974
EL FOLLETO JUNIOS
La crisis de la socialdemocracia
Rosa LUXEMBURGO
[13]
VI. La Unión Sagrada
(…) Con la aceptación de la Unión Sagrada, la socialdemocracia renegó de la lucha de clases por el tiempo y duración de la guerra. Pero con ello renegaba de los fundamentos de su propia existencia, de su propia política. ¿Qué es su vida misma, sino lucha de clases? ¿Qué papel podría desempeñar durante la guerra, una vez abandonado su principio vital: la lucha de clases? Al renegar de la lucha de clases, la socialdemocracia se ha anulado a sí misma, mientras que dure la guerra, como partido político activo, como representante de la política obrera. Con ello se privaba de su arma más importante: la crítica de la guerra desde el punto de vista particular de la clase obrera. Abandonada la “defensa de la patria” a las clases dominantes, limitándose a colocar a la clase obrera bajo mando de aquéllas y a garantizar el orden durante el estado de sitio, es decir, a desempeñar el papel de gendarme de la clase obrera.
Pero, con su actitud, la socialdemocracia ha puesto gravemente en peligro, más allá del tiempo de duración de la guerra actual, la causa de la libertad alemana, que ahora defienden los cañones de Krupp según la declaración de la fracción. En los círculos dirigentes de la socialdemocracia se confía mucho en que después de la guerra la clase obrera verá ampliarse considerablemente las libertades democráticas y que se le otorgue la igualdad de derechos con la burguesía, como recompensa por su actividad patriótica en la guerra. Pero nunca en la historia se han otorgado derechos políticos a las clases dominadas por una actitud complaciente frente a las clases dominantes, como una propina. Por el contrario, la historia está llena de ejemplos de los más viles perjurios cometidos en tales casos por las clases dominantes, aun cuando fueron hechas promesas solemnes antes de la guerra. En realidad, con su conducta, la socialdemocracia no ha asegurado la ampliación futura de las libertades políticas en Alemania, y sí quebrantó las que existían antes de la guerra. La forma en que se soporta en Alemania la supresión de la libertad de prensa y de reunión, de la vida pública y el estado de sitio, durante meses y sin el menor signo de resistencia y hasta con el aplauso en cierto modo por parte de la socialdemocracia,(43) no tiene ejemplo en la historia moderna de la sociedad. En Inglaterra existe una completa libertad de prensa, en Francia la prensa no está ni mucho menos tan amordazada como en Alemania.
En ningún país ha desaparecido tan completamente la opinión pública y ha sido reemplazada tan tranquilamente por la “opinión” oficiosa bajo las órdenes del gobierno como en Alemania. Incluso en Rusia sólo se conocen los estragos del lápiz rojo del censor, que anula la voz de la oposición; por el contrario, es completamente desconocido el procedimiento de que la prensa de la oposición haya de imprimir artículos ya elaborados por el gobierno, y de que en sus propios artículos hayan de defender determinadas concepciones que le son dictadas y ordenadas por las autoridades gubernamentales en el curso de “conversaciones confidenciales con la prensa”. Aun en la misma Alemania no se ha conocido durante la guerra de 1870 nada comparable con el actual estado de cosas. La prensa gozaba de ilimitada libertad y los acontecimientos bélicos, para vivo disgusto de Bismarck, eran objeto de críticas a veces muy vivas, y de enfrentamientos de opiniones, particularmente sobre los fines de la guerra, las cuestiones de anexión, problemas de la constitución, etc. Y cuando Johann Jacoby (44) fue detenido, una ola de indignación se extendió por Alemania y el mismo Bismarck desaprobó el atrevido atentado de la reacción, calificándolo de muy desacertado. Tal era la situación en Alemania después de que Bebel y Liebknecht habían rechazado tajantemente, en nombre de la clase obrera alemana, toda relación con los fanáticos patrióticos que dominaban entonces. Y tenía que llegar la patriótica socialdemocracia, con sus 4.250.000 electores, la enternecedora fiesta de la reconciliación de la Unión Sagrada y la aprobación de los créditos de guerra por la fracción socialdemócrata para que le fuese impuesta a Alemania la dictadura militar más dura que ha permitido nunca un pueblo moderno. Que tales cosas sean posibles hoy en Alemania, que sean aceptadas sin el más mínimo intento de resistencia, no ya por la prensa burguesa, sino por la influyente y muy desarrollada prensa socialdemócrata, todo esto posee una funesta significación para el destino de la libertad alemana. Demuestra que la sociedad en Alemania no tiene hoy en sí misma ninguna base para las libertades políticas, ya que puede prescindir de ellas tan fácilmente y sin el menor conflicto. No olvidemos que el ínfimo número de derechos políticos que existía en el Reich alemán antes de la guerra no fue, como en Francia e Inglaterra, el fruto de grandes y repetidas luchas revolucionarias, ni se encuentran firmemente enraizados por tradición en la vida del pueblo, sino que es el regalo de la política de Bismarck después de una o dos décadas de permanente y victoriosa contrarrevolución.
