miércoles, 9 de agosto de 2023

 

 

1040

 

EL MARXISMO OCCIDENTAL

Cómo nació, como murió y cómo puede resucitar

 

Domenico Losurdo

 

(11)

 

 

 

II

 

¿SOCIALISMO VS. CAPITALISMO

 

O ANTICOLONIALISMO VS. COLONIALISMO?

 

 

 

2. La cuestión nacional y colonial en el corazón de Europa

 

En efecto, la cuestión colonial y nacional acabó por emerger con fuerza más allá del mundo colonial propiamente dicho. Lenin se reveló extraordinariamente lúcido también respecto de este punto. Ya hemos visto su alusión a las tormentas que se estaban formando sobre Europa oriental; pero hay más. En julio de 1916, tras haber visto al ejército de Guillermo II avanzar hasta las puertas de París, el gran revolucionario reiteraba, por un lado, el carácter imperialista del primer conflicto mundial en curso, pero por otro lado llamaba la atención sobre un posible giro de los acontecimientos: si tan enorme conflicto concluyese

 

«con una victoria de tipo napoleónico y con el sometimiento de toda una serie de Estados nacionales capaces de tener vida autónoma […], entonces podría producirse una gran guerra nacional en Europa» (OL).

 

Conviene releer a esta luz un importante pasaje del ensayo de Lenin dedicado al análisis del imperialismo:

 

se caracteriza por un «afán no solo de conquistar territorios agrarios [como pretendía Kautsky], sino de poner sus manos incluso sobre países fuertemente industrializados», aunque sea solo con el propósito de debilitar al «adversario» (OL).

 

La carrera imperialista por lograr la hegemonía mundial no conoce límites. Por muy industrializado que estuviese o por antigua que fuese su civilización, no había país a salvo de la amenaza de verse convertido en colonia o semicolonia; ni siquiera una potencia colonial e imperialista podía considerarse a resguardo. En efecto, tras la victoria «napoleónica» lograda por Hitler en la primavera de 1940, Francia se convierte en una colonia o semicolonia del Tercer Reich.

 

Es interesante advertir que, ya antes de conquistar el poder, Hitler procedió a «racializar» el pueblo francés, relegándolo entre los pueblos coloniales y las razas inferiores: Francia no formaría parte propiamente de la comunidad mundial blanca; estaría en vías de «negrificación» ( Ver-negerung), pues no evita por ningún medio los matrimonios y las relaciones sexuales interraciales, permitiendo que «su sangre se negrifique» sin ningún pudor. Hasta tal punto se encontraría avanzado tan ruinoso proceso que bien podría «hablarse de la emergencia de un Estado africano en suelo europeo»; de manera que, de hecho, sería ya un «Estado mulato euro-africano» (Hitler, 1925-1927,1928). Expulsado al mundo colonial, para recuperar su independencia y dignidad, el pueblo francés estaría obligado a recurrir a una revolución nacional y anticolonial.

 

Quizás sea más significativo aún lo que ocurría en Italia: tras entrar en el segundo conflicto mundial esgrimiendo argumentos explícitamente imperialistas (la conquista de un lugar bajo el sol, la reaparición del Imperio «sobre las fatídicas colinas de Roma», etc.), en el momento de su caída Mussolini dejaba el país no solo postrado y vencido, sino también controlado en buena parte por un ejército que se conducía como ejército de ocupación, y que consideraba y trataba a la población local como si fuera un pueblo colonial, miembro de una raza inferior. Es reveladora una nota en el diario de Goebbels (1992,1951-1952) datada el 11 de septiembre de 1943:

 

«Debido a su infidelidad y su traición, los italianos han perdido todo derecho a tener un Estado nacional moderno. Deben ser castigados con toda severidad, como impone la ley de la historia».

 

En efecto, a ojos de algunos de los cabecillas nazis, los italianos eran ya «negroides» con los que había que evitar la contaminación sexual y que, una vez finalizada la guerra, debían ser empleados como fuerza de trabajo más o menos servil, como «trabajadores al servicio de los alemanes» (en Schreiber). Tras haber participado en el estallido de una guerra imperialista y por la conquista de colonias, primeramente en África y los Balcanes, Italia se veía obligada a librar una guerra de liberación nacional para sacudirse de encima el yugo colonial impuesto por su antiguo aliado y recuperar así la propia independencia y la dignidad nacional.

