miércoles, 8 de noviembre de 2023


1075


EL ESTADO Y LA REVOLUCIÓN

Lenin


( 01 )




PREFACIO A LA PRIMERA EDICIÓN


La cuestión del Estado adquiere en la actualidad una importancia singular, tanto en el aspecto teórico como en el aspecto político práctico. La guerra imperialista ha acelerado y agudizado extraordinariamente el proceso de transformación del capitalismo monopolista en capitalismo monopolista de Estado. La monstruosa opresión de las masas trabajadoras por el Estado, que se va fundiendo cada vez más estrechamente con las asociaciones omnipotentes de los capitalistas, adquiere proporciones cada vez más monstruosas.


Los países adelantados se convierten –y al decir esto nos referimos a su “retaguardia” en presidios militares para los obreros. Los inauditos horrores y calamidades de esta larguísima guerra hacen insoportable la situación de las masas, aumentando su indignación. Se gesta, a todas luces, la revolución proletaria internacional. La cuestión de su actitud hacia el Estado adquiere una importancia práctica.


Los elementos de oportunismo acumulados durante decenios de desarrollo relativamente pacífico crearon la corriente de socialchovinismo imperante en los partidos socialistas oficiales del mundo entero.


Esta corriente (Plejánov, Potrésov, Breshkóvskaia, Rubánovich y, luego, bajo una forma levemente velada, los señores Tsereteli, Chernov y compañía, en Rusia; Scheidemann, Legien, David y otros en Alemania; Renaudel, Guesde y Vanderveld, en Francia y en Bélgica; Hyndman y los fabianos, en Inglaterra, etc., etc.), socialismo de palabra y chovinismo de hecho, se distingue por la adaptación vil y lacayuna de los “jefes del socialismo” no solo a los intereses de “su” burguesía nacional, sino precisamente, a los de “su” Estado, pues la mayoría de las llamadas grandes potencias hace ya largo tiempo que explotan y esclavizan a muchas nacionalidades pequeñas y débiles. Y la guerra imperialista es precisamente una guerra por el reparto y la redistribución de esta clase de botín.


La lucha por arrancar a las masas trabajadoras de la influencia de la burguesía en general y de la burguesía imperialista en particular es imposible sin luchar contra los prejuicios oportunistas en lo concerniente al “Estado”.


Comencemos por examinar la doctrina de Marx y Engels sobre el Estado, deteniéndonos de manera particularmente minuciosa en los aspectos de esta doctrina, olvidados o tergiversados de un modo oportunista. Luego analizaremos especialmente la posición del principal representante de estas tergiversaciones, Kautsky, el líder más conocido de la Segunda Internacional (1889-1914), que tan lamentable bancarrota ha sufrido durante la guerra actual. Finalmente, veremos las conclusiones fundamentales de la experiencia de la revolución rusa de 1905 y, sobre todo, de la de 1917. Esta última cierra, evidentemente, en los momentos actuales (comienzos de agosto de 1917), la primera fase de su desarrollo; pero toda esta revolución, en términos generales, solo puede comprenderse como un eslabón de la cadena de revoluciones proletarias socialistas suscitadas por la guerra imperialista. De tal modo, la cuestión de la actitud de la revolución socialista del proletariado ante el Estado adquiere no solo una importancia política práctica, sino la importancia más candente y actual como cuestión de explicar a las masas lo que deberán hacer para liberarse, en un porvenir inmediato, del yugo del capital.


El autor


Agosto de 1917





CAPÍTULO I


LA SOCIEDAD DE CLASES Y EL ESTADO


1. El Estado, producto del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase


Con la doctrina de Marx ocurre hoy lo que ha ocurrido en la historia repetidas veces con las doctrinas de los pensadores revolucionarios y de los jefes de las clases oprimidas en su lucha por la liberación. En vida de los grandes revolucionarios, las clases opresoras los someten a constantes persecuciones, acogen sus doctrinas con la rabia más salvaje, con el odio más furioso, con la campaña más desenfrenada de mentiras y calumnias.


Después de su muerte, se intenta convertirlos en iconos inofensivos, canonizarlos, por así decirlo, rodear sus nombres de una cierta aureola de gloria para “consolar” y engañar a las clases oprimidas, castrando el contenido de su doctrina revolucionaria, mellando el filo revolucionario de esta, envileciéndola. En semejante “arreglo” del marxismo se dan la mano actualmente la burguesía y los oportunistas dentro del movimiento obrero.


Olvidan, relegan a un segundo plano, tergiversan el aspecto revolucionario de esta doctrina, su espíritu revolucionario. Hacen pasar a primer plano, ensalzan lo que es o parece ser aceptable para la burguesía. Todos los socialchovinistas son hoy –¡bromas aparte!– “marxistas”. Y cada vez con mayor frecuencia los científicos burgueses alemanes, que todavía ayer eran especialistas en pulverizar el marxismo, hablan hoy ¡de un Marx “nacional-alemán”! que, según ellos, educó a estas asociaciones obreras, tan magníficamente organizadas para llevar a cabo ¡la guerra de rapiña!


Ante tal situación, ante la inaudita difusión de las tergiversaciones del marxismo, nuestra misión consiste, sobre todo, en restaurar la verdadera doctrina de Marx acerca del Estado. Para ello es necesario citar toda una serie de largos pasajes de las obras propias de Marx y Engels. Naturalmente, las citas largas hacen la exposición pesada y en nada contribuyen a darle un carácter popular. Pero es de todo punto imposible prescindir de ellas.


