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LENIN Y LA REVOLUCION
Jean Salem
[ 09 ]
Seis tesis de V. Lenin sobre la revolución
4º/ LOS GRANDES PROBLEMAS DE LA VIDA DE LOS PUEBLOS SE RESUELVEN SOLAMENTE POR LA FUERZA
Según Marx, advierte V. Lenin,
«el Estado es un órgano de dominación de clase, un órgano de opresión de una clase por otra; es la creación del “orden” que legaliza y afianza esta opresión, amortiguando los choques entre las clases».
El Estado, escribe Lenin unas páginas más adelante, es la organización especial de la fuerza; una organización de la violencia para reprimir a una clase cualquiera.
El Estado antiguo y el Estado feudal fueron ante todo, como sostenía Engels, los órganos con cuya ayuda los propietarios de esclavos y después los nobles, pudieron someter y explotar a los esclavos y a los siervos respectivamente. Igual que el Estado representativo moderno es el instrumento de explotación del trabajo asalariado por el capital. En efecto, la república burguesa, aun la más democrática, no es «más que un aparato que permite a un puñado de capitalistas aplastar a las masas trabajadoras».
El ejército permanente y la policía, añade Lenin, son «los instrumentos fundamentales de la fuerza del poder estatal», lo que, dicho sea de paso, puede tener, en este periodo de mundialización neoliberal, sus excepciones muy señaladas (pensemos en la multiplicación de policías u otras milicias privadas, que constituyen desde hace muchos años verdaderas instituciones en algunas grandes ciudades de América latina; o mejor aun, en el cuadro de la actual ocupación de Iraq, el caso de la organización de la tortura que parece haber sido delegada en buena parte a empresas privadas, hasta cierto punto independientes del Pentágono y del gobierno USA). Por eso, según podemos leer en “El Estado y la Revolución” , quien únicamente reconozca la lucha de clases «no por ello es un marxista...». La doctrina de la lucha de clases es, de una manera general, «aceptable también para la burguesía»; y, por otra parte, tampoco fue un invento de Marx. Solamente es marxista el que lleva el reconocimiento de la lucha de clases hasta el reconocimiento de la dictadura del proletariado. Quien la niega o no la reconoce más que de palabra, como escribía Lenin unos meses antes, «no podrá ser miembro del partido socialdemócrata». Esa es, e insiste a menudo en ello, «la cuestión esencial del movimiento obrero moderno en todos los países capitalistas». Véase igualmente lo que escribía en una nota de 1920 titulada Para la historia de la cuestión de la dictadura :
Quien no haya comprendido la necesidad de la dictadura de cualquier clase revolucionaria para conseguir la victoria, no ha entendido nada de la historia de las revoluciones o no quiere entender nada de esta cuestión.
Y cuando Rusia atraviesa, entre febrero y octubre de 1917, ese periodo histórico tan original durante el cual todos se pusieron de acuerdo en constatar la existencia de una dualidad de poderes, cuando el soviet de los diputados soldados y obreros de Petrogrado y el Gobierno provisional se encuentran en una confrontación aún indecisa, esta situación, escribe Lenin, da lugar a un embrollo, a una amalgama de dos dictaduras: la dictadura de la burguesía (porque el Gobierno de Lvov y compañía es una dictadura, es decir, un poder que se apoya no en la ley, ni en la expresión previa de la voluntad popular, sino en un golpe de fuerza, dado por una clase determinada, en el caso, la burguesía) y la dictadura del proletariado y el campesinado (el Soviet de obreros y soldados).
«No hay lugar a duda», proclama Lenin durante el mes de septiembre, de que «este “embrollo” no puede durar mucho tiempo. Porque no pueden existir dos poderes en un Estado»; la dualidad de poder no refleja más que un periodo transitorio de desarrollo de la revolución, el periodo en el que esta última
« fue más allá de una revolución democrática burguesa normal, pero no ha llegado aún a una dictadura del proletariado y el campesinado “en estado puro”»
Dicho un poco de otro modo, la cuestión del poder es ciertamente la cuestión más importante de toda revolución. ¿Qué clase detenta el poder? Ese es el fondo del problema.
