martes, 16 de mayo de 2023

 

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Joan E. Garcés  /   “Soberanos e intervenidos”

 

 (…)

 

 

 

Segunda parte

ESTRATEGIAS MUNDIALES E INTERVENCIÓN

 

 

 

9. Gran Bretaña y la división de Europa

 

 

 

II.

EL REINO UNIDO CONTRA LA ALIANZA ALEMANIA-RUSIA

 

Los discípulos de la estrategia británica, en cualquier Estado en que se hallen, son coherentes con la misma si conciben la superación de la guerra fría mediante ingenios que impidan otra realidad que no sea una Europa hegemonizada por EEUU de Norteamérica. Mantener la psicosis de un adversario ruso dispuesto a invadir el resto de Euro­pa, ha servido para mantener la disciplina en las Coaliciones militares e instituciones político-económicas conexas. Si la imagen de tal riesgo desapareciera, los Estados coaligados tratarían de recuperar su identidad nacional y su autonomía sociopolítica. Sin embargo, la conceptualización de la masa territorial y demográfica rusa como amenaza sobre el resto del Continente europeo recubre otra constante histórica generada en el Imperio británico. Fue la respuesta al temor británico de una alianza germanorrusa en la segunda mitad del siglo XIX, y al de una integración germanorrusa como desenlace de una guerra entre Berlín y Moscú. El secretario del Foreign Office, sir Edward Grey, explicaba el 3 de agosto de 1914 en la Cámara de los Comunes por qué el Reino Unido no debía ser mero espectador en la guerra que acababa de declarar Alemania a Rusia:

 

si nos estuviéramos quietos y permaneciéramos al margen, dejaríamos de estar en condiciones materiales para usar nuestra fuerza en forma decisiva para deshacer el resultado del curso de la guerra, para prevenir que todo el resto de Europa del Oeste enfrente nuestro cayera bajo el dominio de un solo poder.

 

 

A las pocas horas, Londres declaraba la guerra a Alemania.

 

En 1943, en plena segunda guerra mundial, la misma coherencia llevaba a Mackinder a anticipar en una influyente revista de Washington la que sería, poco después, causa desencadenante de la guerra fría:

 

considerados todos los aspectos, es inevitable concluir que si la Unión Soviética emerge de esta guerra como conquistadora de Alemania, se clasificará como el mayor poder terrestre del Globo. Más aún, será el Poder en la posición defensiva más fuerte estratégicamente. La Tierra Interior es la mayor fortaleza natural de la Tierra. Por primera vez en la historia está manejada por una guarnición suficiente tanto en número como en calidad.

 

 

Es comprensible que mientras razonaran de esta guisa, y en defecto de poder lograrlo con sus propios recursos, sucesivos líderes británicos, desde el tory Churchill hasta el laborista Attlee, hayan auspiciado poner bajo el protectorado de EEUU la mayor parte posible de Europa. Fue el ministro socialdemócrata británico de Asuntos Exteriores, Ernest Bevin, quien el 4 de junio de 1948 requería del gobierno Truman que sobrepasara las resistencias dentro de EEUU y creara lo que un año después sería la OTAN. Y el líder conservador Edward Heath quien propuso en 1969 a Washington, sin ser atendido tan de inmediato, que dentro de la OTAN se podría asignar Euro­pa con confianza «a una fuerza nuclear francobritánica y dotar a la RFA de armamento atómico propio».

 

 

 

 

III.

SIMETRÍA DE LOS CONCEPTOS ESTRATÉGICOS

 GERMÁNICOS Y BRITÁNICOS

 

La realidad económico-militar de la Pax Britannica durante el siglo XIX condicionó el nacimiento del Imperio alemán. Para el impulsor de la unión aduanera interalemana o Zollverein, Friedrich List, el progreso económico dependía de la hegemonía germana sobre los pueblos de Europa comprendidos entre el mar Báltico y el Adriático, el mar del Norte y el mar Negro. El horizonte quedaba trazado. Durante la primera guerra mundial, Friedrich Neumann recubría en el concepto de Mittel-Europa el de lebensraum (espacio vital). Dominar los mercados de Europa oriental era considerado necesario para exportar manufacturas propias e importar materias primas ajenas. Hecho económico ideologizado por Johannes Kühn:

 

«un cinturón de pueblos va desde Finlandia a Grecia como una frontera oriental de Europa […]. Esos pueblos no son coautores en la creación de la cultura europea, sino que están todos bajo la sombra de la cultura ­europea».