 

En conclusión, tal como había intuido Lenin, aunque de forma parcial y fragmentaria, en el corazón mismo de Europa, lejos de ser «exclusivamente proletaria», la revolución terminó siendo anticolonial y nacional.

 

 

 

 

3. Los países socialistas en la «época de las guerras napoleónicas»

 

¿Era inequívocamente la contradicción principal la existente entre socialismo y capitalismo, o bien entre proletariado y burguesía, al menos por lo que hace a la Rusia soviética? Mientras trataba de convencer a sus compañeros de partido de la necesidad de firmar, por humillante que fuese, la Paz de Brest-Litovsk, entre febrero y marzo de 1918, Lenin observaba:

 

«Quizás llegue la época de las guerras de liberación (de las guerras, digo, y no de una sola guerra), impuestas a la Rusia soviética por sus invasores —como ya ocurrió en la época de las guerras napoleónicas—»(OL).

 

Si se diese este escenario, los bolcheviques tendrían que embarcarse antes que nada en una lucha por la independencia nacional. En tal caso, la contradicción principal no sería socialismo/capitalismo, o bien proletariado/burguesía, ni siquiera para el país que protagonizó la Revolución socialista de Octubre; y semejante situación podría prolongarse además durante toda una «época».

 

¿Qué configuración concreta adoptaría la confrontación entre napoleonismo y antinapoleonismo? Era manifiesto, sobre todo hacia el final de la Primera Guerra Mundial, que el Segundo Reich conducía la campaña en el Este con distinto espíritu que en el Oeste. El avance en el Este tenía claras connotaciones raciales y coloniales: al menos entre los círculos más extremistas se trataba de encerrar a Rusia tras sus fronteras anteriores a la época de Pedro el Grande y de abrir así un amplísimo espacio para el dominio colonial o semicolonial de Alemania. Ahora bien, ¿la amenaza colonial venía de un solo punto? Entre la Revolución de Febrero y la de Octubre Stalin denunciaba en estos términos la actitud adoptada por la Entente:

 

trataba de obligar a Rusia por todos los medios a que siguiese combatiendo, y a que aportase recursos y carne de cañón para las grandes potencias occidentales. Estas aspiraban a transformar el inmenso país situado entre Europa y Asia «en una colonia de Inglaterra, América y Francia»; se conducían en Rusia como si estuviesen «en África central» (Stalin, 1917).

 

En efecto, entre las clases dominantes de Occidente se difundía una actitud francamente racista frente al país surgido de la Revolución de Octubre: ¿podía seguir considerándose al país gobernado por esos bárbaros y salvajes, los bolcheviques, como parte de la comunidad formada por los pueblos civilizados y de raza blanca? Un escritor estadounidense pronunciaría una sentencia inapelable con su denuncia de la «ascendente marea de los pueblos de color», en un libro que conoció un extraordinario éxito a ambas orillas del Atlántico: si instigaba a los pueblos coloniales a la revuelta, el bolchevismo debía ser considerado y tratado como «un renegado, como un traidor en nuestro bando, dispuesto a vender la ciudadela», como «enemigo mortal de la civilización y de la raza» (blanca) (Stoddard, 1921). Oswald Spengler hizo suya esta tesis en Alemania (1933): al hacerse soviética, Rusia se había quitado la «careta ‘blanca’», para convertirse «de nuevo en una gran potencia asiática, ‘mongólica’», parte ya de la «población de color de la Tierra», animada por el odio hacia la humanidad blanca.

