miércoles, 24 de mayo de 2023

 

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LA COLUMNA DE LA MUERTE

El avance del ejército franquista de Sevilla a Badajoz

 

Francisco Espinosa Maestre

 

[ 037 ]

 

 

4

OPERACIONES SECUNDARIAS

 

(…)

 

Otros pueblos del interior:

Tierra de Barros y Sierra de Monsalud

 

Con la misma intención de garantizar el flanco izquierdo del eje Sevilla-Mérida, pronto tocó el turno a los pueblos situados en la zona interior entre Badajoz, Olivenza y Almendralejo. El 19 de agosto el capitán de la Legión Francisco Sáinz-Trápaga Escandón ocupó Almendral y Torre de Miguel Sesmero. En Almendral se produjeron las requisas habituales y como acción peculiar el saqueo del cuartel de la Guardia Civil y del Sindicato Agrícola. Los presos, como era habitual, recibían las comidas de sus familiares, con los que normalmente no se les permitía hablar. Hubo quejas de palizas, que afectaron entre otros al falangista Manuel Carande Uribe —hermano del jefe provincial de Falange—, que muy pronto ocuparía la Alcaldía. Lo que peor llevaron —uno de ellos el párroco Francisco Rodríguez— fue la obligación de barrer las calles, regar el paseo y la realización de ciertas obras en la carretera. En julio de 1941 se envió al fiscal instructor de la Causa General de Badajoz una larga relación de nombres a los que se calificó de «directores y vigilantes» de los días rojos, en la que refleja parte de la represión fascista habida en Almendral. En Torre de Miguel Sesmero se repitieron las requisas de rigor, que afectaron a numerosos propietarios y al Sindicato Agrícola. Con los presos, salvo un simulacro de fusilamiento a dos falangistas a los que no se llegó a disparar, hubo el trato habitual. Un grupo numeroso fue obligado a limpiar la esterquera colectiva. Aunque fueron finalmente liberados dos días antes de la llegada de las fuerzas de Sáinz-Trápaga, hicieron correr el bulo y llegaron a escribir en los informes oficiales que «los rojos tenían preparados 600 litros de gasolina con destino a quemar a los presos».

 

El día 20 de agosto los legionarios y regulares ocuparon otros cuatro pueblos del área de Almendralejo: Fuente del Maestre, Feria, Santa Marta y Villalba. En Fuente del Maestre los derechistas fueron detenidos en cuanto se supo de la sublevación militar. Con las fuerzas de la Guardia Civil establecidas en el cercano pueblo de Los Santos, desde donde se unirían a los sublevados, el Comité de Defensa y la Casa del Pueblo, con las armas tomadas a los derechistas, dirigieron las acciones. Como en casi todos los pueblos la iglesia fue utilizada como cárcel. Los presos fueron tratados «si no con dignidad y respeto, tampoco de forma despiadada y cruel». Los saqueos afectaron únicamente a Manuel Ovando Sánchez Hidalgo y a José Jaraquemada Quiñones. La misma derecha reconoció que en el Comité prevalecieron sus elementos más moderados, logrando «evitar desmanes y atropellos con los detenidos». Estos presos fueron liberados el día nueve de agosto, cuando los izquierdistas, angustiados por lo ocurrido en Los Santos, Almendralejo y Villafranca, decidieron huir. Unas horas después, e informados de lo ocurrido por el chófer José Álvarez Sergio, llegaban al pueblo procedentes de Villalba y Santa Marta varios centenares de milicianos, entre ellos un fontanés cuyos padres habían sido asesinados por los fascistas en Los Santos.

