sábado, 13 de mayo de 2023

 

983

 

 

LENIN Y LA REVOLUCION

Jean Salem

 

[ 06 ]

 

 

Seis tesis de V. Lenin sobre la revolución

 

 

(…) Pero de momento, «hay guerras y guerras». Si hemos condenado la guerra imperialista, repetirá Lenin incansablemente, «nosotros no hemos negado la guerra en general» . Hay guerras justas y guerras injustas, guerras progresistas y guerras reaccionarias, guerras de clases avanzadas y guerras de clases atrasadas, guerras que sirven para consolidar la opresión de clase y guerras que sirven para derrocarla. La historia ha conocido muchas guerras que, a pesar de los horrores, las atrocidades, las calamidades y los sufrimientos que inevitablemente llevan consigo, fueron guerras «progresivas», es decir, útiles al desarrollo de la humanidad, porque pudieron contribuir a destruir instituciones especialmente nocivas y reaccionarias como, por ejemplo, la autocracia o la servidumbre y los despotismos más bárbaros de Europa como el turco y el ruso. A veces las guerras fueron promovidas «en interés de los oprimidos».

 

Espartaco desencadenó la guerra para defender la clase de los esclavos. Guerras de la misma índole estallaron en la época de la opresión colonialista que, como dice Lenin, dura hasta nuestros días, en la época de la esclavitud, etc...

 

Estas guerras eran justas; no pueden ser condenadas. Nosotros reconocemos perfectamente «la legitimidad», añade Lenin, «el carácter progresista y la necesidad de las guerras civiles», es decir, las guerras de la clase oprimida contra la que la oprime, la de los esclavos contra los propietarios de esclavos, la de los siervos campesinos contra los señores de la tierra, la de los obreros asalariados contra la burguesía. Y por supuesto, una guerra revolucionaria «es también una guerra, algo igualmente penoso, sangriento y doloroso». De todos modos los adversarios de la revolución no dejarán de rivalizar en cuestión de piedad selectiva:

 

La burguesía imperialista internacional ha exterminado a diez millones de hombres y ha mutilado a veinte millones en “su” guerra, en una guerra hecha para decidir quién habrá de dominar en el mundo: las fieras voraces inglesas o las alemanas. Si nuestra guerra, la guerra de los oprimidos y de los explotados contra los opresores y explotadores, costara medio millón o un millón de victimas, entre todos los países, la burguesía diría que las víctimas antes mencionadas son legítimas, mientras que estas últimas son criminales.

 

Nos viene a la mente aquella ocurrencia de Michelet:

 

«Hombres sensibles que lloráis por los males de la Revolución (con toda razón, sin duda), verted algunas lágrimas también por los males que la trajeron».

 

 

Lenin cuando habla del partido obrero recurre frecuentemente, a metáforas militares. Porque los partidos socialistas no son clubes de discusión, sino organizaciones del proletariado en lucha.

 

Una época revolucionaria, así escribe en 1905, es lo que para un ejército el tiempo de guerra. Debemos ampliar los cuadros, sacarlos del régimen de paz y ponerlos en pie de guerra, movilizar a los reservistas, llamar de nuevo bajo las armas a los que se hallan disfrutando de licencia, formar nuevos cuerpos auxiliares, unidades y servicios.

 

«Todos convendrán, declara aún en 1920, en que sería insensata y hasta criminal la conducta de un ejército que no se dispusiera a dominar todos los tipos de armas, todos los medios y procedimientos de lucha que posea o pueda poseer el enemigo. Pero esta verdad es más aplicable todavía a la política que al arte militar».

 

Es así como Lenin reconoce sin ningún inconveniente, a propósito de las operaciones auténticamente militares, que la paz de Brest-Litovsk (que de hecho había sido un verdadero diktat, al amputarle a Rusia un cuarto de su población y de su suelo cultivable) constituyó un «enorme movimiento de retroceso»; pero subraya que este retroceso no impidió al poder soviético tomar posiciones que le permitieron aprovechar la «tregua» y emprender una marcha victoriosa sobre los Blancos, - contra Koltchak, Denikine, Judenitch, Pildsuski, Wrangel. Como es sabido, un armisticio había sido concluido con Alemania desde el 2 (15) de diciembre de 1917. Pero como del lado soviético las condiciones alemanas se consideraban exageradas, las conversaciones de paz se fueron demorando. Lenin impuso su punto de vista sólo cuando la situación militar se recrudeció y las nuevas condiciones impuestas por Alemania (y aceptadas por los soviéticos en el tratado que firmaron el 3 de marzo de 1918) fueron aun más humillantes. Mientras que defendía la aceptación de esta «paz impuesta e infinitamente penosa», Lenin declaraba ante el Comité ejecutivo central de los Soviets de Rusia:

 

si tomáis contacto con la verdadera clase trabajadora, con los obreros y campesinos, no vais a ver ni a escuchar más que una sola respuesta: nosotros no podemos en ningún caso hacer la guerra, no tenemos la fuerza física suficiente, nos ahoga la sangre, como decía un soldado. [...] El movimiento revolucionario que en ese momento no tiene capacidad para infligir al enemigo una respuesta militar, se levantará y replicará; más tarde, pero seguro.

