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LENIN Y LA REVOLUCION
Jean Salem
[ 05 ]
Seis tesis de V. Lenin sobre la revolución
Así pues, seis tesis principales sobre la idea de revolución parecen deducirse en mi opinión de un examen sistemático de las Obras Completas de V. I. Lenin.
1º/ La revolución es una guerra; y la política es, de manera general, comparable al arte militar
Lenin cita y hace suya de muy buen grado aquella declaración que Kautsky había escrito en 1909 en su folleto titulado 'El camino del poder' : «comienza la era de las revoluciones». Y pondera este mismo texto por el hecho de que también incluye la afirmación según la cual después del “periodo revolucionario de 1789 a 1871”, en Europa Occidental, en 1905 comienza un periodo análogo para el Este.
«Cuando Kautsky era todavía marxista, por ejemplo en 1909, al escribir ‘El camino del Poder’, defendía precisamente la idea de que la revolución era inevitable en caso de guerra»
escribía Lenin en 1918 en un folleto titulado ‘La Revolución proletaria y el renegado Kautsky’. Efectivamente por entonces «hablaba de la proximidad de una era de revoluciones». Todas las condiciones objetivas de la época actual, declara el mismo Lenin ya en 1915, ponen al orden del día la lucha revolucionaria de masas del proletariado.
Porque, una vez que la guerra imperialista ha empezado a incendiar al mundo, sólo la revolución social del proletariado puede abrir en adelante el camino a la paz y a la libertad de las naciones. Apenas unas semanas más tarde de la revuelta de los marines del acorazado Potemkin en 1905, Lenin ya se había arriesgado a predecir el fin del «largo periodo casi ininterrumpido de reacción política» que había predominado en Europa desde la Comuna de París.
Hemos entrado ahora –anunciaba por entonces-, indudablemente, en una nueva época; se ha iniciado un periodo de conmociones y revoluciones políticas.
Al día siguiente de la revolución “burguesa” de febrero de 1917, las previsiones de los socialistas que no se habían dejado «obnubilar por la mentalidad belicista, salvaje y bestial» se encontraron al fin justificadas. El Manifiesto adoptado en 1912 en la Conferencia Socialista de Basilea había invocado explícitamente el precedente de la Comuna de París, es decir, la transformación de una guerra de gobiernos en guerra civil. Ahora bien, la guerra imperialista, es decir, la guerra de bandidaje, la guerra universal para el estrangulamiento de los pueblos débiles y el reparto del botín entre los capitalistas, había realmente comenzado a transformarse en guerra civil; es decir en una guerra de los obreros contra los capitalistas, de los trabajadores y los oprimidos contra sus opresores, contra los zares y los reyes, contra los latifundistas y los capitalistas, para librar completamente a la humanidad de las guerras, de la miseria de las masas, de la opresión del hombre por el hombre. A los obreros rusos pertenece –añadía Lenin– el honor y la alegría de desencadenar los primeros la revolución, es decir, la gran guerra, la sola guerra justa y legítima, la guerra de los oprimidos contra los opresores ... Los obreros de Petersburgo vencieron la monarquía zarista.
Es así como tuvo lugar la transformación de un conflicto entre capitalistas por sus beneficios «en una guerra de los oprimidos contra los opresores». Así advino el tiempo de la «única guerra legítima y justa, guerra sagrada desde el punto de vista de las masas trabajadoras, oprimidas y explotadas».
Porque la guerra es, según la fórmula de Clausewitz, la «prolongación de la política por otros medios». Lenin da mucha importancia a esta célebre fórmula. La cita muchas veces. También los ciudadanos y los campesinos revolucionarios de Francia, cuando derrocaron la monarquía y fundaron una república democrática a finales del siglo XVIII, sacudieron de un mismo golpe hasta sus cimientos «al resto de la Europa absolutista, zarista, real, semi-feudal». Inevitable prolongación de la política de esta clase revolucionaria que había triunfado en Francia, fueron las guerras que, contra la Francia revolucionaria, emprendieron todos los estados monárquicos de Europa que formaron contra ella una coalición y desataron una guerra contrarrevolucionaria. Se puede afirmar, en virtud de razones estrictamente análogas, escribe Lenin, que la guerra, entonces ya mundial, que enfrentaba la Entente (Inglaterra, Francia, Rusia), contra los imperios centrales (Alemania, Austria-Hungría), es la continuación, por medio de la violencia, de la política llevada a cabo por las clases dominantes de las potencias beligerantes mucho antes de la apertura de las hostilidades.No es por tanto un «accidente»; no es un “pecado” contrariamente a los que piensan «los curas cristianos (que predican el patriotismo, el humanitarismo y la paz igual que los oportunistas)», sino una etapa inevitable del capitalismo, una forma tan natural de la vida capitalista como la paz.
