miércoles, 18 de octubre de 2023

1068

 

EL MARXISMO OCCIDENTAL 

Cómo nació, como murió y cómo puede resucitar

 

Domenico Losurdo

 

(26)

 

 

 

III

 

MARXISMO OCCIDENTAL Y REVOLUCIÓN ANTICOLONIAL:

UN ENCUENTRO FRUSTRADO

 

 

 

 

 

El anticolonialismo populista e idealista de Sartre 

 

Ni siquiera autores profundamente implicados en la lucha contra el colonialismo pudieron oponerse a esta tendencia. Es el caso de Jean-Paul Sartre. Tal como explica un capítulo central de la Crítica de la razón dialéctica, hace descender los diversos conflictos humanos de la «penuria»

 

( rareté), a la que atribuye un papel decisivo: «La penuria, cualquiera que sea la forma que adopte, domina toda la praxis […] En la reciprocidad modificada por la penuria, el mismo aparece como contra-hombre, en tanto que este mismo hombre aparece como radicalmente Otro (es decir, portador de una amenaza mortal para nosotros)» (Sartre, 1960).

 

El resultado de esta impostación es devastador. En la medida en que parece determinar una lucha a vida o muerte, la condición de penuria termina justificando a los propios opresores, de algún modo víctimas también de una trágica lucha por la supervivencia, que se impone en el presente de modo fatal y que en el futuro solo podrá ser eliminada por el desarrollo de las fuerzas productivas. Por su parte, los oprimidos estarían motivados exclusivamente, o antes que nada, por el deseo de escapar de unas condiciones de vida intolerables; pero entonces, dado que la lengua, la cultura, la identidad y la dignidad nacional no juegan ningún papel, no se comprende la participación en la lucha contra la opresión nacional de estratos sociales que gozan de un estilo de vida confortable o de un mayor o menor bienestar. En realidad, el libro ( Los condenados de la tierra) escrito por el teórico de la revolución argelina (Fanon), al cual contribuyó el filósofo francés con un apasionado prólogo, basta para refutar a Sartre:

 

En la primera fase de la lucha nacional, el colonialismo trata de desactivar las reivindicaciones nacionales disfrazándose de economismo. Desde las primeras reivindicaciones, el colonialismo simula comprensión, reconociendo con ostensible humildad que el territorio sufre un grave subdesarrollo que exige un conspicuo esfuerzo económico y social (Fanon, 1961).

 

Pero la refutación del «economismo» contiene, de hecho, una crítica de la tesis que hace descender la cuestión nacional exclusivamente de la «penuria». En el propio Sartre hay una contradicción: si en la Crítica de la razón dialécticaapela a la «penuria», en el prólogo de Los condenados de la tierra se apoya sobre todo en el paradigma del reconocimiento; los «enemigos del género humano» se lo niegan obstinadamente a la «raza de los subhombres», que serían los argelinos y los pueblos coloniales en general (Sartre, 1967). Como se ve, la indignación por los crímenes del colonialismo y la simpatía y la solidaridad con los pueblos coloniales en lucha contra la opresión no garantizan de suyo una adecuada comprensión de la cuestión nacional.

 

El hecho es que, para Sartre, los protagonistas de la revolución anticolonial son siempre «los condenados de la tierra», incursos en una lucha desesperada por librarse del dominio colonial. Falta en cambio toda referencia a la segunda etapa de la revolución anticolonial, que se centra en la construcción económica. En cambio, Fanon insiste mucho en ello: para conferirle concreción y solidez a la independencia conquistada gracias a la lucha armada, el país que ha obtenido su independencia debe salir del subdesarrollo. La entrega en el trabajo y en la producción desempeña así el mismo papel que el coraje en la batalla; la figura del trabajador más o menos cualificado reemplaza a la del guerrillero. Viéndose obligada a capitular, la potencia colonial parece decirles a los revolucionarios: «¿No queríais la independencia? ¡Tomadla y reventad!», de modo que «la apoteosis de la independencia se transforma en la maldición de la independencia». Hay que saber responder al nuevo desafío, que ya no es un desafío de carácter militar: «Se requieren capitales, técnicos, ingenieros, mecánicos, etc.», el «grandioso esfuerzo» de todo el pueblo (Fanon, 1961).

 

En cierto modo estaba todo previsto: por un lado, el estancamiento de tantos países africanos, que no han conseguido pasar de la fase militar a la fase económica de la revolución; por otro lado, el giro que experimentan revoluciones anticoloniales como la china, la vietnamita o la argelina. Estamos en 1961. Ese mismo año otro eminente teórico de la revolución anticolonial le dedicaba un libro a la figura de Toussaint Louverture que contenía al mismo tiempo un balance de la revolución en que el jacobino negro fue el actor principal. Tras la victoria militar, tuvo el mérito de plantearse el problema de la construcción económica: a este propósito estimuló la cultura del trabajo y la productividad, y trató de emplear a técnicos y expertos blancos sacados de las filas del enemigo derrotado. Es exactamente lo mismo que haría después Lenin durante los años de la NEP (Nueva Política Económica), acabando con la «indolencia» en los lugares de trabajo, introduciendo «la disciplina más rigurosa» y recurriendo a «expertos burgueses» (Césaire, 1961).

