999
LENIN Y LA REVOLUCION
Jean Salem
[ 08 ]
Seis tesis de V. Lenin sobre la revolución
3º/ UNA REVOLUCIÓN ESTÁ HECHA DE UNA SERIE DE BATALLAS; CORRESPONDE AL PARTIDO DE VANGUARDIA FACILITAR EN CADA ETAPA UNA CONSIGNA ADAPTADA A LA SITUACIÓN OBJETIVA; A ÉL INCUMBE RECONOCER EL MOMENTO OPORTUNO DE LA INSURRECCIÓN.
He aquí la «ley fundamental de la revolución», escribe Lenin en la Enfermedad infantil –ley confirmada por todas las revoluciones y principalmente por las tres revoluciones rusas del siglo XX : Para la revolución no basta con que las masas explotadas y oprimidas tengan conciencia de la imposibilidad de seguir viviendo como viven y exijan cambios; para la revolución, es necesario que los explotadores no puedan seguir viviendo y gobernando como viven y gobiernan. Sólo cuando “los de abajo” no quieren y “los de arriba” no pueden seguir viviendo a la antigua, sólo entonces puede triunfar la revolución.
En 1910, Lenin declaraba de manera más coyuntural a propósito del Manifiesto del 17 de octubre de 1905 (texto en el que el zar Nicolás había «otorgado» a la población del Imperio las libertades públicas y políticas, dejado escapar el término «sufragio universal» y concedido una especie de derecho de veto a la Duma gubernamental), que este manifiesto «no significaba que la lucha había terminado»; sino, todo lo contrario, constituía un síntoma de que «el zarismo no estaba ya en condiciones de gobernar» mientras que «la revolución no tenía aún la fuerza para derrocarlo». Ahora bien, una situación tal, un tal equilibrio de fuerzas, añadía Lenin, debía «inevitablemente generar un conflicto decisivo».
En cuanto a la «fecha» de la «revolución popular», no puede ser «fijada de antemano», concede Lenin en medio de una de las numerosísimas polémicas que le oponen a otros miembros del partido social-demócrata. Pero, añade inmediatamente, la fecha de la insurrección puede ser fijada, siempre que quienes la fijan tengan influencia sobre las masas y sepan determinar en forma correcta el momento.
Las consignas deben, evidentemente, ser consideradas como «conclusiones prácticas del análisis de clase de una situación histórica dada» y no como «talismanes» dados una vez para siempre a un partido o a una tendencia. Para los revolucionarios, dirá Lenin un poco más tarde contra los “otzovistas” (que estaban todo el tiempo hablando de “revolución”), no basta aprenderse de memoria las consignas: hay que aprender a juzgar cuándo es oportuno lanzarlas.
Dicho de otra manera, la hora de la revolución no es previsible. Pero en periodo revolucionario,
«sería el mayor de los crímenes por parte de los revolucionarios dejar escapar el momento».
Lenin no cesa de repetir que la hora de la revolución no puede ser objeto de una predicción. Desde 1901 a 1905, escribe en 1915, pasaron cuatro años; ahora bien, en 1901 nadie podía jurar en Rusia que la primera revolución contra el absolutismo estallaría cuatro años más tarde. Lo mismo que nadie puede jurar, prosigue, que la revolución sobrevendrá en Europa «dentro de cuatro años». Pero
«que una situación revolucionaria existe, es un hecho que se predijo en 1912 y se produjo en 1914».
Nadie, repetirá en 1918, habría podido «garantizar» en noviembre de 1904 que dos meses más tarde cien mil obreros de Petersburgo se dirigirían al Palacio de Invierno y desencadenarían una gran revolución. Como tampoco
«habríamos podido garantizar en diciembre de 1916, que dos meses más tarde la monarquía zarista sería derrocada en unos días».
Y apelando una y otra vez a la revolución mundial que pudiera venir en auxilio de los Soviets, vuelve a decir:
«La revolución internacional está próxima, pero no existe un horario según el cual ella se va a desarrollar»
No por ello los dirigentes obreros, a diferencia de los liberales o de los enemigos de la revolución, habrán de limitarse a reconocerla una vez que ha estallado.