No hay más remedio que citar del modo más completo posible todos los pasajes, o, por lo menos, todos los pasajes decisivos de las obras de Marx y Engels sobre la cuestión del Estado, para que el lector pueda por sí mismo formarse una noción del conjunto de las ideas de los fundadores del socialismo científico y del desarrollo de estas ideas, así como para probar documentalmente y patentizar con toda claridad la tergiversación de estas ideas por el “kautskismo” hoy imperante.


Comencemos por la obra más conocida de F. Engels: El origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado, de la que ya en 1894 se publicó en Stuttgart la sexta edición. Conviene traducir las citas de los originales alemanes, pues las traducciones rusas, con ser tan numerosas, son en gran parte incompletas o deficientes sobremanera.


El Estado –dice Engels, resumiendo su análisis histórico– no es de ningún modo un poder impuesto desde fuera a la sociedad; tampoco es “la realidad de la idea moral”, ni “la imagen y la realidad de la razón”, como afirma Hegel. Es más bien un producto de la sociedad cuando llega a un grado de desarrollo determinado; es la confesión de que esa sociedad se ha enredado en una irremediable contradicción consigo misma y está dividida por antagonismos irreconciliables, que es impotente para conjurarlos. Pero a fin de que estos antagonismos, estas clases con intereses económicos en pugna no se devoren  Hegel expuso la teoría del Estado en la última parte de Grundliniender Philosophie des Rechts (“Rasgos fundamentales de la Filosofía del Derecho”), publicado en 1821. Marx ofrece un análisis detallado del libro de Hegel en su obra Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel. Engels escribió sobre las conclusiones a que llegó al analizar críticamente los puntos de vista de Hegel: 


“Partiendo de la filosofía del derecho hegeliana, Marx llegó al convencimiento de que no era el Estado, presentado por Hegel ‘la corona de todo el sistema’, sino al contrario, ‘la sociedad civil’, tan despreciada por este, en la esfera donde hay que buscar la clave del proceso histórico del desarrollo de la humanidad”. (El artículo “Karl Marx”.).


Aquí aparece expresada con plena claridad la idea fundamental del marxismo en cuanto al papel histórico y a la significación del Estado. El Estado es producto y manifestación del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase.


El Estado surge en el sitio, en el momento y en el grado en que las contradicciones de clase no pueden, objetivamente, conciliarse. Y viceversa: la existencia del Estado demuestra que las contradicciones de clase son irreconciliables.


En este punto importantísimo y cardinal comienza precisamente la tergiversación del marxismo, tergiversación que sigue dos direcciones fundamentales.


De una parte, los ideólogos burgueses y especialmente los pequeñoburgueses, obligados por la presión de hechos históricos indiscutibles a reconocer que el Estado solo existe allí donde existen las contradicciones de clase y la lucha de clases, “corrigen” a Marx de tal manera que el Estado resulta ser un órgano de conciliación de las clases. Según Marx, el Estado no podría ni surgir ni mantenerse si fuese posible la conciliación de las clases.


Según los profesores y publicistas mezquinos y filisteos –¡que a cada paso invocan, benévolos, a Marx!– resulta que el Estado es precisamente el que concilia las clases. Según Marx, el Estado es un órgano de dominación de clase, un órgano de opresión de una clase por otra, es la creación del “orden” que legaliza y afianza esta opresión, amortiguando los choques entre las clases. En opinión de los políticos pequeñoburgueses, el orden es precisamente la conciliación de las clases y no la opresión de una clase por otra. Amortiguar los choques significa para ellos conciliar y no privar a las clases oprimidas de ciertos medios y procedimientos de lucha por el derrocamiento de los opresores.


Por ejemplo, durante la revolución de 1917, cuando el problema de la significación y del papel del Estado se planteó precisamente en toda su magnitud, en el terreno práctico, como un problema de acción inmediata y, además, de acción de masas, todos los social-revolucionarios (eseristas) y todos los mencheviques cayeron, de pronto y por entero, en la teoría pequeñoburguesa de la “conciliación” de las clases “por el Estado”. Innumerables resoluciones y artículos de los políticos de ambos partidos están saturados de esta teoría mezquina y filistea de la “conciliación”. Que el Estado es el órgano de dominación de una determinada clase, la cual no puede conciliarse con su antípoda (con la clase contrapuesta a ella), es algo que la democracia pequeñoburguesa no podrá jamás comprender. La actitud ante el Estado es uno de los síntomas más patentes de que nuestros eseristas y mencheviques no son en manera alguna socialistas (lo que nosotros, los bolcheviques, hemos demostrado siempre), sino demócratas pequeñoburgueses con una fraseología casi socialista.


De otra parte, la tergiversación “kautskiana” del marxismo es mucho más sutil. “Teóricamente”, no se niega ni que el Estado sea el órgano de dominación de clase, ni que las contradicciones de clase sean irreconciliables. Pero se pasa por alto o se oculta lo siguiente: si el Estado es un producto de la irreconciliabilidad de las contradicciones de clase, si es una fuerza que está por encima de la sociedad y que “se divorcia más y más de la sociedad”, resulta evidente que la liberación de la clase oprimida es imposible, no solo sin una revolución violenta, sino también sin la destrucción del aparato del poder estatal que ha sido creado por la clase dominante y en el que toma cuerpo aquel “divorcio”.


Como veremos más abajo, Marx llegó a esta conclusión, teóricamente clara de por sí, con la precisión más completa, a base del análisis histórico concreto de las tareas de la revolución. Y esta conclusión es precisamente –como expondremos con todo detalle en las páginas siguientes– la que Kautsky …ha “olvidado y falseado…


(continuará)




[ Fragmento de: “el estado y la revolución” / Lenin. ]


*


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por comentar