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EL FOLLETO JUNIOS
La crisis de la socialdemocracia
Rosa LUXEMBURGO
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VI. La Unión Sagrada
El otro aspecto de la actitud de la socialdemocracia fue la aceptación oficial de la Unión Sagrada, es decir, la paralización de la lucha de clases durante la duración de la guerra. La declaración de la fracción leída en el Reichstag el 4 de agosto fue el primer acto de la renuncia a la lucha de clases. El texto había sido acordado previamente con los representantes del gobierno del Reich y de los partidos burgueses; el acto solemne del 4 de agosto fue una comedia patriótica preparada de antemano entre bastidores para el pueblo y para el extranjero, en la que la socialdemocracia desempeñaba ya, junto con otros participantes, el papel que había elegido.
La aprobación de los créditos de guerra por la fracción dio la consigna a todas las jerarquías dirigentes del movimiento obrero. Los jefes sindicales ordenaron la paralización inmediata de todas las luchas salariales y lo comunicaron expresamente de manera oficial a los empresarios, invocando los deberes patrióticos de la Unión Sagrada. Se renunció a la lucha contra la explotación capitalista de modo voluntario mientras durase la guerra. Los mismos jefes sindicales tomaron la iniciativa de enviar mano de obra de las ciudades a los agricultores, para que las cosechas no sufrieran retraso. La dirección del movimiento femenino socialdemócrata proclamó la unión con las mujeres burguesas en torno al “servicio femenino nacional”, para que, en lugar de enviar la parte más importante de mano de obra que le había quedado al partido en el país después de la movilización para un trabajo de agitación socialdemócrata, prestase servicios de interés nacional: reparto de ropas, trabajo social, etc. Bajo la ley especial contra los socialistas, el partido había aprovechado al máximo las elecciones parlamentarias para difundir su propaganda y afirmar sus posiciones, pese a los estados de sitio y a la persecución a que se veía sometida la prensa socialdemócrata. Ahora la socialdemocracia renunciaba oficialmente, en las elecciones al Reichstag, a las dietas regionales y a las representaciones comunales, a toda campaña electoral, es decir, a toda agitación y propaganda en el sentido de la lucha de clases proletaria, y reducía las elecciones al Parlamento a su simple contenido burgués: a ganar escaños, para lo que estableció relaciones amistosas con los partidos burgueses.
La aprobación del presupuesto por parte de los representantes socialdemócratas en las dietas regionales y en las representaciones comunales —con excepción de las dietas de Prusia y de Alsacia y Lorena—, acompañado de un solemne llamamiento de la Unión Sagrada, subraya la brusca ruptura con la práctica anterior a la guerra. La prensa socialdemócrata, salvo un par de excepciones, elevó el principio de la unidad nacional a interés vital del pueblo alemán. En el momento de iniciarse la guerra advirtió de que no se retiraran fondos de las cajas de ahorros, impidiendo con todas sus fuerzas que se perturbara la vida económica del país y asegurando que las cajas de ahorros pudieran ser utilizadas para los empréstitos de guerra. Advertía a las proletarias que no informaran a sus maridos en el campo de batalla de las miserias que ellas y sus hijos pasaban, de la insuficiencia de los suministros a cargo del Estado, aconsejándolas escribirles de modo que se sintieran tranquilos y estimulados acerca de la feliz situación familiar, describiendo alegremente la ayuda recibida. (42) Elogiaba el trabajo educador del moderno movimiento obrero, que constituía una preciosa ayuda para la marcha de la guerra, como, por ejemplo, en la siguiente cita clásica:
“A los verdaderos amigos se los conoce sólo en la adversidad. Ese viejo refrán se confirma en estos momentos. Los vejados, importunados y perseguidos socialdemócratas salen como un solo hombre en defensa de la patria, y las centrales sindicales alemanas, a las que con frecuencia tan amarga se les hizo la vida en la Alemania prusiana, informan unánimemente que sus mejores miembros se encuentran prestando servicio. Incluso periódicos de empresa de la catadura del Generalanzeiger informan de este hecho, y señalan que están convencidos de que ‘esas gentes’ cumplirán con su deber como todos, y que quizá allí donde estén ellos el fuego será más intenso.
