jueves, 7 de septiembre de 2023

 

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EL MARXISMO OCCIDENTAL

Cómo nació, como murió y cómo puede resucitar

 

Domenico Losurdo

 

(19)

 

 

 

III

 

MARXISMO OCCIDENTAL Y REVOLUCIÓN ANTICOLONIAL:

UN ENCUENTRO FRUSTRADO

 

 

 

6. Herencia y transfiguración del liberalismo en Bloch

 

A pesar de su apasionada denuncia del universalismo y el humanismo, o quizás gracias a ella, en la medida en que eluden sustancialmente la cuestión colonial, Tronti y Althusser acaban convergiendo, por paradójico que parezca, con las posiciones de Bloch, que sin embargo no tiene empacho en dar por buenos desde un inicio el universalismo y el humanismo de los que se jacta el Occidente liberal. Ya le vimos, mientras se libraba la Primera Guerra Mundial, suscribir la ideología de la Entente, que proclamaba aspirar a realizar en los Imperios Centrales, y en todo el mundo, una democracia que ella misma les negaba con obstinación a los pueblos de las colonias.

 

En su primera etapa, Bloch contrapone —en términos positivos— el Occidente liberal no solo frente a la Alemania de Guillermo II, sino también frente al país surgido de la Revolución de Octubre. El joven filósofo lo juzga severamente, sin aguardar a que se retire el ejército alemán, ni mucho menos a que finalice la guerra civil:

 

«Los proletarios del mundo no han combatido durante cuatro años a Prusia en nombre de la democracia mundial para luego abandonar la libertad y la línea democrática (el orgullo de las culturas occidentales) por la conquista de la democracia económico-social»

 

a la que aspira la Rusia soviética. Y cuán miserable parece esta si la comparamos con la República norteamericana:

 

Con toda mi admiración hacia Wilson, jamás habría pensado, como socialista, que sería posible que el sol que brilla en Washington superase un día al esperado sol de Moscú, que la libertad y la pureza pudieran llegarnos desde la América capitalista (Bloch, 1918).

 

Funciona aquí un doble olvido. Se pasa por alto el hecho de que la guerra ha provocado un clima de terror y de caza de brujas incluso en los países en los que la tradición liberal está más consolidada, y que además, gracias a su situación geográfica, se encuentran alejados de los campos de batalla y a resguardo del peligro de invasión. Sin embargo, el más grave de los olvidos es el que afecta a la cuestión colonial. Solo unos pocos años antes, los Estados Unidos tan celebrados por Bloch ha-bían conseguido, recurriendo a una represión despiadada e incluso a prácticas genocidas, domeñar la revolución independentista de Filipinas. Y en el propio territorio de la metrópoli, entre los siglos XIX y XX, un régimen terrorista de supremacía blanca se ensañaba con los negros, linchados una y otra vez, es decir, sometidos a una tortura y una ejecución interminablemente lentas, exhibidas como espectáculo de masas para divertir a la comunidad blanca.

 

La Segunda Guerra Mundial es testigo de la irrupción de la cuestión colonial más allá de las colonias propiamente dichas. Hitler aspira a fundar las «Indias germanas» en Europa oriental, asimilada a veces a una especie de Oeste o de Far West: a guisa de pieles rojas, los «indígenas» de las regiones limítrofes con el Tercer Reich serán deportados y diezmados, de forma que la raza blanca y germánica pueda conquistar nuevos territorios; y los supervivientes se verán condenados a trabajar como los esclavos negros, toda su vida al servicio de la raza de los señores. El Imperio japonés actúa de modo similar en Asia. Y no obstante, el protagonismo que adquiere la cuestión colonial no mueve a Bloch a replantearse nada.

 

En 1961 publica Derecho natural y dignidad humana. Tal y como se pone de manifiesto desde el propio título, nos hallamos muy lejos de una minusvaloración, al estilo de Della Volpe, de la libertas minor; al contrario, la reivindicación de la herencia liberal es clara y vigorosa. La crítica que se le dirige sigue siendo la misma de siempre, la que el joven Bloch expresaba con palabras de Anatole France: en el mundo liberal-capitalista

 

«la igualdad ante la ley significa que se les prohíbe en igual medida a ricos y pobres robar leña o dormir debajo de un puente».