Porque el proletariado necesita del poder de Estado, de una organización centralizada de la fuerza, de una organización de la violencia, tanto para reprimir la resistencia de los explotadores como para dirigir la gran masa de la población –campesinado, pequeña burguesía, semi-proletarios– en la puesta en marcha de la economía socialista. Intentar, por medio de este aparato de Estado, reformas como la abolición sin indemnización de las grandes propiedades agrarias o el monopolio de los cereales, etc., es de lo más iluso, es engañarse a sí mismos y engañar al pueblo. Este aparato puede servir a una burguesía republicana al instituir una república que es una «monarquía sin monarca», como la III República en Francia, pero que es absolutamente incapaz de aplicar reformas, no digamos ya para abolir, ni siquiera para rebajar o limitar efectivamente los derechos del capital, los derechos de la «sacrosanta propiedad privada». No hay más que pensar, aquí bien cerca de nosotros, en el destino de las nacionalizaciones efectuadas en Francia bajo el gobierno de Pierre Mauroy (1981-1984):
1º/ compra por parte del Estado de las acciones de las empresas nacionalizables al precio más alto (50 000 millones de FF; o sea, 7500 millones de euros);
2º/ “reestructuraciones industriales” aseguradas por antiguos dirigentes sindicales reconvertidos para la ocasión en agentes del Estado;
y 3º/ desnacionalizaciones neo-liberales. La idea de Marx, observa Lenin, era que la clase obrera debe romper, demoler (zerbrechen) la «máquina del Estado que está montada» y no limitarse a tomar posesión de ella. «Romper la maquinaria burocrática y militar»: en estas pocas palabra, dice él, se encuentra brevemente expresada la principal lección del marxismo sobre las tareas del proletariado para con el Estado en el curso de la revolución. Por lo demás, cada revolución, al destruir el aparato del estado, nos muestra del modo más evidente «la lucha de clase al desnudo».
En un periodo revolucionario no basta conocer “la voluntad de la mayoría”; «no; hay que ser el más fuerte, en el momento decisivo y en el lugar decisivo, ¡hay que vencer!». En las cuestiones concretas de la revolución, invocar la opinión de la mayoría del pueblo como una prueba, es al mismo tiempo ofrecer el modelo de las ilusiones pequeño-burguesas, es rehusar reconocer la necesidad de vencer en la revolución a las clases enemigas, de derribar el poder político que las defiende.
Comenzando por la “Guerra de los campesinos” en la Edad Media en Alemania y continuando por todos los grandes movimientos y todas las grandes épocas revolucionarias, incluidos los años 1848 y 1871, vemos innumerables ejemplos, escribe Lenin en 1917,
«que muestran a una minoría mejor organizada, más consciente, mejor armada, que impone su voluntad a la mayoría y la vence».
Es normal, continúa asimismo Lenin en polémica contra Kautsky, que en toda revolución profunda, lo normal es que los explotadores, que durante bastantes años conservan de hecho sobre los explotados grandes ventajas, opongan una resistencia larga, porfiada y desesperada.
Así pues, suponer que en una revolución mínimamente seria y profunda es simplemente la relación entre la mayoría y la minoría la que decide del éxito o fracaso del movimiento revolucionario, es prueba de
«una estupidez inmensa, el más necio prejuicio de un liberal adocenado, es engañar a las masas, ocultarles a sabiendas una verdad histórica bien establecida».
Mucho tiempo después de la revolución, en efecto, los explotadores siguen conservando de hecho, inevitablemente, tremendas ventajas: conservan el dinero (no es posible suprimir el dinero de golpe), algunos que otros bienes muebles, con frecuencia considerables; conservan las relaciones, los hábitos de organización y administración, el conocimiento de todos los "secretos" (costumbres, procedimientos, medios, posibilidades) de la administración; conservan una instrucción más elevada, sus estrechos lazos con el alto personal técnico (que vive y piensa en burgués); conservan (y esto es muy importante) una experiencia infinitamente superior en lo que respecta al arte militar, etc., etc..
