lunes, 3 de julio de 2023

 

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LENIN Y LA REVOLUCION

Jean Salem

 

[ 11 ]

 

 

 

Seis tesis de V. Lenin sobre la revolución

 

 

5º/ LOS SOCIALISTAS NO DEBEN RENUNCIAR A LA LUCHA A FAVOR DE LAS REFORMAS

 

 

(…) Las clases revolucionarias de Rusia fueron derrotadas en esta primera campaña (1905-1907) pero la situación revolucionaria sigue, apunta Lenin en 1909.

 

En sus ‘Cartas desde lejos’, escritas a principios del año 1917 cuando aún está en Suiza, en Zurich, Lenin registra la célebre metáfora en virtud de la cual la primera revolución rusa, incluso si fue seguida de una «contra-revolución», de 1907 a 1914, no por ello dejó de significar un gran « ensayo general» de la revolución en curso.

 

La «revolución de los 8 días», escribe a propósito de la Revolución de febrero del 17 que había llevado temporalmente al poder a los Goutchkov y a los Milioukov, se “escenificó” «después de una decenas de ensayos generales y parciales». Pero, prosigue, para que los actores (que se conocían unos a otros, que sabían sus papeles, su sitio y todo el escenario de cabo a rabo) fuesen llevados a una nueva confrontación, a un enfrentamiento esta vez decisivo, hizo falta aun un grande, vigoroso, todopoderoso «director»: un director capaz, por una parte, de acelerar tremendamente la marcha de la historia universal y, por otra, de generar crisis mundiales económicas, políticas, nacionales e internacionales, de una intensidad sin precedentes. Este todopoderoso director, que además es un extraordinario acelerador de la historia, «ha sido la guerra imperialista mundial».

 

Además, no solamente la derrota instruye, «las revoluciones triunfan... incluso cuando sufren una derrota».

 

Tomemos por ejemplo la gran Revolución francesa. [...] Para la clase a la que le sirvió, la burguesía, hizo tanto como todo el siglo XIX; ese siglo que trajo la civilización y la cultura a toda la humanidad discurrió bajo el signo de la Revolución francesa. En todos los rincones del mundo, este siglo no hizo más que poner en práctica, realizar por partes, completar lo que habían creado los grandes revolucionarios de la burguesía francesa cuyos intereses servía sin tener conciencia de ello, encubriéndolo con palabras como la libertad, la igualdad y la fraternidad.

 

La Revolución francesa, añade a este propósito Lenin, «muestra su vitalidad y la fuerza de su influencia sobre la humanidad por el odio feroz que provoca aún en nuestros días». Por lo demás, la Revolución francesa, «aunque aplastada», aunque haya sucumbido bajo los golpes de la reacción coaligada, aunque se haya restaurado el trono del «Romanov de entonces», ha «de todos modos triunfado», porque dio al mundo entero las bases de la democracia burguesa, de la libertad burguesa, que ya no podían ser eliminadas. Y es por eso, dice Lenin, que

 

«decimos que incluso si, por hipótesis, poniéndonos en lo peor, si mañana mismo un Koltchak cualquiera con suerte cortaba en trozos a todos los bolcheviques uno a uno, la revolución quedaría invicta».

 

 

Incluso si mañana el poder bolchevique fuera derrocado por los imperialistas, no nos arrepentiríamos ni un instante de haberla hecho. Y ni un solo obrero consciente, representante de los intereses de las masas trabajadoras, no lo lamentaría y no dudaría de que nuestra revolución ha, a pesar de todo, triunfado. Porque la revolución triunfa cuando hace progresar a la clase avanzada que asesta un fuerte golpe a la explotación.

 

Jacques Derrida en algún lugar confiaba que él estaba muy de acuerdo con un texto de Kant en el que éste afirma que

 

«incluso si algunas revoluciones [Kant está pensando en la Revolución francesa] fracasan o tienen momentos de regresión, ellas anuncian que la posibilidad de progreso de la humanidad existe, confirman esta posibilidad».

 

Incluso si... : nosotros también diríamos esto a propósito de Octubre del 17 y del difunto movimiento comunista internacional.

