miércoles, 23 de agosto de 2023

 

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Joan E. Garcés  /   “Soberanos e intervenidos”

 

 (…)

 

 

Segunda parte

ESTRATEGIAS MUNDIALES E INTERVENCIÓN

 

 

 

 

II. RULETAS RUSAS

 

Si comparamos la evolución de Europa con los objetivos establecidos en agosto de 1947 por el Comité Conjunto de Planificación de Guerra del Pentágono, podemos observar que aquéllos culminaban en el apartado

 

3.e) –reemplazar los anteriores gobiernos Comunistas «por gobiernos formados por equipos de personas previamente escogidas por nosotros y regímenes militares, según se requiera». La meta de la guerra fría no era sólo cambiar el régimen político-económico de la URSS sino también desmembrarla.

 

El objetivo 3.a) era «abolir la URSS en tanto que federación de repúblicas y reducir la soberanía de la República de Rusia a las fronteras de 1939»;

 

el objetivo 3.b) «otorgar plena soberanía a todas las Repúblicas soviéticas […], los ciudadanos rusos en esos países serían repatriados».

 

Si la historia política algo enseña es que la destrucción de un Estado conlleva riesgos y consecuencias que, dada su recurrencia, son previsibles. Ha sido así en casos anteriores, como hemos visto en España y América Latina. Los de Yugoslavia y la URSS en 1991-1992 no son excepción. Destruidos los valores de legitimación político-ideológica del Estado, la crisis paralela o subsiguiente del sistema social ha sido de tal envergadura que apenas la sobrenadan referentes primarios de identificación individual y colectiva –sean étnicos, nacionales, de religión o clan. No podía, pues, sorprender que la destrucción del Estado soviético y la transición a un sistema capitalista en Rusia hubiera conllevado el derrumbe de su fábrica socioeconómica. El Producto Nacional Bruto ha caído ininterrumpidamente desde 1990 (–10% en 1994). La producción industrial descendió 18% en 1992, 16% en 1993, 35% en 1994. La inflación fue de 2.500% en 1992, 940% en 1993, 320% en 1994. Tampoco podía sorprender que con la privatización de las actividades productivas éstas fueran fagocitadas por empresas del crimen organizado. Marshall Goldman, del Centro de Estudios sobre Rusia en la Universidad de Harvard, estimaba que para febrero de 1994 la mafia rusa concentraba en sus manos entre el 70 y 80% del sector económico privado. Un informe oficial preparado para el presidente Yeltsin a comienzos de 1994 calculaba que entre el 70 y 80% de las empresas privadas y bancos comerciales pagaban del 10 al 20% de su cifra de negocios a organizaciones criminales, las cuales tenían bajo su control a unas 40.000 empresas –dos mil de ellas en el propio sector público. Recolectar semejante “tributo” daba trabajo a más de diez mil personas en San Petersburgo, quinientas de ellas eran criminales cualificados. El 50% de la población había sido reducida a niveles de pobreza, reconocía Yeltsin el 10 de junio de 1994. La expectativa media de vida en los varones descendió un 10% entre 1989 y 1993, la tasa de suicidios se incrementó en 43% entre 1991 y 1993. La evolución no era mejor en las restantes ex repúblicas soviéticas, casi todas sumergidas además en guerras civiles desde 1991-1992 –excepto donde la URSS había estacionado armamento atómico (Bielorrusia, Ucrania, Kazajstán). Lo que permite pensar que también la Federación de Rusia hubiera sido sumergida pronto en la guerra civil de no contar con armamento atómico que, cual amuleto, obligaba a la Potencia americana a evitar que la cadena de mando en las FF AA y el Estado ruso se rompiera y dejara armas y misiles atómicos fuera de control –con riesgo de caer en manos no deseadas. Un nuevo papel político del arma atómica se experimentaba en Rusia: disuadir que la intervención extranjera derivara en guerra civil.