 

El jefe de esa columna era Antonio Villarroel Villarroel, un propietario arruinado de 41 años, cercano al Partido Socialista y natural de Alcántara (Cáceres), de donde había logrado escapar. Fue en Mérida donde organizó esa columna con la que ahora llegaba a la Fuente tras recorrer diversos pueblos. Ocupado el Ayuntamiento, Villarroel ordenó que los derechistas volviesen a prisión. Al mediodía un grupo de milicianos se acercó al convento y detuvo a tres de ellos, los únicos que no habían escapado por quedar al cuidado de los niños. Los tres sufrieron malos tratos y, al anochecer, uno de ellos, Constantino Garmendia, al ser conducido por la Plaza camino del Ayuntamiento, fue asesinado de un disparo. A partir de este momento varios presos, entre ellos los otros dos frailes, fueron llevados a la Plaza, animados a irse a sus casas y asesinados a tiros.

 

En el caso de Corredera y Hernández-Prieta, ambos vecinos de Villafranca, ocurrió lo siguiente. En la tarde del 18 de julio acudieron con otros falangistas al cuartel de la Guardia Civil para sumarse al golpe, pero a la una de la tarde del día siguiente tuvieron que abandonar el refugio y los detuvieron a todos salvo a ellos, que huyeron al campo hasta que el 27 de julio los apresaron las milicias de Villalba, en cuyo depósito permanecieron hasta que el siete de agosto quedaron en libertad. Refugiados entonces allí mismo, en casa de Dolores y Delfina Rodríguez, fueron detenidos finalmente por una delación el día nueve, al paso de la columna Cartón, y trasladados a la Fuente. Los diez cadáveres habidos hasta ese momento fueron llevados al día siguiente al cementerio y arrojados a un pozo allí existente. El mismo diez de agosto detuvieron en el campo a dos de los franciscanos huidos, Ceferino Itarralde Untazo y Dionisio López Pérez, los condujeron a presencia de Villarroel y los encerraron en el Ayuntamiento en unión de un mendigo de nacionalidad checa, que llevaba varios días por el pueblo pidiendo y que había sido detenido bajo la acusación de pasar información al enemigo. En cierto momento trasladaron a los tres a las afueras del pueblo, asesinaron al mendigo y decidieron ingresar de nuevo a los dos frailes en la cárcel por discusión surgida entre los milicianos acerca de si había orden o no de matarlos. Esto les salvó la vida. La columna fue rechazada el día nueve cuando intentó entrar en Villafranca, por lo cual decidieron volver hacia Burguillos del Cerro. Antes de irse, Villarroel y sus hombres causaron diversos destrozos en el convento, entre otros la destrucción de los libros de texto. En total murieron once personas:

 

Manuel Casimiro Morgado, sacerdote.

Felipe Ceballos Solís, propietario.

Lorenzo Cerdán Caliguera, franciscano.

Francisco Corredera Vaca, industrial, jefe de Falange (Villafranca).

Juan García Fernández, abogado.

Constantino Garmendia, franciscano.

Diego Hernández-Prieta Aguilar, agente comercial, jefe comarcal de Falange (Villafranca).

Manuel Lozano Gómez-Jara, propietario.

Víctor Sillaurren Falcón, franciscano.

José Visedo Álvarez, propietario.

Un mendigo extranjero.

 

Cuando el día 20 llegaron los marroquíes, al mando del teniente coronel Delgado Barreto, los milicianos ya habían partido y los escasos izquierdistas que se les enfrentaron fueron barridos sin problema alguno. La purga empieza enseguida: las mujeres detenidas son conducidas a la ermita de Santiago y los hombres, además de al depósito, al convento franciscano y a algunas casas particulares con espacios apropiados. La tradición oral habla de unas trescientas víctimas desde la ocupación hasta que «las autoridades consideraron la purga convenientemente efectuada». Una de las primeras medidas de las nuevas autoridades consiste en incautarse de la Casa del Pueblo para guardar los muebles procedentes de los saqueos practicados en domicilios particulares. Los testimonios recogidos por Mercedes Almoril en su trabajo sobre Fuente del Maestre nos narran lo ocurrido en todos estos pueblos extremeños:

 

