lunes, 31 de julio de 2023

 

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EL MARXISMO OCCIDENTAL

Cómo nació, como murió y cómo puede resucitar

 

Domenico Losurdo

 

(08)

 

 

 

I

 

1914 Y 1917

NACIMIENTO DEL MARXISMO OCCIDENTAL Y ORIENTAL

 

 

 

7. La lucha contra la desigualdad en el Oeste y en el Este

 

Cuando condena con palabras encendidas la carnicería de la guerra y el sistema político-social que la ha provocado, Bloch lo achaca a la polarización social característica del capitalismo, pese a su celebración del principio de igualdad (jurídica):

 

Dice Anatole France que la igualdad ante la ley significa prohibirles por igual a ricos y pobres que roben leña y duerman bajo los puentes. Lejos de evitar la desigualdad real, la ley llega al punto de ampararla […] En efecto, los juristas son expertos tan solo en el aspecto formal, y precisamente en ese formalismo es donde la clase de los explotadores, con toda su capacidad para la desconfianza, la mezquindad y la perfidia calculadora, halla su terreno más propicio […] El derecho, incluida la mayor parte del derecho penal, no es más que un instrumento de las clases dominantes para preservar la seguridad jurídica en favor de sus propios intereses (Bloch).

 

La condena es radical, pero se basa exclusivamente en el análisis de la situación de las masas populares en Occidente. Lo mismo podríamos decir de Benjamin: también él hace suyas las observaciones satíricas del escritor francés sobre las leyes de la sociedad burguesa que «prohíben por igual que ricos y pobres duerman bajo los puentes» y que, en el plano político, únicamente admiten que el poder pase «de unos privilegiados a otros privilegiados» (Benjamin, 1920-1921).

 

Sin embargo, no se hace la más mínima referencia a los pueblos coloniales. Por lo que respecta a Bloch, enseguida veremos cómo polemiza incluso, por esa misma época, contra quienes a sus ojos enfatizan en exceso la cuestión colonial.

 

Obviamente, también Ho Chi Minh se toma muy a pecho la causa de la igualdad, pero sus prioridades son distintas. Le vimos declarar, en el discurso con el que llamaba a los socialistas franceses a adherirse a la Internacional comunista: «Allá, la sedicente justicia indochina tiene dos pesos y dos medidas. Los anamitas no gozan de las mismas garantías que los europeos y los europeizados». Se denuncia la desigualdad con la vista vuelta, en primer lugar, a la condición de los pueblos coloniales. Y para el revolucionario vietnamita no se trata de poner en cuestión tan solo el carácter formal de la igualdad jurídica; en las colonias ni siquiera existe esa igualdad jurídica. No solo los franceses gozan de un trato decididamente privilegiado, sino también los vietnamitas e indochinos que se han «europeizado», que se han convertido, por ejemplo, al cristianismo, a la religión de la potencia colonial dominante y que en cierta medida han sido invitados al espacio de la civilización, o en otros términos, a formar parte de la pretendida raza superior. Durante cierto tiempo Ho Chi Minh acaricia la idea de traducir a Montesquieu al vietnamita, El espíritu de las leyes para ser más precisos (Ruscio): el Occidente capitalista se hincha de orgullo con sus principios liberales, pero bien se cuida en las colonias no solo de evitar ponerlos en práctica, sino hasta de darlos a conocer.

 

También se denuncia la desigualdad material con la vista vuelta en primer término a las colonias: los vietnamitas

 

«viven en la miseria cuando sus verdugos gozan de la abundancia, y mueren de hambre mientras se les requisan las cosechas». La desigualdad material se entrelaza con la jurídica, y los pueblos coloniales se ven obligados a sufrir a un mismo tiempo detenciones arbitrarias y un hambre desesperada: «Argelia se muere de hambre. Y el mismo flagelo lacera Túnez. Para poner remedio a esta situación, la Administración hace arrestar a un gran número de hambrientos. Y para que los muertos de hambre no tomen la prisión por un hospicio, no se les da de comer. Los hay así que mueren de inanición en los presidios».

