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EL MARXISMO OCCIDENTAL
Cómo nació, como murió y cómo puede resucitar
Domenico Losurdo
(16)
III
MARXISMO OCCIDENTAL Y REVOLUCIÓN ANTICOLONIAL:
UN ENCUENTRO FRUSTRADO
3. Obrerismo» y condena del tercermundismo
El desinterés por la cuestión colonial (y neocolonial) puede ser practicado y reivindicado también en nombre de un rigor revolucionario que, sin dejarse distraer por países periféricos y por clases ligadas aún en muchos aspectos al mundo preindustrial, se centra en la metrópoli capitalista y en la lucha de la clase antagonista por excelencia: la clase obrera. Es lo que le ocurre al «obrerismo» italiano, en particular a Tronti (2009):
«Nunca hemos caído en la trampa del tercermundismo, del campo asediando la ciudad, de las largas marchas campesinas; no somos ‘chinos’».
El texto de referencia del obrerismo italiano indicaba de un modo inequívoco, ya desde su título ( Obreros y capital), a qué clase social se dirigía exclusivamente el interés de Tronti. Estamos en el año 1966. En Vietnam la lucha de liberación nacional se atrevía a desafiar al mastodóntico aparato militar de los Estados Unidos, que un año antes habían desempeñado un papel no desdeñable en la represión que en Indonesia desembocó en la masacre de cientos de miles de comunistas y en la derrota del tercermundismo militante de aquel país. En América Latina arreciaba la lucha contra la doctrina Monroe, en cuyo nombre la administración Kennedy trató de invadir y someter a Cuba en 1961. En resumen: la lucha entre colonialismo y anticolonialismo echaba chispas, contribuyendo a alimentar una crisis que, desde la instalación de misiles soviéticos en la isla rebelde, iba a poner al mundo a las puertas de la catástrofe nuclear.
Tronti, que no se dejaba distraer por nada de esto, imaginaba a «Lenin en Inglaterra» (así suena el título de uno de los capítulos centrales del libro). Dejando atrás Rusia, muy poco desarrollada aún, el gran revolucionario se situaba en el centro de la metrópoli capitalista, pero esta vez no para analizar desde dentro el Imperio británico, embarcado en una guerra colonial tras otra y presto al combate por la hegemonía mundial; o bien analizar la «nación que explota al mundo entero» (Engels) y en la cual, según denuncia Marx, los propios obreros, contagiados por la ideología dominante, consideraban y trataban a los irlandeses, habitantes de una colonia salvajemente explotada y oprimida, como si de niggers se tratara (mEw). No, en Inglaterra Lenin se ocupaba exclusivamente de la fábrica y de la condición obrera; en otras palabras: se leía al gran revolucionario en clave de los trade unions, que él mismo criticó con dureza.
En lugar de imaginar a Lenin en la Inglaterra de finales del siglo XIX y principios del XX, probemos a imaginarlo en la década de los sesenta en los Estados Unidos: se encontraría en el país capitalista más desarrollado y a la cabeza de la opresión imperial y colonial en todo el mundo; en un país donde los obreros y sus sindicatos se enfrentaron no pocas veces, no siempre limitándose a las amenazas verbales, con los estudiantes (con frecuencia de origen burgués), empeñados en manifestarse contra el servicio militar obligatorio y contra la guerra de Vietnam. Pues bien, según el punto de vista del teórico obrerista, Lenin debería haberse ocupado únicamente de la clase obrera.
El hecho es que Tronti no deja de ir en busca de una lucha de clases en estado puro, y así, en un ensayo reciente, más de cuarenta años posterior a Obreros y capital, considera que por fin puede señalarla:
«1969 es el auténtico annus mirabilis […] En el 69 no se trataba de antiautoritarismo, sino de anticapitalismo. Obreros y capital se encontraron materialmente los unos frente al otro» (Tronti, 2009).
No se refiere a Inglaterra, ni tampoco a los Estados Unidos, sino a Italia. Y hay que decir que, para encontrar la lucha de clases en estado puro, Tronti se ve obligado a referirse a un país donde el Partido Comunista ejercía una enorme influencia, gracias además a una estrategia política de amplias alianzas que el teórico obrerista no podía compartir en modo alguno.