 

Para Otto Maull, la penetración económica permitía a Alemania obtener el mismo resultado que la ocupación territorial. El II y el III Reich incluyeron en su “espacio vital” a colonias en África y el Pacífico. Son éstos conceptos ampliamente asumidos entre estadistas, militares y doctrinarios del expansionismo germánico, para quienes África empezaba en los Pirineos –de ahí la importancia que en la marcha de Alemania hacia el Sur atribuían al dominio sobre España y Portugal (envolviendo de paso a Francia).

 

 

Los más influyentes geopolíticos alemanes conceptualizaron la estrategia imperial de Alemania en términos simétricamente inversos a la británica, promoviendo la alianza con Rusia y Japón en respuesta al énfasis británico en impedir la colaboración entre los pueblos de la tierra central. El pacto germano-soviético de 23 de agosto de 1939 y el sovietico-japonés de 13 de abril de 1941 fueron, consecuentemente, elogiados por Karl Haushofer. Para Johannes Kühn,

 

«la vieja, geográficamente imposible concepción de una Europa que llegara hasta los Urales debiera haber sido descartada hace tiempo. El gigantesco continente, formado por Europa y Asia juntas, no posee fronteras naturales verticales fundamentales».

 

En la década de los años treinta los sectores dominantes británicos fueron complacientes con Alemania –hasta el 23 de agosto de 1939. En mayo de 1936, dos meses antes de la intervención de Berlín contra la segunda República democrática española, Thomas Jones, ex secretario del Gabinete y muy próximo al premier Stanley Baldwin, escribía:

 

Hitler se siente bastante desigual para hacer frente en solitario a Rusia […]. Por eso está pidiendo una alianza con nosotros para conformar un baluarte contra la irradiación del comunismo. Nuestro Primer Ministro no se opone a intentarlo en un esfuerzo final antes de dimitir tras la Coronación el año próximo, para abrir paso a Neville Chamberlain.

 

 

En 1938 Louis Aubert, miembro de la delegación francesa en la Asamblea de la Sociedad de Naciones, explicaba a su presidente del Gobierno que la razón capital de la postura de Londres radicaba en

 

«la condescendencia inglesa ante una política italo-germana que desea que “la derrota de Moscú” se extienda, más allá de Checoslovaquia, hasta España, y que ha proclamado, por boca de Mussolini, que no toleraría que en España se estableciera un régimen contrario a su ideología».

 

El presidente Nicolás Salmerón había dicho lo mismo en 1873, al explicar la enemiga de los intereses conservadores e imperiales europeos hacia la I República española…

 

Tan alto era el interés de los círculos imperiales británicos y franceses en usar al fascismo germanoitaliano contra los revolucionarios europeos, que cedieron a Alemania e Italia el dominio sobre pueblos hasta entonces en su propia zona de influencia. La cesión de España desconcertaba al francés Aubert:

 

«las riquezas naturales de España pueden justificar el establecimiento de un circuito cerrado entre ésta y Alemania, circuito ya esbozado por las ventajas económicas que Hitler reconoce haberse asegurado [de Franco]».

 

A lo largo de los siglos XIX y XX ha sido recurrente el empeño de las Potencias en impedir a los españoles elegir democráticamente su forma de gobierno. Algunos diplomáticos franceses lo advirtieron en vísperas de la segunda guerra mundial:

 

Mussolini quiere arrebatar a la soberanía de España la facultad de definir su régimen y, si puede, arrebatarle una parte de su territorio (Mallorca e Ibiza). Hitler ha tomado la iniciativa, el 18 de octubre de 1938, de proponer a Francia un acuerdo [con ocasión del encuentro con M. François Poncet]: […] ¿podemos repartirnos zonas de actuación? Berlín dice: si Francia desea evitar la guerra, que renuncie a la política tradicional de Richelieu de oponerse a la expansión alemana en España; pero en el preciso momento en que nosotros sacrificamos Checoslovaquia, constatamos que Alemania retoma en contra nuestra la política de la Casa de Austria en España.

