jueves, 20 de julio de 2023

 

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EL MARXISMO OCCIDENTAL

Cómo nació, como murió y cómo puede resucitar

 

Domenico Losurdo

 

(05)

 

 

 

I

 

1914 Y 1917

NACIMIENTO DEL MARXISMO OCCIDENTAL Y ORIENTAL

 

 

3. Estado y nación en el Oeste y en el Este

 

(…) Si en el Oeste el comunismo y el marxismo son la verdad y el arma definitiva para acabar con la guerra y erradicarla, en el Este comunismo y marxismo son la verdad y el arma ideológica capaces de poner fin a la situación de opresión y de «desprecio» impuesta por el colonialismo y el imperialismo. Se trata de una búsqueda que comenzó con las guerras del Opio, antes incluso de la formación, no ya del marxismo-leninismo, sino del marxismo en cuanto tal (en 1840 Marx no era más que un estudiante universitario). El marxismo no provocó la revolución en China; para ser precisos, fue la resistencia secular, la revolución en curso del pueblo chino, la que tras una larga y fatigosa búsqueda logra por fin tomar plena conciencia de sí misma en la ideología marxista o marxista-leninista y poner fin al dominio colonial. Algunos días después de pronunciarse en este sentido, declara Mao:

 

«La nuestra no volverá a ser una nación sometida a insultos y humillaciones. Nos hemos puesto en pie […] La época en que se consideraba incivilizado al pueblo chino ha concluido» (Mao Tse-Tung).

 

Volvamos al «delegado de Indochina» que intervino en 1920 en el Congreso del Partido Socialista Francés. Todavía se hacía llamar Nguyên Ai Quôc, o «Nguyên el Patriota», mientras pedía la adhesión a la Internacional comunista; no percibe contradicción entre internacionalismo y patriotismo, sino que este último, en la situación en que se halla Indochina, se percibe como expresión concreta del internacionalismo. Algunas décadas después, convertido en líder del Vietnam que empieza a saborear la independencia en el Norte, Ho Chi Minh invita a los jóvenes a que se esfuercen en los estudios dirigiéndose a ellos en estos términos:

 

Ochenta años de esclavitud han debilitado nuestro país. Debemos recuperar el legado de nuestros antepasados […] ¿Conocerá Vietnam la gloria? ¿Ocupará su pueblo un puesto honorable, parejo al de los demás pueblos de los cinco continentes? (en Lacouture).

 

Nueve años antes de su muerte, mientras arreciaba sobre Indochina una de las guerras coloniales más bárbaras del siglo xx, con ocasión de su septuagésimo cumpleaños, Ho Chi Minh recuerda su trayectoria intelectual y política:

 

«En un principio, lo que me empujó a creer en Lenin y en la Tercera Internacional fue el patriotismo, no el comunismo».

 

Le provocaban una gran emoción ante todo los llamamientos y los documentos que promovían la lucha de liberación de los pueblos coloniales, subrayando su derecho a constituirse como Estados nacionales independientes:

 

«Las tesis de Lenin [sobre la cuestión nacional y colonial] me provocaban una gran conmoción, una gran fe, un enorme entusiasmo, y me ayudaban a ver los problemas con claridad. Mi alegría era tanta, que se me saltaban las lágrimas» (en Lacouture).

 

En su «Testamento», tras llamar a sus conciudadanos a la «lucha patriótica» y al combate «por la salvación de la patria», Ho Chi Minh (1969) hace el siguiente balance en un plano personal:

 

«Durante toda mi vida he servido en cuerpo y alma a la patria, he servido a la revolución, al pueblo».

 

 

 

 

4. La «economía dineraria» en el Oeste y en el Este

 

 

Leída así, como una consecuencia de la contienda imperialista por la conquista de los mercados y las materias primas, y de la búsqueda capitalista de beneficios y superbeneficios, pero también y ante todo en clave moralista, como producto del auri sacra fames [execrable sed de dinero], y no tanto como resultado de un sistema social muy determinado, la Primera Guerra Mundial suscitó en Occidente un clima espiritual que encuentra su expresión más representativa en Bloch. A sus ojos, la superación del capitalismo debe comportar

 

«la liberación del materialismo de los intereses de clase en cuanto tales», más aún: «la abolición de todo componente económico particular».

 

Ni siquiera los grandes revolucionarios le han prestado a este asunto la suficiente atención:

 

El hombre no vive solamente de pan. Por muy importante y necesario que sea lo exterior, sin embargo sirve únicamente para sugerir, pero no crea nada; en realidad, quienes construyen la historia son los hombres, no las cosas ni su caudaloso discurrir, que tiene lugar fuera de nosotros, y no sobre nosotros. Marx determinó qué es lo que debe ocurrir en la economía, la necesaria transformación económico-institucional, pero no le atribuyó la deseable autonomía al hombre nuevo, al ímpetu, a la fuerza del amor y de la luz, es decir, al momento moral en sí mismo, en el orden social definitivo (Bloch).

