los «esclavos de las colonias» a que rompiesen sus cadenas promoviendo así la revolución anticolonialista mundial (lo que más engrandece al siglo xx). De hecho, quien se sienta en el banquillo de los acusados ya no es el colonialismo, sino sus grandes opositores; las dos revoluciones, la Revolución francesa (y jacobina) y la Revolución de Octubre, que promovieron el desmantelamiento del sistema colonialista-esclavista mundial son señaladas como enemigos acérrimos de la libertad.


Esta deriva no es casual. Incluso pasando por alto como un tropezón el hecho de que Arendt saque a relucir en cierto momento un tópico de la ideología colonialista, hay algo que está claro: si, tal y como sucede en la tercera parte de “Los orígenes del totalitarismo” y en su producción ulterior, se hace abstracción del poder despótico y tendencialmente totalitario que colonialismo e imperialismo imponen sobre los pueblos coloniales y de origen colonial, y se ignoran las terribles dificultades que comporta el proceso de emancipación para los pueblos sometidos o en peligro de quedar sometidos, y nos concentramos exclusivamente en la presencia o ausencia de las instituciones liberales capaces de limitar el poder, está claro de antemano que la sospecha de totalitarismo no afectará a los responsables de las guerras coloniales, sino a sus víctimas.


Pondré un ejemplo: la Francia de la Monarquía de Julio que a comienzos de 1830 se lanzaba a la conquista de Argelia era más liberal que el país árabe al que sometió. Sin embargo, fue Francia quien formuló y puso en práctica una política que Tocqueville definía en estos términos:


«Destruir todo cuanto parezca una congregación permanente de población o, en otros términos, todo lo que parezca una ciudad. Creo que es fundamental no dejar en pie ni permitir que surja ninguna ciudad en las regiones controladas por Abd el-Kader» [el líder de la resistencia] (Losurdo, 2005). 


Pero ¿qué sentido tiene hacer recaer las sospechas de totalitarismo únicamente sobre las víctimas de esta política, declaradamente genocida?


Pese a todo, quizás a causa del pasado de Arendt, influida durante algún tiempo por el pensamiento de Marx y por el propio movimiento comunista, al menos a partir de los años setenta “Los orígenes del totalitarismo” no encuentra oposición en las filas del marxismo occidental, que ha entrado ya en su estadio terminal.



(continuará)




[ Fragmento de: Losurdo, Domenico. “El marxismo occidental. Cómo nació, como murió y cómo puede resucitar” ]


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