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Joan E. Garcés / “Soberanos e intervenidos”
(…)
Segunda parte
ESTRATEGIAS MUNDIALES E INTERVENCIÓN
9. Gran Bretaña y la división de Europa
V.
Polonia como pretexto
Si se tiene presente la importancia que la doctrina de defensa rusa otorga al “segundo frente” en el oeste del continente, igual a la de no encontrarse entre “dos frentes” simultáneamente –en Europa y Asia se comprende la proyección estratégica de las decisiones de Francia y Gran Bretaña sobre España consumadas entre el 27 de febrero y el 5 de marzo de 1939. Contrariamente a la evaluación de A. J. P. Taylor, según el cual el único efecto significativo de la guerra de España habría sido agotar a Italia en su prolongada intervención, el efecto político-estratégico sobre el liderazgo de Moscú de la decisión británica de liquidar en España la resistencia a la intervención germana parece capital en su giro hacia acomodarse con Alemania. Cuyas derivaciones culminaron en el fortuito “accidente” o “error” de septiembre de 1939 de que habla Taylor (Gran Bretaña declara la guerra a Alemania). Anticipación solo errónea en parte la de Chamberlain, pienso yo, en la medida que creía que de no firmar el Reino Unido una alianza con la URSS, ésta sería atacada por Alemania y Londres quedaría fuera de la guerra. Berlín firmó el pacto de no agresión y neutralidad de 23 de agosto con la URSS por estar convencido de que, así, evitaba el conflicto con el único Poder que estimaba susceptible de oponerse a la anexión de Polonia. Moscú creía, a su vez, que evitaba la invasión germana, pues compartía la tesis de Berlín de que el Reino Unido no iba a luchar por la independencia de Polonia. A la postre, la anticipación de Chamberlain se realizó en cuanto al fondo: el 18 de diciembre de 1940 Alemania empezó a preparar la “operación Barbarroja” y el 22 de junio siguiente invadía la URSS…
El inesperado pacto Alemania-URSS de 23 de agosto de 1939 produjo efectos devastadores en cadena. En Alemania y Japón aisló a los militares antisoviéticos, en Tokio cayó el Gobierno, y en Londres la estrategia hasta ese día sostenida por el gabinete Chamberlain. El reverdecimiento de una alianza en la heartland deshacía la labor acumulada desde la recomendación de lord Balfour al Gabinete Imperial de Guerra, el 21 de marzo de 1917 (antes de la Revolución bolchevique):
«si hacéis una Polonia absolutamente independiente, estáis cortando por completo Rusia del Oeste. Rusia cesa de ser un factor en la política occidental, o prácticamente».
Acababa, además, con el “cordón sanitario” establecido en 1918 alrededor de lo que Churchill denominaba “peste revolucionaria”. Más grave si cabe, los dos Estados derrotados en la primera guerra mundial se apoyaban mutuamente.
De repente, en vez del deseado acuerdo por parte de Londres entre Varsovia y Berlín sobre Danzig, o del ataque alemán a la URSS a través de los Estados bálticos (cuya seguridad no estaba garantizada por el Reino Unido ni Francia), o con apoyo polaco, o rumano, contra la Ucrania soviética, en lugar de la mutua destrucción de germanos y soviéticos con que especulaban Londres y París, Polonia desaparecía. Pero no como satélite de Alemania, lo que entraba dentro de los desenlaces aceptables para los dirigentes del Reino Unido y Francia, sino dentro de un acuerdo de reparto germano-soviético. Tras el Pacto Molotov-Ribbentropp Polonia era, de inmediato, reevaluada por Londres como último recurso para interponerse en el abrazo entre germanos y rusos. Polonia como pretexto, pues hasta aquel 23 de agosto Londres no había aceptado vender a Polonia ni una granada para sostener su resistencia a las presiones de Alemania. Como tampoco le proporcionó ayuda material después de ser invadida el 1 de septiembre. Dos días después, mientras Chamberlain en un giro de 180 grados declaraba la guerra a quien no quería, en el otro extremo del continente dimitía el gobierno japonés –también porque su estrategia se había basado en su alianza con Alemania (enero de 1938) dando por seguro que ésta atacaría a la URSS. Días antes del pacto germano-ruso las tropas japonesas habían sufrido más de 18.000 muertes en batallas con las soviéticas en la frontera de Mongolia y Manchuria. La documentación disponible no permite evaluar la influencia de los choques en su frontera oriental sobre la decisión final del Kremlin de precipitar la firma del pacto de no agresión en su frontera occidental.
Karl Haushofer aplaudía el acuerdo de 23 de agosto:
toda la historia del imperio británico es atravesada por el temor que una política continental del Viejo Mundo [colaboración germanorrusa] podría significar para el imperio mundial británico […]. Uno de los hombres políticos imperialistas más brutales y afortunado en éxitos, lord Palmerston, fue el primero –con motivo de una crisis ministerial– en replicar a un primer ministro que le había abandonado: por desagradables que puedan ser ahora nuestras relaciones con Prusia, debemos mantenerlas pues detrás amenaza una Rusia que puede reunir Europa y Asia oriental y, solos, nosotros no podemos hacer frente a semejante situación.
Veamos ahora algunos hechos posteriores al pacto germano-soviético de agosto de 1939. En enero de 1942, con motivo de las negociaciones en Moscú del ministro de Asuntos Exteriores, Anthony Eden, la URSS reiteró al Reino Unido su oferta de 1939 de un acuerdo de seguridad. Eden la respaldó, pero el primer ministro Churchill y los jefes militares la rechazaron porque hubiera significado el reconocimiento inglés de la realidad europea de la URSS –en un momento en que las tropas alemanas avanzaban hacia el Este y se desconocía hasta qué punto los soviéticos las resistirían. Después de la derrota alemana en Stalingrado –enero de 1943– y camino de la reunión en Teherán con Stalin y Roosevelt, Churchill confidenciaba a un miembro de su equipo que
«el real problema ahora es Rusia. No logro hacerlo ver a los americanos».
