miércoles, 28 de junio de 2023

 

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NUESTRO MARX

Néstor Kohan

 

[ 096 ]

 

 

SEGUNDA PARTE

¿EL RETORNO DE MARX?

 

 

 

 

 Acumulación y lucha de clases

 

La acumulación del capital, corazón del sistema en su conjunto ("corazón" enfermo, si se nos permite la expresión, cuyo diagnóstico Marx elabora al demostrar la ley tendencial de la caída de la tasa de ganancia), está atravesada por el antagonismo de la lucha de clases. La explicación de este antagonismo Marx la desarrolla en el capítulo anterior al de la acumulación originaria, el vigésimo tercero, el referido a la ley general de la acumulación capitalista. Allí plantea que esta ley general expresaría una razón inversamente proporcional. A mayor acumulación de riquezas en un polo, mayor acumulación de pobreza y miseria en el otro. La concentración y centralización del capital implica mayor explotación y resistencia de la fuerza de trabajo.

 

Una inversión que en su descripción a trazo grueso es anterior a Marx. Hegel, para citar sólo un nombre significativo, había planteado algo muy similar en su Filosofía del derecho [1821], al sostener que:

 

"Cuando la sociedad civil funciona sin obstáculos, se acentúa así dentro de ella el progreso de la población y de la industria. A través de la universalización de la conexión entre los hombres, a causa de sus necesidades y del modo en que se preparan y producen los medios para satisfacerlas, se acrecienta la acumulación de riquezas, pues de esta doble universalidad se extrae la máxima ganancia, mientras que por el otro lado, como consecuencia, se incrementa la especialización y limitación del trabajo particular, y así la dependencia y miseria de la clase ligada a ese trabajo, lo que provoca la incapacidad de sentimiento y goce de las restantes posibilidades, sobre todo de los beneficios espirituales, que ofrece la sociedad civil [...] Se manifiesta así que en medio del exceso de riqueza la sociedad civil no es suficientemente rica, es decir, no posee bienes propios suficientes para impedir el exceso de pobreza y la generación de la plebe".

 

 

Apoyado en el estudio crítico de los economistas clásicos y a partir de su propia concepción, Marx formula y fundamenta entonces la ley general de acumulación capitalista. Sin embargo, conviene recordar que esta ley no traza una regularidad "automática" que se cumpliría de manera necesaria con independencia de la lucha de clases. Por eso Marx se apresura a señalar que:

 

"Por otra parte, a medida que con la acumulación del capital se desarrollan la lucha de clases y, por consiguiente, la conciencia de sí mismos entre los obreros"

 

 

 

 

La violencia como potencia económica

 

Si la acumulación no es ajena a la lucha de clases, si la reproducción del capitalismo no funciona sin dominación y ejercicio del poder, ¿qué significado tiene entonces aquella formulación de Marx cuando sostiene que:

 

"La violencia es la partera de toda sociedad vieja preñada de una nueva. Ella misma es una potencia económica"

 

¿La violencia como "potencia económica"? ¿Acaso economía y violencia no son dos universos radicalmente escindidos, separados y en el mejor de los casos yuxtapuestos o complementarios? Parafraseando lo que alguna vez escribió Sigmund Freud sobre la sexualidad infantil ante quienes sospechaban de su inexistencia, hay que esforzarse demasiado para no ver la violencia y la relación de fuerzas y de poder dentro mismo de la relación de capital.

 

A pesar de las clasificaciones canonizadas y los prejuicios ya establecidos por los saberes cristalizados de las disciplinas académicas (cada una con su métier, su jerga técnica, su ”especialización", su campo de estudio microscópico, su juego de lenguaje restringido, su diploma), para Marx es imposible escindir y separar arbitrariamente estas dos dimensiones que hacen a un mismo conjunto de relaciones de producción, de poder y de fuerzas. Sólo a condición de ceder terreno al economicismo (aquella corriente defendida, entre varios otros, por Aquiles Loria que ubicó el gran aporte del marxismo en... el "factor" económico) se puede aceptar que exista un "factor" escindido de la totalidad social y de las relaciones de poder y de fuerzas entre las diversas clases sociales en pugna a lo largo de la historia.

 

Si se acepta esa visión, entonces se torna una afirmación completamente absurda sostener, como lo hace Marx, que la violencia constituye en sí misma "una potencia económica".

 

Si se toma en serio en todo su peso teórico la formulación de Marx se deben extraer las inferencias que se derivan de allí para La concepción materialista de la historia y la teoría del modo de producción y la formación económico social capitalista. La principal consecuencia consiste en que Marx somete nuevamente a crítica al fetichismo. Pero ya no se trata solamente de la expresión del fetichismo que está centrada en las relaciones sociales cosificadas del mercado y regidas por el trabajo abstracto, el valor y la mediación dineraria (analizadas en el capítulo anterior de esta investigación), sino también del fetichismo de la política y del Estado, concebidos como instituciones separadas y completamente "autónomas" de las relaciones sociales.