En cuanto a nosotros, estamos persuadidos de que gracias a su instrucción nuestros sindicalistas pueden hacer algo más que ‘dar palos’. Con los modernos ejércitos de masas no se ha hecho más fácil a los generales el arte de la guerra, los proyectiles de la infantería moderna con los que se puede hacer blanco hasta una distancia de 3.000 metros, y a 2.000 metros con toda precisión, hacen completamente imposible a los jefes de los ejércitos hacer avanzar grandes aglomeraciones de tropas en cerradas columnas de marcha. Hay que ‘dispersarlas’ a tiempo, y esa dispersión exige un número mucho mayor de patrullas y una gran disciplina y claridad de juicio no sólo en los destacamentos, sino en cada individuo, y es aquí donde se manifiesta el papel educador de los sindicatos y hasta qué punto hay que tener en cuenta esta educación en días tan difíciles como éstos. Puede ser que el soldado ruso o francés haga prodigios de valentía, pero el sindicalista alemán le superará en lo que respecta al frío y sereno razonamiento. Además, en las zonas fronterizas la gente organizada conoce frecuentemente el terreno como la palma de su mano, y muchos funcionarios sindicales conocen idiomas, etc. Así pues, si en 1866 se decía que el avance de las tropas prusianas había sido una victoria de los maestros de escuela, esta vez se podrá hablar de una victoria de los funcionarios sindicales” (Frankfurter Volksstimme, 18 de agosto de 1914).
El órgano teórico del partido, ‘Die Neue Zeit’ (número 23, del 25 de septiembre de 1914), declaraba:
“Mientras que la cuestión sea únicamente victoria o derrota, pasan a segundo plano todas las demás cuestiones, incluido el objetivo de la guerra. O sea, pasan a segundo plano todas las diferencias entre partidos, clases y nacionalidades en el seno del ejército y de la población”.
Y en el número 8, del 27 de noviembre de 1914, declaraba el mismo ‘Neue Zeit’ en un artículo titulado ‘Los límites de la Internacional’:
“La guerra mundial divide a los socialistas en diversos campos y fundamentalmente en diversos campos nacionales. La Internacional es incapaz de impedirlo. Es decir, no es un instrumento eficaz en la guerra; es, esencialmente, un instrumento en tiempo de paz”.
Su “gran misión histórica” sería “la lucha por la paz, la lucha de clases en tiempos de paz”.
Es decir, la socialdemocracia ha declarado inexistente la lucha de clases a partir del 4 de agosto de 1914 y hasta que haya sido firmado el futuro tratado de paz. Con los primeros estallidos de los cañones de Krupp en Bélgica, Alemania se convirtió en un país maravilloso en el que imperaban la solidaridad de clases y la armonía social.
¿Cómo cabe imaginarse realmente este milagro? Como es sabido, la lucha de clases no es un invento ni una libre creación de la socialdemocracia que se pudiera suprimir caprichosamente durante ciertos períodos de tiempo. La lucha de clases del proletariado es más antigua que la socialdemocracia; es un producto elemental de la sociedad clasista, que aparece con la presencia del capitalismo en Europa. No es la socialdemocracia la que ha instruido al proletariado moderno en la lucha de clases, sino que es más bien un producto de ésta para llevar conciencia de los objetivos y coordinación a los diversos fragmentos locales y temporales de la lucha de clases. ¿Qué ha cambiado desde la irrupción de la guerra? ¿Acaso han cesado de existir la propiedad privada, la explotación capitalista y la dominación de clase? ¿Acaso han declarado los poseedores en una explosión de patriotismo: ahora, puesto que estamos en guerra, los medios de producción y por el tiempo que dure, tierra, fábricas y empresas, las ponemos a disposición de la comunidad, renunciamos al beneficio particular de los bienes, abolimos todos los privilegios políticos y los sacrificamos ante el altar de la patria mientras ésta se encuentra en peligro? Hipótesis absurda y que recuerda a un cuento de niños. Y, sin embargo, éste hubiera sido el único supuesto al que hubiera podido seguir lógicamente la declaración de la clase obrera: se suspende la lucha de clases. Pero nada de ello se ha producido. Por el contrario, todas las relaciones de propiedad, la explotación, la dominación de clase y hasta la ausencia de derechos políticos en toda su variada manifestación prusiano-germana, han permanecido intactas. El retumbar de los cañones en Bélgica y en Prusia oriental no cambiaron en lo más mínimo la estructura económica, social y política de Alemania.
La supresión de la lucha de clases fue una medida completamente unilateral. Mientras permanecía el “enemigo interno” de la clase obrera, la explotación y la opresión capitalistas, los dirigentes de la clase obrera, socialdemocracia y sindicatos, en un momento de generosidad patriótica, entregaron la clase obrera a este enemigo y por toda la duración de la guerra y sin ofrecer resistencia. Mientras que las clases dominantes seguían completamente armadas de sus privilegios de propiedad y dominio, la socialdemocracia ordenaba el “desarme” del proletariado.