 

Y cuando, después de varias semanas de disputas, consigue atraer a una mayoría a sus puntos de vista realistas sobre esta cuestión de supervivencia de la revolución soviética, cuando al fin logra que lo sigan a propósito de esta idea de que hay que saber provisionalmente perder espacio para ganar tiempo, constatará no sin cierta amargura:

 

“Lo que predecía ha sucedido plenamente: en lugar de la paz de Brest hemos obtenido una paz mucho más humillante, por culpa de aquellos que no quisieron aceptar la primera”

 

Un mes más tarde de la firma de este tratado leonino, Lenin admite aun que los acontecimientos imponen al nuevo poder soviético«una táctica de rodeos, de expectativa y de retirada». Y como continúa creyendo en la posibilidad de la revolución en Alemania y en otros países de Europa, añade también estas palabras:

 

 

es mejor sufrir, soportar, aguantar humillaciones y cargas infinitamente más pesadas en el plano nacional y estatal y permanecer en nuestro puesto de destacamento socialista, aislado por la fuerza de los acontecimientos del grueso del ejército socialista y obligado a esperar que la revolución socialista en otros países acuda en nuestra ayuda.

 

Y añade unos meses más tarde:

 

«nos encontramos como si estuviéramos en una fortaleza sitiada en tanto no nos llegue la ayuda de otros destacamentos de la revolución socialista mundial».

 

Las revoluciones, efectivamente, no se hacen así tan sencillamente, como si tuvieran asegurada una expansión rápida y fácil. «No ha habido ni una sola gran revolución, incluso en límites nacionales, que no haya atravesado un penoso periodo de contratiempos», declara Lenin justificando la humillante paz de Brest-Litovsk. Y añade: «Cualquiera que sea la tregua, por inconsistente, breve, dura y humillante que sea la paz», es mejor que la guerra, ya que permite «respirar» a las masas populares. Por otra parte, la historia de las guerras enseña que la paz ha jugado a menudo en la historia ese papel de tregua para el reagrupamiento de fuerzas con vistas a nuevas batallas. Así, escribe Lenin, la paz de Tilsit que Napoleón impuso a Prusia en 1807 fue una humillación muy grave para Alemania, pero al mismo tiempo significó «un viraje hacia un importante despegue nacional». Incluso después de una tal paz, el pueblo alemán resistió, supo reagrupar sus fuerzas, ponerse en pie y conquistar su derecho a la libertad y a la independencia. Nosotros mismos, afirma Lenin, ¡también «hemos firmado una paz de “Tilsit!”».

 

Así rebate las declaraciones según las cuales «una paz durísima representa en todas circunstancias un abismo de perdición y de que la guerra es la senda del heroísmo y de la salvación». Señalemos cómo reproduce aquí el realismo lúcido de un Robespierre que, en parecidas circunstancias había dejado cuidadosamente a los Girondinos o a un Barère el privilegio de las declaraciones tajantes y las soflamas. Véase, por ejemplo, esta declaración de Barère, después de que la Convención acabara de votar por aclamación la guerra contra España (Barère que hasta entonces, es decir, hasta el 7 de marzo de 1793, no había tenido nada de exagerado):

 

¡Un enemigo más para Francia, un triunfo más para la libertad!

 

De igual modo, cuando se trataba de presentar, a finales de 1922, los resultados de los dieciocho primeros meses de la N.E.P. (Nueva Política Económica), Lenin evocará la necesidad para los revolucionarios de saber asegurarse una «retirada». El capitalismo de Estado constituye precisamente esa «línea de retirada». Por consiguiente, no saber retirarse en orden cuando se ha pretendido, demasiado deprisa, llevar una «ofensiva económica» y «pasar inmediatamente» a las formas puramente socialistas de organización del trabajo, es exponer la revolución a la muerte. Y subraya expresamente que, en nuestra ofensiva económica, en que no nos habíamos asegurado una base suficiente, en que las masas sentían lo que nosotros aún no supimos entonces formular de manera consciente, pero que muy pronto, unas semanas después, reconocimos:

 

que el paso directo a formas puramente socialistas, a la distribución puramente socialista, era superior a las fuerzas que teníamos y que si no estábamos en condiciones de replegarnos, para limitarnos a tareas más fáciles, nos amenazaría la bancarrota…

 

(continuará)

 

 

 

 

[ Fragmento de: LENIN Y LA REVOLUCION Jean Salem ]

 

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