sábado, 5 de agosto de 2023

 

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EL MARXISMO OCCIDENTAL

Cómo nació, como murió y cómo puede resucitar

 

Domenico Losurdo

 

(10)

 

 

 

II

 

¿SOCIALISMO VS. CAPITALISMO

 

O ANTICOLONIALISMO VS. COLONIALISMO?

 

 

1. De la revolución «exclusivamente proletaria» a las revoluciones anticoloniales

 

Hasta el momento hemos visto de qué modo las distintas situaciones económico-sociales y las diversas tradiciones culturales han contribuido a alejar los dos marxismos situados al Oeste y al Este. Ahora la cuestión es analizar la influencia que han ejercido sobre ese proceso la rápida transformación del marco internacional y la discrepancia, cada vez más clara, entre las esperanzas que suscitó al inicio la Revolución de Octubre y los sucesivos desarrollos históricos. La indignación ante la Primera Guerra Mundial extendió una firme convicción entre los comunistas europeos: era imperioso derribar el sistema político-social responsable de esa espantosa carnicería, sin que existiesen objetivos intermedios; todo giraba en torno a la contradicción capitalismo/socialismo, o bien burguesía/ proletariado. Esa era también la opinión de Lenin, quien afirmaba repetidamente:

 

«el imperialismo es la víspera de la revolución socialista»; se trata del «estadio supremo del capitalismo», pues debido a sus infamias y a las sublevaciones populares que este provoca, marca «el tránsito del orden capitalista a un orden social y económico más elevado» (OL).

 

 

El salto cualitativo que se anunciaba en el horizonte sería de una magnitud inconmensurable en comparación con las grandes conmociones del pasado. En enero de 1917, durante la conmemoración del duodécimo aniversario de la Revolución rusa de 1905, «democrático-burguesa por su contenido social, pero proletaria por los medios empleados en la lucha» (pretendía derrocar la autocracia zarista y a la nobleza feudal, no a la burguesía capitalista, a pesar de que su fuerza de choque la constituían los obreros, la clase anticapitalista por excelencia), Lenin concluía que la nueva revolución rusa en ciernes sería «el prólogo para la inminente revolución europea», y que sería « exclusivamente proletaria, en el sentido más profundo de la palabra, es decir: proletaria, socialista también por lo que se refiere a su contenido», y no solo por la participación masiva del proletariado y de las clases populares (OL).

 

 

 

La víspera misma de la caída del «gobierno de los carniceros imperialistas» y de la conquista del poder por parte de los bolcheviques, el líder revolucionario seguía repitiendo que la «gran transformación» que se atisbaba en el horizonte llegaría mucho más allá de Rusia: se aproximaba la «revolución proletaria mundial», la «revolución socialista internacional», la victoria del «internacionalismo» (OL).

 

Sin embargo, cuanto más reflexionaba sobre la gigantesca contienda que incendiaba Europa y el mundo, tantas más dudas comenzaba a albergar sobre la base teórica y política que acabamos de ver. En el verano de 1915 describía la guerra mundial que estalló el año anterior como una «guerra entre patronos de esclavos por la consolidación y el apuntalamiento de la esclavitud» colonial; «la originalidad de la situación reside en el hecho de que, en esta guerra, los destinos de las colonias se deciden en la lucha armada que se libra en el continente» (OL). Esta fórmula daba a entender que la situación «original» en virtud de la cual quienes estaban en posesión de la iniciativa política eran exclusivamente los «patrones de esclavos», es decir, las grandes potencias coloniales e imperialistas, no iba a durar mucho; los esclavos de las colonias no tardarían en rebelarse. De hecho —advertía Lenin un año después—, la revuelta ya había comenzado. En efecto: «los ingleses han reprimido con ferocidad la insurrección de sus tropas indias en Singapur»; y algo parecido sucedió en el «Anam francés» (Vietnam) y el «Camerún germano». Se trataba de un proceso que afectaba a la propia Europa: también Irlanda se había alzado contra el dominio colonial, sostenido por el gobierno de Londres mediante pelotones de ejecución (OL).

 

 

Un análisis que llevaba a conclusiones asombrosamente premonitorias. Antes incluso del estallido de la guerra y durante su desarrollo, Lenin señalaba con precisión los dos epicentros de la tormenta revolucionaria y nacional que se estaba formando y que iba a marcar todo el siglo xx: «Europa oriental» y «Asia», o bien «Europa oriental», por un lado, y «las colonias y semicolonias», por el otro (OL). En efecto, la primera de las dos regiones indicadas vería formarse y hacerse añicos el proyecto hitleriano de construcción de un imperio colonial continental para Alemania; la segunda iba a contribuir de manera decisiva al hundimiento y a la quiebra (al menos en su forma clásica) del sistema colonialista a escala mundial (piénsese en los movimientos de liberación nacional en China, la India, Vietnam, etc.). Estamos muy alejados de la perspectiva de una revolución «exclusivamente proletaria» y de la «revolución proletaria mundial», de la «revolución socialista internacional».

 

Trabajosa y no exenta de vacilaciones incluso en el propio Lenin, la toma de conciencia respecto de la continua y creciente importancia de la cuestión colonial y nacional, a pesar de la victoria de la Revolución de Octubre y de su pathos socialista e internacionalista, encontraba fuertes resistencias en las filas de la izquierda marxista y comunista de Europa: por legítimas que fuesen, ¿seguían teniendo sentido las protestas de los pueblos coloniales y las luchas de liberación nacional? El gigantesco choque por la hegemonía mundial que estalla en 1914 entre coaliciones imperialistas enfrentadas ¿no demostraba el carácter quijotesco del intento de conquistar la independencia nacional por parte de esta o aquella nación oprimida? ¿Qué podía hacer David contra Goliat? Incluso si, milagrosamente, lograra conquistar la independencia política, quedaría privada de independencia económica y seguiría sufriendo de un modo u otro la opresión de esta o aquella gran potencia. En consecuencia, el problema real sería el de poner fin de una vez por todas, y a escala mundial, al sistema capitalista-imperialista. Así es como argumentaba, arrastrada por la indignación que provocó la Primera Guerra Mundial y por el entusiasmo que desató la Revolución de Octubre, una corriente importante de la izquierda marxista y comunista, bastante activa en Europa.

