martes, 27 de junio de 2023

 

1013

 

LA COLUMNA DE LA MUERTE

El avance del ejército franquista de Sevilla a Badajoz

 

Francisco Espinosa Maestre

 

[ 042 ]

 

 

4

OPERACIONES SECUNDARIAS

 

 

 

 

Se reanuda la campaña: caída de Burguillos del Cerro

 

 

Tras un breve paréntesis de dos semanas entre el 29 de agosto y el once de septiembre, momento en que toda la acción se concentra en el avance hacia Madrid —recordemos que el día tres de septiembre tuvo lugar la toma de Talavera, una operación que absorbió todas las fuerzas de Yagüe—, el día 12 de dicho mes se reanudaron los movimientos encaminados a ocupar totalmente las poblaciones que, aisladas del territorio controlado por los sublevados, se encontraban aún en poder de sus autoridades legales. En ese lapso se produjeron varios hechos violentos. El día cinco de septiembre murió en las afueras de La Lapa Máximo González Vázquez, obrero de treinta años, vecino de Zafra, en un encuentro con huidos cuando se dirigía a su pueblo para pedir auxilio. Unos días después, el diez, fueron asesinados en Zarza de Alange —uno de esos pueblos que pasan de mano a mano durante varias semanas— Eusebio Machío Muñoz, de 54 años, vaquero, y Justo Minero Cidoncha, zapatero de 51. La historia se repite un día después en Don Álvaro, donde asesinan al farmacéutico y Juez Municipal Feliciano Sánchez Sánchez, de lo que se responsabilizó, entre otros, a Luis Casado y a Tomás Lorenzo Barrera. La Causa General es parca en datos sobre estos sucesos. En estos pueblos ocurrió que la gente ya no sabía quién entraba. Emilio Berrocal cuenta en sus memorias que cuando poco después de la caída de Mérida y Badajoz pasó con sus compañeros de las Juventudes Socialistas de Don Benito por Don Álvaro había gente que salía de las casas gritando «Arriba España».

 

La lista de agravios de los derechistas de Alconera, además de algunos actos de profanación en la iglesia, incluían el saqueo de la casa de Luis Toro Burrero, que huyó a Zafra; y el saqueo y destrucción del comercio de Francisco Gallardo Medina y de la fábrica de conservas de Victoriano Romero. Calcularon el valor de todo lo destruido (ganadería, cosechas, etc.) en 362 000 pesetas, aunque cuatro años después, en la Causa General, la valoración había bajado a doscientas mil. Los presos se quejaron de que les quitaban la comida y de que les obligaron a entregar dinero varias veces. Este es uno de los pocos pueblos donde se recogió una queja que afectó a las mujeres. Según se dice en un informe, a tres de ellas, Abad Martínez, Carmen Carrillo y su hija Isabel Toro, de 67, 60 y 22 años respectivamente, las sacaron de sus casas por la noche en camisón y las amenazaron de muerte. Pero, como siempre, quedó en amenaza. Se acusó como máximo responsable al alcalde y presidente del Comité, Adrián Asensio Megías, al que acompañaron como vocales Fernando Trujillo Blanco, Emilio Toro García, Adrián Pérez Lima, Rafael Parra Gordillo, Luis Rodríguez Parra (ya muertos); y Florentino Mancera Gordillo, Rafael Barrientos Tinoco, Dalmacio Carrillo Roblas y Félix Santos Hernández (todos en prisión). Entre los encargados de la prisión destacaron Valentín Méndez Méndez (ya muerto), Quintín Parra Gordillo, Modesto y Florentino Mancera Bellido, José Magdaleno Rey, Fermín Roblas Asensio, José Velasco Ballesta (todos en prisión) y Luis Rodríguez Pérez (en libertad).

