miércoles, 16 de agosto de 2023

 

1044

 

EL MARXISMO OCCIDENTAL

Cómo nació, como murió y cómo puede resucitar

 

Domenico Losurdo

 

(13)

 

 

 

II

 

¿SOCIALISMO VS. CAPITALISMO

 

O ANTICOLONIALISMO VS. COLONIALISMO?

 

 

 

5. Los dos marxismos al comienzo y al final de la segunda guerra de los treinta años

 

A la vez que la expansión imprevista de la cuestión nacional y colonial, también la difusión del marxismo a nivel planetario incrementaba las diferencias entre Oeste y Este surgidas ya desde los años en que nació el movimiento comunista internacional. Vamos a fijarnos en lo que sucedía en vísperas y a comienzos de la Segunda Guerra Mundial. En 1935, frente a la creciente amenaza del Tercer Reich, la Internacional comunista patrocinaba la política del frente popular antifascista, y promovía la alianza del país surgido de la Revolución de Octubre con Gran Bretaña, Francia y los Estados Unidos. Sin duda, una decisión que no recibiría el apoyo unánime de los negros implicados en la lucha por la emancipación: aliarse con las potencias tradicionalmente coloniales y con los países que encarnaban el principio de la supremacía blanca y occidental, tanto en el plano interno como en el internacional, ¿no equivalía a volverle la espalda a la lucha por la emancipación de los pueblos coloniales? Tal era la opinión de un gran historiador negro de Trinidad, ferviente admirador de Trotski, C. L. R. James, quien todavía en 1962 describía en estos términos la evolución de otro gran intérprete, también trinitense, de la causa de la emancipación negra: Una vez en América, [George Padmore] se convirtió en un activo comunista.

 

Fue enviado a Moscú para asumir la dirección de la oficina de propaganda y organización de los negros, y allí se convirtió en el más notorio y fiable de los agitadores en favor de la independencia africana. En 1935 el Kremlin, ávido de alianzas, distinguió a Gran Bretaña y Francia, caracterizadas como «imperialistas democráticos», respecto de Alemania y Japón, los «imperialistas fascistas», objetivo principal de la propaganda rusa y comunista. Esta distinción convertía la actividad en favor de la emancipación africana en una farsa: Alemania y Japón no tenían colonias en África, así que Padmore rompió de inmediato toda relación con el Kremlin (James, 1963).

 

Algo parecido ocurrió en Sudáfrica, dominio blanco del Imperio británico en aquellos momentos: sospechosa también en este caso de socavar la lucha contra el régimen de supremacía blanca, la política del frente unido antifascista fue con frecuencia criticada o rechazada por los militantes comunistas negros, que no estaban dispuestos a que se pasase por alto la implicación de Gran Bretaña en el régimen racista que los explotaba y oprimía (Jaffe, 1980).

 

Esa misma era la posición del marxismo oriental: no se podía valorar correctamente la naturaleza de un país haciendo abstracción de su actitud con relación a los pueblos coloniales o de origen colonial. Ahora bien, es preciso añadir que se trataba de un marxismo oriental provinciano y corto de miras. Cierto que ni Alemania ni Japón «tenían colonias en África», pero se disponían a imponer un gigantesco imperio colonial en Europa oriental y en Asia, respectivamente; sin duda, ni Alemania ni Japón se contaban entre las principales potencias coloniales, pero pretendían explícitamente agravar y extender las condiciones coloniales, dándoles forma esclavista y engullendo además pueblos que hasta entonces habían quedado al margen del colonialismo. En otras palabras, la política del frente popular antifascista no estaba en contradicción con la lucha anticolonialista.

 

Cuatro años después, el escenario internacional cambiaría radicalmente: en agosto de 1939 se firmaba el pacto de no agresión entre la Unión Soviética y Alemania. No suscitó particular turbación entre los pueblos coloniales o de origen colonial. Vemos así que Du Bois, el gran historiador y militante afroamericano, próximo ya al movimiento comunista, sigue comparando al Tercer Reich con los Estados Unidos, ambos decididos a afirmar la supremacía blanca tanto en el interior de su territorio como en el plano internacional. También un personaje tan alejado del movimiento comunista como Gandhi, en una entrevista concedida mientras estaba aún en vigor el pacto germano-soviético, comparaba a Gran Bretaña con Alemania: se trataba de dos grandes potencias empeñadas en defender o en granjearse un imperio colonial.