 

Estamos en 1933. El año antes, para ser más precisos, el 27 de enero de 1932, dirigiéndose a los industriales de Düsseldorf (y de toda Alemania) y ganándose definitivamente su apoyo en el asalto al poder, también Hitler había expuesto su visión de la historia y de la política. Durante todo el siglo XIX «los pueblos blancos» han conquistado una posición de dominio indiscutible, como conclusión de un proceso que se inició con la conquista de América y que se desarrolló bajo la divisa del «absoluto, del innato sentimiento señorial de la raza blanca». Al poner en tela de juicio el sistema colonial y provocar o agravar la «confusión del pensamiento blanco europeo», el bolchevismo ponía a la civilización en una situación de peligro mortal. Para hacer frente a semejante amenaza, será preciso reafirmar en la teoría y en la práctica la «fe en la superioridad y, en consecuencia, en el derecho [superior] de la raza blanca», será preciso defender «la posición de dominio de la raza blanca frente al resto del mundo». Anunciaba con claridad un programa de contrarrevolución colonial y esclavista. La necesaria reafirmación del dominio planetario de la raza blanca presuponía la asimilación de la lección de fondo que se entresaca de la historia del expansionismo colonial de Occidente: no se debía dudar a la hora de recurrir a la «más brutal falta de escrúpulos», se imponía «el ejercicio de un derecho señorial ( Herrenrecht) extremadamente brutal».

 

Estos fueron los presupuestos de la bárbara agresión con la cual la Alemania hitleriana trató de edificar en Europa oriental su imperio colonial, esclavizando a los «indígenas» eslavos, tachados de raza inferior, apta tan solo para el trabajo servil. La gran guerra patriótica emprendida por la Unión Soviética, recién salida de un proceso de industrialización a marchas forzadas y con terribles costes humanos y sociales, tenía por objeto poner en jaque dicho proyecto. En semejante tesitura, ¿lo prioritario en la Rusia soviética sería la edificación de un nuevo orden social, o más bien la defensa frente a la amenaza de sometimiento colonial? ¿Era prioritario repensar y remodelar en profundidad las relaciones sociales o concentrarse en el desarrollo de las fuerzas productivas y en particular en el incremento de la producción industrial (y militar)? En los centros de producción y en los campos de batalla, ¿había que apelar a una clase determinada (el proletariado) o a la nación en su conjunto (dado que estaba en juego la defensa de la independencia nacional)?

 

Consideraciones análogas valen igual para los demás países que pasaron por una revolución de carácter socialista. En China, las áreas «liberadas» y gobernadas por el Partido Comunista, y que provenían de la obligada retirada al campo tras la desastrosa derrota sufrida por la revolución obrera de 1927 en Shanghái, hubieron de constatar en poco tiempo el expansionismo colonial del Imperio del Sol Naciente. Así pues, desde 1937, es decir, desde la invasión a gran escala dictada por el gobierno de Tokio, la lucha contra el colonialismo acabó por imponerse a cualquier otro aspecto de la vida política. Hasta el punto de que Mao Tse-Tung teorizaba, en aquellas circunstancias, sobre la «identidad entre la lucha nacional y la lucha de clases». Esa identidad presidió la guerra de resistencia contra el imperialismo japonés, una guerra de resistencia dirigida por el Partido Comunista, pero llamada a salvar a la nación china en su conjunto de la esclavitud a la que la tenía destinada el Imperio del Sol Naciente.

 

En conclusión, el capítulo de la historia que arranca con la Revolución de Octubre vio el surgimiento de países de obediencia socialista enfrentados a la agresión o la amenaza de agresión, enfrentados a una «época de guerras napoleónicas» impuestas por las potencias imperialistas. Se trataba de una situación objetiva, que dejaba en segundo plano el problema de la edificación de una sociedad socialista o comunista. Se producía así lo que podemos definir como una inversión en el vuelco histórico del siglo XX.

 

Todo el mundo debería tener claro el significado histórico de la Revolución de Octubre. Pero mientras el debate público y la confrontación política parecían centrarse por entero en el dilema capitalismo/socialismo, se producía una novedad enteramente inesperada y en buena medida inadvertida para la mayoría: cada vez estaba más claro que la cuestión colonial iba a desempeñar un papel esencial incluso en el país que surgió de la Revolución socialista de Octubre. Ahora comprendemos mejor por qué no se cumplieron las esperanzas que inicialmente suscitó dicha revolución. El desarrollo de las contradicciones objetivas puso sobre el tablero, y a escala mundial, el enfrentamiento entre imperialismo y antiimperialismo, entre colonialismo y anticolonialismo. Y este enfrentamiento seguiría siendo prioritario por mucho que quienes sostenían la causa del antiimperialismo y el anticolonialismo fuesen fuerzas políticas de orientación comunista, decididas a mantenerse firmes en esa orientación.

