miércoles, 30 de agosto de 2023

 

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EL MARXISMO OCCIDENTAL

Cómo nació, como murió y cómo puede resucitar

 

Domenico Losurdo

 

(18)

 

 

 

III

 

MARXISMO OCCIDENTAL Y REVOLUCIÓN ANTICOLONIAL:

UN ENCUENTRO FRUSTRADO

 

 

 

 

5. La regresión idealista y eurocéntrica de Althusser

 

Mientras que en el plano político compromete la comprensión de las grandes luchas político-sociales de la historia contemporánea, en el plano teórico el antihumanismo provoca dos consecuencias tan relevantes como negativas. Marx insistió muchas veces en el hecho de que su teoría es expresión teórica de procesos y movimientos reales, de una lucha de clases real. Para Althusser, en cambio, el materialismo histórico y el movimiento real que contribuye a promover son el resultado de una «ruptura epistemológica» (al igual que para Della Volpe son resultado de un método científico que atesora las lecciones de Galileo y, antes, del Aristóteles crítico de Platón). Asistimos así a un giro idealista del materialismo histórico, el cual se debería a la genialidad de un autor singular, que habría arribado a un continente nuevo: tras el descubrimiento del «continente matemático por los griegos» y del «continente físico por Galileo y sus sucesores», Marx se lanza a descubrir el «continente  Historia» (Althusser, 1969). Después de haberle reprochado una y otra vez al humanismo la ocultación de la lucha de clases, es ahora el propio Althusser (junto con Della Volpe) quien hace que se difumine ensombrecida por la elaboración del materialismo histórico.

 

Y la regresión idealista es al mismo tiempo una regresión eurocéntrica. Tanto en Marx como en Engels la emergencia del materialismo histórico presupone, por un lado, la Revolución Industrial y, por otro, la revolución política, y en primer lugar la francesa. Ninguna de estas revoluciones tiene una dimensión exclusivamente europea. La primera remite al proceso de formación del mercado mundial, al expansionismo colonial, a la acumulación capitalista originaria; la segunda tiene uno de sus momentos cumbre en la sublevación de los esclavos negros de Santo Domingo y en la abolición de la esclavitud colonial decretada en Pa-rís por la Convención jacobina. Para Althusser (al igual que para Della Volpe), en cambio, la elaboración del materialismo histórico resulta ser un capítulo de una historia intelectual que se desarrolla exclusivamente en Europa.

 

Las razones que sustentan la postura del filósofo francés están claras: eran los años en los que se enarbolaba la bandera del «humanismo» para acallar la lucha contra el imperialismo; se iniciaba un proceso que conduciría más adelante a la capitulación de Gorbachov. Bien mirada, la crítica filosófica del humanismo, al que se considera proclive a ocultar el conflicto social, implica al mismo tiempo un distanciamiento respecto de las «concepciones con tintes de reformismo o de oportunismo, o simplemente revisionistas», que tanta difusión tuvieron por aquellos años (Althusser y Balibar, 1965).

 

Por desgracia, la polémica se plantea desde posiciones equivocadas. En primer lugar, hay que tener presente que no solo la apelación a la común humanidad (y a la moral) puede hacer que se olvide la lucha de clases, sino también la referencia a la ciencia. No obstante, el filósofo francés se pronuncia con toda razón contra la frase que, condenando una visión interclasista de la ciencia, contraponía la «ciencia proletaria» frente a la «ciencia burguesa»; le reconoce a Stalin el mérito de haberse opuesto a la «locura» que pretendía «a cualquier precio hacer de la lengua una superestructura» ideológica. Gracias a estas «simples paginitas» —concluye Althusser— «entrevemos que el uso del criterio de clase no es ilimitado, y que nos lleva a tratar como ideología incluso la ciencia, incluidas las propias obras de Marx» (Althusser, 1965). ¿Y qué hay de la moral? Colocar en el mismo plano posturas que abogan por la unidad del género humano y posturas que la niegan y la ridiculizan, argumentar así en nombre de una sedicente lucha de clases puramente proletaria equivale a perder de vista la lucha de clases real, cuya razón de ser es la deshumanización de amplios sectores de la humanidad, degradados a under men o Untermenschen, y destinados únicamente a la opresión, la esclavitud o la aniquilación.

