jueves, 17 de agosto de 2023

 

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Joan E. Garcés  /   “Soberanos e intervenidos”

 

 (…)

 

 

Segunda parte

ESTRATEGIAS MUNDIALES E INTERVENCIÓN

 

 

 

 

 

11. Después de la Guerra Fría

 

 

Dan vértigo las consecuencias que pueden derivar del fin de la guerra fría. No menos que las que angustiaban a Albert Einstein en su comienzo, y que no han perdido actualidad:

 

estoy convencido de que si la actual crispación continúa dominando las relaciones internacionales vamos a una catástrofe. No podemos contar con que el prestigio o la fuerza de una nación, por sí sola, pueda alcanzar la estabilidad internacional. El poder que hoy posee un país, mañana lo tendrán también otros. Las instalaciones industriales, por más complejas que sean, pueden ser reproducidas; la capacidad inventiva y los recursos económicos pueden ser explotados bajo otros sistemas de gobierno. Mientras las relaciones internacionales continúen siendo determinadas por soberanías nacionales rivales, el riesgo de guerra atómica persistirá. […] Aún nos queda ahora un poco de tiempo para considerar distintas vías que conduzcan al establecimiento de una federación de naciones donde los hombres puedan desarrollar y usar sus capacidades creativas al servicio del género humano.

 

¿Idealismo o realismo? Los desastres acumulados durante la guerra fría convierten los ideales kantianos en necesidad para la sobrevivencia de pueblos, culturas y biosfera. Otra cosa distinta es si la necesidad logra abrirse paso, cuándo y de qué modos.

 

En 1992 desaparecieron los fundamentos que dieron vida a la Coalición de la Guerra Fría: mantener a Alemania dividida y ocupada, destruir a la Unión Soviética. A los Estados enrolados en la Coalición en torno de la extinta URSS se les permitió cambiar de forma de Gobierno e instituciones económicas. ¿Cuánto tiempo les será reconocida, respetada, la libertad de autogobierno, de darse el sistema socioeconómico de su libre elección? El que tarden en ser enrolados en otra coalición bélica. Deseos no faltan. A lo largo de 1993 el gobierno democristiano-liberal de Alemania insistió en absorber a Polonia, Hungría, Eslovaquia y la República Checa dentro de la OTAN, haciéndose eco de sectores locales que la invocan cual jaculatoria para anclar la rueda de la Historia. O el tiempo que el capital multinacional tarde en impedir que la práctica de la democracia representativa permita elegir formas de organización socioeconómica distintas de las por él mismo auspiciadas, después que en 1993 los polacos y lituanos hayan elegido libremente gobiernos con mayoría de antiguos comunistas, los rusos en 1993 y 1995 un Parlamento donde comunistas y nacionalistas son la primera fuerza, Bielorrusia a un Presidente de trayectoria comunista en enero de 1994, también Ucrania como primer ministro en junio siguiente al comunista Vitali A. Masol, y asimismo Eslovaquia a Vladimir Meciar en octubre de 1994. El embajador de Hungría ante la CEE había afirmado que

 

«los partidos que hoy gobiernan Hungría necesitan el apoyo tangible de Bruselas a sus políticas antes de las elecciones parlamentarias de mayo 1994, para marginar a sectores nacionalistas y de izquierda que están urgiendo establecer alianzas con la antigua Yugoslavia y Rusia».

 

En abril de 1994 el gobierno de Hungría y Polonia solicitaban formalmente la adhesión a la CEE, mientras anunciaba que estudiaba hacer lo propio el de Rusia presidido por Viktor Chernomirdin. Sin embargo, el 8 de mayo de 1994 los húngaros eligieron a un nuevo Parlamento con mayoría de los «sectores nacionalistas y de izquierdas», que invistió a un ministerio de su misma orientación. En 1995 Bulgaria seguía parecido camino, y Polonia elegía Presidente al candidato de las izquierdas.

