viernes, 18 de agosto de 2023

 

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EL MARXISMO OCCIDENTAL

Cómo nació, como murió y cómo puede resucitar

 

Domenico Losurdo

 

(14)

 

 

III

 

MARXISMO OCCIDENTAL Y REVOLUCIÓN ANTICOLONIAL: 

UN ENCUENTRO FRUSTRADO

 

 

 

 

1. El debate Bobbio-Togliatti en el año de Dien Bien Phu

 

Durante algún tiempo, gracias también al enorme prestigio que obtuvo la Unión Soviética a resultas de Stalingrado y al inmenso eco que provocó tanto en Asia como en el resto del mundo la victoria de la revolución anticolonialista y del Partido Comunista Chino, la tensión latente entre ambos marxismos parece un capítulo cerrado de la historia. Se trata no obstante de una apariencia, como lo demuestra un debate que protagonizan en Italia, en 1954, Norberto Bobbio, que se dispone a convertirse en un filósofo de fama mundial, Galvano Della Volpe, por entonces el filósofo más ilustre del marxismo y el comunismo italiano, y Palmiro Togliatti, secretario general del Partido Comunista y líder en la primera línea del movimiento comunista internacional.

 

Es el primero quien inicia el debate. En los años de la Resistencia y en los que vinieron inmediatamente después —lo recuerda el propio Bobbio (1955)— se contaba entre «quienes creían en la fuerza irresistible del partido comunista». Y —debemos añadir— en la fuerza irresistible de la oleada revolucionaria que seguía creciendo: Hemos dejado atrás el decadentismo, que era la expresión ideológica de una clase en declive. Lo abandonamos porque participamos en el trabajo y compartimos las esperanzas de una nueva clase. Estoy convencido de que si no hubiésemos aprendido del marxismo a ver la historia desde el punto de vista de los oprimidos, ganando así una gran perspectiva sobre el mundo humano, no nos habríamos salvado. O bien habríamos buscado refugio en la isla de nuestra interioridad, o nos habríamos puesto al servicio de los antiguos patrones (Bobbio, 1954).

 

El marxismo, como resultado más elevado y maduro de la Modernidad, no es aquí el pensamiento de un autor singular, sino «el punto de partida de un movimiento de revoluciones sociales que todavía están en curso» y se muestran irresistibles: no se puede hacer «retroceder la historia» hacia el pasado. Quien quiera refutar en bloque el marxismo, que sepa que se dispone a acometer una empresa quijotesca: «debe recorrer hacia atrás un camino de cuatro siglos y zambullirse de nuevo en el Medievo» (Bobbio, 1951).

 

Y no solo el marxismo le merece un juicio netamente positivo, sino también las revoluciones que ha inspirado: la Revolución de Octubre ha provocado una radical «transformación del mundo feudal, económica y socialmente atrasado». Ha impulsado «una oleada tumultuosa y subversiva», que tarde o temprano acabará por remansarse y encauzarse siguiendo un curso más regular (Bobbio, 1951). Estamos, sin duda, ante «regímenes totalitarios», pero ello no puede constituir motivo de escándalo, pues se trata de «una dura necesidad histórica», que pesa sobre el presente, pero que está destinada a quedar superada (Bobbio, 1952).

 

Este elogio del marxismo y del comunismo no se hace con la vista puesta exclusivamente en la cuestión social por resolver en la metrópoli capitalista: se trata de poner en cuestión la «civilización occidental», la cual, fortalecida por el «éxito técnico» que ha logrado, «se arroga el derecho a considerarse como la única forma posible de civilización y a considerar, en consecuencia, que el único sentido del curso de la historia humana ha sido el de prepararle el camino» (Bobbio, 1951). Es preciso acabar con la filosofía de la historia que ha presidido el expansionismo colonial del Occidente capitalista:

 

La historia solo tiene una dirección, la dirección que ha recorrido la civilización blanca, en cuyos márgenes no hay más que estancamiento, atraso y barbarie […] El presupuesto implícito, y la consecuencia explícita, de la expansión colonial de los últimos cuatro siglos, que no ha conocido más formas de contacto con las distintas civilizaciones salvo el exterminio (en América), la esclavitud (en África) y la explotación económica (en Asia), su presupuesto es que no hay más que una sola civilización digna de ese nombre, y que es la única llamada al dominio (Bobbio, 1951).

