lunes, 11 de septiembre de 2023

 

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Joan E. Garcés  /   “Soberanos e intervenidos”

 

 (…)

 

 

Segunda parte

ESTRATEGIAS MUNDIALES E INTERVENCIÓN

 

 

 

 

II. RULETAS RUSAS

 

(…) Zhirinovski tocaba la melodía de campos de fuerza geopolíticos elaborados durante los primeros años de la República de Weimar, contrapunto de los conceptualizados por Mackinder. Y precisamente hacia Alemania orientaba Zhirinovski el pabellón de su trompeta:

 

«no puede quedar ninguna base militar extranjera en suelo alemán. Alemania tiene que ser libre sin limitaciones […] Dantzig, Breslau y Stettin deberían ser restituidas a Alemania».

 

Tampoco era casual el silencio universal sobre su nexo intelectual con la escuela de Múnich, como evitando evocar el maleficio, es decir, la proposición central de Haushofer: promover la alianza germanorrusa (ampliada a Japón) como medio de superar la división de Europa y su consiguiente subordinación al dominio anglosajón sobre las costas del continente euroasiático. Alemania, Rusia y Japón, precisamente los imperios desintegrados en las tres guerras generales en las que EEUU entró de la mano de Gran Bretaña. Si los globos sonda de Zhirinovski permitían medir su receptividad en los círculos interesados en revisar el desenlace acumulado de las guerras hegemónicas del siglo XX, Múnich (Baviera) fue precisamente la primera ciudad extranjera donde el recién elegido diputado ruso fue invitado –y por Gerhard Frey, editor del diario nacionalista National Zeitung. Un mes antes el primer Ministro de Baviera, Edmund Stoiber (socialcristiano, aliado del Gobierno Kohl), había criticado la visión de Europa de la CEE y del Tratado de Maastricht (1991) como un anacronismo propio de los años posteriores a 1945, cuando

 

«ser alemán era a menudo visto como un lastre […] [Después de la reunificación] debemos de tomar conciencia de lo que es la identidad alemana. […] Yo y el Partido socialcristiano descartamos la idea de Europa como Estado federal, incluso a largo plazo».

 

El 4 de noviembre de 1993 era el ministro de Defensa de Alemania quien afirmaba, de visita en Japón, que ambos países iban a  proceder en adelante a consultas militares regulares.

 

 

Tras la desintegración del Estado soviético reemergieron reflejos del nacionalismo panruso sumergidos, aunque latentes, desde la Revolución leninista. En el nuevo contexto, el propósito en 1993 de extender la OTAN a pueblos cuyos confines bordean los de Ucrania y Rusia permitía evocar otro precedente: la decisión de Napoleón –tras derrotar al zar Alejandro I y firmar la paz en Europa continental (Tilsitt, 1807)– de extender su “sistema europeo” hasta las fronteras con Rusia, en particular a la costa oriental del Báltico y el Ducado de Varsovia. El jefe de los Servicios de Información del Emperador occidental criticó el desplazamiento militar hacia el Este, pues anticipaba Fouché que

 

«una vez en contacto, los dos Imperios acabarían por chocar […], los gérmenes de la guerra de Rusia estaban en el mismo tratado de Tilsitt […] el partido antifrancés –o de los viejos rusos– empezó a prevalecer en el Gabinete».

 

Fouché no se equivocó, la primera diferencia diplomática con Rusia surgía dos años después de extender Napoleón sus tropas hasta Varsovia y el Báltico oriental; cinco años después de Tilsitt –junio de 1812– los ejércitos de la masa occidental europea invadían Rusia. En 1992, EEUU había retirado sus tropas de Filipinas, mientras que las estacionadas en Japón, Corea del Sur e islas del Pacífico occidental habían sido reducidas desde 135.000 a 100.000 soldados, y podían serlo pronto a 75.000. Si durante la guerra fría había estacionado 360.000 tropas en Europa, y 128.000 en el área Asia-Pacífico, conforme a acuerdos recientes ambos niveles debían ser reducidos a 100.000 soldados en cada área. Sin embargo, la pervivencia de los conceptos estratégicos británicos reunía en 1994 sobre Europa y Asia nubarrones de guerras, a pesar de que la opinión pública de EEUU consideraba terminada la guerra fría, prioritarios los objetivos económicos –proteger los puestos de trabajo– y rechazaba la intervención de sus tropas en conflictos exteriores incluso «si el Gobierno de México es amenazado por una revolución o guerra civil».