 

Lenin, cientos de veces y en diversas ocasiones, establece muy numerosas analogías entre la evolución de la situación en Rusia y las sacudidas revolucionarias de la Francia del siglo XVIII. Y pone mucho empeño en rehabilitar contra Martynov y Martov (redactores de la “nueva Iskra” menchevique) el recuerdo de los Jacobinos de los que estos habían querido hacer «un espantajo». Evoca las inevitables «Vandeas» a las que tendrá que hacer frente la revolución en Rusia. Preferimos, agrega, terminar con la autocracia según el procedimiento “plebeyo” y dejar a otros el procedimiento “girondino”. Y «aquí en Rusia», repite muy convencido, la clase revolucionaria del siglo XX tiene su Montaña y su Gironda (como la burguesía, la clase revolucionaria del siglo XVIII, tenía las suyas).

 

 

 

 

6º/ EN LA ERA DE LAS MASAS, LA POLÍTICA COMIENZA ALLÍ DONDE SE ENCUENTRAN MILLONES DE HOMBRES, INCLUSO DECENAS DE MILLONES. – DESPLAZAMIENTO TENDENCIAL DE LOS FOCOS DE LA REVOLUCIÓN HACIA LOS PAÍSES DOMINADOS.

 

 

Ser revolucionario, en fin, y Lenin no se cansa de repetirlo, es comportarse como militante internacionalista. Si tuviéramos que presentar un programa de reformas, declara en 1916, escribiríamos más o menos esto:

 

La consigna y la aceptación de la defensa de la patria en la guerra imperialista de 1914-1916 no es más que la corrupción del movimiento obrero por medio de una mentira burguesa.

 

No votar los créditos militares, no alentar el chovinismo del « propio país » (y de los países aliados), combatir en primer lugar el chovinismo de «la propia burguesía» sin limitarse a las formas legales de lucha cuando sobreviene una crisis y la misma burguesía abroga la legalidad que ella ha creado, esa es la línea de acción que deben tomar los partidos revolucionarios. Ese es el «deber» de los socialistas: estimular, “agitar” al pueblo (y no adormecerlo con chovinismos como hacen Plejanov, Axelrod, Kautsky), utilizar la crisis para precipitar la caída del capitalismo; inspirarse en los ejemplos de la Comuna y de octubre-diciembre 1905. No cumplir con este deber o, en el mejor de los casos, refugiarse en las nubes, sobre la cima de una vaga consigna de “desarme”, he ahí en lo que se traduce la traición de los partidos actuales, su muerte política, la abdicación de su papel, su deserción hacia el bando de la burguesía, según constata Lenin un año después del inicio de la primera guerra mundial.

 

 

Ahora bien, aún quedan por el mundo demasiadas cosas «que deben ser aniquiladas a sangre y fuego para la liberación de la clase obrera». Antes que huir ante la realidad, escribe Lenin en 1915, «prepárate» más bien, si sobreviene una situación revolucionaria, a fundar nuevas organizaciones y a poner en práctica esos tan útiles ingenios de muerte y destrucción contra tu gobierno y tu burguesía.

 

Así y solamente así la «conflagración europea» (dicho de otra manera, la primera guerra mundial), puede desembocar en la «guerra civil» que liberará a la innumerable masa de los oprimidos.

 

El imperialismo no es nada más que la explotación de millones de hombres de las naciones dependientes por un pequeño número de naciones ricas.

 

Y de hecho, es muy posible encontrarnos la mayor democracia en el seno de una nación rica al mismo tiempo que continúa ejerciendo su dominación sobre las naciones dependientes. Se tiende muy a menudo, recalca Lenin (que, recordemos, no vivía a principios del siglo...XXI), a olvidar esta situación que fue, mutatis mutandis, la de los hombres libres de las ciudades democráticas pero esclavistas de la antigua Grecia y que volvemos a encontrar en la Inglaterra y la Nueva Zelanda de principios del siglo XX. Y este olvido interesado constituye incluso una de las condiciones indispensables para el mantenimiento de la dominación de la burguesía en los países dominantes. El «principal apoyo» del capitalismo en los países capitalistas con industria avanzada, declarará en 1921, es precisamente la fracción de la clase obrera organizada en la II Internacional y en la Internacional II y media.

