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LA COLUMNA DE LA MUERTE
El avance del ejército franquista de Sevilla a Badajoz
Francisco Espinosa Maestre
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OPERACIONES SECUNDARIAS
Algunos casos particulares
Fuente del Arco, pueblo que ya vimos antes en relación con Llerena, fue ocupado el día 21 de agosto por un tabor al mando del comandante Miguel Rodrigo. «Se cometieron desmanes en las cosas, fueron respetadas las personas», se leía en un informe. Se volaron dos alcantarillas de la carretera de Guadalcanal. El Ayuntamiento lo componían Eduardo Bozas, José Antonio Domínguez Luis, Isidro Pérez Mateos, Antonio Gálvez Gordon, Rufino Brioso Moreno y Nicolás González Gutiérrez, ninguno de los cuales consideró conveniente huir. En este pueblo no se detuvo a ningún derechista. Los milicianos, numerosos y armados, utilizaron como cuarteles el de la Guardia Civil, las escuelas y la Casa del Pueblo. Muchos de ellos, así como los miembros del Comité, pasaron a zona republicana.
Ese mismo día 21 de agosto cayeron tres pueblos más del entorno de Badajoz:
Arroyo de San Serván, La Garrovilla y Villar del Rey. Los dos primeros fueron ocupados por las Milicias de Vigo, un grupo de falangistas gallegos incorporados a los sublevados del sur. En Arroyo de San Serván sólo recordaban la destrucción de algún santo y el saqueo de los comercios de Juan Cortés González, Teodulio Prieto, Josefa Martínez, Juan Otero Rodríguez y Juan Talero Jiménez. Los 62 derechistas presos recibieron un trato «en general regular» en que sólo destacó el amago de fusilamiento de los falangistas Miguel Pajuelo Rosa y Guillermo Calvo Palomo, sacados de la prisión de madrugada y devueltos más tarde al Ayuntamiento con vida «por no tener valor suficiente» para matarlos, según informe de la Alcaldía de enero de 1937. Arroyo constituye un buen ejemplo de la actitud de los elementos de derechas respecto a la sublevación. De entre los donativos entregados destacaron los de Luis López Ramírez (90 000 ptas.), Juan Gallardo Segura (45 000 ptas.) y Alfonso y Ana Salguero (40 000 ptas.). En La Garrovilla los saqueos afectaron a los propietarios que habían huido del pueblo. Los 32 presos se quejaron de que les revolvían las comidas con las manos antes de entregárselas y, sobre todo, de que dos de ellos, Miguel Jiménez Fernández y Bartolomé Alarcón Romero, fueron sometidos a simulacros de fusilamientos en la noche del primero de agosto. De las nueve personas que intervinieron en estos hechos sólo sobrevivió una. En Villar del Rey se detuvo a 62 derechistas. Hubo varios casos de maltrato y se obligó a algunos presos a salir a la calle y tirar ellos mismos los excrementos que generaban. Uno que se negó fue pelado al cero. No obstante, el informe de la Alcaldía afirmaba que «el trato que recibieron los prisioneros en general no fue malo». La derecha controló el pueblo una vez que salieron los izquierdistas. Sobre la represión que siguió se cuenta con el testimonio del dirigente socialista Basilio González Bueno, quien a su regreso del exilio contó que tras las detenciones y malos tratos,
los primeros fusilamientos empezaron por los dirigentes del partido, el alcalde y los concejales. En el primer fusilamiento me incluyeron a mí, a otros 7 hombres y a una mujer. El día 12 de septiembre, a las 12 de la noche, se presentaron en el local donde estábamos falangistas y guardias civiles y a fuerza de golpes nos introdujeron en vehículos que aguardaban en la calle. A unos cinco kilómetros, por carretera, pararon los coches y usaron el mismo procedimiento para bajarnos de ellos. A continuación dispararon sus armas contra nuestros cuerpos y fuimos cayendo uno tras otro, quedando tendidos en el suelo. Después nos cubrieron con paja para que no pudiésemos ser vistos desde la carretera y se marcharon del lugar. Yo recibí dos disparos pero no fueron de muerte. Me retiré del lugar donde quedaban muertos siete hombres y una mujer. Caminando alcancé un sitio seguro donde me pude curar.