Es antes de su advenimiento que los revolucionarios la prevén, que toman conciencia de su ineluctabilidad, que hacen comprender su necesidad a las masas y les explican sus vías y métodos.
Y cuando están reunidas las condiciones objetivas de una crisis política profunda, los más mínimos conflictos pueden revestir la mayor importancia, como motivo inductor, como gota que colma vaso, como punto de viraje en el estado de ánimo público, etc.
Entonces, los revolucionarios deben saber crear la ocasión o, al menos, saber aprovecharla. Tan es así que en épocas revolucionarias, «la situación objetiva cambia tan deprisa y tan bruscamente como la vida en general». Lenin escribe al final de su vida que Napoleón decía:
“Nos lanzamos y después... vemos”.
«Es lo que hemos hecho; primero nos metimos en un combate serio en octubre de 1917. [...] Y a la hora presente está fuera de toda duda que, en lo esencial, hemos conseguido la victoria».
Esperar a hacer, es la muerte; «cueste lo que cueste hay que solucionar este asunto esta noche o de madrugada» declara resueltamente Lenin la noche del 24 al 25 de octubre de 1917 cuando, desde el Instituto Smolny lanzó la consigna de insurrección contra un gobierno provisional ya colgando en el vacío . En cuanto a los que le reprochaban su aventurerismo y pensaban en aquel momento que la empresa era muy arriesgada, sin duda les habrá respondido remitiéndolos a aquellas palabras de Marx que caracterizan a maravilla su estilo:
«Sería por cierto muy fácil de hacer si la lucha sólo se aceptase con la condición de que se presentaran perspectivas infaliblemente favorables»
La marcha de la revolución no debe por tanto concebirse como un proceso lineal, ni como asunto de una sola “gran noche”, ni como un simple conmutador en virtud del cual el curso entero de la historia sería susceptible de ser invertido sin vuelta atrás. Hay evidentemente que tener «una idea infantil de la historia» para imaginarse que «todo irá sin “sobresaltos”, lentamente por una línea recta regularmente ascendente». Quien no admita la revolución del proletariado más que a condición de que se desarrolle con facilidad y sin choques; de que la acción conjunta de los proletarios de diferentes países se consiga de entrada; excluyendo de antemano la eventualidad de derrotas; de que la revolución siga un camino ancho, despejado, bien recto; de que, en el camino a la victoria, no haya que hacer los mayores sacrificios, «resistir en una fortaleza asediada» o franquearse el paso por estrechos caminos de montaña, impracticables, tortuosos y llenos de peligros, «ese tal no es un revolucionario», escribe V. Lenin. Y cita a Tchernychevski en su tan conocida fórmula:
«La marcha de la historia no es recta como el paseo Nevski»
“Y no se puede representar la revolución misma bajo la forma de un acto único: [la revolución será] una sucesión rápida de explosiones más o menos violentas, alternando con fases de calma más o menos profunda,un «periodo tormentoso» de convulsiones políticas y económicas, de lucha de clases muy aguda, de guerra civil, de revoluciones y contrarrevoluciones. Uno de los mayores errores y de los más peligrosos que cometen los revolucionarios cuando han logrado iniciar una gran revolución, así lo leemos a este propósito en un texto de 1922, es sobre todo el de «imaginarse que la revolución se lleva a cabo a manos sólo de los revolucionarios». Porque estos no deben jugar nunca más que un papel de «vanguardia», de una vanguardia que sabe no despegarse de la masa que dirige. Esta «serie de batallas» (no esta «batalla única») que hay que entablar en vistas a las reformas económicas y democráticas en todos los ámbitos, «batallas que no pueden concluir más que con la expropiación de la burguesía», esta transición del capitalismo al socialismo, se parecerá más bien, por tomar una fórmula de K. Marx, a «un largo periodo de doloroso parto», porque la violencia es siempre la partera de la vieja sociedad…
(continuará)
[ Fragmento de: LENIN Y LA REVOLUCION / Jean Salem ]
*
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por comentar