 

 

A lo largo de 1991 y 1992 Rusia parecía caminar a buen ritmo hacia el aludido objetivo 3.e) del Comité Conjunto de Planificación de Guerra del Pentágono cuando, de pronto, el domingo 19 de septiembre de 1993 el electorado de Polonia envió al Parlamento una mayoría salida de partidos herederos del anterior régimen comunista. Como si de un aviso se hubiera tratado, dos días después y previa consulta a Washington el presidente Yeltsin dio un golpe de Estado, asumió plenos poderes y ordenó al Congreso disolverse (facultad que la Constitución no concedía al jefe del Estado). Yeltsin cubrió su iniciativa convocando elecciones parlamentarias para diciembre siguiente –facultad que tampoco tenía, y cuando ni siquiera existía una Ley electoral. El miércoles 22 de septiembre el Tribunal Constitucional declaraba nula la disolución del Congreso, este último aplicaba el artículo de la Constitución que le permitía destituir al Presidente por violar la Ley de Leyes y nombraba al entonces vicepresidente de Rusia –Alexander Rutskoi– nuevo jefe del Estado. Yeltsin no se inclinó, y en la madrugada del 4 de octubre ordenó a las tropas bombardear y asaltar el Parlamento. Los gobiernos de la CEE, reunidos aquel mismo día en Luxemburgo, y el presidente de EEUU expresaron públicamente su respaldo a Yeltsin mientras el bombardeo tenía lugar. Diez horas después, sumados más de 500 muertos en el interior del Parlamento, ocupadas varias plantas por soldados de asalto y el resto en llamas, se rendían el presidente del Legislativo –Ruslan Kasbulatov– y Alexander Rutskoi. Yeltsin decretaba el toque de queda en Moscú, imponía la censura, prohibía medios de comunicación y partidos de oposición. ¿Estaba siendo puesta Rusia bajo la dictadura alternativa prevista en el objetivo 3.e) antes indicado? En propiedad no, ya que éste contemplaba una dictadura “militar” al servicio de la Potencia estadounidense, y en la encrucijada de 1993 las FF AA rusas no aceptaron subordinarse a ella. Las elecciones a un nuevo Parlamento tuvieron lugar en diciembre de 1993 y, a pesar de celebrarse bajo los plenos poderes de Yeltsin y la ley electoral por él mismo dictada, los candidatos del Gobierno y heraldos de la transición al capitalismo apenas sumaron el 14% de los sufragios.

 

El objetivo 3.e) estudiado en 1947 por el Pentágono para la URSS ha sido aplicado muchas veces y con éxito sobre otros Estados, en particular de América Latina, cuando los ciudadanos votaban de modo distinto a como el gobierno de EEUU deseaba. En la Rusia de 1992-1993 la dirección de las funciones económicas esenciales de lo que quedaba de Estado estaban en manos de Yegor Gaidar y Boris Fiedorov, hombres de confianza de los centros del capital internacional; la de las funciones diplomáticas en manos de Yeltsin, alineado con Washington; los servicios de seguridad disueltos, desmoronada la identidad político-estratégica del Ejército Rojo, la población reducida a niveles de pobreza no conocidos desde la segunda guerra mundial. En tales condiciones, sin embargo, dos meses después del escarmiento del bombardeo del Parlamento el 85% del electorado ruso se obstinaba y votaba contra los líderes cooptados para instaurar un sistema capitalista. De haberse encontrado para entonces la sociedad de Rusia tan penetrada como las de América Latina, se hubiera podido dar la orden de pasar de la fase primera a la fase segunda del objetivo 3.e), es decir, someter a los rusos a una dictadura hasta que su voluntad se resignara a lo que los centros del capital internacional estimaran idóneo. Es lo que Samuel Huntington se complace en denominar “solución Pinochet” (insurrección del Mando militar seguida de politicidio y dictadura –siempre bajo control de la Potencia interventora). Pero en diciembre de 1993 EEUU no tenía el pleno control ni de los líderes políticos ni de los mandos de las FF AA de Rusia. Diferencia mayor con América Latina a los efectos de la operatividad del objetivo 3.e). La solidez de un gobierno radica en su representatividad social y en la fortaleza de su Estado, lo que presupone unas FF AA identificadas con su Nación y no instrumento de la Potencia intervencionista. En 1993 tampoco era posible una intervención según el modelo de 1918 –apoyo a unidades militares “blancas” en lucha con las “rojas”– el armamento atómico (biológico, y otros) disuadían promover la quiebra de la cadena de mando militar ruso y el consiguiente riesgo de guerra civil.

 

Las fronteras establecidas en Europa en 1945 fueron alteradas por primera vez en 1990-1991 –absorción de la RDA por la RFA.