La Constitución alemana no maduró en los campos de la revolución, sino en el juego diplomático de la monarquía militar prusiana, como el cemento con el que fue construida esta monarquía militar, convirtiéndola en el actual Reich alemán. Los peligros para el “proceso libertador en Alemania” no radican, como opina la fracción del Reich, en Rusia, sino en la misma Alemania. Radican en ese origen especialmente contrarrevolucionario de la Constitución alemana, radican en esos factores de poder reaccionario de la sociedad alemana, que desde la fundación del Imperio han mantenido una constante y solapada guerra contra la endeble “libertad alemana”; la nobleza terrateniente de Ostelbien, la agresividad de la gran industria, el centro ultrarreaccionario, la degeneración canallesca del liberalismo alemán, el régimen personal y el dominio del sable que surge de todos esos factores juntos, así como el curso de Saverne, que celebraba sus triunfos justo antes del inicio de la guerra. Estos son los verdaderos peligros para la cultura y el “desarrollo liberal” de Alemania. Y ahora, la guerra, el estado de sitio y la actitud de la socialdemocracia fortalecen en gran medida todos esos factores. Existe, por cierto, un pretexto auténticamente liberal para explicar la actual paz de cementerio que impera en Alemania: se trataría únicamente de una renuncia “temporal” mientras dura la guerra. Pero un pueblo políticamente maduro no puede renunciar “temporalmente” a sus derechos políticos y a la vida pública, como tampoco una persona viva puede “renunciar” al aire que respira. Un pueblo que reconoce por su actitud que durante la guerra es necesario el estado de sitio, ha reconocido con ello que la libertad política no es tan indispensable. La tolerante aprobación de la socialdemocracia del actual estado de sitito —y su consenso a los créditos sin reserva alguna, así como la aceptación de la Unión Sagrada no significan otra cosa— repercutirá desmoralizadoramente sobre las masas populares, el único apoyo de la Constitución en Alemania, de igual modo que repercute estimulando y fortaleciendo la reacción imperante, el enemigo de la Constitución.
Con su renuncia a la lucha de clases, nuestro partido se cerró a sí mismo el camino para influir eficazmente sobre la duración de la guerra y sobre las condiciones del futuro tratado de paz. Y en este punto se contradijo con su propia declaración oficial. Un partido que se opusiera solemnemente a toda anexión, es decir, a las inevitables consecuencias lógicas de la guerra imperialista, en la medida en que ésta transcurre felizmente en el terreno militar, ofrecería armas adecuadas a la movilización de las masas populares y de la opinión pública hacia sus fines, para ejercer a través de ellas una eficaz presión y para controlar de esta manera la guerra e influir en la conclusión de la paz. Pero hizo lo contrario. Al asegurar con la Unión Sagrada la paz en la retaguardia del militarismo, la socialdemocracia le permitió seguir su camino sin el menor respeto por otros intereses que no fueran los de las clases dominantes, desencadenando unas irrefrenables tendencias imperialistas internas, que aspiran a la anexión y que habrán de conducir a tales anexiones. En otras palabras: con la aceptación de la Unión Sagrada y el desarme político de la clase obrera la socialdemocracia ha reducido a la categoría de frase impotente su propia declaración solemne en contra de toda anexión.
Pero con ello se logró otra cosa más: ¡la prolongación de la guerra! Y aquí resulta palpable el peligroso ardid que para la política proletaria se encuentra en el dogma actualmente admitido de que nuestra oposición a la guerra sólo puede ser expresada mientras exista el peligro de guerra. Una vez que la guerra es un hecho, se habría extinguido el papel de la socialdemocracia, entonces la consigna sería: victoria o derrota, es decir, la lucha de clases se suspende mientras dure la guerra. En realidad, para la política de la socialdemocracia comienza lo más importante una vez iniciada la guerra. La resolución tomada en el Congreso Internacional de Stuttgart de 1907, con la aprobación unánime de los representantes del partido y de los sindicatos alemanes, y confirmada una vez más en Basilea en 1912, dice:
“En el caso de que la guerra llegase a estallar a pesar de todo, el deber de la socialdemocracia es luchar por su rápido fin, y combatir con todas sus fuerzas para aprovechar la crisis económica y política provocada por la guerra para movilizar al pueblo y acelerar la liquidación del dominio de clase capitalista”.