 

Desde 1990-1992 los propios Estados de la Coalición de la Guerra Fría asumen mayores márgenes de independencia, desde el Japón a Italia o Venezuela, sin que EEUU haya considerado “vital” imponerles partidos políticos clientelizados, o dictadores. Otros intereses económicos y estratégicos han adquirido prioridad –dificultades del sistema capitalista para asegurar el pleno empleo, degradación de las condiciones sociales y de la naturaleza en los países industrializados, tendencia a la renacionalización de políticas económicas y estrategias, brotes de guerra económica entre las propias Potencias aliadas durante la guerra fría, migraciones masivas desde países hambrientos o en guerra étnica, etc. ¿Cabe concebir un orden mundial sin las constricciones de coaliciones bélicas? No sólo cabe sino que es norma vigente de Derecho Internacional, en la Carta de las Naciones Unidas la visión de un Mundo en paz y cooperación reposa en el libre derecho de cada Estado al autogobierno, sin injerencias ni subordinación a las Potencias, sin zonas de influencia. Beneficiaría a todos los pueblos hacer realidad el Derecho.

 

Elites y estructuras de poder generadas durante la guerra fría se desmoronan una tras otra. En Europa del Este, y también en la del Oeste, en Asia y América Latina. Un caso emblemático ha sido el de Italia, fundador de la OTAN y la CEE, que en 1992-1993 ha condenado democrática y pacíficamente el sistema de dirigentes políticos pagados clandestinamente por empresas privadas que contrataban fraudulentamente con el Estado (tangentes). Un método de la guerra fría que se conocía y toleraba como instrumento de control subterráneo sobre Italia. Lo significativo es que la Potencia que desde 1945 lo ha usado, que no podía desconocer su práctica por empresas locales, en 1993 dejó caer a los hombres que encumbró. Cabe suponer que les había retirado su protección, pues de otro modo habría sostenido por vías directas o indirectas a caudillos tan significativos como el democratacristiano Giulio Andreotti –el sepulturero de Aldo Moro–, o Bettino Craxi, próximo a Willy Brandt y que hizo destituir el 15 de julio de 1976 al profesor Francesco de Martino para reemplazarle en la Secretaría General del Partido Socialista. La política de Craxi tuvo un norte preciso: impedir el compromesso storico entre el Partido Comunista y el PDC italianos, cortar todas las relaciones entre el PSI y el PCI y, a cambio de ello, ser recompensado con la Presidencia del Gobierno italiano –que disfrutó, en efecto, entre 1983 y 1987. La caída de Andreotti y Craxi supuso la desaparición del PDC y la desintegración del PSI en 1993 –lo que a su vez debilitaba la influencia de las Internacionales democristiana y socialdemócrata que tienen su centro en Alemania.

 

¿Por qué motivos quienes en EEUU sabían de las prácticas corruptas del PDC y PSI habrían retirado su cobertura a tan leales servidores, cuya caída arrastró tras ellos a las estructuras de poder que gestionaron Italia durante la guerra fría? Una primera respuesta es que terminada la principal confrontación geopolítica e ideológica, la siempre abierta guerra económica ha entrado en una fase donde fronteras, “aliados” y “rivales” no son los mismos que antes. Cierto es que la Administración Clinton promueve que otros Estados prohíban el soborno de funcionarios públicos por empresas privadas. Su modelo es la Foreign Corrupt Practices Act de 1978, que sanciona a las empresas norteamericanas que corrompen a funcionarios de otros países. El secretario de Estado, Warren M. Christopher, apoyaba la campaña moralizadora en la magnitud de la corrupción política desvelada por los sobornos en Italia y Japón. No puede sorprender que para alcanzar su objetivo el gobierno de Washington active a sus agencias. Ni parece casual que dos días después de las elecciones municipales del 5 de diciembre de 1993 en Italia –ganadas por una coalición de las izquierdas en torno del antiguo Partido Comunista–, el director de la CIA, James R. Woolsey, manifestara que incrementaba sus esfuerzos para descubrir «quién soborna a quién en países extranjeros, para conseguir contratos que están perdiendo empresas de EEUU».