 

Nos lo cuenta Lenin, quien relata, entre agosto y octubre de 1916, la posición adoptada por un «grupo de izquierdas, el grupo alemán International» (del que formaban parte Mehring, Liebknecht y Luxemburgo), según el cual «en esta época de imperialismo desenfrenado ya no puede haber guerras nacionales» (OL). Partiendo de esta base, bien se comprende el desprecio con el que un periódico suizo, por lo demás firmemente opuesto a la guerra, el Berner Tagwacht, hablaba de la insurrección de Irlanda en 1916, protagonizada por un pueblo deseoso de liberarse de la dominación inglesa y de constituirse como un Estado nacional independiente: se trataba de un putsch que, si bien había hecho mucho ruido, sería políticamente insignificante (OL). En la época del imperialismo no tenía sentido perder el tiempo con objetivos intermedios, obsoletos y provincianos, perdiendo de vista o debilitando la única lucha que contaba: la lucha encaminada a derribar en todo el mundo el sistema capitalista-imperialista como tal.

 


Frente a esta tesis, que circulaba como moneda común entre la extrema izquierda en Alemania, en Suiza, en todo Occidente, objetaba Lenin con dureza:

 

Creer que la revolución social sea siquiera imaginable sin las insurrecciones de las pequeñas naciones, en las colonias y en Europa, […] significa renegar de la revolución social […] ¿Acaso será así la revolución social?: ¿veremos de un lado reunirse un ejército al grito de: «Queremos el socialismo», y del otro lado reunirse otro ejército al grito de: «Queremos el imperialismo»? Solo desde una idea tan pedante y ridícula se podría sostener que la insurrección de Irlanda es un putsch.

Quien espere una revolución social «pura», jamás la verá. Y quien tal crea no es más que un revolucionario de boquilla, que nada sabe de la auténtica revolución (OL).

 

 

Ahora bien, ¿esta última crítica no alcanza también, a fin de cuentas, a la revolución «exclusivamente proletaria» en la que, como hemos visto, puso por un tiempo sus esperanzas el propio Lenin? Comoquiera que sea, lo que caracteriza a la larga su pensamiento es la convicción de que las revoluciones anticoloniales son parte de la época del imperialismo (y de la lucha contra el capitalismo). La perpetuación de la opresión nacional, ya sea a nivel internacional, ya sea en el interior de esos mismos países que se pavonean de su democracia (piénsese en la opresión de los afroamericanos), demostraría la «enorme importancia de la cuestión nacional» (OL). Es muy comprensible que esta visión emergiese en primer lugar en un país (la Rusia zarista) tradicionalmente tildado de «prisión de los pueblos», donde en consecuencia no se podía ignorar la opresión nacional, y que además se hallaba a las puertas del mundo colonial propiamente dicho. Así pues, se estaba perfilando una sensible diferenciación entre marxismo occidental y marxismo oriental sobre la base de la cuestión nacional (y colonial) en la época del imperialismo.

 

La línea de demarcación entre ambos no debe entenderse en un sentido meramente geográfico, pues —como sabemos— no pocos de los dirigentes del partido bolchevique procedían de Occidente. Además, cuando Lenin declara su posición, lo hace polemizando en particular contra dos de ellos, Parabellum (o bien Radek) y Kievski (o Pjatakov):

 

 la «división de las naciones en dominantes y oprimidas […] representa la esencia del imperialismo», y la lucha por su superación debe constituir «el punto central» del programa revolucionario. En efecto, «esta división […] es indiscutiblemente sustancial desde el punto de vista de la lucha revolucionaria contra el imperialismo» (OL).

 

El Congreso de los Pueblos de Oriente, que tuvo lugar en Bakú en el verano de 1920, justo después del II Congreso de la Internacional Comunista, vino a confirmar y a hacer oficial este punto de vista. Se sintió en la necesidad de completar la consigna con la que concluyen el Manifiesto comunista y el Manifiesto inaugural de la Asociación Internacional de los Trabajadores: «Proletarios de todos los países y pueblos oprimidos de todo el mundo, ¡uníos!», rezaba la nueva consigna. Ahora, junto a los proletarios, también los «pueblos oprimidos» emergen como sujeto revolucionario de pleno derecho. Comienza así a abrirse paso la conciencia de que la lucha de clases no es tan solo la lucha de los proletarios en la metrópoli capitalista, sino también la lucha que emprenden los pueblos oprimidos en las colonias y semicolonias. Y será sobre todo este segundo tipo de lucha de clases la que definirá el siglo xx. La Revolución de Octubre alcanzó la victoria lanzando hacia el Oeste un llamamiento a la revolución socialista y hacia el Este, un llamamiento a la revolución anticolonial. En consecuencia, esta última nunca se perdió de vista, solo que al poco tiempo iba a cobrar una centralidad inesperada, que suscitaría el recelo del marxismo occidental…

 

(continuará)

 

 

 

[ Fragmento de: Losurdo, Domenico. “El marxismo occidental. Cómo nació, como murió y cómo puede resucitar” ]

 

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