 

 

Ante todo, no debemos perder de vista el que quizás es el punto más importante: con la revolución anticolonial se aspira a conseguir la emancipación a todos los niveles, no solo como individuos, sino también como naciones: hay que acabar con el «saludo protocolario de la raza derrotada a la raza superior», esto es: con la deferente in-clinación de cabeza que el vietnamita está obligado a realizar cuando se cruza con un francés (Ho Chi Minh, 1925).

 

Vimos antes a Sun Yat-Sen atribuirle a la Revolución de Octubre el mérito de haberse alzado «contra la desigualdad y en defensa de la humanidad»: contra la desigualdad global. Durante la Revolución china las reivindicaciones de igualdad apuntan una y otra vez a la humillación sufrida por la nación en su conjunto. La condena de los «tratados desiguales» impuestos a China por el colonialismo es vibrante y recurrente; deben dejar paso a «nuevos tratados, sobre la base de la paridad». En este contexto se enmarca la condena de la «extraterritorialidad» que Estados Unidos fue el primero en obtener de China (Mao Tse-Tung, 1945 y 1949) y que permitía que los ciudadanos estadounidenses residentes en el gigante asiático (y los cristianos conversos y occidentalizados) se organizasen y actuasen como un Estado dentro del Estado. En cualquier caso, la lucha por afirmar a nivel internacional el principio «de igualdad, del mutuo beneficio y del respeto recíproco de la soberanía y la integridad territorial» es un aspecto esencial de la revolución anticolonial (Mao Tse-Tung, 1949).

 

Evidentemente, ni Mao Tse-Tung ni Ho Chi Minh pierden de vista el problema de edificar una sociedad al abrigo de la polarización social característica del mundo precapitalista y capitalista. Pero, al contrario que en Europa, los comunistas de Asia saludan la Revolución de Octubre como estímulo para liberarse, en primer lugar, de la terrible desigualdad que los países más avanzados, o bien el capitalismo y el imperialismo, hacen pesar sobre los pueblos coloniales.

 

 

 

 

8. La delgada línea entre marxismo occidental y marxismo oriental

 

He distinguido entre marxismo occidental y marxismo oriental haciendo referencia, respectivamente, a Europa occidental y Asia. ¿Dónde se sitúa la Rusia soviética? Todos los miembros del grupo dirigente de la revolución bolchevique asumen, en distintas medidas, la lección de Lenin sobre la centralidad de la cuestión colonial, y todos ellos, en diversas medidas, esperan que la revolución se propague por Europa y que se produzca una transformación de una radicalidad sin parangón en la historia. En consecuencia, al menos durante un tiempo, parece que en Rusia no haya huella de la escisión entre ambos marxismos. Irá cobrando forma a medida que pierde credibilidad la perspectiva del advenimiento a escala mundial de una sociedad caracterizada por la desaparición de la economía mercantil, del aparato estatal y de las fronteras entre Estados y naciones, caracterizada por la desaparición de todos los conflictos y discordancias. Cuanto más se empaña tan prometedora perspectiva y más perentoria se dibuja la tarea de gobernar Rusia, un país que ha de luchar contra el atraso histórico y las devastaciones provocadas por la guerra y la guerra civil, el grupo dirigente bolchevique se ve tanto más obligado a afrontar, no sin cambios de rumbo y contradicciones, un proceso de aprendizaje que debe completarse aceleradamente, dados los peligros que encierra la situación interna e internacional.

 

El caso de Lenin es ejemplar. Durante algún tiempo, mientras la revolución parece extenderse más allá de los confines de Rusia, comparte las ilusiones de los demás bolcheviques, hasta el punto de aventurar previsiones bastante arriesgadas (en el discurso final que pronunció en el Congreso Fundacional de la Internacional, el 6 de marzo de 1919): «La victoria de la revolución proletaria mundial está asegurada. Está próxima la hora de la fundación de la república mundial de los sóviets» (OL). A comienzos de octubre de 1920, en un clima de euforia continuada, Lenin repetía:

 

«La generación que hoy ronda los cincuenta no puede contar con ver la sociedad comunista. Pronto habrá desaparecido. Pero la generación de quienes hoy tienen quince años sí que la verá, y ella misma construirá la sociedad comunista»

 

Pero la ilusión de la llegada de un mundo radicalmente nuevo bajo la divisa de una reconciliación total y definitiva no tardará en desvanecerse.