 

Pero una iniciativa que agrieta sistemas políticos normalmente debiera enmarcarse en objetivos que incluyendo, por supuesto, los de guerra económica también la desbordan. En la víspera de los comicios municipales la prensa italiana publicaba una declaración del consejero de Seguridad del presidente Clinton, Anthony Lake, quien no sólo se abstenía de aludir a las elecciones en Italia, silencio elocuente, sino que establecía un nexo entre los conceptos internacionales de Woodrow Wilson y los de la Administración Clinton: «Wilson fu il primo presidente americano a volere dare al mondo un assetto stabile. Su molti punti, Clinton la pensa come lui, ma é più pragmatico». Lake había avanzado, el 21 de septiembre de 1993, su esperanza de que

 

«las prácticas del multilateralismo puedan algún día hacer posible que el imperio de la ley juegue un papel más civilizado en la conducta de las Naciones, conforme a la visión de quienes fundaron las Naciones Unidas». Al mismo tiempo se fijaba un límite: «Un factor prioritario debe determinar cuándo EEUU actuará multilateralmente o unilateralmente, y ese factor es el interés de EEUU».

 

Si todos los Estados no son iguales ante la Ley, no hay Estado de Derecho internacional. Idealista es pretender que el Mundo se incline duraderamente ante un Estado individual, que todos identifiquen su interés con el de EEUU. El “pragmatismo” al que alude Lake es en propiedad un remanente de las doctrinas de dominación elaboradas en los años 1945-1947, cuando los mandos militares de EEUU contemplaban el Mundo a sus pies. No será posible acabar con las zonas de influencia en el continente euroasiático, origen de sucesivas guerras hegemónicas –cada una más horrible que la anterior– mientras no se ponga en práctica el principio de libertad de cada Estado para elegir su forma de gobierno y sistema económico, negado a lo largo de la guerra fría.

 

La opción de Lake podría significar mayores libertades y más decencia en la gestión de la cosa pública. Cuando la mayoría de los electores italianos en 1993 se agrupaba alrededor del núcleo procedente del ex partido comunista, y la minoría en torno de los ex fascistas, ¿hasta dónde podían llegar los italianos en su autogobierno? En la lógica de las palabras del consejero del presidente Clinton, hasta donde entraran en conflicto con los intereses de EEUU ¿Cuál es ese límite terminada la guerra fría? Seis días antes de las elecciones en Italia el Congreso de EEUU había aprobado la Friendship Act, que abrogaba normas de seguridad interior y de política exterior dictadas para combatir la «conspiración comunista mundial», «derrotar al comunismo internacional y los países que controla». Es decir, la legislación que fundamentó las políticas de EEUU hacia la antigua Unión Soviética, pero también las intervenciones clandestinas en asuntos internos de otros países contra partidos comunistas y mucho más, también contra las organizaciones de izquierda, demócratas independientes y nacionalistas que, en cualquier Continente, no se identifi­caban con los fines de la Coalición de la Guerra Fría. En 1993, An­tho­ny Lake redefinía a esta última como «la contención por EEUU de una amenaza global a las democracias con mercado [market democracies]». Para la mayor parte de los pueblos no fue eso. En España la Coalición de la Guerra Fría respaldó durante tres décadas una economía de mercado en dictadura, capitalismo sin democracia. En América Latina gobiernos democráticos dentro de la economía de mercado fueron derrocados y sustituidos por dictaduras promovidas, sostenidas, por la Coalición de la Guerra Fría.

 

Para Anthony Lake,

 

«a la doctrina de contención debe suceder una estrategia de ampliación, de ampliación de la libre comunidad mundial de democracias con economía de mercado».

