980
LENIN Y LA REVOLUCION
Jean Salem
[ 04 ]
(…) ¡Ya está bien! Ya es hora de volver a leer con un poco de lucidez y de preocupación por la verdad esas declaraciones tajantes que han deslumbrado París durante treinta años y cuyos autores siempre fueron citados con extrema seriedad. Por ejemplo, ésta: el totalitarismo,
«en la Unión Soviética, durante el régimen ligado al nombre de Stalin, alcanzó un grado que ni de lejos fue igualado por el fascismo ni por el nazismo».
Juntémoslas, pues no pueden por menos que ir juntas, con las campañas algo más recientes a favor de un “Nuremberg del comunismo”, con la completa deslegitimación de todo discurso que se refiera de cerca o de lejos al marxismo en la Universidad francesa, y preguntémonos cuáles pueden ser los efectos inmediatos en un país en cuyo seno se observan cada vez más frecuentemente comportamientos y actos que nos devuelven a los años treinta.
«Y es así, se dice en ‘La Noche de los Reyes’ de Shakespeare, como el torniquete del tiempo ajusta sus venganzas»
The Fall of the Soviet Empire , The Disintegration of the Soviet Union, The Causes of the Soviet Collapse, L”Énigme de la désagrégation communiste, etc., así como la lista de expresiones y declaraciones de esta especie sobre el fin de la Unión Soviética en 1989-91, podrían dar lugar a una interminable letanía de calificaciones convergentes todas en esto: la URSS «se desmoronó en unos meses como un castillo de naipes»; el sistema «se hundió por sí mismo»; etc. El breakdown (es decir, la avería, la descomposición, más aun, el estallido de la Unión soviética) como escribe Nick Besley, sería debido a cuatro causas, en última instancia todas ellas internas: el ascenso de los nacionalismos que el fin de la Guerra fría había hecho posible; los malos resultados del sistema económico; la «fragmentación de la elite»; y la caída de la instituciones del Estado.
Por su parte Moshe Lewin, de ordinario bastante más circunspecto, afirma que
«no es la carrera armamentística [...] la que causó la muerte de la URSS, aunque haya tenido su influencia».
El «factor decisivo» habría que buscarlo según él, «en los “mecanismos” propios del sistema soviético».
A Albert Soboul sin embargo, le gustaba repetir en sus cursos dedicados a la Revolución francesa, que el 10 de agosto de 1792 (día de la insurrección popular que obligó a la Asamblea legislativa a pronunciarse por la suspensión del monarca) no había habido “caída” sino derrocamiento de la monarquía. “Porque, añadía con cierta sonrisa, ésta no había caído ella sola”.
Pues bien, en 1991 la URSS tampoco “cayó ella sola”. El principio de la “guerra fría” y el final de su resurgimiento, después del intermedio de la tregua de la “distensión” de los años 72-80, ¿acaso no habían estado señalados por dos advertencias militares de lo más explícito? Fueron amenazas no sólo de guerra, sino de guerra total o de aniquilamiento: la destrucción de Hiroshima y Nagasaki decidida por Harry Truman y el programa de «guerra de las estrellas» lanzado por Ronald Reagan.
Nadie, o casi nadie, de aquellos que han descrito el reciente fin de la URSS, habrá dado cuenta de que uno de los objetivos explícitos de la Iniciativa de Defensa Estratégica (IDS), lanzada en 1983 por el equipo de Reagan, era «poner de rodillas a la potencia soviética», quebrantarla para después arruinarla por medio de un relanzamiento desenfrenado de la carrera armamentística. Por eso nos parece absolutamente evidente el carácter mistificador de categorías que pretenden definir como un proceso puramente espontáneo e interno una crisis que no se puede separar de la formidable presión ejercida por el campo contrario. Y la categoría de «implosión» o de «colapso», así como todos sus sucedáneos enumerados más arriba, podría por tanto participar perfectamente de una mitología apologética del capitalismo y del imperialismo. Como escribe Losurdo, ya no sirve más que para «coronar a los vencedores».
Concluyamos. Nada hemos dicho hasta ahora, tal vez se habrá notado, de una población cada vez más empobrecida, humillada, forzada a recurrir al sistema D para sobrevivir. Ni del descenso de la esperanza de vida en Rusia. Ni del hecho de que la pequeña pantalla haya llegado a ser ocio predominante. Nada tampoco del nivel de vida de la población rusa y de su cobertura social que no han cesado de degradarse desde principio de los años 90. Nada hemos dicho de esa innegable nostalgia que sienten muchos de entre los menos jóvenes por los tiempos pasados. Nos hemos limitado a sugerir que el régimen salido de la Revolución de Octubre 1917 fue capaz de salvar al país de una descomposición que ya estaba iniciada, de levantar un sistema industrial por medio de los primeros planes quinquenales de antes de la guerra, de acabar con la misma guerra, de gestionar su inmenso territorio practicando una especie de “internacionalismo interno” del que ninguna otra potencia ha dado pruebas con sus antiguas colonias, de dar una educación escolar y universitaria a su población y de reformarse llegado el caso. Tantos factores que atestiguan avances muy considerables respecto a la vieja Rusia. Quiere decirse que la cuestión del balance del periodo histórico iniciado con la revolución soviética y con la llegada de Lenin al poder queda abierta.