Y si, por añadidura, los explotadores son derrotados en un solo país, no les impide seguir siendo a pesar de ello, más fuertes que los explotados, porque sus «relaciones internacionales» son inmensas. Y así, en las condiciones de la Rusia de 1905, no bastará con «“liquidar juntos” la autocracia, es decir, con derrocar completamente el gobierno autocrático»; hará falta además «“repeler juntos” las tentativas inevitables y encarnizadas de restauración de la autocracia». Y este “repeler juntos” aplicado a una época revolucionaria no es «otra cosa que la dictadura democrática revolucionaria del proletariado y el campesinado, la participación del proletariado en el gobierno revolucionario». ¿Se ha visto alguna vez que un país capitalista se haya constituido sobre una base más o menos libre y democrática, que haya habido alguna libertad conquistada a la clase feudal, sin una «encarnizada resistencia»? La Comuna fue una dictadura del proletariado; Marx y Engels le reprocharon no haber empleado con suficiente energía su fuerza armada para aplastar la resistencia de los explotadores y pensaban que esa había sido una de las causas de su caída.
“¿Habría durado, acaso, un solo día la Comuna de París –se pregunta Engels– de no haber empleado esta autoridad de pueblo armado frente a los burgueses? ¿No podemos, por el contrario, reprocharle el no haberla utilizado lo suficiente?..."
Por eso «una victoria efectiva y completa de la revolución no puede ser más que una dictadura», decía ya Marx. Marx que, precisa Lenin, seguramente
«aludía, naturalmente, a la dictadura (es decir, al poder ilimitado) de las masas sobre una minoría, y no a la inversa».
La dictadura, aclara en 1916, es
«la dominación de una parte de la sociedad sobre el conjunto de la sociedad, dominación [...] que se apoya directamente en la violencia. La dictadura del proletariado, en tanto que única clase revolucionaria hasta el fin, es necesaria para derrocar a la burguesía y rechazar sus tentativas contra-revolucionarias».
El rasgo necesario, la condición formal de la dictadura, es pues la represión por la fuerza a los explotadores como clase, y, por consiguiente, la violación de la "democracia pura", es decir, de la igualdad y de la libertad con respecto a esa clase.
¿Está bien - simula preguntarse Lenin- que el pueblo aplique semejantes medios de lucha, tan ilegales, irregulares, no metódicos y no sistemáticos? ¿Está bien que el pueblo ejerza la violencia contra los opresores del pueblo? «Sí, está muy bien. Es la más alta manifestación de la lucha del pueblo por la libertad»
Haber desarmado a los sospechosos, haber mantenido separados de nuestras asambleas, en las que se delibera sobre la salvación pública, a los enemigos reconocidos de la Revolución, declaraba Robespierre en su tiempo, ¡todas esas cosas eran ilegales, tan ilegales como la Revolución, como la caída del trono y de la Bastilla, tan ilegales como la misma libertad!
Hace falta un poder inquebrantable, hace falta «violencia y coacción», repetirá Lenin en plena Revolución de octubre de 1917. Porque para terminar con los crímenes, con los actos de bandidaje, de corrupción, de especulación e infamias de toda suerte que en periodos así nunca faltan, hará falta «tiempo» y « mano de hierro» . Cuando los republicanos burgueses, añade Lenin, derrocaban los tronos, «ellos no se preocupaban en absoluto de la igualdad formal de monárquicos y republicanos». Cuando se trata de hacer caer a la burguesía, sólo los traidores o los cretinos pueden reclamar la igualdad formal para la burguesía.
Recordamos aquí las palabras de Jean-Paul Marat:
«Es por la violencia como se debe establecer la libertad, y llega el momento de organizar momentáneamente el despotismo de la libertad para aplastar el despotismo de los reyes».
Así pues, «en toda transición del capitalismo al socialismo, la dictadura es necesaria por dos razones esenciales»:
1º/ no se puede vencer y extirpar el capitalismo sin «reprimir implacablemente la resistencia de los explotadores», ... que no dejarán de multiplicar, durante un periodo bastante largo, sus tentativas de derribar el execrable poder de los pobres;
2º/ «toda gran revolución, especialmente una revolución socialista, es inconcebible sin guerra interior, es decir, sin guerra civil, incluso si no existe una guerra interior. Y la guerra civil lleva implícita una ruina mayor aun que la ocasionada por la guerra exterior; significa millares y millones de vacilaciones y de deserciones de un campo a otro, un estado terrible de incertidumbre, de desequilibrio y de caos ».
