jueves, 3 de agosto de 2023

 

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Joan E. Garcés  /   “Soberanos e intervenidos”

 

 (…)

 

 

Segunda parte

ESTRATEGIAS MUNDIALES E INTERVENCIÓN

 

 

 

10. La visión de Europa del Office of Strategic Services

 

 

 

IV.

ALEMANIA DIVIDIDA, EUROPA FRAGMENTADA

 

El proceso de integrar el oeste de Europa alrededor de un fragmento de Alemania encontró resistencias. En Francia, de nuevo. El presidente De Gaulle frenó en 1965 ese proyecto norteamericano hacia un poder supranacional en la Europa de la OTAN. Algunas organizaciones socio-políticas ofrecieron resistencia a las cesiones de soberanía nacional, por razones de identidad histórica, lealtad a su colectividad, interés social o político. Una parte de la izquierda francesa consideraba que restringir la independencia de la Nación disminuía la libertad de los ciudadanos para darse formas económicas distintas de la capitalista. Supuesto éste compartido por núcleos dentro del Partido Laborista británico, el Partido Socialista Popular de Dinamarca o el Partido Socialista Griego –votaron todos contra la absorción de sus respectivos países dentro de la CEE. El caso extremo acaeció en Noruega en 1972 –y de nuevo en 1994–, al rechazar en referéndum el ingreso en la Comunidad Económica Europea. La dinámica desintegradora de los Estados europeos ha conocido las contradicciones propias de un proceso no consolidado. Al ser la política de EEUU mundial, ha sacrificado los intereses de sus clientes europeos cuando aquélla lo ha requerido. Por más que la región prioritaria de EEUU fuera Europa del Oeste,

 

«una reorientación notable de Europa del Oeste en el marco de la rivalidad Este-Oeste tendría un impacto directo sobre América y podría ser susceptible de inclinar la balanza de la historia de modo decisivo en desventaja de América» –en palabras de Z. Brzezinski.

 

El edificio institucional supraestatal construido en Europa durante la guerra fría tiene su plaza de armas en Alemania. Por ello es sugestiva la comparación diacrónica con la experiencia del Zollverein, en especial después que en 1866 Prusia sentara las bases de la unión aduanera entre los Estados germánicos, primer escalón de la unión política, económica y militar que culminaría en su unificación progresiva bajo el gobierno de Berlín. A menudo se cita el Zollverein como ejemplo para los Estados de la CEE. No se recuerda tanto, sin embargo, que desde 1831 su impulsor Friedrich List había defendido –en su Sistema nacional de la economía política– la creación de una unión aduanera que reagrupara no sólo a los germanos sino a todos los Estados de Europa central, etapa intermedia hacia la ulterior colonización de los pueblos balcánicos y la proyección de la influencia alemana hacia el Golfo Pérsico. Eran las bases del movimiento pangermánico que a comienzos del siglo XX preocupaba al francés Charles Audler (socialista):

 

en la conciencia alemana actual se prolongan todos los viejos sueños de gloria alemana hasta su coincidencia en una sola y prodigiosa quimera: un imperio […] extendido desde el mar del Norte al Adriático; ambicioso en Oriente; teniendo a Italia bajo tutela; listo a desbordar por todas las fronteras hasta los confines donde alcanzara un día la soberanía del Santo Imperio; opresivo en Polonia como la orden teutónica; militarizado en extremo como la vieja Prusia de Federico II pero además dominando los mares según el método hanseático. Es la fusión de todos estos sueños a lo que llamamos pangermanismo.

