martes, 22 de agosto de 2023

 

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EL MARXISMO OCCIDENTAL

Cómo nació, como murió y cómo puede resucitar

 

Domenico Losurdo

 

(15)

 

 

 

III

 

MARXISMO OCCIDENTAL Y REVOLUCIÓN ANTICOLONIAL:

UN ENCUENTRO FRUSTRADO

 

 

 

 

2. El Marx demediado de Della Volpe y Colletti

 

En el debate planteado por Bobbio, además de Togliatti y antes que él, intervino Della Volpe, considerado en aquel momento el filósofo más ilustre del marxismo italiano. Hay algo que llama la atención de inmediato: ¡hasta qué punto eran distintas las posiciones del gran intelectual y el secretario de su partido! A diferencia del segundo, el primero no hacía la más mínima referencia a la cuestión colonial (ni siquiera al estado de excepción permanente impuesto a los países que protagonizaron revoluciones que el Occidente liberal veía con suspicacia u hostilidad). Della Volpe seguía, por el contrario, una estrategia completamente distinta, centrándose en la celebración de la libertas maior (el desarrollo concreto de la individualidad garantizado por las condiciones materiales de vida y posibilitado por el socialismo). Al hacerlo, por una parte, devalúa las garantías jurídicas del Estado de derecho, degradadas sin mayores reparos a libertas minor ; y por otra parte, termina dando por válida la transfiguración de la tradición liberal operada por Bobbio en campeona de la causa del goce universal al menos de los derechos civiles, la libertad formal o libertas minor, es decir, de la limitación del poder estatal.

 

El filósofo turinés exhortaba a estudiar y «entender el liberalismo» desde la escuela de «Locke y Montesquieu», así como desde El Federalista (Bobbio, 1955). Tanto la historia como la cuestión colonial quedan fuera: aparte de accionista de la Royal African Company, la sociedad que gestionaba la trata de esclavos negros, Locke fue, como bien ha observado un ilustre historiador de la institución de la esclavitud (D. B. Davis),

 

«el último gran filósofo que trató de justificar la esclavitud absoluta y perpetua».

 

“En cuanto a Montesquieu, invitaba a reparar en la «inutilidad de la esclavitud entre nosotros», «en nuestras latitudes», y a limitar, pues, «la esclavitud natural ( servitude naturelle) a determinados países particulares». Y uno de los redactores de El Federalista, Madison, era él mismo propietario de esclavos.

 

Los autores que Bobbio señala como maestros eran ellos mismos una confirmación de la «bárbara discriminación entre las criaturas humanas» que Togliatti le achaca al liberalismo. El filósofo turinés remitía con particular énfasis a John Stuart Mill y al himno a la libertad que contiene el que quizás sea el más célebre de sus textos: On Liberty (Bobbio, 1954). Y sin embargo, precisamente en ese ensayo vemos al liberal inglés justificando el «despotismo» de Occidente sobre las «razas» aún «menores de edad», obligadas a guardar una «obediencia absoluta», de forma que se las pueda situar sobre la vía del progreso (Losurdo, 2005). En los años cincuenta del siglo xx, el «despotismo» y la «obediencia absoluta» impuestos por Occidente se dejaban sentir muy bien en Indochina, en África y en todo el mundo colonial; en los mismísimos Estados Unidos (en cualquier caso en el Sur), los negros se veían expuestos a la violencia tanto de la policía local como de las bandas racistas y fascistas (promovidas o toleradas por las autoridades). Sin embargo, completamente fascinado por la celebración de la libertas maior, a Della Volpe no le preocupaba, o no era capaz de percibir, la clamorosa metedura de pata de Bobbio.