¿Qué hizo la socialdemocracia en esta guerra? Exactamente todo lo contrario a lo que se acordó en los Congresos de Stuttgart y Basilea: con la aprobación de los créditos y el mantenimiento de la Unión Sagrada cooperó con todos los medios a su alcance para impedir la crisis económica y política, y la movilización de las masas a causa de la guerra. “Combate con todas sus fuerzas” para salvar la sociedad capitalista de su propia anarquía, como consecuencia de la guerra, y con ello contribuye a la ilimitada prolongación de la guerra y al aumento del número de sus víctimas. Se supone de todas formas —como afirman frecuentemente los diputados del Reichstag— que no hubiera caído ni un hombre menos en el campo de batalla, tanto si la fracción socialdemócrata hubiera aprobado los créditos de guerra, como si no. Sí, nuestra prensa sustenta en general la opinión de que tuvimos que cooperar en la “defensa de la patria” y apoyarla, para disminuir lo más posible las sangrientas víctimas que la guerra traería a nuestro pueblo. La política llevada a cabo logró exactamente lo contrario: sólo gracias a la actitud patriótica de la socialdemocracia la guerra imperialista, respaldada por la Unión Sagrada, pudo desencadenar libremente sus furias. Hasta ahora el miedo a los disturbios internos y al furor del miserable pueblo había sido la pesadilla constante de las clases dominantes y el freno más eficaz a sus apetitos bélicos. Son conocidas las palabras de Bülow de que se pretendía aplazar lo más posible toda guerra, principalmente por miedo a la socialdemocracia. Rohrbach dice en su libro La guerra y la política alemana, en la página VII:
“Si no se presentan catástrofes naturales, lo único que puede obligar a Alemania a la paz es el hambre de los pobres”.
Este autor pensaba, evidentemente, en un hambre que se manifiesta, que se hace sentir y notar, para sensibilizar a las clases dominantes. Oigamos ahora, finalmente, lo que dice un destacado militar y teórico de la guerra, el general von Bernhardi. En su gran obra Von heutigen Kriege (De la guerra actual) escribe:
“De esta forma, los modernos ejércitos de masas hacen más difícil la dirección de la guerra desde todos los puntos de vista. Pero, además, estos ejércitos llevan en sí mismos un factor de peligro que no se debe subestimar.
El mecanismo de un ejército así es tan gigantesco y tan complicado que solo puede ser operativo y controlable cuando el engranaje ofrece garantías, al menos en su conjunto, y pueden ser impedidas fuertes conmociones morales en gran escala. No se puede esperar la completa eliminación de tales fenómenos en una campaña de suerte cambiante, como tampoco unos combates siempre victoriosos. Pero pueden ser superados si se presentan en una escala limitada. Mas, allí donde la dirección pierde el control sobre las grandes masas concentradas, allí donde son presa del pánico, donde el suministro falla en gran medida y el espíritu de la insubordinación impera por doquier, tales masas se vuelven incapaces de resistir al enemigo, convirtiéndose más bien en un peligro para sí mismas y para la propia dirección del ejército, ya que rompen los lazos de la disciplina, perturban caprichosamente el curso de las operaciones y plantean a la dirección tareas que no está en condiciones de resolver.
O sea, bajo cualquier circunstancia, la guerra, con las grandes masas que integran hoy el ejército, es un juego arriesgado que pone al máximo de tensión las fuerzas personales y financieras del Estado. Bajo tales circunstancias, resulta completamente natural que se tomen las medidas pertinentes de todo tipo, que han de posibilitar que la guerra, cuando estalle, sea terminada rápidamente y se acabe rápidamente la enorme tensión que ha de surgir necesariamente del enfrentamiento entre naciones”.
Así, tanto los políticos burgueses como las autoridades militares consideran la guerra con los grandes ejércitos actuales como un “juego arriesgado”, y éste hubiera sido el factor más eficaz para hacer que los actuales gobernantes retrocedieran ante el desencadenamiento de una guerra, así como para, en caso de guerra, estar preparados para su rápida conclusión. En esta guerra la conducta de a socialdemocracia, que actúa en todas las direcciones para disminuir “la enorme tensión”, ha disipado las preocupaciones, rompiendo los únicos diques que se oponían a la incontrolable corriente del imperialismo. Habría de suceder algo que ni un Bernhardi, ni cualquier otro hombre de estado burgués, hubiese podido considerar posible ni en sueños: del campo de la socialdemocracia surgió la consigna de “resistir”, es decir: de continuar la matanza humana. Y de esta forma desde hace meses caen sobre nuestras conciencias las miles de víctimas que cubren los campos de batalla…
(continuará)
NOTAS
(43) El ‘Chemnitzer Volsstimme’ escribía el 21 de octubre de 1914: “En todo caso, la censura militar en Alemania es, en su conjunto, más honrada y razonable que en Francia o Inglaterra. El griterío sobre la censura, tras la cual sólo se oculta la carencia de una firme actividad ante el problema de la guerra, sólo ayuda a los enemigos de Alemania a difundir la mentira de que ésta sea una segunda Rusia. El que crea seriamente que bajo la actual censura militar no puede escribir de acuerdo a sus convicciones, que deje la pluma y se calle”. (N. de la A.)
(44) Jacoby, Johann (1805-1877), médico y político alemán, perteneciente a la izquierda de la Asamblea Nacional de 1848. Posteriormente enemigo de la política de Bismarck y miembro del partido socialdemócrata alemán.
[ Fragmento de: Rosa LUXEMBURGO. “La crisis de la socialdemocracia” ]
*
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por comentar