 

A diferencia de la experiencia del Zollverein, la debilidad y limitación congénita de la Comunidad Económica Europea durante la guerra fría fue que su centro unificador político-militar le era ajeno –los EEUU de Norteamérica. En consecuencia, sin centro único de decisión política no cabía la unidad militar europea, sin unidad político-militar no cabía política exterior ni defensa unificada, tampoco política económica integrada. La cabeza estratégica de la Europa de la CEE está en Washington, el centro de dirección y coordinación de los ejércitos de los Estados de la OTAN es EEUU. Las instituciones político-económicas de la CEE han nacido y vivido bajo la protección militar de EEUU. Y el basamento de la OTAN son los intereses de los sectores sociales conservadores, heredados del siglo XIX y fundados en la división de Europa. Había constatado la CIA el 16 de marzo de 1949 que

 

la conclusión del Pacto de la OTAN representará la satisfacción de un viejo deseo francés –una alianza defensiva con EEUU. Para los países del Benelux significará que sus inevitables lazos estratégicos tanto con Francia como con Gran Bretaña van a reverdecer con fuerza. Para el Reino Unido será una nueva etapa en el proceso de identificar los problemas y compromisos de la seguridad del Reino Unido y EEUU. En Francia y Benelux, gobiernos “centristas” fortalecerán sus posiciones políticas y tendrán sus manos en cierto modo libres en el manejo de los problemas internos. La capacidad de todos para mantener su seguridad interior será incrementada […]. Francia tenderá a presionar para que los recursos sean asignados dentro del Pacto, y éste ampliado, de acuerdo con la doctrina de seguridad tradicional francesa […]. España es considerada deseable por los EEUU en términos militares […]. La inclusión de Italia es considerada esencial para fijarla definitivamente en la órbita occidental. Francia lo apoya ahora por razones que son importantes primariamente a la seguridad de Francia […] caben pocas dudas de que la incorporación de Italia tenderá a incrementar la autoridad de su actual gobierno [democratacristiano]. Éste considerará justificada su política de alineamiento con el Oeste.

 

 

Si el edificio de la CEE tiene su centro estratégico en Washington, cabe preguntarse las consecuencias que para aquélla tendría que EEUU abandonara la doctrina Truman, los conceptos estratégicos británicos. Ni la pregunta ni sus respuestas eran especulaciones tras las propuestas de la URSS en 1986-1987 –aceptadas en un principio por el presidente Ronald Reagan– de iniciar la retirada de Europa de sus respectivas armas atómicas. Su sola posibilidad desnudó la realidad del complejo institucional creado en Europa durante la guerra fría. Los gobiernos de Thatcher (conservador) en Gran Bretaña, de Mitterrand (socialdemócrata) en Francia, el de Kohl (democristiano) en Alemania, suplicaron en 1987 y 1988 a EEUU que mantuviera sus tropas y armas atómicas en la CEE. Pero como la decisión está en Washington, en previsión de que cambiara su política el alemán Helmut Schmidt (socialdemócrata) avanzaba un proyecto elocuente por sí mismo: que los ejércitos francés y alemán bajo mando unificado reemplacen en su día al de EEUU en la conducción de la CEE. Sin embargo, también Schmidt se encontraba con el problema de no disponer de un centro de mando político unificado, que no podía generarse en tanto Francia no renunciara a ser un Estado independiente y los restantes europeos a su propia soberanía. La propuesta Schmidt apuntaba hacia un eje hegemónico en torno de Bonn y París, de difícil concreción en la medida que Francia mantuviera la doctrina político-militar independiente heredada del general De Gaulle, la RFA su aspiración de no ser teatro de una nueva guerra, los Estados vecinos rechazaran «un directorio francoalemán», o la Gran Bretaña mantuviera su postulado contrario a la unidad político-militar del Continente. Esto último se traslucía en las declaraciones de la “premier” Thatcher en los mismos días de noviembre de 1987, al desear que las relaciones militares entre Francia y la RFA «no tomen mayor amplitud». No existe otro basamento político-militar común a la Europa de la OTAN que el aportado por la Potencia que la construyó. Lo recordaba el secretario de Defensa de Reagan, Frank Carlucci, al terciar que los acuerdos de cooperación militar entre Francia y Alemania de 1987 fortalecían a la OTAN, «no nos ponemos nerviosos por esas cosas. No conozco ninguna iniciativa en desarrollo en este momento que busque cortocircuitar la OTAN».