 

Por desgracia, Della Volpe hizo escuela: también sus discípulos se caracterizarían por prestarle escasa atención a la cuestión colonial. Piénsese en Lucio Colletti. Durante su etapa marxista demostró los límites de la libertad del mundo liberal-capitalista refiriéndose a las «casas de trabajo» o «correccionales» (en las que eran encerrados —a menudo como medida policial— desocupados y miserables, todos los considerados «ociosos y vagabundos», o sospechosos de serlo) y definiéndolas como «los campos de concentración de la ‘burguesía ilustrada’» (Colletti, 1969).

 

 

El argumento era pertinente, pero es una lástima que quedase bastante debilitado por su silencio sobre los campos de concentración propiamente dichos, que la «burguesía ilustrada» reservaba para los bárbaros de las colonias.

 

Siendo coherente con este silencio, en el momento de su ruptura con el marxismo y el comunismo, Colletti hacía un balance catastrófico de la secuencia histórica que arranca con la Revolución de Octubre, sin tener para nada en cuenta el impulso que supuso para la revolución anticolonialista mundial. La crisis del marxismo —notaba Colletti en 1980— «data de hace décadas»; para ser más precisos, «un marxista revolucionario como Karl Korsch la reconocía ya en 1931» (Colletti, 1980). La reconocía, por tanto, en un momento en que el sistema colonialista mundial todavía se mostraba vigoroso, hasta el punto de que Hitler se proponía extenderlo también a Europa oriental, construyendo allí las «Indias germanas». ¿Tenía algo que ver con el comunismo y el marxismo la revolución anticolonial que poco a poco se propagaba a escala planetaria? El filósofo, felizmente arribado al mundo liberal-capitalista, ni siquiera se planteaba esta pregunta.

 

Incluso se burlaba del interés de los marxistas —obstinados, incorregibles— por los países «subdesarrollados», por los «campesinos», las «poblaciones rurales», por «individuos no solo extraños a la tradición marxista, sino considerados con hostilidad al menos por el marxismo ‘clásico’» (Colletti, 1980). Como si Marx no hubiese dedicado una parte considerable de su producción a la lucha de liberación nacional de los pueblos irlandés y polaco (en buena medida integrados por campesinos), y como si (junto con Engels) no hubiese criticado agria y repetidamente a la clase obrera inglesa por su sustancial sumisión al colonialismo británico. Y ante todo, ignoraba esta gran tesis de Marx:

 

La profunda hipocresía y la barbarie intrínseca de la civilización burguesa se nos revelan sin velos desde el momento mismo en que apartamos los ojos de las grandes metrópolis, donde adoptan formas respetables, y los volvemos a las colonias, donde se muestran en toda su desnudez (mEw).

 

Reducido Marx a simple crítico de las «formas respetables» de la dominación capitalista y olvidada la cuestión colonial, Colletti no tenía problemas para presentar un balance maniqueo del capítulo histórico que se inició con la Revolución de Octubre, una revolución que estalló, conforme a la interpretación de Lenin que vimos más arriba, para poner fin a la «guerra entre esclavistas por consolidar y afianzar la esclavitud» colonial. A ojos del filósofo, convertido finalmente a las razones del Occidente liberal y capitalista, quien encarna siempre la causa de la libertad y la tolerancia es este último. Es verdad que no silencia «la masacre de un millón de comunistas en Indonesia», ni el «baño de sangre» que siguió al «golpe militar en Chile» y al «asesinato de Allende» en septiembre de 1973 (Colletti, 1980). Pero en ninguno de estos casos hace referencia al papel de los Estados Unidos, decididos a acabar con el tercermundismo (uno de cuyos adalides fue la Indonesia de Sukarno, caída en desgracia en 1965) y a reafirmar la doctrina Monroe (en América Latina). No, la «masacre» y el «baño de sangre» se mencionan tan solo para recalcar el fracaso del comunismo y del marxismo, que ofrecen un aspecto bastante mezquino en comparación con Occidente, campeón de la libertad…

 

(continuará)

 

 

 

 

[ Fragmento de: Losurdo, Domenico. “El marxismo occidental. Cómo nació, como murió y cómo puede resucitar” ]

 

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