 

Así pues —recalca en la primera edición de Espíritu de la utopía—, los sóviets que ejercen el poder en Rusia están llamados a poner fin no solo a «cualquier economía privada», sino también a toda «economía dineraria», y junto con ella a la «moral mercantil, que consagra todo cuanto hay de malvado en el hombre». Junto al poder económico, también debe someterse a discusión el poder en cuanto tal. En último análisis, es preciso llevar a cabo la «transformación del poder en amor» (Bloch, 1918).

 

El hecho es que —observa a su vez Benjamin (1920-1921)—

 

«la economía actual en su conjunto no se asemeja tanto a una máquina que se detiene si el fogonero la descuida, cuanto a una fiera que se descontrola así que el domador le da la espalda».

 

Dicho con otras palabras: no se trata de hacer más eficaz o menos devastadora la «máquina» de la economía gracias a una subversión revolucionaria; se trata, por el contrario, de enjaular o, llegado el caso, de aniquilar a esa fiera que es la economía en cuanto tal, a pesar de cualquier transformación político-social.

 

Rusia se cuenta entre los principales actores de la carnicería provocada por la carrera imperialista, y también allí, tras la Revolución de Octubre, se difunde una visión que contempla con desprecio el mundo de la economía en su conjunto, y que alza escandalizada la voz con ocasión de la introducción de la NEp, la Nueva Política Económica, que sigue en 1921 a un «comunismo de guerra» que tenía por divisa un as-cetismo igualitario, pero forzoso y desesperado. La actitud no es muy distinta de la que acabamos de analizar en Occidente. La recuerda en estos términos, en los años cuarenta, un militante del Partido Comunista de la Unión Soviética:

 

 

Todos los jóvenes comunistas crecimos en la convicción de que el dinero desaparecería para siempre […] Si volvía a haber dinero, ¿no volvería a haber ricos? ¿No era esta una pendiente resbaladiza que nos devolvería al capitalismo? (en Figes).

 

 

Solo tras grandes esfuerzos, y arriesgándose a que lo acusasen de traición, logra Lenin situar el centro de atención en el problema del desarrollo económico de un país atrasado, un país que ha salido postrado de la guerra mundial y de la guerra civil, y que debe hacer frente a una situación internacional plagada de peligros. Poco antes de su muerte, Stalin (1952) se ve todavía obligado a polemizar contra quienes, en nombre de la lucha contra el capitalismo, pretenden poner fin a la «producción mercantil», a la «circulación de mercancías» y a la «economía monetaria».

 

El panorama en China es completamente distinto. Veamos qué es lo que sucede en las escasas áreas «liberadas» y gobernadas por el Partido Comunista desde finales de los años veinte. El Kuomintang anticomunista y el gobierno de Nanquín bajo su control tratan de obligarles a capitular recurriendo no solo a la fuerza militar, sino también al estrangulamiento económico. En el curso de su viaje observa Snow (1938):

 

«Nanquín había prohibido el comercio entre los distritos rojos y los blancos, pero los rojos lograban en ciertos momentos, a través de senderos de montaña casi impracticables y tras haber ‘untado’ a conciencia a los guardias fronterizos, establecer un floreciente tráfico de exportaciones» y procurarse así «las necesarias manufacturas».

 

Demonizados en Rusia y en Europa como expresión de un mundo ávido y podrido que es menester derribar de una vez por todas, la «economía dineraria» y el comercio son en cambio sinónimos de supervivencia física y de defensa del proyecto revolucionario llamado a salvar China y a edificar un mundo nuevo y mejor.

 

El contraste entre Oriente y Occidente se acentúa en los años siguientes. Tras el ascenso del fascismo y el nazismo, en países como Italia, Alemania y Japón, la lucha por un salario mejor y por mejores condiciones de vida pone en tela de juicio al mismo tiempo el esfuerzo productivo y militar y la máquina bélica de los agresores, adalides del resurgir del expansionismo colonial. En China, por el contrario, según se intensifica la invasión japonesa a gran escala, se pone de manifiesto aquello que Mao definía como «la identidad entre la lucha nacional y la lucha de clases». A partir de entonces, el empeño en la producción y en el desarrollo económico se convierte al mismo tiempo, sobre todo en las zonas liberadas y controladas por el Partido Comunista, en parte sustancial de la lucha nacional y de clase. Se comprende entonces que, incluso cuando atruenan las armas, Mao llame a los dirigentes comunistas a prestarle gran atención a la dimensión económica del conflicto:

 

En las condiciones de guerra actuales, todos los organismos, las escuelas y unidades del Ejército deben dedicarse activamente a cultivar los huertos, a la cría de cerdos, a recoger leña, a producir carbón vegetal; deben desarrollar la artesanía y producir una parte de los cereales que necesitan para su sustento […] Los dirigentes del Partido, del Gobierno y del Ejército, en todos los niveles, al igual que los directores de las escuelas, deben aprender sistemáticamente el arte de dirigir a las masas en la producción. Quien no estudia con atención los problemas de la producción no es un buen dirigente…

 

(continuará)

 

 

 

 

[ Fragmento de: Losurdo, Domenico. “El marxismo occidental. Cómo nació, como murió y cómo puede resucitar” ]

 

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