 

 

 

 

Fetichismo del Estado, república burguesa y dominación capitalista

 

¿En qué consiste entonces el fetichismo del Estado? Pues en concebirlo como una institución neutral, separada y escindida de las relaciones sociales de producción, de poder y de fuerzas entre las clases. La crítica del fetichismo del poder del capital —un poder que aparece como propio del capital pero que no es más que el poder del cuerpo colectivo cooperativo expropiado de la clase trabajadora— se prolonga en Marx en la crítica del fetichismo de la política y del Estado. Su crítica, que ya está presente en su juvenil polémica de 1843 con su maestro Hegel no queda limitada a esos escritos tempranos. No es cierto que Marx comienza su trayectoria intelectual por la filosofía política y luego la abandona para convertirse en un economista.

 

Recordemos que Marx, en 1871, llegando al final de su vida y apenas cuatro años después de publicar el primer tomo de El Capital, alerta contra esta supuesta solidificación del poder en las instituciones cristalizadas del Estado. Marx sostiene que:

 

"El poder del Estado, que aparentemente flotaba por encima de la sociedad, era, en realidad, el mayor escándalo de ella y el auténtico vivero de todas sus corrupciones".

 

Aunque Marx nunca haya escrito su proyectado tratado específico sobre el Estado (que, según sus planes iniciales de redacción de El Capital, planificaba como su cuarto libro), no puede soslayarse que tanto en El Capital como en ‘Las luchas de clases en Francia’, en ‘El 18 Brumario de Luis Bonaparte’, en ‘La guerra civil en Francia’ y en muchos otros de sus escritos unilateralmente clasificados como "políticos" aporta numerosas reflexiones para una crítica del fetichismo de la política y del Estado.

 

La elección de la formación social de Francia no resulta arbitraria ni meramente coyuntural en sus investigaciones "políticas". No casualmente en El Capital había elegido a Inglaterra para ilustrar empíricamente sus concepciones sobre el mercado capitalista. Adopta a Francia justamente como referente empírico porque allí la forma específicamente moderna de dominación política burguesa se ha desarrollado en su aspecto más complejo, determinado y maduro a partir del ciclo que inicia la revolución de 1789. Esa "forma pura" reside precisamente en la república parlamentaria con su prensa organizada en las grandes urbes, sus partidos políticos modernos, su poder legislativo, sus alianzas políticas, los fraccionamientos políticos de las clases, la autonomía relativa de la burocracia y el ejército. En ella el dominio político burgués se torna —según Marx—, por primera vez en la historia "común, anónimo, general, desarrollado e impersonal" frente a las formas políticas "impuras, incompletas y premodernas", como la dictadura abierta o la monarquía. Con la república burguesa la dominación de la clase dominante se torna común, ya no subordinada a una fracción de clase especial:

 

"la república parlamentaria era la única forma posible para la dominación de toda la burguesía".

 

En lugar de encontrar en la esa forma política el respeto a las diferencias, el pluralismo, la igualdad de los ciudadanos, la tolerancia, el equilibrio, la mesura y la división de poderes, Marx encuentra que

 

"la república burguesa equivalía a despotismo ilimitado de una clase sobre otras".

 

Esta es probablemente la principal conclusión a la que arriba Marx cuando intenta cuestionar el fetichismo del Estado, condensado en su "forma pura", en su concepto, en su máxima dominación anónima, concebido como entidad neutral, autosostenida y separada de las relaciones sociales de conflicto, de lucha y de fuerza entre las clases. La política y la dominación no están recluidas de modo reificado en la institución Estado, en la constitución nacional como norma fundamental ni en los partidos políticos. La "pureza" aparente de la república burguesa parlamentaria encierra, de modo escindido, oculto y reificado, la mugre más mundana del conflicto de clases dominado por el capital, aquel que "chorrea sangre y lodo por todos los poros, desde la cabeza hasta los pies" según una feliz expresión de El Capital.

 

Este tipo de juicio, sustentado empíricamente en el análisis de las instituciones republicanas de Francia durante el proceso de revolución y contrarrevolución que se abre entre 1848 y fines de 1851, Marx lo había formulado anteriormente —1843— con lenguaje filosófico. Decía entonces:

 

"La democracia es la verdad de la monarquía, pero la monarquía no es la verdad de la democracia [...] La monarquía no puede comprenderse por sí misma, pero sí la democracia [...] En la monarquía es una parte la que determina el carácter del todo".

 

La democracia capitalista (que desde la década  de 1850 en adelante denominará secamente como "república burguesa parlamentaria" aunque en su primera juventud [1843] la llamara "Estado político moderno" y "emancipación política"), constituye en su visión la forma más compleja y desarrollada de dominación del capital sobre el trabajo. Una forma superior... no de "libertad" ? como pensarían Bobbio, Berlin y sus epígonos— sino de dominación. Una forma genérica que aplasta y tritura un contenido que esconde y elude. Un contenido que, aunque reprimido y escindido de lo falsamente universal, no desaparece ni se evapora.