Como «los grandes problemas de la vida de los pueblos se resuelven solamente por la fuerza», aquellos que tanto se aterrorizan, que tanto se abruman por su imposición, aquellos que se ponen a lloriquear en cuanto la lucha de clases se agudiza extremadamente, aquellos que piden a los socialistas lo imposible, exigiendo de ellos que conquisten la victoria total sin que haya que aplastar necesariamente la resistencia de los explotadores, esos, según Lenin, son como Kautsky. Como Kautsky que «en el fondo de su corazón está con la revolución», pero sólo a condición de... que se desarrolle sin una lucha seria y que no suponga amenaza alguna de destrucción. En una palabra, lo que exigen es una «revolución sin revolución», exclama Lenin utilizando una vez más registros y recursos argumentales totalmente parecidos a los que había utilizado Robespierre. Porque una verdadera revolución
«es la agonía de un viejo régimen social y el nacimiento de otro nuevo; decenas de millones de hombres nacen a una nueva vida».
La revolución es la lucha de clases, la guerra civil, la más brusca, la más furiosa, la más desesperada.
De ahí que, en la historia no haya habido ni una sola gran revolución que se haya desarrollado sin guerra civil. ¡Quien teme a los lobos, que no se interne en el bosque! - añade Lenin.
Además, en el Estado burgués más democrático, las masas oprimidas chocan siempre con una contradicción flagrante entre la igualdad formal, proclamada por la "democracia" de los capitalistas, y las mil limitaciones y tretas reales que convierten a los proletarios en esclavos asalariados.
Esta contradicción, escribe Lenin, abre precisamente los ojos de las masas «a la podredumbre, a la falsedad, a la hipocresía del capitalismo». El paso, desde de 1861, a la nueva economía burguesa, aquel paso de la vieja disciplina feudal del garrotazo, de la disciplina impuesta por las vejaciones y las violencias más insensatas, las más cínicas y groseras, a la disciplina burguesa, a la disciplina del hambre, a la disciplina dicha de libre contrata, que era de hecho la disciplina de la esclavitud capitalista, no fue sino la sustitución de una categoría de explotadores por otra. Una minoría de saqueadores y explotadores del trabajo popular cedía el paso a otra minoría de otros saqueadores y explotadores del trabajo popular: los grandes terratenientes cedieron su sitio a los capitalistas, una minoría sucedió a otra minoría y las grandes masas de la clase trabajadora seguían aplastadas. Después de la mezquina y espuria reforma que Alejandro II promulgó a partir del año 1861, el poder del dinero, que ya había hundido al campesino francés liberado del poder señorial por una poderosa revolución popular, «se abatió con todo su peso, escribe Lenin, sobre nuestro mujik todavía medio siervo».
«El poder del dinero no sólo oprimió al campesinado, también lo escindió; la enorme mayoría se fue arruinando inconteniblemente y convirtiéndose en proletarios; una minoría fue destacando de su seno, grupos de kulaks y mujiks emprendedores, poco numerosos, pero de uñas bien afiladas, que se apoderaron de la hacienda y de la tierra de los campesinos y constituyeron el núcleo de la reciente burguesía rural »
Por tanto, la “democracia”, en la sociedad capitalista nunca puede ser más que una democracia amputada, mezquina, falsa, una democracia solamente para los ricos, para la minoría. Por eso no es la autocracia la sola, ni la única, ni la última de las murallas que el proletariado debe derribar.
Todos son iguales, independientemente de las categorías; todos son iguales, el millonario y el descamisado. Así decían, así pensaban, así lo creían sinceramente los revolucionarios de aquella época que entró en la historia como la de la gran Revolución francesa -declara Lenin en 1919. La revolución avanzaba contra los señores de la tierra bajo la consigna de la igualdad, y lo que entendían por igualdad era que el millonario y el obrero debían disfrutar de iguales derechos. La revolución [bolchevique] va más allá. Dice que la “igualdad” [...] es una estafa si es contraria a la liberación del trabajo de la opresión capitalista.