 

Por ello despertaban interés los esbozos en el seno de la Administración Clinton de quienes parecían querer alejar EEUU de ser arrastrados por la lógica inherente a aquellos conceptos estratégicos. El 26 de mayo de 1993 la prensa había filtrado la opinión de un alto funcionario –que resultó ser el subsecretario de Estado para Asuntos Políticos, Peter Ternoff– según la cual

 

«a diferencia de lo ocurrido durante la guerra fría, cuando EEUU sólo de labios hacia afuera consideraba la noción de seguridad colectiva, la nueva Administración cree en este concepto».

 

¿Se orientaría EEUU hacia un cambio de estrategia? La tormenta estalló de inmediato en Washington, mientras en círculos próximos a la OTAN se pedía públicamente la cabeza del heterodoxo. El secretario de Estado no destituyó a Ternoff pero sí desmintió que EEUU impulsara una estrategia de seguridad colectiva en Europa –es decir, podríamos glosar nosotros, aceptar a Rusia como parte integrante de aquélla, en pie de igualdad, como Moscú había propuesto a Francia y Gran Bretaña hasta la víspera del 23 de agosto de 1939, como Roosevelt (y De Gaulle) auspiciara en 1944-1945 pero que Truman (y Churchill) descartó después.

 

Sin embargo, la espectacular derrota electoral en Rusia de los equipos respaldados por las Potencias capitalistas –diciembre de 1993–, parecía que obligaba a reflexionar. En la Conferencia del 10 y 11 de enero de 1994 contuvo EEUU la ofensiva para absorber a los Estados fronterizos de Rusia en la OTAN. Según el presidente Clinton

 

«la seguridad debe basarse no en las divisiones de Europa sino en la potencialidad de su integración», «no queremos dar la impresión de que estamos creando otra línea de división en Europa […]»

 

En su lugar Clinton hizo aprobar una propuesta de “Asociación para la Paz” (Partnership for Peace) abierta a todos los Estados del extinto Pacto de Varsovia, Rusia incluida. El jefe del Estado Mayor Conjunto de EEUU, general John Shalikashvili, explicaba que

 

ampliar las garantías de seguridad de la OTAN a Europa oriental demasiado deprisa podría provocar una reacción nacionalista en una Rusia excluida de aquéllas. El programa de Asociación para la Paz, abierto a la participación de Rusia al igual que de Polonia o Albania, no debería generar tal reacción. Su razón de ser es evitar una nueva línea divisoria en Europa que, a su vez, crearía nuevas tensiones y conflictos adicionales.

 

Dentro de la Administración Clinton, sin embargo, los partidarios de una estrategia que innovara respecto de Europa encontraban la resistencia de los exponentes de conceptos tradicionales. El bombardeo sin previo aviso de la OTAN sobre los serbios de Bosnia el 10 y 11 de abril de 1994 debilitó en Washington a los innovadores, pero en Moscú alimentó las dudas sobre el alcance de la propuesta de Asociación para la Paz. Yeltsin afirmaría el siguiente 12 de abril que

 

«tiene como telón de fondo la discriminación, al no tratar a Rusia en pie de igualdad. Además, mientras que Rusia no ha alcanzado un acuerdo con la CEE, Ucrania lo firmará en mayo de 1994».

 

Tres días después el ministro de Defensa, Pável Grachov, declaraba haber dejado de apoyar la adhesión de Rusia a la Asociación para la Paz tras

 

«los últimos acontecimientos en Bosnia-Herzegovina. Tenemos la impresión de que los “socios” están actuando a nuestras espaldas».

 

El 7 de mayo Grachov y Andrei Kozirev sostenían que en Europa ninguna estructura debía reemplazar a la Conferencia de Seguridad y Cooperación (CSCE) como sistema de seguridad colectiva, la OTAN debiendo quedarle subordinada puesto que en la CSCE están representados todos los Estados. Y cinco días después el gobierno ruso criticaba que se excluyera a Rusia de la oferta de asociación que la Unión Europea Occidental había formulado el 9 de mayo a Polonia, Hungría, República Checa, Eslovaquia, Bulgaria, Rumanía, Estonia, Lituania y Letonia. Un precario equilibrio quedó reflejado en los dos documentos intercambiados en Bruselas el 22 de junio de 1994. El primero, firmado por Rusia y los 16 Estados de la OTAN, incorporaba Rusia a la Asociación para la Paz. El segundo, independiente del anterior documento, sin firmas y no vinculante, recogía como declaración de intenciones rechazar el reparto de pueblos en zonas de influencia y el compromiso de la OTAN de “consultar” a Rusia en decisiones sobre la seguridad europea. Pero sin reconocerle derecho de voto, al continuar excluida de la OTAN. Es lo más que EEUU concedía y Yeltsin cedía –en la Duma faltaron aquel día nueve votos a una moción que condenaba la que denominaba “capitulación rusa”. Dos días después de haber pagado tal peaje en Bruselas, le era autorizado a Rusia suscribir un acuerdo de cooperación con la CEE. La OTAN y la CEE continuaban articuladas.