 

A Sartre le resulta difícil comprender y aceptar este punto. La teoría de la revolución que formula en la Crítica de la razón dialéctica está marcada por el disgusto que le produce el hecho de que el «grupo en fusión», protagonista de la caída del Antiguo Régimen y hermanado por el entusiasmo revolucionario, tienda a transformarse, tras la conquista del poder, en una estructura «práctico-inerte», con nuevas jerarquías que pasan a ocupar el puesto de las que han sido derrocadas.

 

Pero el grupo en fusión no puede promover ni realizar el desarrollo económico y tecnológico de un país recién independizado.

 

Una revolución anticolonial (o al menos en un país situado en los márgenes del mundo capitalista más desarrollado y expuesto, por tanto, al peligro de ser agredido y sometido colonial o neocolonial-mente) solo sale realmente victoriosa si se revela en condiciones de impulsar la construcción económica. Dados los presupuestos de su filosofía, Sartre se muestra muy mal pertrechado para la comprensión de este problema. La exaltación del sujeto («hay que partir de la subjetividad») y la polémica contra «el mito de la objetividad» terminan por desembocar en un idealismo subjetivo: «Es necesaria, en fin, una teoría filosófica que muestre que la realidad del hombre es acción, y que la acción en el universo se identifica con la comprensión de este universo tal y como es, o dicho con otras palabras: que la acción es revelación de la realidad y al mismo tiempo su transformación» (Sartre, 1946 ]. Uno piensa de inmediato en Fichte, para quien la Revolución francesa hallaba su expresión teórica en la filosofía del propio Fichte, que liberaba al sujeto «de los vínculos con las cosas en sí, de las influencias externas», y en último análisis, de la objetividad material. Quizás sea un punto de vista que estimule el derrocamiento del Antiguo Régimen o de la dominación colonial, pero no sirve de mucha ayuda cuando la construcción económica (necesaria para conseguir una independencia real) está llamada a vérselas con la objetividad material, con las «cosas en sí» (Losurdo, 2013).

 

Hemos visto que Sartre ponía el acento en la «acción» como instrumento para la comprensión y la transformación de la realidad política; pero la acción de la que habla es exclusivamente la acción política. Por su parte, los protagonistas de la revolución anticolonial argumentaban de manera completamente distinta. En 1937 Mao Tse-Tung insistía en el hecho de que la verdad no surge de una especulación solitaria, sino que lo hace «en el curso de un proceso de práctica social», pero se apresuraba a añadir que, además de la «lucha de clases» (la acción política, valga decir), también la «producción material» y la «experimentación científica» forman parte de la «práctica social». Ocupado en el gobierno de las regiones liberadas ya por la revolución anticolonial, el líder chino no podía ignorar, sin duda, la confrontación con la materialidad objetiva, implícita en la tarea ineludible de promover el desarrollo económico y tecnológico.

 

Al centrar su atención tan solo en el esfuerzo desesperado de los «condenados de la tierra» por sacudirse las cadenas de la esclavitud colonial y reservarle todas sus simpatías al grupo en fusión, protagonista del momento mágico pero breve de la revolución, el entusiasmo unánime que preside el derrocamiento de un antiguo régimen odiado universalmente, Sartre se convierte en el campeón de un anticolonialismo apasionado y meritorio, sin duda, pero al mismo tiempo populista e idealista. Un anticolonialismo que no llega a comprender la fase de la revolución consagrada a la construcción del nuevo orden, en la cual resulta esencial, como subraya Fanon, la competencia técnica y que exige, por citar de nuevo al teórico de la revolución argelina, el «esfuerzo grandioso» de todo un pueblo, o bien —citando esta vez a Césaire— el final de la «indolencia» y «la disciplina más rigurosa» en el puesto de trabajo…

 

(continuará)

 

 

[ Fragmento de: Losurdo, Domenico. “El marxismo occidental. Cómo nació, como murió y cómo puede resucitar” ]

 

*


 

3 comentarios:

  1. " ...Sartre se muestra muy mal pertrechado para la comprensión de este problema. La exaltación del sujeto («hay que partir de la subjetividad») y la polémica contra «el mito de la objetividad» terminan por desembocar en un idealismo subjetivo... "

    Hoy abundan los voluntariamente "mal pertrechados", una mala "subjetividad" de partida.

    Salud y comunismo


    ResponderEliminar
  2. La crítica de Losurdo a Sartre, que en el fondo comparto, no me parece del todo correcta. Estar ‘mal pertrechado’ en 1946 es un hecho constatable que el propio Sartre llegó a asumir de forma autocrítica y en buena parte corrigió años después – no otra cosa vemos en el joven Marx, el premarxista Lukács y tantos otros pensadores revolucionarios…–, en plena guerra fría y ante procesos anticoloniales y antiimperialistas como el de Argelia, Cuba o Vietnam. De modo que hallar contradicciones (superadas al menos en gran parte) entre una obra de 1946 y un prólogo de 1961, me parece más que un demérito una estimable aportación que no se debe regatear al, en todo caso, cada día mejor pertrechado Sartre:


    Sartre: “El marxismo es la filosofía irrebasable (el horizonte teórico) de nuestro tiempo”.


    Salud y comunismo

    *

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Te agradezco la pertinente aclaración y tomo buena nota.

      Salud y comunismo

      Eliminar

Gracias por comentar