Quiere decirse que una cuestión tan extensa merece algo más que panfletos, que aproximaciones de la peor laya o escritos de circunstancia.
3. Actualidad de Lenin
Y ahora, he aquí en su más pura aridez y en su formulación más lapidaria, la seis tesis que creo se pueden sacar de lo que Lenin escribió acerca de la idea de revolución:
1º/ La revolución es una guerra; y la política es, de manera general, comparable al arte militar.
2º/ Una revolución política es también y sobre todo una revolución social, un cambio en la situación de las clases en que está dividida una sociedad.
3º/ Una revolución está hecha de una serie de batallas; corresponde al partido de vanguardia a facilitar en cada etapa una consigna adaptada a la situación objetiva; a él incumbe reconocer el momento oportuno de la insurrección.
4º/ Los grandes problemas de la vida de los pueblos se resuelven solamente por la fuerza.
5º/ Los revolucionarios no deben renunciar a la lucha en favor de las reformas.
6º/ En la era de las masas, la política empieza allí donde se encuentran millones de hombres, decenas incluso de millones. Hay que señalar además, el desplazamiento tendencial de los focos de la revolución hacia los países dominados.
Quisiera hacer constatar la actualidad de estas tesis, de los hechos que su autor invocaba y de las consideraciones que las han fundamentado, en esta época en que el orden mundial parece haber regresado a los tiempos de las conquistas de América, de Asia, de África y de Oceanía. Vastos territorios, riquezas y, sobre todo, una inmensa fuerza de trabajo disponible, espera a los nuevos señores. En esta guerra, la política en tanto que motor del Estado-nación parece haber casi desparecido: durante los últimos quince años no ha servido más que para «gestionar» la hegemonía del business, y los políticos apenas son más que comparsas encargados de secundar las voluntades del mundo de los negocios. Destruida su base material, su soberanía e independencia anuladas, anulada su clase política, el Estado-nación ha venido a dar en simple aparato de seguridad al servicio de las grandes empresas. La teoría del comercio internacional nos dice lo ventajoso que es para cualquier país pasar del estrecho mercado nacional al libre cambio globalizado. Y se acepta por supuesto, que en el nuevo supermercado planetario, la apertura de los cambios origina perdedores en gran número y sólo algunos ganadores.
El liberalismo, la teología neoliberal, ha comido los cerebros. Gracias a una asombrosa inversión de papeles, en adelante su discurso va a tachar las reivindicaciones populares de “conservadurismo” pretendiendo ver el “progreso”, la “reforma”, en la regresión social, en la desregulación generalizada. Lo mismo que cuando, en los últimos tiempos de la Unión soviética, a Boris Yeltsein (otra curiosa inversión semántica) se le consideraba de “izquierdas”, a Mikael Gorbachov de “centro” y la “derecha” reagrupaba, claro está, a todos aquellos que no suspiraban por la restauración del “libre mercado” y el pillaje de los bienes del Estado... Como escribían muy acertadamente Pierre Bourdieu y Loïc Wacquant, para desdibujar las transformaciones contemporáneas de las sociedades avanzadas, la nueva Vulgata planetaria se apoya en una serie de oposiciones y equivalencias que se sostienen y corresponden mutuamente: desentendimiento económico del Estado y reforzamiento de los componentes policiales y penales, desregulación de los flujos financieros y desencuadramiento del mercado de trabajo, reducción de la protección social y exaltación moralizante de la «responsabilidad individual».
Y seguían con una lista de las más trilladas de entre las antinomias tanto sumarias como binarias:
Mercado
Estado
libertad
coerción
abierto
cerrado
flexible
rígido inmóvil
dinámico, móvil
paralizado
futuro, novedad
pasado, atrasado
crecimiento
inmovilismo, arcaísmo
individuo, individualismo
grupo, colectivismo
diversidad, autenticidad
uniformidad, artificialidad
democrático
autocrático (“totalitario”)
Consecuentemente, el diferencial de ingresos entre los países más ricos y los países más pobres, según el informe anual del Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas (PDNU) para 1999, pasó del 30 por 1 al 60 por 1 en 1990 y al 74 por 1 en 1997. Y las desigualdades no paran de crecer en el seno de las naciones provocando tensiones sociales, revueltas raciales y otras guerras civiles más o menos larvadas. Porque una mundialización de este tipo, un sistema tal, que multiplica paradójicamente las fronteras pulverizando los estados, ofrece el mejor porvenir a la guerra.
Nuevas formas de organización; un mínimo de disciplina sin la cual ninguna acción colectiva es posible; un nuevo universalismo, una doctrina y, de paso, una doctrina de combate, eso es lo que nos traerá inevitablemente este siglo que viene, y ello tan seguro como la sorpresa y el descoloque en que nos puso la Restauración en curso. Tal vez, de las seis tesis que vamos a estudiar más de cerca, podamos sacar algunas enseñanza muy útiles en un porvenir no tan lejano como se cree…
(continuará)
[ Fragmento de: LENIN Y LA REVOLUCION / Jean Salem ]
*
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por comentar