 

 

En abierta polémica contra la lectura en clave humanista del marxismo, Althusser no se cansa de repetir que Marx no parte del «hombre» o del «individuo», sino de la estructura histórica de las relaciones sociales. Sin embargo, es llamativo que el concepto de «hombre», o bien el de «individuo», se dé por sentado. En realidad, los conceptos de individuo y de hombre en cuanto tal, con independencia del sexo, el origen o el color de la piel, es el resultado de luchas seculares por el reconocimiento, emprendidas para más señas bajo la bandera de ese humanismo que tanto desprecia Althusser. Esto vale para las mujeres (consideradas incapaces por naturaleza de tener entendimiento o voz en el plano político, así como de desempeñar tareas intelectuales que requieran cualificación), para los trabajadores asalariados de las metrópolis (asimilados a herramientas, a máquinas bípedas y, en última instancia, a bestias) y de un modo muy particular para los pueblos coloniales (deshumanizados a todos los niveles). Es verdad que el filósofo francés reconoce que podría haber un «humanismo revolucionario» a partir de la Revolución de Octubre (Althusser y Balibar, 1965), pero tiene muchas dudas al respecto; y así lo único que consigue es obstaculizar la comprensión de las gigantescas luchas que libran «los esclavos de las colonias» (por usar palabras de Lenin), encaminadas a obtener el reconocimiento de su dignidad humana.

 

Althusser considera que la categoría de hombre queda comprometida por su interclasismo, incapaz por sí misma de atraer la atención sobre la realidad de la explotación y la opresión. Ahora bien, aquí hay un segundo error teórico. No existen términos de suyo capaces de expresar en estado puro el antagonismo político y social, no hay términos ideológica o políticamente «puros», que hayan sido empleados siempre, y tan solo, por revolucionarios y en clave revolucionaria. En los Estados Unidos del siglo XIX, el partido empeñado en defender primero la esclavitud negra y después el régimen de la white supremacy se definía como «demócrata». Y esta consideración vale igualmente para categorías que parecen indisolublemente ligadas a la historia del movimiento obrero.

 

En Francia, tras las revoluciones de 1848, también los conservadores empezaron a blandir la bandera del «trabajo» y del respeto a la «dignidad del trabajo», decididos a denunciar como «ociosos» y vagabundos a los agitadores revolucionarios o a los obreros en huelga por la mejora de sus condiciones de vida y de trabajo. Pero es Hitler quien se lleva la palma al erigirse, ya desde el nombre del partido que funda y dirige, en campeón del «socialismo» y defensor de los «obreros alemanes».

 

En conclusión: a pesar de que su punto de partida es distinto, Althusser llega a las mismas conclusiones que Tronti. El autor italiano no se cansa de repetir que «el universalismo es la visión burguesa clásica del mundo y del hombre». Por suerte hay obreros: «gracias a ellos, y solo a ellos, podemos renunciar por fin a abanderar valores universales, pues desde su punto de vista son siempre ideológicamente burgueses» (Tronti, 2009).

 

Antes que con el universalismo, Althusser la emprende con el humanismo. Pero su actitud es la misma: sin darse cuenta, acaba maquillando el blanco de una crítica que se pretendía intransigente y se negaba a cualquier compromiso.

 

 

En realidad, tachar el universalismo o el humanismo como en sí «burgueses» o favorables al compromiso con la burguesía significa interrumpir a mitad de camino la crítica de la sociedad capitalista: se le reprocha el carácter meramente formal de los derechos civiles y políticos, cuyo titular debería ser el hombre en cuanto tal y en su universalidad, pero sin hacer referencia a las terribles cláusulas de exclusión que privan a los pueblos coloniales o de origen colonial incluso de esos derechos civiles y políticos (además de los económicos y sociales). Es decir, se pasa por alto la condición colonial, que no obstante, a ojos de Marx, revela mejor que ninguna otra la barbarie de la sociedad capitalista. Se revela así en toda su brutalidad, y acaba manifestándose de modo explícito, la carga de deshumanización del orden existente, confirmada —de un modo particularmente clamoroso— por la teorización del under man, que precede en los Estados Unidos a la teorización del Untermensch. En otras palabras: era mucho más consecuente y más radical Togliatti, que denunciaba, antes incluso que el olvido de los derechos económicos y sociales, la «bárbara discriminación entre los seres humanos» en la que se sustenta la sociedad capitalista…

 

(continuará)

 

 

 

[ Fragmento de: Losurdo, Domenico. “El marxismo occidental. Cómo nació, como murió y cómo puede resucitar” ]

 

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