martes, 2 de mayo de 2023

 

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EL FOLLETO JUNIOS

La crisis de la socialdemocracia

 

Rosa LUXEMBURGO

 

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VII. El espantajo de la ‘invasión’

 

(…) Imaginémonos por un instante —para contrastar el fantasma de la “guerra nacional” que domina actualmente la política socialdemócrata— que en uno de los Estados actuales la guerra hubiese comenzado, realmente, como una guerra de defensa nacional, pero de tal manera que el éxito militar hubiera conducido a la ocupación de territorios extranjeros. Dada la existencia de grupos capitalistas influyentes, que están interesados en conquistas imperialistas, en el curso de la guerra misma se despiertan apetitos expansionistas, y la tendencia imperialista, que al principio de la guerra sólo se encontraba en germen o en estado latente, crecerá en el curso de la misma guerra como en la atmósfera de un invernadero y determinará el carácter de la guerra, sus objetivos y resultados. Más aún: el sistema de alianza entre los Estados militares —que domina desde hace décadas las relaciones políticas de los Estados— trae consigo que cada uno de los partidos beligerantes trate de ganarse aliados en el curso de la guerra, aunque no sea más que por interés defensivo. Con ello son implicados en la guerra nuevos países, e inevitablemente afectados o creados nuevos círculos imperialistas en la política mundial. De esta manera, Inglaterra, por un lado, ha implicado al Japón en la guerra, extendiéndola desde Europa al Asia oriental y colocando al orden del día los destinos de China, atizando la rivalidad entre el Japón y los Estados Unidos y entre Inglaterra y el Japón, es decir, acumulando nuevo material para futuros conflictos. Y, en el otro campo, Alemania arrastró a Turquía a la guerra, lo que condujo a liquidar inmediatamente la cuestión de Constantinopla, de los Balcanes y del Próximo Oriente. Quien no hubiera comprendido que la guerra mundial fue una guerra puramente imperialista, en sus causas y puntos de partida, podrá ver, por lo menos, en sus repercusiones que la guerra, bajo las actuales condiciones, ha de convertirse, de manera completamente mecánica e inevitable en un proceso imperialista de reparto del mundo. Es lo que se produjo, por así decirlo, desde el comienzo.

 

Como el equilibrio de fuerzas permanece constantemente precario entre las partes beligerantes, cada una de ellas está obligada, desde un punto de vista puramente militar, a reforzar su propia posición y a preservarse de los peligros de nuevas hostilidades, frenando a los países neutrales mediante un juego político intenso en el que se encuentran implicados pueblos y países. Véanse, por una parte, las “propuestas” germano-austriacas y las anglo-rusas, por la otra, en Italia, en Rumania, en Grecia y en Bulgaria. La pretendida “guerra nacional defensiva” tiene así el sorprendente efecto de que hasta entre los Estados no participantes provoca un desplazamiento general de posesiones y de relaciones de fuerza en una dirección expresamente expansionista. Y, finalmente, el hecho mismo de que hoy todos los Estados capitalistas que estuvieron implicados en la guerra tengan posesiones coloniales (aun cuando la guerra haya podido comenzar como “guerra de defensa nacional” y su participación en la guerra se deba a puntos de vista meramente militares, bien porque todo Estado beligerante trate de ocupar las colonias del enemigo o procure al menos su insubordinación; véase si no la incautación de las colonias alemanas por parte de Inglaterra y los intentos de desencadenar la “guerra santa” en las colonias inglesas y francesas), ese hecho convierte automáticamente toda guerra actual en una conflagración imperialista.

 

De esta forma, el concepto de esta guerra de defensa humilde, virtuosa y patriótica, que se apodera hoy de nuestros parlamentarios y redactores, es una mera ficción en la que no se encuentra el menor rastro de una comprensión histórica del conjunto y de sus nexos con la política mundial. Sobre el carácter de la guerra no deciden precisamente las solemnes declaraciones, ni tampoco las honradas intenciones de los llamados políticos dirigentes, sino la correspondiente estructura histórica de la sociedad y de su organización militar.

