lunes, 23 de octubre de 2023

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EL MARXISMO OCCIDENTAL 

Cómo nació, como murió y cómo puede resucitar

 

Domenico Losurdo

 

(27)

 

 

 

III


MARXISMO OCCIDENTAL Y REVOLUCIÓN ANTICOLONIAL:

UN ENCUENTRO FRUSTRADO

 

 

 

 

Timpanaro, entre anticolonialismo y anarquismo 


También Sebastiano Timpanaro revela una aguda conciencia de la cuestión colonial. Somete a este propósito a una durísima crítica al marxismo desarrollado en la metrópoli capitalista, por lo demás incapaz de mirar más allá de esta: entre los siglos XIX y XX, el «marxismo de la Segunda Internacional» se aferró a «una filosofía de la historia esquemática y tenazmente eurocéntrica», que le prestaba muy poca atención a las «aventuras belicistas y reaccionarias» de la burguesía y a la «fase imperialista del capitalismo». ¿Se produce un giro con la Revolución de Octubre? Por desgracia solo en parte. El «marxismo occidental», que tiende a ser «antileninista», está muy lejos de superar su eurocentrismo y la escasa atención a las tragedias que Europa y Occidente infligen a los pueblos coloniales. Es una tendencia ruinosa en el plano teórico y político, que se acentúa tras el viraje de 1956, por lo demás necesario: «la desestalinización —debido al modo confuso en que se emprendió y se acometió, y debido también al carácter tendencialmente socialdemócrata que asumiría desde bien pronto— se resolvió, incluso en los países comunistas, con un nuevo florecimiento de las tendencias ‘occidentalizantes’» (Timpanaro, 1970).


Ahora bien, como ocurría con Sartre, también en el filósofo y filólogo italiano hay un desfase entre el plano político y las categorías teóricas, por muy distintos que sean sus casos. Es cierto que, apelando a Lenin, reconoce la «persistencia de reivindicaciones nacionales» legítimas contra la opresión del imperialismo, y apoya sin dudarlo la lucha del pueblo vietnamita contra el imperialismo estadounidense; pero, por otro lado, arroja muchas dudas sobre los movimientos de liberación nacional al asimilar «odio racial y conflicto entre naciones» (Timpanaro, 1970).


Cierto que el individuo «puede sentir, víctima de ideologías mistificadoras, la solidaridad nacional, religiosa, racial, por encima de la solidaridad de clase», pero en cualquier caso se trata precisamente de «ideologías mistificadoras», que tratan de ocultar la «inconsistencia de la raza y de la nación como categorías biológico-culturales» (Timpanaro, 1970).


En realidad, ya hemos visto que el deseo de salvación nacional de un pueblo oprimido puede conjugarse perfectamente con un pathos universalista que pone en discusión la arrogancia, con frecuencia trufada de racismo, que emplea la potencia colonial.


Pero el apasionado afán anticolonialista de Timpanaro entra en contradicción, en muchos niveles, con el plano teórico que él mismo elabora. Por ejemplo, recoge la tesis marxiana de la extinción del Estado y luego la radicaliza, apelando explícitamente al anarquismo de Bakunin (Timpanaro, 1970). Ya de suyo poco realista, la esperanza de que desaparezcan todas las normas entra directamente en contradicción con la lucha militar y/o económica de los pueblos decididos a sacudirse de encima la dominación colonial, y a constituirse y afirmarse como Estados nacionales independientes.


La urgencia del desarrollo económico y tecnológico, presupuesto ineludible de una independencia real, conlleva (en China, Vietnam y actualmente también en Cuba) la apertura al mercado y a hacerle concesiones a la burguesía nacional (cuya competencia empresarial y directiva se hace necesaria) e internacional (pues para acceder a la tecnología más avanzada hace falta su consentimiento). Sin embargo, el juicio de Timpanaro sobre la política que puso fin en Rusia al llamado comunismo de guerra es del todo crítico: «En sus objetivos [de Lenin], la NEP debía servir tan solo para ‘recuperar el aliento’ de modo transitorio. Y sin embargo, se convirtió tras su muerte en una realidad duradera» (Timpanaro, 1970). Junto con la desaparición de la nación y del Estado, Timpanaro parece soñar también con la desaparición del mercado, una visión de la sociedad poscapitalista de impronta mesiánica y anarquista.”




El aislamiento de Lukács


En la medida en que asimila nación y raza, Timpanaro queda atrapado en un dilema sin escapatoria: o bien la nación remite a la biología (exactamente igual que la raza para los teóricos del racismo biológico), o bien hay que tomar nota, una vez liquidada esa infausta visión, de la «inconsistencia» de la propia nación. En cualquier caso, no hay espacio para la cuestión nacional o colonial. Podemos decir, con el último Lukács (1971): «o bien el ser social no es distinto del ser en general, o bien se lo ve como algo radicalmente distinto, sin nada que ver con el carácter del ser».


Arribamos así al filósofo occidental que más intensamente, junto con Gramsci, se ha medido con Lenin. Es verdad que su gran texto de juventud, Historia y conciencia de clase, no le presta ninguna atención a la cuestión colonial y nacional. Y, en lo que se refiere a los escritos de madurez, da que pensar también el hecho de que su balance histórico sobre el período que va de 1789 a 1814, es decir, de la caída del Antiguo Régimen hasta la Restauración, no haga la menor referencia a la abolición de la esclavitud negra en las colonias (gracias a Toussaint Louverture y a Robespierre) y su reintroducción (de la mano de Napoleón).


No obstante, el libro de 1924 dedicado a Lenin analiza y describe con precisión el papel revolucionario de las «naciones oprimidas y explotadas por el capitalismo», lo cual es muy relevante. Su lucha forma parte del proceso revolucionario mundial: es durísima la crítica contra quienes, por buscar la «revolución proletaria pura», desatienden la cuestión colonial y nacional, y acaban, en último término, perdiendo de vista el proceso revolucionario en su concreción (Lukács, 1924).


Y gracias a que le presta atención al colonialismo, y a la barbarie que le es intrínseca, el filósofo húngaro evita la transfiguración idealista del Occidente liberal en la que incurren uno tras otro Bloch, Horkheimer y Adorno. Llama la atención sobre la denuncia que hacía Marx de la «esclavización de Irlanda» por parte del Imperio británico, y lamenta que no tuviera demasiado eco en el «movimiento obrero inglés de la época» y en la Segunda Internacional (Lukács, 1924). Hay que añadir además que la tesis (que Lukács toma de Lenin) de la centralidad de la cuestión colonial y nacional en el ámbito del proceso revolucionario mundial tampoco encontró muchos ecos en el marxismo occidental.


Pese a caracterizarse por una variedad de posicionamientos que van desde el anticolonialismo convencido, aunque a menudo con una base teórica muy frágil, a un declarado filocolonialismo, puede decirse que, en conjunto, el marxismo occidental ha faltado a su cita con el anticolonialismo mundial…


(continuará)




[ Fragmento de: Losurdo, Domenico. “El marxismo occidental. Cómo nació, como murió y cómo puede resucitar” ]


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