 

Londres condescendía en España ante Alemania en la medida que ésta apuntaba contra la URSS. El gobierno de París seguía al británico:

 

 

el Partido en el poder en Inglaterra se halla muy dispuesto a dar razón a Alemania cuando ésta pretende que Rusia, país de Asia, debe ser rechazada fuera de los asuntos de Europa continental. Más aún, el capitán McEven, presidente de la Comisión de Asuntos Exteriores del Partido Conservador, ha sostenido en una conferencia pronunciada en París hace algunos meses que convenía dejar el campo libre a las ambiciones de Alemania en Rusia. Según él, se ganaría por partida doble: el alemán metería plomo en la cabeza del ruso, y Rusia empantanaría el torrente alemán.

 

La política alemana de preguerra encontraría su límite en la expectativa de Londres de un ataque alemán contra la URSS. Pero si la derrota de la revolución rusa era útil al Imperio británico, para Francia encerraba otra consecuencia:

 

está claro que Alemania emplea a rusos emigrados y también a rusos dentro de Rusia para derrocar el régimen (derrocamiento que Londres cree posible). Si un régimen autoritario y militar se instala en Moscú, desaparecería toda resistencia que el Este pudiera ofrecer al Deutschtum. Ello significaría un peligro enorme para nosotros.

 

Los hechos posteriores son conocidos. Contra toda expectativa, el 23 de agosto de 1939 Alemania y la URSS firmaban un pacto de no agresión. La alianza en la heartland parecía hecha. Diez días después, el gobierno del Reino Unido declaraba la guerra a Alemania, y en las horas siguientes lo hacía el de Francia.

 

¿Cuál fue la causa estratégica de la declaración de guerra británica a Alemania en septiembre de 1939? La hegemonía sobre Europa era, sin duda, la baza en juego. Los dirigentes de Londres que en 1935 habían firmado un tratado naval con Alemania, en los años siguientes le aceptaron sucesivas ampliaciones de su zona de influencia –desde España a Austria y Checoslovaquia. Si en septiembre de 1938 una fracción significativa del gobierno francés estaba dispuesto a luchar para detener a Alemania en Checoslovaquia, el de Londres no. Entre 1933 y agosto de 1939, ¿los militares británicos basaron sus cálculos más en los planes del Estado Mayor alemán contra la URSS que en la capacidad de improvisación de los políticos nazis? El estratego británico B. H. Liddell Hart, influyente ante el Gabinete de Neville Chamberlain, propiciaba el acuerdo con Alemania tanto después que ésta ocupara Checoslovaquia como tras la invasión de Polonia. También recomendaba que los ejércitos franco-británicos no abrieran un segundo frente en el Oeste –lo que, en efecto, no hicieron–, al tiempo que bastantes generales germanos mantenían la postura simétrica y rechazaban una ofensiva contra Francia –la que sólo por imposición de Hitler a sus generales tuvo lugar el 10 de mayo de 1940. A lo largo de la segunda guerra mundial Liddell Hart criticó que se exigiera de Alemania la rendición incondicional, aconsejando en su lugar negociar un acuerdo con el III Reich en base al interés de Inglaterra en evitar que la derrota de Alemania condujera a un continente unido –bajo predominio de la URSS. Y, agregaba Hart, porque Hitler era sobre todo un estadista razonable, descarriado por culpa de los Aliados.

 

La declaración de guerra británica del 3 de septiembre de 1939 fue un accidente, explicable sólo por incompetencia, concluye el eminente historiador británico A. J. P. Taylor, fruto más de la tozudez de los británicos que del cálculo de Hitler. Éste ni quería ni esperaba la guerra con Inglaterra, y lo propio cabe decir del gabinete Chamberlain. Pero el “accidente” adquiere otro carácter si lo contemplamos desde el punto de vista de la lógica interna de las estrategias para dominar Europa. Tiene fundamentos objetivos entender que la causa del brusco cambio de postura británico el 3 de septiembre de 1939 respondía a las consecuencias del acuerdo germano-soviético. Y que la negativa a aceptar la invasión de Polonia por Alemania dos días antes derivaba de un “accidente” bien distinto, el pacto germano-ruso de 23 de agosto –incompatible con la estrategia británica sobre la heartland. Taylor no está convencido de que la dirección británica planeara envolver a Alemania y la URSS en una guerra circunscrita a Europa oriental. Pero la limitación de su argumentación la avanza él mismo al reconocer que, para excluir esta última tesis, debe aceptar que la guerra declarada por Londres a Berlín el 3 de septiembre de 1939 era resultado de una “equivocación” y, también, que «es imposible descubrir una respuesta razonable» a por qué el gobierno de Neville Chamberlain no vio la utilidad de la ayuda que le había ofrecido la URSS antes del 23 de agosto de 1939:

 

«si la diplomacia británica aspiraba seriamente a una alianza con la Rusia Soviética en 1939, en ese caso las negociaciones con ese fin fueron las transacciones más incompetentes desde que lord North perdiera las colonias americanas».

 

 

Donde Taylor ve irracionalidad e incompetencia hay más bien ­coherencia si contrastamos nuestra hipótesis con hechos concordantes anteriores, coetáneos y ulteriores. Entre los anteriores recordaremos que ya el ministro Winston Churchill en 1918, antes del armisticio del 11 de noviembre, tuvo la idea de rearmar a Alemania contra la URSS, y en 1919, como secretario de Guerra, propuso formalmente a la Conferencia de Paz reunida en París enviar tropas contra el gobierno bolchevique. Iniciativa apoyada por los dirigentes franceses pero rechazada por el presidente de EEUU, Woodrow Wilson, con el argumento de que ello «sería ciertamente ayudar a reaccionarios». Para Wilson el adversario de los socialistas eran los “reaccionarios europeos”, no los liberales de EEUU. La oposición de estos últimos hizo impracticable el plan propuesto el mismo 1919 por Halford Mackinder al premier Lloyd George:

 

acabar militarmente con el Estado soviético o reducirlo a su mínima expresión geográfica.

 

Pero a lo largo de 1938-1939 los dirigentes soviéticos concluyeron que los británicos esperaban lanzar a Alemania contra la URSS. A este resultado llegan las investigaciones posteriores. Por lo demás, las expectativas inglesas y los temores soviéticos respecto de las reales in­tenciones del canciller Hitler tenían fundamento. El libro I de Mein Kampf (escrito en 1922) apuntaba una alianza germanobritánica para alcanzar el objetivo concretado en el libro XIV (escrito en 1927): la anexión alemana de los Estados y territorios rusos limítrofes.

 

Que Alemania no tenía programada una guerra con el Reino Unido en 1939, múltiples testimonios lo corroboran. En enero había intentado absorber en su zona de influencia a Polonia, invitándola a una política conjunta contra la URSS mediante su incorporación al Pacto Antikomintern, y ofreciéndole una participación en el reparto de Ucrania. El liderazgo de Varsovia estimó que entrar en el Pacto bélico equivalía a «perder la independencia y terminar siendo vasallos de Alemania». Cuando el 22 de mayo de 1939 Alemania firmaba el Pacto de Acero con Mussolini, su complemento verbal era el compromiso alemán con este último de que no habría guerra general en Europa antes de 1942 ó 1943. A fines del mismo mes de mayo de 1939 Hitler informó a sus generales que destruiría Polonia «en la primera oportunidad», pero también que mientras creía que ni Francia ni el Reino Unido combatirían por Polonia –cuanto más, harían gestos débiles–, su temor era que la URSS lograra una nueva Triple Entente con Londres y París. Siendo el de Moscú el único obstáculo que preveía, ordenó a sus diplomáticos incrementar sus esfuerzos para un acuerdo con Stalin.

 

Pero es justamente dos días después del Pacto Ribbentropp-Molotov, el 25 de agosto –víspera de la fecha originalmente señalada por Hitler para invadir Polonia– cuando Mussolini advierte el efecto del Pacto germano-ruso y anuncia que Italia no luchará por Danzig en una guerra general –a no ser que Alemania le proporcionara una cantidad de material, tan ingente que estaba fuera de cualquier posibilidad…

 

(continuará)

 

 

 

[ Fragmento de: Joan E. Garcés. “Soberanos e intervenidos” ]

 

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