La «democracia capitalista», como le gusta insistir a Lenin, autoriza a los oprimidos a decidir una vez cada tres o seis años, qué miembro de la clase dirigente les va a representar y a pisotear sus intereses en el Parlamento. Leemos en El Estado y la revolución:
Fijaos en cualquier país parlamentario, de Norteamérica a Suiza, de Francia a Inglaterra, Noruega, etc.; la verdadera labor “estatal” se hace entre bastidores y la ejecutan los ministerios, las oficinas, los Estados Mayores. En los parlamentos no se hace más que charlar, con la finalidad especial de embaucar al “vulgo”.
Se diría que el marxismo de Lenin coincide en este punto preciso, y por razones diametralmente opuestas, con las imprecaciones anti-”occidentalistas” de un Pobedonostsev y de los más reaccionarios de entre los eslavófilos de finales del siglo XIX. En un régimen democrático de tipo occidental, escribía Pobedonostsev (1827-1907), preceptor archí-conservador del zar Alejandro III y teórico de la autocracia,
«son los que saben juntar y combinar sagazmente los sufragios quienes suben al poder, con sus amigos políticos; son los hábiles mecánicos de la tramoya oculta tras las bambalinas quienes hacen moverse a las marionetas en el escenario de las elecciones democráticas».
Por su parte Lenin declara que los capitalistas siempre han llamado “libertad” a la libertad de lucro para los ricos, a la libertad de morirse de hambre para los obreros. Democracia para un ínfima minoría, democracia para los ricos; ese es el democratismo de la sociedad capitalista. Pero en realidad los pobres no tendrán la vida más fácil porque el obrero se proclame igual a Riabouchinski, y el campesino igual al terrateniente dueño de 12.000 deciatinas. Los hombres, escribe Lenin en 1913,
“han sido siempre, en política, víctimas necias del engaño ajeno y propio, y lo seguirán siendo mientras no aprendan a descubrir detrás de todas las frases, declaraciones y promesas, religiosas, políticas y sociales, los intereses de una u otra clase.”
Entroncando, más allá de Marx, con la tradición nominalista de Epicuro, de Hobbes y, por supuesto, de Helvetius (filósofo ampliamente comentado por Plejanov), Lenin previene constantemente al lector del «abuso de las palabras», que –dice– es «fenómeno de lo más corriente en política». ¿Acaso unos días antes de la revolución de febrero de 1848, Thiers, «ese nomo monstruoso, consumado representante de la corrupción política de la burguesía», oliéndose la aproximación de un movimiento popular, no tuvo la cara de reclamarse del «partido de la revolución»?
De hecho, «la mejor forma de democracia, la mejor república democrática es el poder sin grandes latifundistas y sin ricos», la democracia proletaria, el poder de los Soviets, trabajando en beneficio de la inmensa mayoría de la población, de los explotados, de los trabajadores. Por eso se puede decir que
«la democracia proletaria, una de cuyas formas es el poder de los Soviets, ha desarrollado y extendido la democracia como en ninguna otra parte en el mundo, en provecho de los explotados y los trabajadores»
Lenin cita ampliamente este juicio de Engels a propósito de la Comuna de París:
“¿No han visto nunca una revolución estos señores” ( los antiautoritarios), [los partidarios de Bakunin]? “Una revolución es indudablemente la cosa más autoritaria posible; es el acto mediante el cual una parte de la población impone su voluntad a la otra parte con fusiles, bayonetas y cañones, medios autoritarios si los hay; y el partido victorioso, si no quiere haber luchado en vano, tiene que mantener este dominio por el terror que sus armas inspiran a los reaccionarios. ¿Habría durado, acaso, un solo día la Comuna de París, de no haber empleado esta autoridad del pueblo armado frente a los burgueses? ¿ No podemos, por el contrario, reprocharle el no haberla utilizado lo suficiente?”
Por eso es por lo que Lenin puede declarar sin ambages que «sin revolución violenta es imposible sustituir el Estado burgués por el Estado proletario». Y recuerda con satisfacción la conclusión de la Miseria de la filosofía y del Manifiesto Comunista que proclama «orgullosa y abiertamente que la revolución violenta es inevitable». El desarrollo pacífico de una revolución, cualquiera que sea, es en general «algo extremadamente raro y difícil...».