Cuantos entre junio de 1941 y 1945 se opusieron a Hitler desde dentro de las instituciones del III Reich, proyectaron ofrecer al Reino Unido la paz junto con la garantía de continuar la guerra contra la URSS. En 1944 y 1945, en Moscú surgieron de nuevo sospechas de que los británicos confortaban la idea de una paz por separado con Alemania. Aunque desmentida entonces, Churchill reconocía públicamente en noviembre de 1954 que en 1945
yo telegrafié a lord Montgomery [jefe del cuerpo expedicionario británico en la ofensiva final contra Alemania] que tuviera cuidado de recoger el armamento alemán, y almacenarlo de modo que pudiera ser distribuido de nuevo a los soldados alemanes con los que tendríamos que trabajar si continuaba el avance soviético.
Y en privado manifestaba a lord Halifax, embajador británico en EEUU, que antes de la rendición del III Reich había estado preparando a los alemanes para usarlos contra los soviéticos. El impresionado Lord recoge en su Diario la confidencia con la apostilla «Espero que esto no verá nunca la luz del día». En la primavera de 1945, Allen Dulles, representante en Europa (Suiza) del Office of Strategic Services (OSS, servicios secretos del Departamento de Guerra, creados en 1941 y embrión de la ulterior CIA), también sostenía conversaciones con generales alemanes, con la consiguiente protesta de Moscú.
Una confirmación independiente de los anteriores supuestos la hallé en un documento inédito en los Archivos Nacionales de EEUU. Reproduce las respuestas que, al día siguiente de la capitulación de Alemania –7 de mayo de 1945– hicieran a los servicios de inteligencia de EEUU el Mariscal de Campo Wilhelm von Keitel, jefe del Mando Supremo (Oberkommand) del ejército de Alemania –bajo la inmediata autoridad del canciller Hitler–, y otros generales de su rango. El analista del ejército de EEUU resumía así los conceptos de sus interrogados:
El Partido Nazi [al que hacen responsable de haber perdido la guerra] era una institución maligna desde que forzó a los angloamericanos a destruir a Alemania; ahora ha sido barrido y su lugar en la lucha contra el bolchevismo ha sido ocupado por los Aliados [angloamericanos]. Alemania debe por lo tanto ayudar a los Aliados y oponerse a los rusos. Engañando a los Aliados a reconstruir Alemania como baluarte contra los rusos, Alemania recuperará su lugar como Gran Potencia.
Las declaraciones del capitulado Alto Mando alemán de 1945 seguían así:
Los hombres que firmaron el reconocimiento de la completa derrota de Alemania eran jóvenes comandantes en el Estado Mayor de 1918. Para ellos el 7 de mayo de 1945 no es más que otro episodio en la eterna lucha de Alemania por dominar. Vieron a su país destruido y reconstruido y albergan en su corazón la creencia de que puede repetirse.
El oficial de EEUU sintetizaba el espíritu de sus interlocutores:
«Para parodiar el famoso aforismo del general De Gaulle, Alemania ha perdido otra guerra, pero no ha perdido las posibilidades de hacer otra».
En cuanto a la evolución interna de la derrotada Alemania, sigue diciendo el Informe, los estrategos del III Reich anticipaban el inminente comienzo de una nueva guerra contra los comunistas de Alemania y la URSS:
algunos de los generales alemanes esperan que los Aliados van a aceptar, por último, usarlos en la administración local para prevenir un levantamiento comunista, los actuales líderes de Alemania están ya trabajando en lograr para Alemania el estatus de cobeligerante contra Rusia. Están trabajando, en realidad, para derrotar a los Aliados en la hora de su triunfo.
El informe no veía solución de continuidad entre la estrategia de los generales alemanes antes y después de su capitulación:
Alemania aún no considera que la lucha ha terminado […]. La política [de los generales] es también bastante sencilla: enredar a toda costa a los Aliados con los rusos. Cada acto independiente del gobierno Döenitz [entre la muerte de Hitler y la capitulación] ha ido dirigido a ese fin. Radio Flensburg, bajo control de Döenitz, afirmó que el armisticio con los Aliados hacía posible transferir fuerzas alemanas a pelear en el Este contra los rusos […]. Ha comenzado una campaña de rumores de que en un momento dado los Aliados atacarán a los rusos […]. Se están esclareciendo las líneas según las cuales los líderes oficiales de Alemania van a conducir esta campaña […]. Esta es una campaña fría y perfectamente calculada. Emerge más bien de la determinación de probar que la concepción de la historia de Hitler era acertada.
En el informe se lee el papel atribuido a Franco por el Alto Mando alemán cuando las ruinas de Berlín humeaban:
para apoyar este argumento los alemanes pueden obtener apoyo de algunos órganos de prensa en muchos países, en particular de los periódicos españoles bajo control del repulsivo “ragamadolio” de Franco. La actual política alemana es por consiguiente un paso en la gran campaña del renacimiento de Alemania.
Von Keitel fue juzgado, condenado y colgado en la horca por crímenes contra la humanidad, sus FF AA disueltas, los latifundios de los oficiales junkers entregados a los campesinos, el país desmilitarizado por un momento…
(continuará)
[ Fragmento de: Joan E. Garcés. “Soberanos e intervenidos” ]
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