 

La CEE está en Europa, no es Europa. No puede ser Europa mientras sus estructuras políticas, económicas y militares estén fraccionadas y dependan de Norteamérica. Cuando un proyecto aspira a ser europeo –sea la Conferencia de Seguridad y Cooperación, sea la investigación tecnológica en el proyecto Eureka, necesariamente desborda el marco de la CEE. La propaganda hizo de la CEE un sinónimo de Europa. En los hechos, ni siquiera era el “mercado común” que el art. 8 del Tratado de Roma de 1957 deseaba establecer para 1970, ni la “unión política y monetaria” que en 1972 se convino crear para antes de 1980, para volver a decir en 1987 que sería para 1992… si se cumplían los acuerdos del Acta Única Europea. No se cumplieron. Pero para 1992 el fin de la guerra fría había abierto otros horizontes a los alemanes y al conjunto de los europeos.

 

Militarmente, la Europa de la CEE ni tiene ni puede generar una política de defensa europea. Primero, porque carece del requisito previo: una dirección política unificada –que no es aceptada por Estados que no renuncian a serlo, prefieren el “concierto de los Estados”. Después, porque las “Potencias” de la CEE dependen militarmente de Norteamérica, como repetía el francés Charles Hernu (socialdemócrata), ministro de Defensa de François Mitterrand:

 

«El real interés de la paz consiste en no hacer nada que desacople Estados Unidos de Norteamérica respecto de Europa. No digo desacoplar la defensa norteamericana de la defensa europea, pues no existe semejante cosa, defensa europea. La única defensa real que nosotros tenemos es la Alianza Atlántica».

 

Ni Francia, ni Inglaterra aceptan desintegrar sus respectivos Estados en una estructura supraestatal que genere un centro de decisiones políticas necesariamente vinculante, «el tratado francoalemán de 1963, la institución de la cooperación política, se referían al concepto de “concierto de las naciones” del siglo XIX, que consagraba a los Estados en vez de trascenderlos», explicaba el ex ministro francés Maurice Faure (radical).

 

No puede existir ni defensa ni ejército europeo sin previo poder político unificado europeo. Descartado éste por las Potencias ­euro­peas, a lo más que éstas pueden aspirar es a una especie de condominio sobre una subzona de influencia. La visión del socialdemócrata Helmut Schmidt, en las postrimerías de la guerra fría, caricaturizaba la de Metternich al amputar de Europa los Estados sucesores de Prusia y Rusia –sin los que no se concebía el edificio contrarrevolucionario del príncipe austriaco:

 

a largo plazo, la única manera para los europeos occidentales de enderezar el desequilibrio convencional es combinar las fuerzas militares francesas y alemanas –no bajo el paraguas de la OTAN, sino como una entidad integrada independiente […] en el seno del Pacto Atlántico.

 

En esta perspectiva de Europa dividida se entiende cuánto servía a la Coalición de la Guerra Fría que sus clientes en España sostuvieran que el ingreso de España en «la CEE es ser Europa», y en 1986 que votar sí en el referéndum sobre ingreso de la OTAN en España significaba decir sí… a Europa.

 

La eventual retirada militar de Washington de la Europa de la CEE, ¿permitiría una reedición del “concierto de las Potencias” que desde el siglo XVIII dominan en el oeste europeo –la gala, británica y germánica? Ante semejante escenario eventual, la España del posfranquismo se halla tan intervenida como lo ha venido estando desde el siglo XVIII –salvados breves paréntesis. ¿Cabe concebir, más bien, un “concierto europeo” que superara la división de Europa? Un concierto armonioso necesitaría que esta última aceptara reconocerse a sí misma como realidad plural, lo que militar, demográfica, política y económicamente derivaría en aceptar algo tan inédito como que cada Estado tiene el derecho de organizarse, dentro de sus fronteras, según el régimen político y económico de su libre elección…

 

(continuará)

 

 

 

[ Fragmento de: Joan E. Garcés. “Soberanos e intervenidos” ]

 

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