 

La historia del pueblo en esos días estaba marcada por tres fechas: el siete de agosto, cuando la huida de los izquierdistas de Zafra arrastra a los de Alconera en dirección a Burguillos; el día diez del mismo mes, en que los huidos vuelven a tomar el poder que la derecha ha ocupado, y finalmente el día 12 de septiembre cuando la columna de García Blond, que formaba parte de la del comandante José Álvarez Rodríguez, entra en Alconera. Ese día precisamente se produjo un suceso que trascendió. El telegrama que informó de ello a Franco el 14 de septiembre decía así:

 

«En Alconera al intentar imprudentemente registro de una casa dos falangistas resultaron muertos. Dos de éstos por individuo en ella escondido que no se evadió. También en tiroteo afueras de dicho pueblo fue herido leve un cabo Regimiento Castilla. Susto fuerzas. Sin novedad».

 

Los «Papeles de Cuesta» —que eran informes de la Guardia Civil— dan otra versión según la cual al jefe de Falange lo atacó un hombre que luego se refugió en una casa desde la cual acabó con la vida de dos de los que intentaron detenerlo. Una vez apresado fue ejecutado en la plaza.

 

En Atalaya asesinaron el 12 de agosto a José Calatrava Moreno, labrador de 47 años, cuyos restos se encontraron en una finca de Burguillos. También fue asesinado en Burguillos de Cerro Ramón García Maraver, de Alconera, labrador de 76 años, monárquico y que había sido en varias ocasiones concejal y alcalde. Murió el siete de septiembre después de ser trasladado a la cárcel de Burguillos y su cadáver apareció en un pozo cubierto de escombros. La Causa culpabilizó a Manuel Hernández de la Cruz y a Julián Infantes Portales de guiar a los rojos de Burguillos y Alconera. Otros hechos señalados fueron las requisas de numeroso ganado en las fincas «La Joya», propiedad de Daniel y Ramón Vellido Maraver; «Las Torradas», de Antonio Arribas Hernández, y «Fuentefría», de Antonio Martínez Arribas, cuyo domicilio se habilitó como sede del Comité. También se vieron afectadas las casas de Inocencio Portales Arribas, Antonio Caballero Acuña y Carmen García Chamorro, la esposa de García Maraver.

 

En el término de Alange se recogieron tres cadáveres, dos de ellos de vecinos de Zarza y uno de un miliciano anónimo de la columna Cartón muerto por disparos en fecha desconocida. Los dos primeros eran Justo Minero Cidoncha, zapatero de cuarenta y seis años, y Eusebio Machío Muñoz, panadero de cincuenta y cinco; el primero considerado de derechas y el segundo de izquierdas. Sin que se sepan más circunstancias, ambos murieron el 10 de septiembre, recayendo la culpa sobre Crisanto Ruiz Benítez. Según parece habían sido acusados de espionaje. Entre los hechos denunciados se destacaban las agresiones sufridas por Emilio Doblado Mancha y Juan Luis Doblado Blázquez; los saqueos de propiedades de Leopoldo López Martín de Yangua, Justo Adames Lozano, Fernando Crespo Garanchón, y las requisas de ganado, entre cuyos afectados se encontraban el conde de Bagaes, Julián Marín Maine, la viuda de José Ovando y Félix Quintana Moreno. De las agresiones se responsabilizó a Antonio Gutiérrez Corbacho, Joaquín Rico López, Manuel y Juan José López Gordo, Manuel Mejías Medrano y Rafael Flecha Díaz, de Mérida; de los saqueos y requisas la culpa recayó sobre Marcelino Gordo López, Mateo Gordo González y un número indeterminado de milicianos forasteros.

 

Para protegerse, los milicianos destruyeron el puente que comunicaba Alange con Almendralejo y Mérida. Sobre los presos se lee en un informe:

 

Después trasladaron al depósito municipal para fusilarlos (aunque no llegaron) a los peligrosos fascistas (según lista hallada) Antonio Mejías Enrique, Luis Ortiz, Manuel Monís, José Moreno, Agustín de Rueda, Juan Martín Vivas, Segundo Bonilla, Juan Borrero, Claudio Poncela, Pedro Hurtado,[y] Armando Álvarez; no llegaron a fusilarlos por la oportuna llegada del Tercio.