 

En los dos años siguientes fueron desintegrados los dos Estados (Checoslovaquia, Yugoslavia) creados en 1914 por los vencedores de los Imperios germánicos. Alemania había destruido a ambos Estados ya en 1938-1944 al anexionar sin resistencia a Bohemia y Moravia, satelizar Eslovaquia u ocupar Eslovenia, Croacia y Bosnia. Checoslovaquia y Yugoslavia fueron restauradas de nuevo en 1945 por los vencedores de Alemania. Yugoslavia, Estado plurinacional cuya sobrevivencia dependía de evitar caer en zonas de influencia, fundó el Movimiento de Países No Alineados y supo atravesar la guerra fría sin entrar en la órbita de Moscú o Washington. En 1991-1992 la intervención extranjera contribuyó de nuevo a destruir el Estado Federal de Yugoslavia. Todos vieron los horrores de la guerra civil subsiguiente, menos fueron quienes advirtieron que derivaba de una intervención de Alemania. En 1992, al igual que en 1941, el gobierno, ejército y sociedad yugoslavos no aceptaron la disolución del Estado sin ofrecer resistencia, y sus pueblos fueron sumergidos en la guerra civil. A mediados de 1993, mi amigo Marcus Raskin, del Institute for Policy Studies de Washington, D.C., pidió a Cyrus Vance, secretario de Estado durante la Administración Carter y mediador internacional en la crisis yugoslava hasta su dimisión pocos días antes– que le respondiera a dos preguntas. La primera, si la guerra civil hubiera estallado de no darse la política de la Alemania reunificada hacia Yugoslavia. Vance respondió que no habría habido guerra civil. La segunda pregunta fue si esta política alemana había sido una improvisación, o una iniciativa circunstancial del Ministro de Asuntos Exteriores –H. D. Genscher–, o una reedición de las tendencias históricas germánicas hacia los Balcanes desde al menos 1914. La respuesta fue: reemergencia de tendencias históricas. Cabe preguntarse qué garantías no habrían recibido los gobiernos autónomos de Eslovenia, Croacia y Bosnia para estimularles a desmantelar el Estado Federal yugoslavo si, en abril de 1990 –un año antes de la liquidación de Yugoslavia–, también el presidente del Partido Nacionalista Vasco podía sostener que

 

«los alemanes [en el Gobierno] más de una vez nos han expresado su apoyo, diciendo que nuestras aspiraciones [a la independencia] son perfectamente asumibles en la Europa del futuro. Nosotros tenemos un plan diseñado ya, y le hemos puesto fechas. La soberanía de Euzkadi, estilo Lituania, a proclamar entre el 1998 y el 2002».

 

 

La guerra civil en los Balcanes contenía ingredientes susceptibles de convertirse en lo que la intervención germanoitaliana de 1936 en España significó para la guerra general de 1939-1945: un ensayo, una etapa. ¿Bosnia como pretexto? A favor de la tragedia en que esta última fue sumergida en 1992 –tras lograr el canciller Kohl en diciembre de 1991 que la CEE reconociera la secesión de Croacia– EEUU puso en práctica lo que la Administración Bush proponía en diciembre de 1989: ampliar el área de acción de la OTAN más allá del perímetro defensivo establecido en los arts. 5 y 6 del Pacto Atlántico (1949), transformando la Coalición en instrumento de intervención militar sobre el resto de Europa y aun del Mundo. El 9 de febrero de 1994, sobrepasando las reticencias de Canadá y Gran Bretaña y la resistencia activa de Grecia, los Estados de la OTAN aprobaban la proposición de EEUU (y esta vez también de Francia) de lanzar un ultimátum a los serbio-bosnios: en diez días la OTAN bombardearía si no levantaban el cerco de Sarajevo. En 1991 la acción bélica de EEUU y la UEO en el Golfo Pérsico contribuyó a acabar con el gobierno Gorbachov y desintegrar la URSS, la entrada de la OTAN en los Balcanes en 1994 entrañaba otras magnas potencialidades. Si la Administración Bush utilizó a la ONU como cobertura para sus propios intereses en la crisis de 1990-1991 con Irak, la OTAN hizo lo propio en 1994 en la de Bosnia. Que la OTAN interviniera en Europa oriental en acción ofensiva era un cambio cualitativo de tal envergadura que, como era previsible, en Moscú activó reacciones adversas. Aquel mes de febrero de 1994, por primera vez desde la desaparición de la URSS, Rusia vetaba una propuesta de EEUU en el Consejo de Seguridad de la ONU.