Así como en la ciencia de Galileo el reposo no goza de ningún privilegio físico en relación a su contrario, el movimiento, igualmente la paz, en tanto dure el sistema capitalista, en absoluto será un estado más “natural” que la guerra. Y nada por otra parte impide pensar, añadiría yo, que, una vez acabado el interludio neoliberal que siguió a la guerra fría, la política mundial pueda volver a «re-nacionalizarse» próximamente, es decir, a confrontar a los Estados militarizados; igual que en los años 1980 el ascenso de los nacionalismos sucedió al liberalismo económico y al libre cambio vigentes durante los treinta años precedentes.
La guerra tampoco está en contradicción con los principios de la propiedad privada; más bien es su «desarrollo directo e inevitable». Lo que en ella se ventila es el «reparto de las colonias y las tierras extranjeras; los ladrones se pelean entre sí»; y es una «cínica mentira burguesa» la invocación a la derrota de uno de sus protagonistas, en un momento dado, con el fin de «asimilar el interés de los ladrones al del pueblo o al de la patria». Por eso no fue el pueblo ruso, sino Nicolás II y la autocracia quienes, diez años antes del conflicto mundial, sufrieron una vergonzosa derrota cuando la capitulación de Port-Arthur a principios de 1905. Esta derrota de la autocracia incluso «sirvió al pueblo ruso», dice Lenin. Fue el antiguo estilo, es decir, según el calendario juliano que Rusia no abandonó en el siglo XVI. Esta datación antiguo estilo será seguida, indicada entre paréntesis, por la fecha correspondiente del nuevo estilo. Así, al igual que la Revolución de “octubre”, como es sabido, tuvo lugar... en noviembre de 1917, el artículo citado arriba apareció según nuestro calendario (gregoriano), 13 días más tarde del 12 de marzo, es decir, el 25 de marzo de 1917.
Recordemos brevemente los hechos: Plehve, entonces ministro del Interior, había aconsejado a Nicolás II fortalecer su poder emprendiendo una «pequeña guerra, corta y victoriosa» contra Japón. Pero fueron los «macacos» de los japoneses (en expresión del propio zar) los que infligieron a la flota y a la infantería rusa derrota tras derrota en Port-Arthur (abril 1904); la ciudad acabó rindiéndose el 2 de enero de 1905. Después fue en el mar de China (agosto 1904), en Mukden por dos veces (agosto-septiembre 1904: marzo 1905) y, finalmente, en Tsushima (27-28 de mayo 1905), la batalla naval decisiva que selló definitivamente con un fracaso las ambiciones rusas.
«Los socialistas, escribe Lenin en 1916, siempre han condenado las guerras entre los pueblos como algo bárbaro y bestial. Sin embargo, sólo después de haber desarmado a la burguesía podrá el proletariado, sin traicionar su misión histórica universal, convertir en chatarra toda clase de armas en general, y así lo hará indudablemente el proletariado, pero sólo entonces; de ningún modo antes.
¡Y siendo esto así, aun se propone a los socialdemócratas revolucionarios “reivindicar” el “desarme”, mientras una guerra imperialista abrasaba a Europa desde hacía dos años! »
El capitalismo, en efecto, se transformó según leemos en ‘El imperialismo, fase superior del capitalismo’, en un sistema universal de opresión colonial y de asfixia financiera de la inmensa mayoría de la población del globo por un puñado de países “avanzados”. Y el reparto de ese botín se hace entre dos o tres potencias rapaces mundiales, armadas hasta los dientes (Norte-América, Inglaterra, Japón) que dominan en el mundo y arrastran a su guerra a todo el planeta, por el reparto de su botín.
«Nosotros los marxistas -afirma Lenin en 1915- nos diferenciamos de los pacifistas así como de los anarquistas en que nosotros reconocemos la necesidad de analizar históricamente (desde el punto de vista del materialismo dialéctico de Marx) cada guerra por separado»
«Nosotros marxistas - repite aun más explícitamente en mayo de 1917- no somos adversarios incondicionales de cualquier guerra. Nosotros decimos: nuestro objetivo es la instauración del régimen social socialista que, al eliminar la división de la humanidad en clases, al eliminar toda explotación del hombre por el hombre y de una nación por otras naciones, eliminará indefectiblemente toda posibilidad de guerra en general»
Este credo constituirá durante mucho tiempo, adviértase bien, uno de los pilares de la fe comunista: por eso la corta guerra que estalló entre el Vietnam y China Popular durante el año 1979 constituyó, bajo este punto de vista, una novedad que muchas generaciones de militantes comunistas habrían juzgado realmente inimaginable.
«Está fuera de duda que sólo la revolución del proletariado puede poner y pondrá término a todas las guerras en general», escribe Lenin con un evidente optimismo. En cualquier caso, la revolución del proletariado será la liberación de toda la humanidad hoy oprimida y sufriente, puesto que ella pondrá fin a todas las formas de opresión y de explotación del hombre por el hombre…
(continuará)
[ Fragmento de: LENIN Y LA REVOLUCION / Jean Salem ]
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