miércoles, 2 de agosto de 2023

 

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EL MARXISMO OCCIDENTAL

Cómo nació, como murió y cómo puede resucitar

 

Domenico Losurdo

 

(09)

 

 

 

I

 

1914 Y 1917

NACIMIENTO DEL MARXISMO OCCIDENTAL Y ORIENTAL

 

 

 

9. El difícil reconocimiento entre ambas luchas por el reconocimiento

 

Desde sus inicios, el marxismo occidental y el oriental han tendido a seguir caminos distintos. No han faltado los motivos de disputa, unas veces directa y otras indirecta. Al suscribir la ideología del presidente norteamericano Woodrow Wilson, en base a la cual la derrota del despotismo, del que se acusa en primer término a la Alemania de Guillermo II, dejaría el camino expedito para la «paz definitiva», Bloch se distanciaba de Lenin, al que critica por situar en el mismo plano a ambos contendientes y, en consecuencia, por no tomarse en serio el carácter democrático de Gran Bretaña y sus aliados. A ojos del filósofo alemán, el revolucionario ruso

 

«se recreaba a todas luces en un soberano escepticismo que solo ve los intereses del capital, y nada más, y les afeaba a los ingleses su protectorado en el lejano Egipto» (Bloch, 1918).

 

Salta a la vista la escasa preocupación por la cuestión colonial: el mayor imperio colonial de la época queda absuelto con el argumento de que sería excesivo condenarlo por una sola colonia, o mejor dicho, por un solo «protectorado», por lo demás «muy alejado» de Europa y, en consecuencia, indigno de tanta atención. El filósofo alemán no hace la menor referencia a la feroz represión que se abate sobre el pueblo irlandés, que poco antes se rebeló a un tiempo contra la guerra y contra la dominación colonial. ¡Qué diferencia con Ho Chi Minh, quien sigue con apasionada complicidad esa revuelta, o mejor: la lucha de liberación nacional de un pueblo situado no en el «lejano» Oriente Medio, sino en Europa! (Lacouture, 1967).

 

Más en general, si Bloch le reprocha a Lenin que le atribuya un peso excesivo a la cuestión colonial, Ho Chi Minh critica a Marx por el motivo contrario en 1923:

 

«Marx erigió su doctrina sobre una determinada filosofía de la historia. ¿Qué historia? La de Europa. Pero ¿qué es Europa? Sin duda no es la humanidad en su conjunto» (en Ruscio, 1998).

 

La minusvaloración de la cuestión colonial es una forma directa de chovinismo filooccidental. Por otro lado, tomando como base los horrores de la carnicería bélica, desencadenada oficialmente por ambas partes en nombre de la defensa de la patria, se difunde entre amplios sectores del marxismo occidental un internacionalismo exaltado y abstracto, proclive a considerar superada la cuestión nacional y, en consecuencia, a deslegitimar los movimientos de liberación nacional de los pueblos coloniales (una forma indirecta de chovinismo filooccidental). Ho Chi Minh polemiza alusivamente contra dicha tendencia al comienzo de su intervención en el Congreso de Tours de diciembre de 1920:

 

Compañeros, me habría gustado venir a colaborar con vosotros en los trabajos de la revolución mundial, mas vengo hoy con la mayor tristeza y la más profunda desolación, como socialista, a protestar por los abominables delitos cometidos en mi país de origen (en Lacouture, 1967).

 

El lema de la revolución mundial amenaza con hacer que se pierda de vista la tarea, más modesta pero más concreta, del apoyo político a los pueblos que luchan para sacudirse de encima la sumisión colonial y constituirse como Estados nacionales independientes. Bloch no se cansa de condenar el militarismo, hasta el punto de reprocharle a Marx a este propósito que dirigiese su ataque casi «en exclusiva contra el capitalismo», en lugar de poner el foco de atención sobre el «militarismo», cuya encarnación sería Prusia. Los argumentos de Ho Chi Minh son completamente distintos, llamando la atención, en cambio, sobre el «militarismo colonial»: ha provocado en las colonias una cacería de «material humano», de «carne negra o amarilla», que las grandes potencias capitalistas se creen con derecho a inmolar tranquilamente en su guerra por la hegemonía mundial.

 

Veremos cómo la Internacional comunista, tan solo un año después de su fundación, llamaba a emprender la revolución no solo a los «proletarios», sino a los «pueblos oprimidos» de todo el mundo; una consigna que refleja la clara conciencia sobre la centralidad de la cuestión colonial. Sin embargo, todavía en 1924, con ocasión del V Congreso de la Internacional Comunista, Ho Chi Minh se siente obligado a intervenir en el debate con una breve pero elocuente declaración en que critica la persistente minusvaloración de la cuestión colonial:

 

«Me da la impresión de que los compañeros no han comprendido del todo que el destino del proletariado en todo el mundo […] se halla estrechamente ligado al destino de las naciones oprimidas en las colonias» (en Kotkin, 2014).

 

Junto a Gran Bretaña, Bloch está dispuesto a transfigurar también a los Estados Unidos. Son los años en que, sin renunciar a sus colonias propiamente dichas (Filipinas) y a la doctrina Monroe y el consiguiente control neocolonial de América Latina, la República norteamericana, con Wilson a la cabeza, trata de darse un tono «anticolonialista» enarbolando la bandera de la autodeterminación de los pueblos. Bloch se suma con entusiasmo (1918), sin tener en cuenta, tampoco en este caso, ni las colonias ni las semicolonias, ni tampoco el trato que el persistente régimen de white supremacy les reserva a los pueblos de origen colonial (en particular a los negros).

