lunes, 30 de octubre de 2023



1072

 
EL MARXISMO OCCIDENTAL 
Cómo nació, como murió y cómo puede resucitar
 
Domenico Losurdo
 
(28)
 
 
 


IV
TRIUNFO Y MUERTE DEL MARXISMO OCCIDENTAL



1. Ex Occidente lux et salus!

Ahora comprendemos mejor el manifiesto con el que Anderson proclamaba, en 1976, la excelencia de un marxismo occidental por fin desembarazado de cualquier vínculo con el oriental. Es el año de la muerte de Mao: viene seguida por un pulso entre los aspirantes o potenciales herederos, con la llegada al poder de un grupo dirigente que rápidamente liquida la «Revolución Cultural». Sin embargo, la tensión entre China y la Unión Soviética sigue siendo elevada. Pero las contradicciones y los vientos de crisis no solo afectan al bando socialista, sino que también el anticolonialismo se ve aquejado. En Europa se afianza el «eurocomunismo», que, distanciándose claramente del socialismo real (todo él en el Este), congrega a los partidos comunistas más importantes de Europa occidental, que operan en Italia, Francia y España. Y de este modo se difunde también entre la izquierda la religión occidental: ex Occidente lux et salus!

Llega así a su madurez una tendencia que venía manifestándose ya desde la Revolución de Octubre. Mientras en Rusia arreciaba aún la guerra civil, el líder reformista italiano Filippo Turati acusaba a los seguidores del bolchevismo de haber perdido de vista «la enorme superioridad de nuestra evolución civil, desde el punto de vista histórico», y de abandonarse en consecuencia al «entusiasmo» por «el mundo oriental, frente al occidental y europeo». Olvidaban que los «sóviets» rusos son a los «parlamentos» occidentales lo mismo que las «hordas» bárbaras son a las «ciudades» (Turati).

El primero de los dos ensayos del líder reformista que he citado contraponía, ya desde el título, Leninismo y marxismo. «Leninismo» era sinónimo de marxismo oriental (rudo y bárbaro por definición), mientras que «marxismo» era sinónimo de marxismo occidental (civilizado, refinado y auténtico, siempre por definición). Y esta lectura «orientalista» de la realidad política, social y cultural de la Rusia soviética se difundía ampliamente por Occidente. Antes incluso que Turati, todavía durante la guerra, Bloch (1918) sentenciaba: de la Rusia soviética «no nos llega más que hedor y barbarie, en otros términos: un nuevo Gengis Kan, que se las da de liberador del pueblo mientras agita abusivamente las banderas del socialismo».

Y no obstante, el mismo filósofo llamaba la atención sobre la dramática situación en que se encontraba el país de la revolución, aunque se lo achacaba a los bolcheviques, culpables (a ojos de Bloch) por haberse negado a seguir combatiendo junto a, o al servicio de Francia, Gran Bretaña y los Estados Unidos. Al menos reconocía un punto importante: la Alemania de Guillermo II había invadido Rusia, se anexionaba vastas áreas de su territorio y era responsable de masacres de carácter colonial. Pero el reconocimiento del trágico estado de excepción no desautorizaba la lectura orientalista de la revolución y del poder bolchevique. A una década de distancia, Kautsky (1927) insistía:

«las ciudades rusas todavía están saturadas de aromas orientales».

Naturalmente que algo de cierto había en este modo de argumentar. El país que protagonizó la Revolución de Octubre no tenía a sus espaldas una historia marcada por el constitucionalismo. Ahora bien, se olvidaba o se ignoraba el apoyo que el Occidente liberal le había brindado a la autocracia zarista y posteriormente a las bandas de «Blancos» que trataban de resucitarla o de instaurar una dictadura militar. No se hacía ninguna referencia a la precaria situación geopolítica del país surgido de la Revolución de Octubre, ni al estado de excepción permanente al que lo sometió esta o aquella potencia del Occidente liberal. Bloch no era consciente de una contradicción de fondo: por un lado, reivindicaba un desarrollo liberal y parlamentario del régimen que había nacido con la Revolución de Octubre; por otro lado, exigía la prosecución de una guerra que, por su barbarie y brutalidad intrínsecas y por enfrentarse a la oposición de la inmensa mayoría de la población, solo podía llevarse adelante empleando medios despiadadamente dictatoriales. En cuanto a Kautsky, no por azar remitía más bien a la «esencia oriental» y no a la historia y la geografía.

En cualquier caso, el enfoque esencialista va a perdurar a lo largo del tiempo. Todavía en 1968, cuando la guerra que los Estados Unidos desencadenaron en Vietnam mostraba su cara más horrible, en lugar de indignarse por la crueldad estadounidense y occidental, Horkheimer (1968) explicaba el «aparato totalitario» implantado por Stalin y Mao apelando a «la crueldad colectiva que se practica en Oriente». Ese mismo año, aunque reconocía (como sabemos) «la inmensa capacidad de agresión» del capitalismo-imperialismo, que obliga a los países contra los que se vuelve a defenderse «desesperadamente», Marcuse hablaba de «totalitarismo oriental», recurriendo así a una categoría tendencialmente esencialista. Sin la más mínima referencia a la situación geopolítica de la Unión Soviética o de China e ignorando los límites teóricos de Marx (un filósofo occidental escasamente interesado en el problema de la limitación del poder, por ser proclive, en ocasiones, a la esperanza mesiánica en la extinción del Estado y del poder en cuanto tal), la categoría de «totalitarismo oriental» le achacaba el fallido desarrollo democrático de estos países exclusivamente a un mítico Oriente.

El marxismo occidental siguió acusando hasta el final la influencia ideológica de la Guerra Fría: George F. Kennan, el gran teórico estadounidense de la política de «contención», la justificaba apelando además a la necesidad de tener bajo control la «mentalidad oriental» ( oriental mind) (en Hofstadter, 1958). Y así, el enfoque orientalista del marxismo occidental va a sobrevivir a la Guerra Fría: más adelante veremos a Žižek describir a Mao Tse-Tung como un déspota feroz y caprichosamente sanguinario, recordándonos los estereotipos del orientalismo más chabacano.

En este contexto, el éxito del libro de Anderson apenas sorprende: abandonando a su suerte al marxismo oriental y a los países que han seguido su inspiración, el marxismo occidental se habría desecho de un estorbo que le cortaba las alas y le impedía volar alto. En realidad, el éxito o incluso el triunfo del marxismo occidental y del eurocomunismo no iba a durar demasiado; pronto sobrevendría la muerte de ambos…

(continuará)




[ Fragmento de: Losurdo, Domenico. “El marxismo occidental. Cómo nació, como murió y cómo puede resucitar” ]

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