Ya una vez se había presenciado el milagro de la armonía de clases y de la confraternización de todas las capas de una moderna sociedad burguesa: en 1848 en Francia.
“En la mente de los proletarios —escribe Marx en su obra La lucha de clases en Francia—, que en general confundían la aristocracia financiera con la burguesía; en la imaginación de los buenos republicanos, que negaban la existencia de las clases o la admitían a lo sumo como una consecuencia de la monarquía constitucional; en la hipócrita fraseología de las fracciones burguesas hasta entonces excluidas del poder, la dominación de la burguesía quedaba abolida con la instauración de la república. Todos los realistas se convirtieron en republicanos; y todos los millonarios de París, en obreros. La palabra que correspondía a esta imaginaria disolución de las relaciones de clase fue la de fraternité, la de la fraternización y la hermandad. Esta cómoda abstracción de las contradicciones de clase, este equilibrio sentimental de los intereses de clase contradictorios entre sí, esta elevación entusiasta por encima de la lucha de clases, la ‘fraternité’, fue la verdadera consigna de la revolución de febrero... El proletariado parisiense se abandonaba al goce de esos magnánimos delirios de fraternidad... El proletariado parisiense, que veía en la República su propia creación, aclamaba como es natural todo acto del gobierno provisional, actos que pueden tener lugar más fácilmente en una sociedad burguesa. Se dejó utilizar voluntariamente por Caussidière para los servicios policíacos, con el fin de proteger la propiedad en París, incluso permitió que Louis Blanc suavizara las querellas salariales entre obreros y patronos. Su ‘point d’honneur’ era dejar inmaculado el honor burgués de la República ante los ojos de Europa”.
O sea, que en febrero de 1848 el proletariado parisiense, ingenuamente ilusionado, había suspendido también la lucha de clases, pero, dicho sea de paso, después de que con su acción revolucionaria había destruido la monarquía de julio e implantado la República. El 4 de agosto de 1914, la revolución de febrero fue invertida: la supresión de las contradicciones de clase, no bajo la república, sino bajo la monarquía militar, no tras una victoria del pueblo sobre la reacción, sino tras una victoria de la reacción sobre el pueblo, no con la proclamación de la libertad, igualdad y fraternidad, sino con la proclamación del estado de sitio, con el estrangulamiento de la libertad de prensa y con la abolición de la Constitución.
El gobierno proclamaba solemnemente la Unión Sagrada y comprometía a todos los partidos a mantenerla honradamente. Pero, como político experimentado, no confiaba del todo en la promesa y aseguró la Unión Sagrada mediante eficaces medidas de la dictadura militar. La fracción socialdemócrata también aceptó sin protesta ni resistencia. Las declaraciones de la fracción en el Reichstag, del 4 de agosto y también del 2 de diciembre no dedicaban ni una sola sílaba contra la bofetada que representaba el estado de sitio. Con la Unión Sagrada y los créditos de guerra la socialdemocracia aprobaba tácitamente el estado de sitio, que la entregaba atada de pies y manos a las clases dominantes. Reconocía, al mismo tiempo, que la defensa de la patria exigía el estado de sitio, el amordazamiento del pueblo y la dictadura militar. Pero el estado de sitio sólo estaba dirigido contra la socialdemocracia. Sólo de su parte podía esperarse también resistencia, dificultades y acciones de protesta contra la guerra. En el mismo instante en que, con la aprobación de la socialdemocracia, se proclamaba la Unión Sagrada, es decir, la supresión de las contradicciones de clase, la socialdemocracia era declarada en estado de sitio, y se proclamaba la lucha contra la clase obrera en su forma más violenta, bajo la forma de la dictadura militar. Como fruto de su capitulación, la socialdemocracia cosechó lo que hubiera cosechado en el peor de los casos, es decir, la derrota, si hubiera tomado la decisión de resistir: ¡el estado de sitio! La declaración solemne de la fracción del Reichstag invoca, para fundamentar la aprobación del crédito, el principio socialista del derecho a la autodeterminación de las naciones. El primer paso de la “autodeterminación” de la nación alemana en esta guerra fue la camisa de fuerza del estado de sitio que se impuso a la socialdemocracia. Apenas se ha visto en la historia un escarnio mayor inferido a sí mismo por un partido…
(continuará)
NOTAS
(42) Véase el artículo del órgano del partido de Nuremberg, reproducido en el Echo de Hamburgo el 6 de octubre de 1914. (N. de la A.)
[ Fragmento de: Rosa LUXEMBURGO. “La crisis de la socialdemocracia” ]
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