 

En cambio, en Occidente estalló una tormenta que iba a descargar con fuerza sobre las filas marxistas y comunistas, en particular en la República norteamericana. Allí era muy activa la sección más importante quizás de la Cuarta Internacional, fundada poco antes por Trotski, y la indignación no iba a conocer límites entre los blancos de esta sección: los dos países que habían firmado tan perverso pacto debían colocarse al mismo nivel; si habían alcanzado un acuerdo, era porque ambos encarnaban el horror del «totalitarismo». Esta categoría, haciendo abstracción completamente de la cuestión colonial, condenaba ahora por igual al país que ya desde el momento de su fundación (con la Revolución de Octubre) llamó a los «esclavos de las colonias» a romper sus cadenas y, por otro lado, a un país que aspiraba a retomar y radicalizar la tradición colonial, imponiéndola también en Europa oriental y reinstaurando incluso la esclavitud. Influido por este clima, Trotski (1939) recurría a la categoría de «dictadura totalitaria» y señalaba dentro de este genus las species «estalinista» y «fascista» (hitleriana), empleando así la categoría de totalitarismo en un sentido que se convertiría en moneda común durante la Guerra Fría y en el ámbito de la ideología hoy dominante. Y no obstante, esto no fue suficiente para evitar una devastadora fractura dentro del partido trotskista estadounidense.

 

Los disidentes exigían que la Unión Soviética fuese condenada en bloque como imperialista y corresponsable del estallido de la guerra, en pie de igualdad con la Alemania hitleriana. El conflicto entre marxismo occidental y oriental se extendía también a este último punto. ¿Había comenzado la Segunda Guerra Mundial el 1 de septiembre de 1939 con la invasión alemana de Polonia? Incluso si nos centramos en Europa, ¿por qué no incluir en el cuadro el desmembramiento de Checoslovaquia y la intervención italo-germana contra la República española, a la que apoyaba la Unión Soviética y no Gran Bretaña y Francia? Y ante todo, ¿por qué ignorar lo que estaba sucediendo en Asia? En mayo de 1938 Mao describía así la situación:

 

Actualmente, una tercera parte de la población mundial se encuentra en guerra; mirad: Italia, después Japón, Abisinia, luego España, después China. La población de los países beligerantes suma ya cerca de seiscientos millones, casi un tercio de la población mundial […] ¿Quién será el próximo?

 

No hay duda de que Hitler va a entrar en guerra con las grandes potencias. Había comenzado ya una guerra que afectaba ante todo a los pueblos coloniales (Mao, 1969). Y Stalin compartía su punto de vista (1939):

 

Hace ya dos años que estalló la nueva guerra imperialista, sobre un territorio inmenso que va desde Shanghái a Gibraltar, y afectando a más de quinientos millones de seres humanos. El mapa de Europa, de África y de Asia va a ser retocado por medios violentos.

 

 

 

Desde el punto de vista de China, difícilmente podían considerarse como un tiempo de paz los años que vieron «la violación de Nankín» (1937) por parte del imperialismo japonés, con la masacre de doscientas o trescientas mil personas. Lejos de compartir la indignación de los trotskistas estadounidenses (y de los marxistas «occidentales» en general), el líder comunista chino mostraba su satisfacción por el pacto de no agresión: representaba «un golpe contra Japón y una ayuda para China», en la medida en que le daba «mayores posibilidades a la Unión Soviética», libre por algún tiempo de la amenaza del Tercer Reich y del peligro de tener que combatir en dos frentes, de apoyar «la resistencia de China contra Japón» (Mao Tse-Tung, 1939). Obviamente, para el líder comunista chino, el centro de atención era la guerra de sometimiento colonialista y esclavista que el Imperio del Sol Naciente había desencadenado contra su país, una guerra ignorada a veces por el marxismo occidental.

 

En conclusión: la gran crisis histórica de la primera mitad del siglo XX, definida como una segunda guerra de los treinta años, implicó tanto al inicio como al final una escisión entre marxismo occidental y marxismo oriental. Al inicio, Ho Chi Minh subrayaba que, para los pueblos coloniales, la tragedia y el horror habían comenzado a arreciar mucho antes de 1914 y Lenin llamaba la atención sobre el hecho de que el primer conflicto mundial era en realidad el cruce entre dos guerras: la que se desataba en Europa entre los esclavistas y la guerra emprendida por los propios esclavistas para reunir en sus colonias esclavos y carne de cañón. En la fase final de esta segunda guerra de los treinta años el marxismo occidental fechaba el inicio de la Segunda Guerra Mundial en el momento de su estallido en Europa, antes bien que en las colonias (particularmente en China). En cualquier caso, la derrota de Alemania, Japón e Italia desembocó en la revolución anticolonialista mundial que se propagaría durante la segunda mitad del siglo XX…

 

(continuará)

 

 

[ Fragmento de: Losurdo, Domenico. “El marxismo occidental. Cómo nació, como murió y cómo puede resucitar” ]

 

*

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por comentar