 

Transcurridos dos años y medio, en una importante intervención publicada en Pravda el 4 de marzo de 1923 y titulada «No tan bien, pero mejor», se perciben un tono y unas consignas completamente distintas:

 

«mejorar nuestro aparato de Estado», esforzarse seriamente en la «construcción del Estado», «edificar un aparato verdaderamente nuevo y que de verdad merezca el nombre de socialista, de soviético».

 

Una tarea de largo alcance, que requeriría «muchos, muchísimos años», y para resolverla, Rusia no debería dudar en acudir a la escuela de los países capitalistas más avanzados (OL). Amén de la cuestión estatal (y nacional), se imponía también replantearse y emprender un proceso de aprendizaje en lo relativo a la economía. Pese a haber tachado el taylorismo de ser un «sistema ‘científico’ encaminado a exprimir el sudor» del «esclavo asalariado» (OL), tras la Revolución de Octubre Lenin subraya que «el poder de los sóviets» deberá saber incrementar la productividad del trabajo, enseñando a los obreros rusos —tradicionalmente «malos trabajadores»— a trabajar mejor, promoviendo una asimilación crítica del «sistema Taylor» y de los «más recientes progresos del capitalismo» (OL).

 

Podría decirse que la distinción entre marxismo oriental y occidental, para el grupo de los dirigentes bolcheviques, es ante todo de carácter temporal. Antes del acontecimiento de 1917 muchos de ellos vivían en Occidente, y no como los comunistas chinos establecidos en Francia o Alemania durante un breve período de tiempo con el propósito de aprender la ciencia y la técnica para importarlas a su patria lo más rápidamente posible. Nada más lejos. Muchos de los futuros dirigentes de la Rusia soviética pasaron una parte considerable de sus vidas en Occidente, sin ninguna certeza de si podrían regresar a su patria y encontrándose en buena medida aislados en el país donde hallaron refugio, donde no pudieron desarrollar ninguna práctica de gobierno o de administración, ni siquiera en los niveles más modestos. De una forma aún más acusada que en la Revolución francesa, un grupo o una casta de intelectuales «abstractos» se vio llamada como quien dice de un día para otro a transformarse en clase dirigente.

 

Partiendo del caso ejemplar de Lenin, podemos comprender el proceso de aprendizaje por el que se vio obligado a pasar el grupo dirigente bolchevique: antes de conquistar el poder, tendían a pensar la sociedad poscapitalista como negación total e inmediata del orden político-social anterior; con las primeras experiencias de gestión del poder se abre paso la conciencia de que la transformación revolucionaria no es una creación ex nihilo, instantánea e indolora, sino una Aufhebung compleja y tortuosa (sirviéndonos de esta categoría central de la filosofía hegeliana), es decir: un negar que al mismo tiempo es heredar los puntos fuertes del orden político-social negado y derribado.

 

Obviamente, no todos completaron, o estuvieron dispuestos a hacerlo, a la vez y de igual modo, el proceso de aprendizaje que les impuso la situación objetiva. En otros términos: por lo que hace a la Rusia soviética, la línea divisoria entre marxismo occidental y marxismo oriental es, por un lado, de carácter temporal y, por otro lado, parte en dos al mismísimo grupo dirigente. Las contradicciones y conflictos que acaban desgarrándolo remiten en último término al choque entre los dos marxismos. Trotski, que ve el poder que los bolcheviques han conquistado en Rusia como el trampolín para la revolución en Occidente, representa de modo eminente al marxismo occidental. Acusado por su antagonista de una presunta fijación nacional y provinciana, Stalin es en cambio la encarnación del marxismo oriental: jamás se movió de Rusia, y ya entre febrero y octubre de 1917 presentaba la anhelada revolución proletaria no solo como el instrumento necesario para edificar un nuevo orden social, sino también para reafirmar la independencia nacional rusa, amenazada por la Entente, que quería obligarla a suministrar carne de cañón para la guerra imperialista y que la trata como si fuese un país del «África central». Un vago presagio de que, lejos de poder «exportar» la revolución a Occidente, la Rusia soviética tendría que poner todo su empeño para no convertirse en una colonia o semicolonia del Occidente capitalista más avanzado…

 

(continuará)

 

 

[ Fragmento de: Losurdo, Domenico. “El marxismo occidental. Cómo nació, como murió y cómo puede resucitar” ]

 

 

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