 

¿Qué distinguiría a las formas premodernas de dominación política de las formas específicamente modernas? Pues que en las primeras, el dominio político es ejercido por una fracción particularizada de la clase dominante, mientras que en la república parlamentaria burguesa es el conjunto de la clase "en su promedio general" el protagonista central. En su análisis maduro de 1871 sobre Francia Marx señalará:

 

"La forma más adecuada para este gobierno por acciones [el encabezado por el partido del orden con la subordinación de los republicanos burgueses, antes del golpe de Estado de Bonaparte.N.K.] era la república parlamentaria, con Luis Bonaparte como presidente. Fue este un régimen de franco terrorismo de clase y de insulto deliberado contra la «vile multitude». Si la república parlamentaria, como decía el señor Thiers, era «la que menos los dividía» (a las diversas fracciones de la clase dominante), en cambio abría un abismo entre esta clase y el conjunto de la sociedad fuera de sus escasas filas. Su unión eliminaba las restricciones que sus discordias imponían al poder del Estado bajo regímenes anteriores".

 

Frente a ese complejo y desarrollado modo de dominación política  –específicamente moderno— de la fuerza social burguesa, Marx opone como alternativa no un dibujo arbitraria y caprichosamente extraído de su cabeza (como reclamaría Bobbio e incluso Althusser, a pesar de todo su cientificismo), sino la república democrática de la fuerza social proletaria, la Comuna:

 

"Una república que no acabase sólo con la forma monárquica de la dominación de clase, sino con la propia dominación de clase".

 

Pero si bien es verdad que la república parlamentaria moderna representa en el discurso de Marx "el promedio general" de la dominación política burguesa, ello no implica sostener que por su misma forma política esta arquitectura institucional exprese una noción neutralista, separada y autónoma del Estado, frente a las relaciones de poder y de fuerzas de las clases sociales. Cuando aparece como tal en realidad es producto de la reificación y el fetichismo.

 

Aun dando cuenta de sus limitaciones (señaladas en el capítulo anterior de esta investigación), El Manifiesto Comunista posee el mérito haber subrayado que el Estado, producto de la lucha de clases, jamás es neutral y que por lo tanto los revolucionarios no pueden plantearse utilizarlo "con otros fines"... pero dejándolo intacto.

 

Desde ese registro, analizando la Comuna de París —poco tiempo después de publicar el tomo primero de El Capital y mientras estaba corrigiendo la segunda versión alemana— Marx caracteriza al Estado como "una máquina nacional de guerra del capital contra el trabajo".

 

La violencia como potencia económica, el Estado como máquina de guerra. En ambos casos la lucha de clases es la dimensión de lo social donde "la economía" y "la política" se corren y desplazan de las taxonomías dicotómicas, cosificadas, fetichistas.

 

El notorio paralelo en los escritos de Marx entre la "forma pura" de la dominación política burguesa moderna correspondiente al "modelo francés" (analizado como paradigma empírico en sus varias obras sobre aquel país, de la revolución de 1789 a la Comuna de Paris) y la "forma pura" del valor y el capital estudiados empíricamente en la formación social más desarrollada y desplegada de su época —Inglaterra— resulta por demás evidente. Francia e Inglaterra constituyen dos de sus principales modelos empíricos (aunque en sus múltiples manuscritos y materiales inéditos aparezcan también analizadas formaciones sociales periféricas en relación al sistema mundial capitalista).

 

Tanto en El Capital como en sus escritos sobre Francia, el método de Marx es análogo:

 

"Partir del hombre para explicar la anatomía del mono",

 

comenzar por lo último para ir a lo primero, lo complejo constituye la clave para comprender lo simple. La política del Estado burgués de Francia y las relaciones sociales mercantiles capitalistas de Inglaterra conforman en ese nivel del discurso epistemológico marxiano sus dos grandes arquetipos, los dos principales escenarios sociales donde despliega su crítica del fetichismo.

 

Si en ambos casos opera la misma analogía metodológica, ¿puede continuar entonces obviándose semejante paralelismo cuando se afirma livianamente que Marx "sólo es un teórico de la explotación, pero carece de una teoría de la política, la dominación o el poder"? ¿Acaso en la formulación de El Capital según la cual: "La violencia es una potencia económica" no se encontraría el gozne teórico entre ambos tipos de discurso?

 

Tal vez haya llegado la hora de releer y repensar todos estos problemas que Marx nos legó y nuestra sociedad nos reclama sin las anteojeras del pasado, a partir de la dolorosa y trágica historia de nuestra América y no de las encíclicas prestigiosas de cualquier Vaticano, venga de Moscú, de Pekín, de París o de donde sea…

 

(continuará)

 

 

 

[ Fragmento de: Néstor KOHAN. “Nuestro Marx” ]

 

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