 

A primera vista podría parecer que el esquema de la pura “guerra de defensa nacional” se correspondería a un país como Suiza. Pero precisamente Suiza no es un Estado nacional y no puede expresar por ello el prototipo del Estado actual. Precisamente su existencia “neutral” y su profusión militar no son más que productos negativos del latente. estado de guerra de las grandes potencias militares que la rodea, y que no durarán sino el tiempo en que Suiza pueda soportar esta situación.

 

El destino de Bélgica muestra cómo una tal neutralidad puede ser pisoteada en un abrir y cerrar de ojos por la bota del imperialismo.(48) Aquí nos encontramos con la situación especial de los Estados pequeños. Serbia forma hoy un ejemplo clásico de la “guerra nacional”. Si existe algún Estado que, según todas las características exteriores formales, tenga el derecho a la defensa nacional, éste es Serbia. Rota su unidad nacional con las anexiones austriacas, amenazada su existencia nacional por Austria, obligada por Austria a la guerra, Serbia, según todos los criterios humanos de una auténtica guerra de defensa, lucha por la existencia, la libertad y la cultura de su nación. Si la fracción socialdemócrata alemana tiene razón con su actitud, entonces los socialdemócratas serbios, que protestan contra la guerra en el Parlamento de Belgrado y rechazan los créditos de guerra, son, ni más ni menos, traidores a los intereses vitales del propio país. En realidad, los serbios Lapstewitsch y Kazlerowitsch no sólo han pasado con letras de oro a la historia del socialismo internacional, sino que al mismo tiempo han demostrado tener una mirada penetrante de los verdaderos nexos causales de la guerra, con lo que han prestado los mejores servicios a su país y a la educación política de su pueblo. En todo caso, desde un punto de vista formal, Serbia se encuentra en una guerra de defensa nacional. Pero las tendencias de su monarquía y de sus clases dominantes están dirigidas, al igual que los esfuerzos de las clases dominantes en todos los Estados actuales, a la expansión, sin tener en cuenta las fronteras nacionales, y adquieren por ello un carácter agresivo. Así se explica también la tendencia de Serbia hacia la costa del Adriático, donde ha de sostener con Italia una auténtica concurrencia imperialista a espaldas de los albaneses, concurrencia cuyo fin será determinado fuera de Serbia por las grandes potencias. Sin embargo, el punto crucial es el siguiente: detrás del nacionalismo serbio se encuentra el imperialismo ruso. La misma Serbia es una pieza de ajedrez en el gran tablero de la política mundial, y un enjuiciamiento de la guerra en Serbia que hiciese abstracción de esos grandes nexos y del trasfondo general político-mundial no tendrá base alguna. Los mismo ocurre con las últimas guerras balcánicas.

 

Considerado unilateral y formalmente, los jóvenes Estados balcánicos tenían todo el derecho histórico, pues realizaban el viejo programa democrático del Estado nacional. Pero, por lo que respecta al contexto histórico real, que ha hecho de los Balcanes punto candente y encrucijada de la política mundial imperialista, las guerras balcánicas no han sido, objetivamente, más que un fragmento en la contienda general, un eslabón en la fatídica cadena de los acontecimientos que condujeron con fatal necesidad a la actual guerra mundial. La socialdemocracia internacional ha preparado un entusiasta recibimiento en Basilea a los socialistas balcánicos por su decisivo rechazo a toda cooperación moral y política en la guerra de los Balcanes y por haber desenmascarado la verdadera fisonomía de la guerra; con ello fue condenada de antemano la actitud de los socialistas alemanes y franceses en la guerra actual.

 