 

Intelectuales de medio pelo y obreros especializados olvidan fácilmente, incluso en esta nuestra época llamada de “globalización”, que el mundo es más extenso que la metrópolis en la que disfrutan de algunas migajas: este estrato de obreros «aburguesados», «enteramente pequeño-burgueses por su género de vida, por sus sueldos y toda su concepción del mundo», constituye la base social del oportunismo, es decir, la acomodación al sistema. Justamente lo que relativiza de manera muy considerable la presunción y la heterodoxia que algunos comunistas europeos reprocharon a Marcuse a principios del año 1970. Al denunciar el inevitable aburguesamiento de una parte cada día mayor de la clase obrera en los países avanzados, Marcuse no pisaba, ni mucho menos, tierras dejadas en baldío por los exegetas más autorizados de la obra de Marx.

 

Marcuse escribía en 1969: la fantástica capacidad de producción de toda suerte de objetos y de servicios motiva una limitación de la imaginación y aumenta el dominio de la producción capitalista sobre la existencia humana. «Así, tanto los que organizan la represión como los consumidores que se le someten, rechazan la detestable idea del potencial liberador que encierra la sociedad industrial avanzada». Que Marcuse haya apostado, al mismo tiempo, por una «acción política radical» de la joven inteligencia, por una parte, y de la población de los guetos, por otra; que, según parece, haya considerado irreversible la relativa prosperidad del capitalismo occidental y que no haya previsto que un cuarto mundo más vasto iba pronto, en nuestros países, a confirmar contra toda previsión la predicción de Marx en cuanto a la tendencia al empobrecimiento absoluto de la clase obrera, todo esto es otra cuestión de la que no vamos a discutir aquí.

 

Se podría pues pensar, inmediatamente después del primer conflicto mundial, que el movimiento emancipador comenzaría más fácilmente en los países que no figuran entre los países explotadores, lo cuales pueden desvalijar con mayor facilidad y pueden sobornar a las capas superiores de sus obreros.

 

(Lenin ya se interesó muy de cerca por la revolución turca de 1908, por la revolución persa de 1905-1911, por la revolución china de 1911). Igualmente podemos pensar hoy que sería muy aventurado discurrir sin cesar sobre el «fin» de la clase obrera y sus combates, mientras que un país con casi mil quinientos millones de habitantes, China, ha optado resueltamente por asumir el papel de manufactura mundial, adoptando un modelo de desarrollo basado en la abundancia de una mano de obra mal pagada, en la acogida de fábricas de ensamblaje, en la exportación de productos baratos y en el flujo de inversiones extranjeras. Porque nadie sabe cuánto tiempo el poder podrá yugular los riesgos de explosión social en este país-continente.

 

Lenin ha subrayado hasta más no poder que el siglo XX, más que ningún otro siglo anterior, sería una era de masas innumerables, la era de las multitudes; y que una revolución es en todo caso «una guerra», la sola guerra «legítima, justa, necesaria», una guerra emprendida no por el sórdido interés de un puñado de dirigentes y de explotadores, sino por el interés de millones y decenas de millones de explotados y de trabajadores contra la arbitrariedad y la violencia.

 

La revolución es pues una guerra, como hemos visto; pero en las guerras más ordinarias y, sobre todo, en el conflicto mundial que se anuncia, son, según Lenin, « cientos de miles, millones de esclavos asalariados del capital y campesinos aplastados por los grandes latifundistas feudales» los que serán «enviados al matadero» para defender los intereses dinásticos de un puñado de bandidos coronados y los beneficios de una burguesía ávida de pillar tierras extranjeras. En adelante hay que tener en cuenta ese rasgo particular desconocido hasta ahora de las revoluciones: la organización de las masas…

 

(continuará)

 

 

 

 

[ Fragmento de: LENIN Y LA REVOLUCION Jean Salem ]

 

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