 

 

Escuchemos ahora a Ho Chi Minh: arribado a los Estados Unidos en 1924 en busca de trabajo, presencia horrorizado un linchamiento, el lento y casi interminable suplicio de un negro, al que asiste alegre y festiva una multitud de blancos. Vamos a pasar por alto el detalle de las atrocidades para centrarnos en la conclusión política:

 

«En el suelo, rodeada por una mancha de grasa y cenizas, una cabeza negra, mutilada, quemada, deforme, exhibe una horrible mueca y parece preguntarle al sol del atardecer: ‘¿Es esto la civilización?’».

 

Así pues, aparte de los pueblos coloniales, también sufren la opresión, la humillación y la deshumanización aquellos que, aun siendo ciudadanos del país que suele cantar sus propias alabanzas como la democracia más antigua del mundo, atestiguan con el color de su piel que son extraños a la sedicente raza superior. El joven indochino, que ya ha madurado su opción revolucionaria y comunista, denuncia la infamia del régimen de supremacía blanca y del Ku Klux Klan en Correspondance Internationale (la versión francesa del órgano de prensa de la Internacional comunista) (en Wade, 1997).

 

La reflexión sobre la suerte reservada a los afroamericanos también debió tener su peso en la formación de Mao Tse-Tung: citando testimonios de primera mano,

 

«algo sabía del problema de los negros en los Estados Unidos y contraponía, en unos términos nada halagüeños, el trato que se les reservaba a negros e indios en América con la justicia política que adoptó la Unión Soviética frente a las minorías nacionales» (Snow, 1938).

 

 

Mientras que en el Oeste y en la formación del marxismo occidental encuentran especial eco las páginas que dedica Lenin a la denuncia de la carnicería de la guerra y a la movilización y la militarización total, en el Este y en la formación del marxismo oriental resuenan con particular fuerza las páginas que atienden al imperialismo y a la pretensión de las presuntas «naciones elegidas» o «naciones modelo» de dominar y saquear el resto del mundo. Se trata de dos luchas por el reconocimiento. Por lo que hace a las colonias, es evidente a partir del análisis que hace Ho Chi Minh de los procesos de deshumanización: los pueblos coloniales se han visto reducidos a «material humano», o bien a «carne negra y amarilla», sacrificable en trabajos más o menos esclavos, o bien lista para inmolarse en una guerra donde, a miles de kilómetros de distancia, concurren pueblos de señores compitiendo encarnizadamente entre sí.

 

Para los ojos atentos, también la lucha contra la Primera Guerra Mundial emprendida en Occidente por las masas populares se revela como una reivindicación de reconocimiento. Italia se vio arrastrada a la guerra a pesar de la oposición de amplios sectores de obediencia católica o socialista, cuando ya todo el mundo era consciente del enorme precio que pagar en vidas humanas. Se comprende entonces la conclusión de Gramsci: las masas populares, tratadas desde siempre como si de multitudes de niños se tratase, y consideradas en esa misma medida faltas de entendimiento y de voluntad en el plano político, pueden ser sacrificadas con toda tranquilidad por la clase dominante en aras de sus proyectos imperiales.

 

De modo que es preciso hacer que el «pueblo trabajador» abandone la condición de «presa fácil para todos» y de simple «material humano» a disposición de las élites, «material de relleno para la historia de las clases privilegiadas» (Gramsci, 1916).

 

No debería haber contradicción entre marxismo oriental y marxismo occidental: nos las vemos con dos marcos contextuales distintos de un mismo sistema social, estudiado en ambos casos a partir de los análisis de Lenin. O bien, se trata de dos luchas por el reconocimiento que ponen en discusión el capitalismo-imperialismo: las protagonistas de la primera son naciones enteras que se sacuden de encima la opresión, la humillación y la deshumanización intrínsecas a la dominación colonial; de la segunda son protagonistas la clase obrera y las masas populares, que se niegan a ser «material de relleno» a disposición de las élites. Y sin embargo, desde el comienzo, la convergencia, la unidad y el reconocimiento recíproco entre estas dos luchas por el reconocimiento no han ido de suyo…

 

(continuará)

 

 

 

[ Fragmento de: Losurdo, Domenico. “El marxismo occidental. Cómo nació, como murió y cómo puede resucitar” ]

 

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2 comentarios:

  1. Tengo la manía de buscar en todo escrito un párrafo o una frase que, a mi entender, pueda considerarse como eje vertebrador del mismo. En este caso es esta cita: "De modo que es preciso hacer que el «pueblo trabajador» abandone la condición de «presa fácil para todos» y de simple «material humano» a disposición de las élites, «material de relleno para la historia de las clases privilegiadas» (Gramsci, 1916)".

    Salud y comunismo

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    1. Ya que compartimos manía y autor, traigo aquí el párrafo anterior al tuyo, que trasladado, salvando pocas distancias, a la situación que vivimos hoy y que tan certeramente describe Piqueras en tu blog, suena preocupantemente actual.

      «Gramsci: las masas populares, tratadas desde siempre como si de multitudes de niños se tratase, y consideradas en esa misma medida faltas de entendimiento y de voluntad en el plano político, pueden ser sacrificadas con toda tranquilidad por la clase dominante en aras de sus proyectos imperiales»

      Salud y comunismo

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