 

La gran crisis histórica de la primera mitad del siglo xx concluyó con la derrota del proyecto hitleriano de erigir su imperio colonial en Europa central. Terminaba así la que se ha descrito como «la mayor guerra colonial de la historia» (Olusoga y Erichsen, 2010). La definición sería totalmente correcta si se le hace una pequeña enmienda: se trata de una de las dos mayores guerras coloniales de la historia, siendo la otra la que concluyó con la derrota del Imperio del Sol Naciente, decidido a emular en Asia el programa que Hitler puso en práctica en Europa oriental.

 

El ciclo revolucionario que se inició en octubre de 1917 concluía, pues, con dos gigantescas guerras nacionales: la gran guerra patriótica sostenida por la Unión Soviética y la guerra de resistencia nacional contra el imperialismo japonés que libró China. No solo salió derrotada una salvaje contrarrevolución colonialista y esclavista, sino que surgió también la revolución anticolonialista mundial que iba a marcar la segunda mitad del siglo xx y a poner fin a un sistema mundial secular bajo la enseña de la opresión y la falta de libertad más feroces. Un resultado que haría época y un grandioso proceso de emancipación. Todo ello, no obstante, era bien poco a ojos de quienes, sobre todo en Occidente, esperaban la extinción del Estado o el advenimiento del «hombre nuevo», por valerme de una expresión recurrente en Espíritu de la utopía de Bloch…

 

(continuará)

 

 

 

[ Fragmento de: Losurdo, Domenico. “El marxismo occidental. Cómo nació, como murió y cómo puede resucitar” ]

 

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2 comentarios:

  1. Ucrania, Níger, la izquierda europea y la revolución multipolar en curso.

    "Occidente ya no es la cuna de la revolución socialista. Quizás nunca lo fue. Como decía Domenico Losurdo, nunca lo fue porque rechazó el encuentro con la revolución anticolonial, vista como separada de la perspectiva socialista. Un error estratégico y teórico que las clases populares europeas siguen pagando".

    https://observatoriocrisis.com/2023/08/09/ucrania-niger-la-izquierda-europea-y-la-revolucion-multipolar-en-curso/

    Salud y comunismo

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  2. Tienes razón, lo avala la historia: Occidente nunca fue la cuna de ninguna revolución socialista. La “Comuna de París” fue un intento revolucionario notable, memorable en muchos aspectos y enormemente instructivo, pero fallido en sus consecuencias prácticas. Esa falsa idea de nido revolucionario occidental es un constructo propagandístico de marcado carácter eurocéntrico que no se sostiene en los hechos históricos sino sólo y exclusivamente en la hegemónica ideología dominante. El espejismo determinista que relaciona el desarrollo de los medios de producción y las fuerzas productivas con el avance organizativo y combativo de las fuerzas revolucionarias, quedó claramente en evidencia a los ojos de ‘los maduros’ Marx y Engels (ver sus escritos sobre Irlanda y la aristocracia obrera inglesa) y ya no digamos del propio Lenin (ver las “lágrimas” de Ho Chi Minh provocadas por el discurso de Lenin en la Internacional Comunista). Sólo la arrogante vanidad y la fatua pedantería de la llamada “izquierda occidental” puede ignorar la realidad de los hechos históricos y contemporáneos que, quizá sea esa la razón, la sitúan integrada y al servicio del sistema imperialista y neocolonial. En cualquier caso los hechos son tozudos y por muy hegemónica que sea la propaganda, en concreto ahora el pueblo de Niger, que en su mayoría carece de electricidad, no parece que le haga mucho caso… a los pucheros de la “izquierda francesa” (por no extenderme con el resto de la izquierda de pacotilla europea y yanqui) que ve en peligro la fuente de energía que alimenta su nidito privilegiado a nivel social e “intelectual”…

    Salud y comunismo

    *
    ( Se agradece el enlace)

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