 

Por iniciativa conjunta de EEUU y Francia la OTAN era lanzada contra una de las partes de la guerra civil, la serbia. Como París no daba un paso semejante sin coordinarlo con Alemania (Eje París-Bonn), Washington estaba sumando de hecho la potencia de fuego de la OTAN a la política germana hacia los Balcanes. Ésto despertó el reflejo británico cuya conceptualización nos ha ocupado en capítulos anteriores, pues la entente Bonn-París-Washington en los Balcanes marginaba a Londres (y Moscú) en la primera intervención de la OTAN fuera de su perímetro. Horas después de haber lanzado esta última su ultimátum, el Primer Ministro británico se presentaba en el Kremlin –contradicción en la OTAN. El mismo 9 de febrero de 1994 EEUU reconocía la independencia de la ex república yugoslava de Macedonia, Grecia replicaba el siguiente día 16 cerrando el puerto de Salónica –vía de acceso de Macedonia al mar. Alemania apoyó a Macedonia y empujó al resto de la CEE a protestar ante Atenas –fisuras dentro de la CEE. Pero, inesperadamente, el jueves 17 Moscú convencía a los serbio-bosnios para que retiraran la artillería de Sarajevo, anunciaba el envío de 400 soldados bajo bandera ONU y el jefe de las Fuerzas Aéreas rusas, general Piotr Deinekine, declaraba el viernes 18 a la televisión que «la primera bomba lanzada por un avión de la OTAN [en Sarajevo] significará el inicio de la guerra en Europa» –primer crujido después de 1989 en el entendimiento paneuropeo. Durante los tres días anteriores al vencimiento del ultimátum se interpuso también el general británico Michael Rose, jefe de las fuerzas de la ONU en Bosnia, insistiendo en que la OTAN no podía abrir fuego puesto que los bosnios retiraban su artillería. La bomba de la OTAN no cayó en Sarajevo el lunes 21 de febrero.

 

La mediación rusa fue, sin embargo, imposibilitada el siguiente domingo 10 de abril al bombardear sin previo ultimátum aviones (norteamericanos) de la OTAN el enclave de Gorazde. Parecía que alguien deseaba que la OTAN interviniera fuera de su perímetro, y para lograrlo apartaba de en medio a los mediadores lanzando de improviso un ataque a las 18.22 horas de un domingo. El hecho consumado desbarataba las mediaciones no sólo de los rusos sino las del propio Charles E. Rodman, mediador de EEUU en Bosnia que seis horas antes del bombardeo declaraba hallarse ante

 

una situación casi sin precedente, ambos bandos [el serbio y el musulmán] están hablando en serio de parar totalmente las hostilidades no sólo en Gorazde sino en todo el país; [las bombas de la OTAN sobre Gorazde] han hecho desaparecer totalmente por ahora esa expectativa.

 

En la noche de aquel mismo domingo 10 Moscú protestaba por no haber sido tenido en cuenta, y solicitaba la convocatoria urgente del Consejo de Seguridad de la ONU. En vano, el lunes 11 la OTAN bombardeaba de nuevo Gorazde y el secretario general de la OTAN, el alemán Manfred Wörner, hacía saber que

 

«hasta el momento sólo hemos usado dos aviones. Tenemos más de 100 en nuestras bases en Italia, de modo que aviso a todos que renuncien a la idea de respondernos».

 

Mientras que los gobiernos de Francia y Alemania aprobaban los bombardeos, el Parlamento de Rusia los condenaba. El martes 12 Boris Yeltsin insistía en que

 

«sólo un acuerdo negociado en Bosnia puede poner fin a la guerra, mientras que los bombardeos de la OTAN pueden eternizarla».

 

Un mes más tarde, 12 de mayo, el Senado de EEUU recomendaba a su Gobierno levantar el embargo de armas a los bosnio-musulmanes; dos días después, la Duma rusa replicaba que si algún país levantaba unilateralmente el embargo a Bosnia

 

«Rusia debía tomar las medidas de respuesta adecuadas, incluido que el Kremlin dejara de participar en el régimen de sanciones [contra Serbia]».

 

El 9 de junio la Cámara de Representantes de EEUU se sumaba a la propuesta del Senado; cinco días después, el ministro ruso de Asuntos Exteriores Andrei Kozirev daba la previsible réplica:

 

«si una Potencia o ambas empiezan a apoyar a sus clientes, eso retrotraerá el Mundo a los peores años de la guerra fría, o a una nueva guerra mundial».