 

En Derecho natural y dignidad humana el filósofo reitera que el liberalismo se equivoca al propugnar una «igualdad formal y solamente formal». Y añade:

 

«Para imponerse, el capitalismo solo se interesa por universalizar la reglamentación jurídica, que lo abarca todo de modo general» (Bloch,1961).

 

Esta afirmación puede leerse en un libro cuya publicación se produce el mismo año en que la policía emprende en París una caza despiadada contra los argelinos, ahogándolos en el Sena o matándolos a porrazos; y todo ello a plena luz del día, a la vista incluso de los ciudadanos franceses que, amparados por el gobierno de la ley, asisten divertidos al espectáculo: ¡esta es la «igualdad formal»! En la mismísima capital de un país capitalista y liberal vemos como opera una doble legislación, que arroja al arbitrio y al terror policial a un grupo étnico determinado (Losurdo, 2007). Si a continuación tenemos en cuenta las colonias y semicolonias y volvemos la vista, por ejemplo, a Argelia, Kenia o Guatemala (un país formalmente libre pero, de facto, bajo protectorado de los Estados Unidos), veremos al Estado dominante, liberal y capitalista, recurrir a gran escala y de forma sistemática a la tortura, a los campos de concentración y a prácticas genocidas contra los indígenas. En el texto de Bloch no hay ni rastro de todo esto.

 

Y los pueblos coloniales o de origen colonial siguen sin aparecer cuando el autor de Derecho natural y dignidad humana procede a la reconstrucción histórica de la Modernidad y del Liberalismo. Aprecia en Grocio y en Locke la orientación iusnaturalista, pero ni siquiera menciona su empeño por justificar la esclavitud de los negros. Refiriéndose a la guerra de independencia americana, ensalza la lucha de los «jóvenes Estados libres» que después fundaron los Estados Unidos, pero pasa por alto el peso de la esclavitud en la realidad político-social y en la propia Constitución federal americana (Bloch, 1961).

 

El silencio es tanto más llamativo por cuanto que los afroamericanos de la república transatlántica estaban librando por aquellos años una lucha para acabar definitivamente con el régimen supremacista.

 

Unos hechos que en Pekín atraen la atención de Mao Tse-Tung, de modo que puede ser interesante confrontar las posturas de dos personalidades tan opuestas. El filósofo alemán denuncia el carácter meramente «formal» de la igualdad liberal y capitalista; el dirigente comunista subraya cómo se entrecruzan desigualdad social y racial: los negros tienen una tasa de desempleo mucho más alta en comparación con los blancos, se ven abocados a los segmentos inferiores del mercado de trabajo y están obligados a contentarse con salarios muy reducidos. Pero Mao no se queda aquí: llama la atención sobre la violencia racista que emplean las autoridades sureñas y las bandas que estas toleran o incluso aplauden, y celebra

 

«la lucha del pueblo negro americano contra la discriminación racial y en favor de la libertad y la igualdad de derechos» (Mao Tse-Tung, 1963).

 

Bloch (1961) le recrimina a la revolución burguesa que limitase «la igualdad a la política»; refiriéndose a los afroamericanos, Mao (1963) señala que «la mayor parte de ellos no gozan del derecho al voto». Reducidos a mercancías y deshumanizados por sus opresores, durante siglos los pueblos coloniales han librado batallas memorables por el reconocimiento; y aun así escribe Bloch (1961):

 

«El principio según el cual los hombres nacen libres e iguales estaba ya en el derecho romano; ahora solo falta que se dé también en la realidad».

 

Veamos ahora la conclusión del artículo que el líder comunista chino le dedica a la lucha de los afroamericanos por la emancipación:

 

«El infame sistema colonialista-capitalista se desarrolló gracias a la esclavización y la trata de los negros, y sin duda finalizará con su completa liberación» (Mao Tse-Tung, 1963).

 

Vemos, pues, que en los textos citados de Mao (al igual que en los que señalamos antes de Ho Chi Minh) no se da ni la minusvaloración de la libertas minor que encontrábamos en Della Volpe, ni la ilusión, común a Della Volpe, Bloch (y Bobbio), pese a sus distintas declinaciones, en virtud de la cual el capitalismo y el liberalismo garantizarían cuando menos la «igualdad formal», e incluso la «igualdad política»…

 

(continuará)

 

 

 

 

[ Fragmento de: Losurdo, Domenico. “El marxismo occidental. Cómo nació, como murió y cómo puede resucitar” ]

 

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