 

Pasemos al debate de 1954. El filósofo turinés tiene ahora mayores reservas sobre los Estados socialistas: es mérito suyo el haber «iniciado una nueva fase de progreso civil en países políticamente atrasados, introduciendo instituciones tradicionalmente democráticas, tanto de una democracia formal, tales que el sufragio universal y los cargos electivos, como de democracia sustancial, cual es la colectivización de los medios de producción» (Bobbio, 1954). Sin embargo, el nuevo «Estado socialista» debe cultivar en su seno los mecanismos garantistas liberales, vertiendo así «una gota de aceite en los engranajes de la revolución una vez consumada» (Bobbio, 1954).

 

Hasta aquí, se trata de una postura que insiste con razón en el carácter esencial de la libertad «formal» y de su consagración jurídico-institucional. Desgraciadamente, el filósofo de Turín acaba identificando la causa de la libertad «formal» con el Occidente capitalista-liberal, haciendo abstracción de la cuestión colonial. Estamos en 1954. El 7 de mayo de aquel año, en Dien Bien Phu, un ejército popular guiado por el Partido Comunista pone fin al dominio colonial de Francia sobre Indochina y al terror y las infamias que este comportaba, vigorosamente denunciadas, como sabemos, por Ho Chi Minh. La víspera de la batalla, el secretario de Estado norteamericano John Foster Dulles se dirigió en estos términos al primer ministro francés Georges Bidault: «¿Y si os prestásemos dos bombas atómicas?» (se entiende que para que las utilizasen inmediatamente) (Fontaine, 1967). En aquellos mismos momentos, por poner solo un ejemplo, Gran Bretaña se enfrentaba al desafío contra su dominio colonial sobre Kenia encerrando a la población civil de aquel país en terribles campos de concentración, en los cuales estaba a la orden del día la muerte en masa de mujeres y niños.

 

Se comprende entonces la postura del secretario del Partido Comunista Italiano:

 

«¿Cuándo demonios, y en qué medida, se les han aplicado a los pueblos coloniales esos principios liberales sobre los que se dice fundado el Estado inglés decimonónico, modelo —según creo— del régimen liberal perfecto para quienes razonan con los argumentos de Bobbio?».

 

Lo cierto es que la «doctrina liberal […] se asienta sobre una bárbara discriminación entre las criaturas humanas». Y no solo en las colonias, también en la propia metrópoli capitalista está a la orden del día la discriminación, como bien lo demuestra el caso de los negros en los Estados Unidos, «en su gran mayoría privados de sus derechos elementales, discriminados y perseguidos» (Togliatti, 1954).

 

El líder comunista no le hace ningún desprecio a la libertad «formal». Su realización no puede obviar, ciertamente, la situación internacional y el contexto geopolítico, las terribles amenazas que pesan sobre la Unión Soviética y los países de alineación socialista. Pero no hay duda, pese a la necesidad de tener en cuenta una Guerra Fría que, como lo demuestra el diálogo entre Dulles y Bidault que acabo de referir, está siempre a punto de desembocar en un holocausto nuclear, de que la libertad erróneamente considerada «formal» por el marxismo vulgar es algo esencial:

 

Las transformaciones liberales y democráticas han puesto en evidencia una tendencia progresiva, de la que forma parte tanto la proclamación de los derechos de libertad como la de los nuevos derechos sociales. Derechos de libertad y derechos sociales se han convertido y son patrimonio de nuestro movimiento (Togliatti, 1954).

 

Aparte de los «derechos sociales», la diferencia entre el movimiento socialista y comunista, por un lado, y el Occidente liberal, por otro, está también —ante todo— en la reivindicación de los «derechos de libertad» para los pueblos coloniales o de origen colonial…

 

(continuará)

 

 

 

[ Fragmento de: Losurdo, Domenico. “El marxismo occidental. Cómo nació, como murió y cómo puede resucitar” ]

 

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