 

El desmantelamiento de tres Estados –RDA, Yugoslavia, Checoslovaquia–, hizo más profundos y prolongados los efectos de la súbita desintegración del cuarto Estado –la URSS, objetivo mayor de la guerra fría. Se sentirán durante décadas, su potencialidad puede ser telúrica. Las estrategias de reparto de pueblos en zonas de influencia, o de anexiones puras y simples, hallarán en la disolución del Estado euroasiático oportunidades de magnitud desconocida desde la desintegración de la monarquía hispánica –que abarcaba también dos continentes pero cuyos territorios fueron repartidos de modo gradual a lo largo de los siglos XVII, XVIII, XIX y XX. En 1995 las combinaciones que en teoría se presentaban eran muchas: Alemania lograría reconstruir la Mitteleuropa, o bien tendría que compartirla con Francia y EEUU; se restablecería, o no, el cordón de Estados tapón que el Tratado de Versalles (1919) erigió en torno de Rusia; se reactivarían, o no, las alianzas entre Alemania y Rusia –las de ascendencia bismarckiana, o la proyectada por Lenin tras la caída del II Imperio alemán; se reanudaría, o no, el diseño del II y III Imperio alemán de subordinar a los pueblos eslavos, en particular al ruso; las naciones de cultura turca de Asia meridional conseguirían agruparse, o no; y/o los pueblos islámicos; o los chinos. Y un largo etcétera. Cualesquiera que fueran las combinaciones del “Gran Juego”, de algo podemos estar bastante seguros tras la guerra fría de 1945-1991 como para anticiparlo con poco margen de error: las políticas de equilibrios y contraequilibrios mediante el reparto de Eurasia en zonas de influencia encierran hoy igual riesgo de conflictos, guerras y catástrofes que durante los siglos anteriores. Por más diferencias que hubiera, la intensidad y amplitud de las destrucciones podrían ser mayores habida cuenta de las técnicas disponibles a fines del siglo XX.

 

Desde la segunda mitad de 1993 apuntaba en el horizonte una nueva confrontación, pausadamente los corceles de guerra parecían estar siendo enjaezados. Volvía a actuar la lógica interna de los conceptos de la que en homenaje a su origen denominamos “estrategia británica”. Bajo la propuesta de ampliar el perímetro de la OTAN hacia el Este –absorbiendo a Hungría, República Checa, Polonia, Eslovaquia, pero excluyendo a Rusia–, se podía entrever el designio de mantener dividido el gozne entre Asia y Europa. En este punto eran lógicos consigo mismos quienes sostuvieron la guerra fría, sus gabinetes políticos y militares, pues su estrategia hemos visto que tenía su raíz conceptual en la británica. En la medida en que ésta continúe operando, el riesgo de guerra persistirá en Europa. La voluntad de dividir entre zonas de influencia la masa occidental de Europa y la oriental generó sucesivos conflictos bélicos antes de la guerra fría, y los volverá a generar después. A finales de 1993 emergía en Rusia la previsible resistencia de quienes rechazaban «gobiernos formados por equipos de personas previamente escogidas por nosotros [la Potencia intervencionista extranjera] y regímenes militares, según se requiera». La dificultad para el Pentágono de generar en el seno de las FF AA rusas una “solución Pinochet” que “estabilizara” Rusia a su acomodo, la inviabilidad de la opción alternativa –la “solución Franco” (fractura de la cadena de mando militar, terror de masas, guerra civil y dictadura subordinada a la Potencia interventora)–, abrían a los conceptos estratégicos británicos, a su lógica interna, la vía hacia otra confrontación general. Bastaba observar la filiación de los conceptos evocados en medios nacionalistas rusos tras la disolución de la URSS –como los publicitados por el ganador de las elecciones parlamentarias de diciembre de 1993, Vladimir Zhirinovski. Que no proponían otra cosa sino dividir el Mundo en cuatro zonas de influencia: América Latina, para EEUU; Europa occidental y central más África, para Alemania; Europa oriental y el sur de Asia hasta el Índico, para Rusia; Asia oriental, para Japón (y China). El mapa que dibujaba Zhirinovski encontró después de diciembre de 1993 una difusión masiva en todas las lenguas. Lo que hacía más sonoro el silencio, también universal, sobre la paternidad de tales conceptos geopolíticos: la escuela de Múnich de Karl Haushofer…

 

(continuará)

 

 

 

[ Fragmento de: Joan E. Garcés. “Soberanos e intervenidos” ]

 

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