En la misma situación en que se encontraban los Estados balcánicos están hoy todos los pequeños Estados, Holanda por ejemplo. “Cuando el barco hace agua, hay que pensar, en primer lugar, en taponarlo”. En efecto, ¿de qué podría tratarse para la pequeña Holanda que no fuera la simple defensa nacional, la defensa de la existencia y la independencia del país? Si se tienen en cuenta únicamente las intenciones del pueblo holandés y las de sus clases dominantes, no se trataría más que de la defensa nacional. Pero la política proletaria, que se funda en el conocimiento histórico, no puede limitarse a tener en cuenta las intenciones subjetivas de un país aislado, sino que debe situarse en el plano internacional y orientarse en relación con la compleja situación global de la política mundial. También Holanda, quiéralo o no, es sólo una ruedecilla de todo el engranaje de la política mundial y de la diplomacia actual. Esto aparecería de forma evidente en el momento en que Holanda fuera arrastrada a la devoradora corriente de la guerra mundial. Inmediatamente sus enemigos tratarían de golpear también sobre sus colonias. La estrategia holandesa se orientaría lógicamente a la conservación de sus actuales posesiones, la defensa de la independencia nacional del pueblo flamenco en el mar del Norte se extendería, concretamente, a la defensa de su derecho de dominio y explotación sobre los malayos. Pero esto no es suficiente: el militarismo holandés, abandonado a sus propias fuerzas, se hundiría como una cáscara de nuez en la tormenta de la guerra mundial; Holanda, quisiéralo o no, pasaría a ser inmediatamente miembro de uno de los consorcios beligerantes de los grandes Estados, y, de esta suerte, portador e instrumento de tendencias puramente imperialistas.

 

Así, el cuadro histórico del imperialismo actual es el que determina el carácter de la guerra para cada país particular, y este cuadro hace que, en nuestros días, las guerras de defensa nacional sean absolutamente imposibles. Kautsky escribía hace unos pocos años en su folleto Patriotismo y socialdemocracia (Leipzig, 1907):

 

“Si bien el patriotismo de la burguesía y el del proletariado son dos fenómenos completamente distintos y diametralmente opuestos, existen, no obstante, situaciones en que ambas formas de patriotismo pueden converger para actuar de común acuerdo, incluso en el caso de una guerra. La burguesía y el proletariado de una nación están por igual interesados en su independencia y autonomía, en eliminar y alejar todo tipo de opresión y explotación por una nación extranjera... En el curso de luchas nacionales surgidas de aspiraciones semejantes, el patriotismo del proletariado siempre se encontró unido al de la burguesía... Pero, desde que el proletariado se ha convertido en una fuerza que se torna peligrosa para las clases dominantes con ocasión de toda crisis importante del Estado, desde que la revolución amenaza al final de una guerra, como demuestran la Comuna de París de 1871 y el terrorismo ruso después de la guerra ruso-turca, desde entonces, la burguesía de las naciones que no son suficientemente independientes ni unificadas, ha abandonado de hecho sus objetivos nacionales cuando éstos sólo pueden alcanzarse tras el derrocamiento de un gobierno, ya que detesta y teme más a la revolución de lo que ama la independencia y grandeza de la nación. Por eso la burguesía renuncia a la independencia de Polonia y permite la existencia de formas estatales tan antediluvianas coma las de Austria y Turquía, que parecían condenadas a la ruina hace ya una generación. Por esta razón, las luchas nacionales, en las zonas civilizadas de Europa, han dejado de ser causa de revoluciones o guerras. Los problemas nacionales, que aun hoy sólo pueden ser resueltos mediante guerras o revoluciones, únicamente encontrarán una solución tras la victoria del proletariado. Pero entonces, gracias a la solidaridad internacional, tomarán una forma muy distinta a la que tienen en esta sociedad de explotación y de opresión. El proletariado de los Estados capitalistas no tendrá necesidad de ocuparse, como hoy, de sus luchas prácticas y podrá consagrar todas sus fuerzas a otras tareas” (págs. 12-14).

 

“Mientras tanto, es cada vez más inverosímil que los patriotismos proletario y burgués se unan para la defensa de la libertad del propio pueblo.. La burguesía francesa se ha unido con el zarismo. Rusia ya no es ningún peligro para la libertad de Europa occidental, porque ha sido debilitada por la revolución. Bajo tales condiciones, ya no se puede esperar en ninguna parte una guerra de defensa nacional en la que se puedan unir los patriotismos burgués y proletario” (pág. 16).

 

“Ya hemos visto que han cesado las contradicciones que en el siglo XIX, todavía, podían obligar a más de un pueblo amante de la libertad a enfrentarse bélicamente con sus vecinos; hemos visto que el militarismo actual no se atiene ni en lo más mínimo a la defensa de importantes intereses populares, sino sólo a la defensa del beneficio; no a la salvaguardia de la independencia y de la integridad nacional, que nadie amenaza, sino sólo a la consolidación y extensión de las conquistas de ultramar, que únicamente sirven a los intereses del beneficio capitalista. Las actuales contradicciones de los Estados no pueden provocar ya ninguna guerra a la que el patriotismo proletario no tenga que oponerse de la forma más categórica” (pág. 23).