No hay duda, en cualquier caso, de que el año 1969 fue testigo de grandiosas luchas obreras. Ahora bien, los obreros fueron animados y acompañados por una presencia masiva de estudiantes. En no pocas ocasiones, eran de extracción burguesa y habían llegado a la militancia política desde la lucha contra el «autoritarismo», que situaban y denunciaban primeramente en el ámbito de la familia y de la escuela. Otros experimentaron un proceso de radicalización política impulsados por la indignación que suscitaba la salvaje guerra contra Vietnam, y también por el entusiasmo que despertaba la resistencia eficaz que un pueblo intrépido oponía frente al gigantesco aparato militar de sus agresores. Eran años en los que, en Asia, en América Latina e incluso en Oriente Medio, las revoluciones anticoloniales (apoyadas por países de alineación socialista) lograban éxitos brillantes, poniendo en graves dificultades al imperialismo estadounidense. Este clima se dejaba sentir también en Italia, donde operaba con más fuerza que nunca un Partido Comunista al que apelaban gran parte de los militantes y dirigentes que encabezaban y promovían las grandes luchas obreras y populares. La lucha de clases, que a ojos de Tronti parecía haber encontrado por fin su pureza, se revelaba para una mirada más atenta alimentada por el entrecruzarse de las contradicciones más diversas, incluida la que servía de base para la revolución anticolonial.
La polémica contra las posibles contaminaciones de la lucha de clases iba a asumir tonos militantes. Ya hemos visto la burla «del campo asediando la ciudad, de las largas marchas campesinas». Aquí, el blanco del sarcasmo «obrerista» es la mayor revolución anticolonial de la historia (que logra triunfar en China comenzando por la conquista del campo) y uno de sus momentos más elevados, que ve a los revolucionarios guiados por el Partido Comunista marchar a lo largo de miles de kilómetros, bajo el fuego de la reacción, para frenar la invasión del imperialismo japonés, decidido a esclavizar al pueblo chino en su conjunto.
El sarcasmo de corte más o menos «obrerista» no es nada nuevo. En su época Proudhon, preocupado también por preservar la pureza de la lucha entre pobres y ricos, o bien entre víctimas y beneficiarios de ese «hurto» en el que consiste la «propiedad», se burlaba de la lucha de liberación nacional del pueblo polaco, oprimido por la autocracia zarista.
Marx por su parte, que el año antes había fundado la Asociación Internacional de los Trabajadores, calificaba en 1865 esas mofas como expresión del «cinismo de un cretino» (mEw). Parece que Tronti no haya reflexionado sobre esta página de la historia del movimiento obrero. También él carga las tintas:
Los obreros tuvieron siempre una «misión» —¡debían tenerla!—, y esta misión fue siempre salvífica —¡debía serlo!—: salvar la fábrica, salvar el país, la paz, salvar a los pueblos del Tercer Mundo de las agresiones imperialistas (Tronti, 2009).
No explica, por ejemplo, qué debían hacer los obreros chinos mientras invadían su país: ¿seguir exigiendo incrementos salariales sin preocuparse de la esclavización que se cernía sobre ellos y sus conciudadanos?
La lectura en clave binaria del conflicto social, que solo ve una contradicción (la que enfrenta a los obreros y el capital), transforma esa misma contradicción en una prisión bajo la divisa del corporativismo más mostrenco. Un corporativismo que distorsiona la interpretación histórica. Se lee el siglo xx como la «época de las guerras civiles mundiales» (Tronti, 2009). Y en semejante marco de interpretación se diluye la revolución anticolonialista mundial, tanto en su aspecto de lucha armada como en el de lucha económica. Y mientras que los países que han alcanzado la independencia política tratan de hacerla concreta o sólida mediante el duro trabajo del desarrollo económico y tecnológico, al obrerismo no se le ocurre otra que exigir la «supresión obrera del trabajo»…
(continuará)
[ Fragmento de: Losurdo, Domenico. “El marxismo occidental. Cómo nació, como murió y cómo puede resucitar” ]
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