En Cheles, al sur de la capital y junto a la frontera portuguesa, ocurrió algo curioso. El 22 de agosto fue traído de Badajoz y leído el bando de guerra, pero al día siguiente se presentaron varios coches con falangistas declarando otra vez el bando, por lo que un numeroso grupo de vecinos tanto de derechas como de izquierdas, ante la notoria confusión reinante, pasaron a Portugal. Sólo unos días después, aclarada la situación, volvieron los de derechas. Como la mayoría de los pueblos extremeños, Cheles contaba con un activo grupo fascista que ya era sobradamente conocido desde los días del Frente Popular. Eran sus principales elementos Manuel Troca Recio, Manuel Sierra Ambrona, Ángel y José Díaz Nogales, Hipólito Sosa Angoña, Leonardo Mayorga Contador y Francisco Torrado Contador. Frente a ellos se encontraban militantes socialistas como Manuel Vélez Contador, Valeriano Valencia Contador (presidente de las Juventudes Socialistas), Adolfo Rosado Mayorga y Carlos Caramelo de los Santos. Un hecho clave en aquellos días fue la invasión de fincas en marzo del 36, cuando fueron ocupadas y roturadas la dehesa «Don Juan», propiedad de Juan y Fermín Pocostales Macias, de Badajoz; «Jatillo» y «Martinya de Abajo», de Gregorio Moreno Sáenz, de Jerez de los Caballeros, y «Talanquera», de Juan Díaz Ambrona, que luego sería saqueada el cuatro de agosto. Tampoco se olvidó la tensa firma del pacto de trabajo, ocurrida en mayo, en la que intervinieron de una parte un grupo de patronos representados por Ramón Díaz Ambrona, y de otros dirigentes izquierdistas como Manuel Rodríguez Huertas, Valeriano Valencia Contador, Adolfo Rosado Mayorga, Carlos Caramelo y Sixto Sánchez Nolasco. En cuanto al ritual católico, los actos de culto fueron limitados al interior de la iglesia, poniéndose grandes dificultades a la celebración de entierros, bodas y bautizos. Tanto la iglesia, donde fueron encerrados unos cincuenta presos, como el cuartel de la Guardia Civil sufrieron grandes desperfectos a partir del seis de agosto. El informe sobre la educación —«enseñanzas antirreligiosas e inmorales»— resume bien la situación general:
La actuación de las Escuelas [fue] con grandes riesgos para los maestros por ser todos ellos elementos de derechas; no se dieron enseñanzas antirreligiosas ni antipatrióticas, antes por el contrario a espaldas de los dirigentes marxistas se les hacía inculcar el buen sentir de las ideas religiosas, familiares y patrióticas.
En el caso de La Nava de Santiago contamos con el valioso testimonio escrito de Jorge Solís Galán, maestro, alcalde y jefe local del Movimiento en los primeros años cuarenta, y uno de los presos de julio del 36. Solís, según cuenta, ya había tenido numerosos problemas con los padres de los niños en los días del Frente Popular, lógicos si mencionarnos su afán por
quitar de las vestiduras de los escolares la máscara que hacía de ellos unos propagandistas de la masonería y del judaísmo aunados con el comunismo, que es lo que pregonaban los dirigentes de la localidad.
Dichas máscaras no eran otra cosa que los lazos e insignias de los partidos izquierdistas que circulaban por todos lados tras las elecciones de febrero del 36. Jorge Solís, cuyo escrito —dentro del tono habitual sobre el estado de la enseñanza de la mayor parte de los informes— revela hasta qué punto la derecha mantuvo durante la República su control, y dejó relación detallada de los distintos conflictos que jalonaron los meses del Frente Popular, en los que siempre los malos eran las fieras marxistas y los buenos la Falange clandestina. Sin embargo, el relato de Solís Galán es interesante por otro motivo. El día 14 de julio de 1936 ingresaron en el depósito municipal de La Nava varios patronos por negarse a emplear a los obreros que proponían los sindicatos. La derecha consciente de que el gran día estaba cerca, optó por pedir ayuda a la Guardia Civil de Montijo, lo que no llegó a hacer, y al mismo tiempo un grupo de falangistas armados al mando de José Tabares Gragera se adueñó durante la noche de la calle, destrozó la puerta del Ayuntamiento y liberó a los patronos. Es decir, que cuatro días antes del sábado 18 de julio, ya estaba La Nava en poder de la reacción y «por la calle solamente andaban los hombres y las mujeres amantes de la paz y de la Justicia». Así amaneció el día 15 de julio.
Ante estos hechos, dos izquierdistas de la localidad, Avelino Carrasco y Quintín Gragera, se acercaron ese mismo día a Mérida y expusieron la situación al capitán Rodríguez Medina, quien a las pocas horas envió fuerzas de Asalto al mando de un teniente. Al ser avistadas, los fascistas se esfumaron del pueblo y se inició ese mismo día 16 una serie de registros y detenciones en las que intervino de manera activa el alcalde socialista Pedro Flores Valhondo. Entre los detenidos figuraban Manuel y Francisco Franco Sánchez, Toribio Macías Dorado, Luis Agudo Durán, Marcelino Vizcaíno Nevado y Miguel Vizcaíno Garrido. Los de Asalto permanecieron en La Nava hasta la mañana del 18, en que recibieron la orden de regresar de inmediato a Mérida. Con ellos se llevaron al jefe de Falange José Tabares Gragera y a otros falangistas como Toribio Macias Dorado, Camilo Agudo Cortés, Tomás Quintana Cerezo, Juan Moreno Candado, Francisco Romano Sánchez, Juan Fernández Rueda, Francisco Vizcaíno Carreto, Francisco Sánchez y Felipe Cerezo Cortés. Ese mismo día fueron ingresados en la cárcel de Mérida.
No tardó mucho en formarse el Comité, presidido por Juan Corcho Nevado, quien en unión de las autoridades municipales decidió las acciones a seguir. La primera que se adoptó fue, como en todos sitios, la requisa de armas y el acopio de víveres. Una de las fincas registradas fue «Matapegas», de Pedro Bueno Carvajal, en la que el municipal Diego Barril Sánchez hirió a «un fiel criado» que moriría unos días después en el hospital de Badajoz. Las primeras milicias, integradas por 110 hombres y 34 mujeres se constituyeron el lunes 20 de julio bajo la supervisión de Tomás Palomo Martín, vicepresidente del Comité. Se trataba de gente muy joven —ataviada de lazos y banderolas al carecer de uniformes—, que anduvo recorriendo la población durante varios días al grito de UHP y que recibió ciertas nociones de instrucción militar…
(continuará)
[ Fragmento de: Francisco Espinosa Maestre. “La columna de la muerte” ]
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