 

Como en otros casos, los presos fueron obligados a limpiar los retretes. Además —en referencia a casos como Fuente de Cantos— les contaban lo que habían hecho con ellos en algunos pueblos, siendo especialmente duros con los que eran de igual condición social que ellos.

 

En Villagonzalo, que sufrió dos bombardeos de los golpistas, la derecha, en un primer informe de enero de 1937, se quejó poco: seis personas afectadas por los registros y requisas —una de ellas el cura Macario Márquez Ávila y algunos simulacros de fusilamientos—. Todo aumentó cuando en julio de 1941 se rellenaron los estados de la Causa General. La iglesia fue saqueada y quemada, al igual que la imagen del patrón y trece imágenes más. Además del Comité funcionó también un radio comunista, ambos dedicados a las requisas y a las exigencias monetarias. Uno de los presos, Mariano Fernández Parra, un ganadero de cincuenta y cuatro años, casado y con nueve hijos, fue trasladado a Guareña, donde fue asesinado. Nadie había olvidado en el pueblo la noche del cuatro de mayo de 1936, cuando el propio alcalde socialista hubo de proteger al propietario Alberto García Suárez de Figueroa, objetivo de los izquierdistas locales (se citaba especialmente a Blas Galán Rodríguez y Galo Rodríguez Cortés) por su negativa a pagarles jornales —no trabajados, decía él— a los obreros que le repartían. Después de la sublevación, siete de los presos (Fernando Hernández Sánchez, Francisco Godoy Suárez, Andrés Vivas Espinosa, Pedro Mancha Godoy, Alberto García Suárez, Jesús Bejarano Barco, Miguel Prieto Carvajal y Modesto Peña Ponce) fueron llevados de noche al Casino, ahora convertido en Comité, donde varios forasteros los interrogaron y maltrataron. El 12 de septiembre liberaron a los presos, porque, según la Causa General, «se acercaban Fuerzas de nuestro Ejército, pudieron evadirse antes de ser quemados dentro de la iglesia como proyectaron los rojos». Otra versión propone que el asesinato de los presos se aplazó para la noche del día 13, fecha en la que tradicionalmente eran los fuegos artificiales de las fiestas, y en vez de cohetes se había pensado en «utilizar armas de fuego contra las cabezas de los sentenciados». Según esta versión «el horrendo crimen no se consumó porque la Providencia consintió que la mañana de ese día llegasen nuestras Gloriosas Fuerzas Liberadoras».

 

Villagonzalo —considerado un lugar importante para los republicanos por contar con una fábrica de harina y una central eléctrica que surtía a varios pueblos— fue ocupado por un escuadrón de Caballería, una sección de Infantería, guardias civiles y los falangistas de las Milicias Gallegas, todos ellos al mando del capitán Artalejo.

 

Debido a los enfrentamientos aislados murieron dos milicianos forasteros, uno de los cuales ostentaba insignias de oficial. Esa misma tarde del día 13, se organizó un contraataque desde Guareña para recuperar el pueblo, pero, a pesar de ser una operación de envergadura en la que se llegaron a utilizar ametralladoras, fracasó totalmente, recogiéndose luego los cadáveres de doce milicianos que fueron trasladados al cementerio sin practicar inscripción alguna ni allí ni en el Registro Civil. También recuperaron más de mil ovejas marcadas con la hoz y el martillo y más de sesenta vagones de trigo.