 

Tal marco conceptual situaba las opciones sociales y políticas en torno de los términos democracia y mercados. Lake no invocaba en su programa el concepto “capitalismo”. Capitalismo no es sinónimo universal de demo­cra­cia. Capitalismo y socialismo son conceptualmente contrapuestos. Socialismo y democracia no, tampoco socialismo y mercados. Identificar socialismo con estatismo es propio de quienes confundieron capitalismo de Estado con socialismo, o no advirtieron la contradicción en sus términos que encerraba el concepto de «socialismo en un solo Estado», desconocido antes de que lo acuñaran Stalin y su régimen. Para muchos Estados, gobiernos y pueblos, los márgenes de compatibilidad entre sus políticas internas y los conceptos que usa Anthony Lake pueden ser vastos. O mínimos. Dependerá del contenido que les dé la acción de la Administración de EEUU, del equilibrio de fuerzas dentro de éstos y en el resto del Mundo. Con todo, conceptualizaciones abstractas al margen, en la escena posterior a 1991 la sociedad italiana aumentaba su nivel de autogobierno y las elecciones parlamentarias de abril de 1996 eran un test de la repercusión del cierre de la guerra fría, tan simbólico como el de las parlamentarias de 1948, al ganarlas la coalición en torno de las izquierdas.

 

Después de su victoria sobre Alemania y Japón en 1945, la infraestructura de intervenciones indirectas y clandestinas creada por el OSS en todo el Mundo fue, tras breve paréntesis, reactivada al servicio de los fines de la guerra fría. ¿Cuál es la misión de la aún más compleja infraestructura intervencionista de que dispone EEUU al término de la guerra fría? Desmovilizarla sería lo propio tras declarar terminada y ganada la guerra, como hizo el presidente Truman con el OSS en agosto de 1945. O Rusia con el KGB en 1992-1993. No hay indicios de que en Washington progresen quienes desearían hacer lo mismo con la CIA y la National Security Agency. Cuyas intervenciones se dirigen, según proclaman, a dos objetivos principales e interdependientes: impedir la proliferación nuclear a nuevos Estados y a metas económicas –«apertura de los mercados», «expansión de las market-democracies». El primer objetivo parece tan vano hoy como durante el medio siglo anterior –confirmando lo anticipado por Einstein. Si durante la guerra fría no logró EEUU excluir de su monopolio atómico a la URSS, Gran Bretaña, Francia, China, India, Israel, Pakistán o Sudáfrica, menos lo puede impedir después –mientras no esté dispuesto a negociar reducir a cero su propio arsenal atómico. Y aun si se diera esta condición, cabe dudar que fuera suficiente. Pero la suerte del segundo objetivo, la expansión del capitalismo como sistema mundial, reposa en la voluntad de EEUU para sostener su hegemonía militar sobre el Planeta –y en su capacidad para financiarla. Un sistema económico mundializado entra en contradicción con los intereses de los Estados, que compiten unos con otros por su propia seguridad. Un Estado que se propone hacer del Mundo un mercado integrado, necesita los medios para imponer la seguridad militar sobre sus propios aliados tanto como sobre sus rivales o adversarios y “estabilizar”, así, el sistema internacional. El borrador del Defense Planning Guidance del Pentágono de 1992 explicaba que para asegurar «una zona de economía de mercado en paz y prosperidad que abarque más de los dos tercios de la economía mundial», EEUU debía

 

«disuadir a las naciones industrializadas más avanzadas de discutir nuestro liderazgo, y de no aspirar siquiera a un papel mundial o regional más amplio».

 

Imponer su protectorado sobre tan vasta zona en pro del capitalismo internacional obliga a EEUU a gastar en “seguridad nacional” más que el resto del Mundo junto. ¿Hasta cuándo la sociedad de EEUU aguantará objetiva o subjetivamente semejante gasto, sin resentirse de su descomunal costo? ¿Y el resto del Mundo el protectorado de EEUU? Nadie puede prever con fundamento cómo el capitalismo podría sobrevivir a un declive de la Pax Americana. O a la eventualidad de que en el seno del propio EEUU dejaran de identificar su paz y prosperidad con el capitalismo. En su crítica los teóricos del socialismo han sostenido que aquél al internacionalizarse, como consecuencia de su propio éxito, sembraría las semillas de su propia destrucción. La historia continúa abierta…

 

(continuará)

 

 

 

[ Fragmento de: Joan E. Garcés. “Soberanos e intervenidos”]

 

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