 

Cabía preguntarse qué impresionaba más, si la ambición de los estrategos de la OTAN o la magnitud del riesgo a que exponían al Mundo. Júpiter ciega a quienes desea perder. Los estrategos de la OTAN parecían haber extraviado la mesura de lo acaecido entre 1989 y 1992. Si Washington hubiera sido conducido a concentrar en un período de tres años la disolución de la OTAN, la denuncia de los Tratados de Río de Janeiro y de la OEA, la retirada de tropas y el cierre de sus bases en Eurasia, el Pacífico, Panamá y Guantánamo, a reconocer el derecho a declararse independientes los territorios conquistados en el siglo XIX a México o España (desde California a Texas, Florida y Puerto Rico), o el de cualquier otro Estado de la Unión a hacer secesión, antes de que ni siquiera se hablara de semejante escenario en las cancillerías, la violencia de la reacción dentro de EEUU hubiera estremecido al Mundo. Sin embargo, lo equivalente es lo que, sin disparar ni un tiro, hicieron entre 1989 y 1991 el Partido Comunista y el Gobierno soviéticos al aceptar retirar sus tropas de Alemania y Euro­pa oriental, disolver el Pacto de Varsovia y el COMECON, permitir que la RFA anexionara a la RDA y que de la URSS se independizaran cuantas Repúblicas lo desearan –incluso las que estaban bajo soberanía del Kremlin desde antes que EEUU de América naciera a fines del si­glo XVIII. Pero la OTAN, resultado de la invocación de un futurible –«contener la invasión de Europa occidental por la URSS»–, tras desaparecer esta última y su sistema político-económico en vez de desmovilizar la Alianza bélica se encaminó a expandir ésta hacia los territorios del extinto Pacto de Varsovia, a extender las fronteras de la OTAN hasta las de Rusia. La Historia exhibe una sucesión de pueblos humillados, destruidos o dominados por rivales más fuertes, lo que sería una novedad es que se resignara a semejante suerte, sin rebelarse, un pueblo que tiene en sus manos armas capaces de destruir al Mundo entero.

 

La Asociación para la Paz que en junio de 1994 firmaba el Kremlin presuponía que Rusia sería excluida de la OTAN. Obviamente, su ingreso en pie de igualdad con los demás Estados hubiera significado que la razón de ser que dio vida a la Coalición bélica había dejado de existir. De hecho, las tareas específicas que la Administración Yeltsin convino al ingresar en la Asociación para la Paz impedían a esta última convertirse en el instrumento para la seguridad colectiva en Eurasia, pues las Repúblicas de la extinta URSS ingresaban en la Asociación en condiciones que les imposibilitaba consolidarse como Estados militar y políticamente independientes. Más aún, los Estados de Europa central y oriental y las ex repúblicas soviéticas –Rusia excluida– que entraban en la asociación lo hacían en tránsito a su integración en la OTAN, y deberían en lo sucesivo equiparse con armamento no ruso. Las industrias de armas occidentales ganaban el mercado que perdían las rusas… La ruptura inherente al que podríamos denominar “efecto Fouché” se produjo durante la segunda mitad de 1994. En las elecciones de aquel noviembre el Partido Republicano ganaba el control de ambas Cámaras del Congreso de EEUU, con un programa comprometido en reducir el papel de la ONU, levantar el embargo de armas impuesta por ésta a los bosniomusulmanes y expandir la OTAN hacia el Este. Una semana después, en la sede de la OTAN, la delegación de Moscú se negaba el 1 de diciembre a firmar un comunicado de la Asociación para la Paz como protesta por los planes de ampliar la OTAN hacia las fronteras rusas –al tiempo que ofrecía como alternativa estrechar la cooperación entre Rusia y la Unión Europea Occidental– es decir, entendimiento paneuropeo externo a la OTAN. Unos días después, 5 de diciembre, reunida la CSCE en Budapest, Yeltsin vetaba que los serbiobosnios fueran descritos en el comunicado final como «los agresores» en la guerra balcánica. En Moscú las políticas del “partido americano” habían perdido su influencia. El asalto militar a fines de diciembre de 1994 a la rebelde República de Chechenia simbolizó el retorno de las opciones que Fouché hubiera llamado de «los viejos rusos». Se abría la vía a un régimen de fuerza, aunque no necesariamente bajo la férula de un dictadura gestada y dominada desde los centros del capital multinacional.