 

El parte de estas operaciones fue el siguiente:

 

Por fuerzas de esta Comandancia a las órdenes del comandante Guerrero se ocuparon a las 7.15 Alange, Zarza de Alange y Villagonzalo, causando 18 muertos al enemigo, entre ellos un teniente de las nuevas fuerzas de la Guardia Civil roja. Se recojieron [sic] cuarenta caballos, un camión cargado tabaco, tres coches ligeros, tres fusiles, un mosquetón, correajes de cartuchería y gran cantidad de escopetas y pistolas. Por nuestra parte sólo tuvimos un herido leve, ya que los citados pueblos se tomaron por sorpresa, estando rodeados al amanecer. Ha quedado en nuestro poder una fábrica de harina en Villagonzalo y la luz que suministra energía a cinco pueblos rebeldes, que se han quedado por consiguiente sin luz y sin teléfono. En Villagonzalo hay bastante material ferroviario excepto máquinas. Se han distinguido en este hecho el comandante Guerrero y capitanes Artalejo y Pardo, así como algunos subalternos. Máximo entusiasmo inspirando absoluta confianza. Saludóle todo afecto y respeto.

 

En cuanto al terror rojo, Burguillos del Cerro fue uno de los puntos negros de la provincia. Desde un principio se produjeron con los presos simulacros de fusilamientos en fosas abiertas en el cementerio, con el propósito de que respondieran a los interrogatorios. Estas escenas también se repitieron en la iglesia, donde se colocó a los presos ante piquetes de milicianos dispuestos a disparar hasta que en el momento clave aparecía alguien con una oportuna orden del Comité por la que se aplazaba la ejecución. Como era de esperar, los detenidos fueron obligados a realizar no sólo «oficios no propios del sexo masculino» como barrer o fregar, sino también tareas supuestamente impropias de la clase social de muchos de ellos, tales como transportar el estiércol que se generaba en la sacristía a las afueras del pueblo. Entre las amenazas recibidas destacó la de ser llevados a los lugares de lucha, «pues decían que dichos presos eran los que los tenían que salvar[los] a ellos e ir en vanguardia». Además a los familiares se les exigía guardar largas colas para la entrega de la comida, que no podían llevar las criadas. También fueron obligados a cantar La Internacional con acompañamiento de órgano.

 

Al convertirse Burguillos en paso obligado cuando no en núcleo de acogida de cientos de huidos de la procedencia más diversa, los centros de reclusión (el depósito, la capilla de las Monjas y las ermitas del Cristo y de Nuestra Señora del Amparo) eran lugar de visita obligado de todos ellos, gente que venía huyendo del terror y que no necesitaba ser incitada para desear lo peor a aquellos derechistas allí recluidos, quienes para empezar debían recibirlos puño en alto, en posición de firmes y al grito de ¡Viva la revolución!, o ¡Salud! En Burguillos también se denunció la existencia de maltrato a las mujeres, detenidas en número muy superior a lo que fue norma en la provincia y que fueron liberadas en su mayoría el día ocho de agosto. Una de las mujeres que corrió grave riesgo fue la telefonista de Burguillos, trasladada por los milicianos a Jerez de los Caballeros, donde pese a los peores augurios fue encontrada con vida. No hay que olvidar que las encargadas de las centralitas telefónicas locales jugaron en aquellos momentos un papel clave en muchos pueblos, ya que habitualmente actuaron al servicio de la sublevación. Según los informes hubo prácticas lascivas con las presas y se llegó a llevar barberos a la prisión para cortarles el cabello, lo que según parece no pasó del intento. También se refieren conatos de violaciones, pero precisamente al tratar de esta cuestión aparece sin pretenderlo la gran diferencia entre la violencia revolucionaria y la violencia fascista:

 

“A las Sras. intentaron por varias veces violarlas, encontrándose todo preparado y lo hubiesen realizado a no ser por la intervención de otros milicianos rojos que se compadecieron, entablándose entre ellos por tal motivo una fuerte lucha.”…

 

(continuará)

 

 

 

[ Fragmento de: Francisco Espinosa Maestre. “La columna de la muerte” ]

 

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