 

¿Qué resulta de todo esto en lo que concierne a la actitud práctica de la socialdemocracia en la guerra actual? ¿Debería la socialdemocracia declarar que puesto qué esta guerra es imperialista, puesto que este Estado no responde al derecho social de autodeterminación ni al ideal nacional, nos es completamente indiferente y lo abandonamos al enemigo? La actitud pasiva de dejar hacer no puede ser nunca la línea de conducta de un partido revolucionario como la socialdemocracia. Su papel no es situarse bajo el mando de las clases dominantes para la defensa del estado de clases existente, ni permanecer silenciosamente, al margen, esperando a que pase la tormenta, sino mantener una política de clase independiente que, con ocasión de toda gran crisis de la sociedad burguesa, empuje hacia adelante a las clases dominantes para superar la crisis; éste es el papel de la socialdemocracia, como vanguardia del proletariado combativo. En lugar de encubrir la guerra imperialista con el manto de la defensa nacional, se trata de tomar en serio el derecho a la autodeterminación de los pueblos y la defensa nacional, de utilizarlos como palanca revolucionaria contra la guerra imperialista.

 

El requisito más elemental de la defensa nacional es que la nación tome en sus propias manos la defensa. El primer paso para ello es la milicia, no solamente el armar, de inmediato, a toda la población masculina adulta, sino, sobre todo, la posibilidad para el pueblo de decidir sobre la guerra y la paz, es decir: el restablecimiento inmediato de todos los derechos políticos, pues la más amplia libertad política es el fundamento indispensable de la defensa popular nacional. Proclamar estas medidas verdaderas de defensa nacional y promover su realización era la primera tarea de la socialdemocracia. Durante cuarenta años hemos demostrado tanto a las clases dominantes como a las masas del pueblo que sólo la milicia está en condiciones de defender verdaderamente a la patria y hacerla invencible. Y ahora, cuando se presentó la primera prueba, hemos puesto la defensa de la patria, como algo completamente natural, en las manos del ejercito existente, carne de cañón bajo la férula de las clases dominantes. Nuestros parlamentarios no han hecho otra cosa que acompañar de sus “ardientes votos” a esta carne de cañón, que partía para el frente, y reconocer que este ejército representaba la defensa de la patria, al admitir, sin comentario, que el ejército real prusiano era un verdadero salvador, en el momento de mayor peligro para el país; con ello abandonaban el punto fundamental de nuestro programa político, es decir, la milicia, reduciendo a la nada nuestra propaganda de cuarenta años sobre el ejército, convirtiéndola en una extravagancia doctrinaria y utópica que nadie tomará ya en serio.(49)…

 

(continuará)

 

 

 

 

NOTAS

 

(48) Al comienzo de la guerra, Bélgica fue invadida por las tropas alemanas, lo que formaba parte del plan de conquista de Francia.

 

(49) Si, pese a todo, la fracción socialdemócrata del Reichstag aprueba ahora por unanimidad los créditos de guerra —escribía el órgano del partido de Munich el 6 de agosto—, si manifiesta sus más ardientes deseos de éxito a todos los que parten a la defensa del Reich alemán, esto no representa una ‘maniobra táctica’, sino que es la consecuencia completamente natural de la actitud de un partido que siempre estuvo dispuesto a poner un ejército popular para la defensa de la patria en el lugar que le parecía más la expresión del dominio de clases que de la voluntad de defensa de la nación contra desvergonzados ataques”. ¡¡Parecía!!... En el Neue Zeit, la guerra actual ha sido elevada directamente a la categoría de “guerra popular”, y el ejercito existente a la de “ejército popular” (véanse núms. 20 y 23 de agosto y septiembre de 1914). El escritor de temas militares socialdemócrata, Hugo Schulz, ensalza en su crónica de guerra del 24 de agosto de 1914 el “fuerte espíritu de milicia” que se encuentra “vivo” en el ejército de los Habsburgo (¡¡). (N. de la A.)

 

 

 

 

[ Fragmento de: Rosa LUXEMBURGO. “La crisis de la socialdemocracia” ]

 

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