 

Si algún día se alejaran las políticas de EEUU de su servidumbre a los conceptos estratégicos de origen británico, más realce adquiriría la actualización de los conceptos abortados durante la Administración Truman. Es decir, superar el estado de guerra no mediante la división de los pueblos en zonas de influencia sino reconociendo el derecho de cada Estado a elegir libremente dentro de sus fronteras su forma de gobierno y régimen socioeconómico; dotar al Mundo de estructuras representativas y operativas capaces de aportar soluciones a los problemas comunes de la Humanidad; dar prioridad a la construcción de un sistema de seguridad colectiva en vez de imponer la quimérica “seguridad militar absoluta” de un solo Estado sobre el Planeta. Cuanto menos probable resulte abrir paso a caminos nuevos, más lo será recorrer el trillado sendero hacia nuevas guerras, inherentes a los conceptos de “equilibrios” y “esferas de influencia”. En el seno de la Administración Clinton algunas de las tesis de la Administración Truman habían emergido de nuevo en mayo de 1994 –«Presidential Decision Directive 25»:

 

EEUU no es partidario de un Ejército permanente de las Naciones Unidas, tampoco va a asignar unidades militares específicas propias para participar en operaciones de la ONU. La política de EEUU no es la de tratar de aumentar el número de operaciones pacificadoras de la ONU o su participación en las mismas; su contribución financiera debe bajar del 31,7% actual al 25% […]. Las fuerzas de combate de EEUU nunca serán puestas bajo mando de oficiales extranjeros.

 

Los nuevos líderes del Congreso, a su vez, presentaban en la Cámara de Representantes el proyecto denominado «H.R. 7», dirigido a elevar a rango de ley el principio de que «revitalizar la seguridad nacional de EEUU requiere una política que prosiga el compromiso de la Nación en un papel dirigente y activo en la OTAN […] y en facilitar la transición de Polonia, Hungría, República Checa y Eslovaquia a la plena integración en la OTAN antes del 10 de enero de 1999». Premisas de guerras en el Continente europeo […].

 

La pervivencia de una voluntad estatal diferenciada en Alemania, Francia y Reino Unido, es decir, la inexistencia de una política exterior –y por consiguiente, de defensa– europea, facilitó primero la intervención que desintegró Yugoslavia y, después dificultó detener la ulterior guerra civil. Los acuerdos de Dayton (noviembre de 1995) entre EEUU, Rusia y los Estados de la CEE abrieron la puerta a la OTAN para operar en Bosnia sin continuar subordinada a la ONU.

 

Por primera vez aquélla operaba fuera del perímetro y de los supuestos estratégicos en que fue creada. Tan innovador hecho fue presentado, sin embargo, por el secretario de Defensa de EEUU como la reactualización y ampliación hacia el este de Europa de uno de los principales planes de la guerra fría, el de 1947 del general Marshall:

 

«en Bosnia la OTAN es la piedra básica sobre la que se construirá la futura seguridad y estabilidad de Europa, donde los futuros miembros de la OTAN muestran que son capaces de asumir la carga que supone formar parte de ella. Es en Bosnia donde mostraremos que somos capaces de trabajar como aliados con las fuerzas rusas».

 

Pero situar la coordinación de las tropas de la OTAN y Rusia en Bosnia bajo la invocación del plan de 1947 entrañaba asumir, cuando no provocar, la histórica y recurrente respuesta. La había anticipado en el propio Múnich el viceministro de Defensa ruso Kokohin el 3 de febrero de 1996:

 

«muchos piensan en Rusia que los planes de expansión de la OTAN están concebidos exactamente para dar el golpe definitivo al enemigo de la guerra fría. La destrucción de la neutralidad de los países entre la OTAN y Rusia agrava la sensación de vulnerabilidad con implicaciones políticas imprevisibles».

 

No tan imprevisibles, vistas al trasluz de los conceptos estratégicos analizados en capítulos anteriores…

 

(continuará)

 

 

 

[ Fragmento de: Joan E. Garcés. “Soberanos e intervenidos” ]

 

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