Porque «esta lucha de clase, brava y extremadamente exacerbada, que es la revolución», ha tomado necesariamente, ineluctablemente, siempre y en todo país, la forma de una « guerra civil. Ahora bien, una guerra civil es inconcebible sin las más crueles destrucciones, sin terror ni restricción de la democracia formal en provecho de la guerra. Estas convicciones, sin embargo, no justifican de ninguna manera la «mentira oportunista» según la cual «la preparación de la insurrección y, de manera general, el modo de considerar la insurrección como un arte, es “blanquismo”». Bernstein, en Premisas del socialismo (obra fechada en 1899 que,según Lenin, le hizo célebre a la manera de Eróstrato), había sido el primero en hablar así de “blanquismo” a propósito del marxismo revolucionario. Para triunfar, replica Lenin,
la insurrección debe apoyarse no en un complot, no en un partido, sino en la clase de vanguardia. He ahí el primer punto. La insurrección debe apoyarse en el impulso revolucionario del pueblo. Esto en segundo lugar. En tercer lugar, la insurrección debe surgir en un hito crucial de la historia de la revolución en ascenso en el que la actividad de la vanguardia del pueblo es la más fuerte, en el que las vacilaciones en las filas del enemigo son más fuertes y en aquellos amigos de la revolución [que son] débiles, indecisos, llenos de contradicciones. Tales son –añade- las tres condiciones que hacen que, en la manera de plantear la cuestión de la insurrección, se distingue el marxismo del blanquismo.
En esta misma línea, ya en 1916 Lenin llamaba la atención sobre la «justeza de la lucha» que sigue tradicionalmente su partido «contra el terror en cuanto táctica». Es sabido que un hermano mayor de V. Lenin, el joven estudiante Alejandro Ulianov, fue ahorcado el 8 de mayo de 1887 por haber tramado un atentado contra el zar Alejandro III. Más que otros, por consiguiente, el joven Lenin (a la sazón tenía diecisiete años) había podido meditar sobre la grandeza así como sobre los límites de este idealismo mezclado con espíritu de sacrificio tan común en los revolucionarios rusos, sobre todo desde principios del año 1870.
Al revés, escribe igualmente Lenin, de cuando se intentaba interpretar (en el Vorwärts sobre todo) en un sentido soso y oportunista la célebre introducción de Engels a ‘Luchas de clases en Francia’ de Marx (introducción en la que había hecho valer, en 1895, que «el tiempo de los golpes de mano, de las revoluciones ejecutadas por pequeñas minorías conscientes a la cabeza de las masas inconscientes [había] pasado»). El mismo Engels se indignaba; encontraba «vergonzoso» que se pudiera admitir que él fuese «un adepto complaciente de la legalidad a cualquier precio». Cuando la revolución está en ascenso, las explosiones espontáneas son inevitables.
Nunca hubo, y no puede haber, una sola revolución sin esto. Ninguno de los grandes problemas de la historia fue jamás resuelto más que por la fuerza material, escribe Lenin en 1905. Y pues que sólo combates encarnizados, a saber, guerras civiles, pueden liberar a la humanidad del yugo del capital, tenemos que decir, de nuevo en referencia a la palabra de Marx y Engels, que la violencia es «la partera de toda vieja sociedad que lleva en su seno otra nueva». Evidentemente esto no impide en modo alguno adaptar la táctica de los revolucionarios (la lucha callejera sobre todo) a las condiciones de Rusia y del nuevo siglo. Así lo constataba Lenin sacando lecciones de la insurrección que, antes de ser reprimida en sangre, había casi puesto Moscú en manos de los insurgentes entre el 10 y el 14 de diciembre de 1905:
«¡la técnica militar ya no es la misma que la de mediados del siglo XIX! Enfrentar, como dijo Engels, a la multitud con la artillería en largas avenidas rectilíneas y defender las barricadas con revólveres, es una «tontería». No por ello dejó de promoverse en Moscú «una nueva táctica de barricadas» . Esta táctica es la de la guerra de los partisanos. La organización que planteaba era de pequeños destacamentos móviles: grupos de diez, de tres, incluso de dos hombres…
(continuará)
[ Fragmento de: LENIN Y LA REVOLUCION / Jean Salem ]
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