“Estuvieron varios días sin molestar a nadie, por lo que la gente, confiada, comenzó a regresar del campo a sus casas —yo entre ellos—. Fue entonces cuando empezaron a detener a muchas personas de las que tomaban declaración y les daban libertad. Con la confianza de «a mí ya no me molestan» los volvían a detener y los fusilaban. Fusilaron a unos 335, entre ellos unas 15 o 20 mujeres y también algunos menores de edad. Mucha de esta gente cuando las mataban iban completamente destrozadas y violadas. El 2 de septiembre a eso de las 12 del mediodía me detienen y me conducen al puesto de la Guardia Civil. Después de un corto interrogatorio me llevaron al convento de los frailes donde permanecí detenido tres días y tres noches (pero qué noches, en ninguna de ellas dejaron de fusilar y encima yo viéndoles subir a los camiones). Recuerdo que cuando me dijeron te puedes marchar había perdido varios kilos …

 

Fui detenido por segunda vez el 11 de diciembre estando yo de dependiente de la casa de Pepe Salguero. Con la obligación de hacerme algunas preguntas fui conducido a la casa de la marquesa (Corredera), donde permanecí encerrado veintitantos días, incluso durante las Navidades. Una de las noches, sobre finales de mes, nos apartaron a unos cuantos, creo que éramos unos 20, para fusilarnos, con la suerte de que aquel mismo día llegó la orden de Franco de que no se fusilase a nadie más sin pasar por consejo de guerra; por lo que el comandante de la Guardia Civil impidió los fusilamientos, pese a que ellos querían a toda costa fusilarnos (figúrense las horas que pasé aquella noche).

 

La razón por la que me detuvieron fue el haber vendido durante un mes la prensa socialista. Se solían recibir de 60 a 80 ejemplares, según lo interesante de la información. Me pagaban una perra chica por repartirlos. Más tarde acepté trabajar por las noches en la barra de la Casa del Pueblo ganándome un jornalito de 6 reales y la cena, que no estaba nada mal. El 8 de diciembre, a eso de la 1 de la madrugada, se presentaron tres señores de Falange en mi casa, que me detienen y me conducen a la sede de Acción Popular. Nada más entrar me cachearon y me pasaron para adentro, encontrándome allí a unas 60 o 70 personas detenidas aparte de las que ingresaron conmigo, y un cuadro algo más que espantoso: todos sabíamos que íbamos a morir. En esos momentos recordábamos nuestras familias, nos abrazábamos y nos decíamos hasta siempre. Casualmente aquella noche sólo se dedicaron a interrogar, por lo que al rato soltaron a la mayoría, quedándonos unos diez que suponíamos que estábamos predestinados a morir. Al cabo de una hora, más o menos, se abrió el cerrojo y con malos tratos nos indicaron: ¡Venga, vayan saliendo, vamos al cuartel de la Guardia Civil! ”

 

“Rodeados de correajes y fusiles de todos aquellos falangistas que mataban a diario, nos dijo el sargento: ¿Dónde queréis ir, como voluntarios a la Legión o para Rusia (cementerio)? A lo que respondimos que a la Legión. ¿Estáis todos conformes? ¡Mañana a las 9 en punto les quiero ver en la Plaza! Conducidos por los falangistas más significados fuimos repartidos en tres coches con dirección al Cuartel de Menacho de Badajoz. Una vez allí y transcurridas unas horas se oyeron a través de un informador los nombres de aquellos quienes iban a la Legión y los que regresaban a casa. De siete que íbamos cuatro se fueron y al resto, Pedro Rodrigo, Fernando Villafruela y yo nos enviaron a casa. De regreso a la Fuente uno de los más asesinos se me acercó, me dio la mano y me dijo: ¡Me alegro que hayas salido bien! A los tres días fuimos nuevamente avisados al Cuartel, donde el sargento nos recordó que éramos los más sospechosos de todo el pueblo y que a la más mínima ya sabíamos…”

 

(continuará)

 

 

[ Fragmento de: Francisco Espinosa Maestre. “La columna de la muerte” ]

 

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