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EL FOLLETO JUNIOS
La crisis de la socialdemocracia
Rosa LUXEMBURGO
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V. El zarismo
(…) El desarrollo capitalista, que cuidó y mimó el zarismo con sus propias manos, comenzó a dar, por fin, sus frutos: a partir de los años noventa se inicia el movimiento revolucionario de masas del proletariado ruso. Bajo el zarismo empiezan a vacilar y tambalearse sus cimientos en el propio país.
El que en otro tiempo fuera “reducto de la reacción europea” se vio pronto obligado a conceder una “mala constitución” y a buscar un “reducto” salvador ante la creciente oleada levantada en su propio país. Y lo encontró en Alemania. La Alemania de Bülow pagó la deuda de agradecimiento que había contraído la Prusia de Wrangel y Manteuffel. La relación se invirtió totalmente: la ayuda rusa contra la revolución alemana fue reemplazada por la ayuda alemana contra la revolución rusa. Persecuciones policiales, expulsiones, extradiciones: una verdadera cacería de agitadores como en los benditos tiempos de la Santa Alianza se desencadenó en Alemania contra los combatientes rusos por la libertad, proseguida hasta los umbrales de la revolución rusa. La cacería no sólo encuentra su punto culminante en el proceso de Konisberg de 1904:(38) en él se ilumina como un rayo todo el transcurso de la evolución histórica desde 1848, la inversión total de las relaciones entre el absolutismo ruso y la reacción europea: Tua res agitur (se trata de tu causa), grita un ministro de justicia prusiano a las clases dominantes de Alemania, señalando con el índice los cimientos vacilantes del régimen zarista en Rusia.
“La implantación de una república democrática en Rusia tendría sensibles repercusiones sobre Alemania —declaraba en Konisberg el fiscal del Supremo, Schütze—. Si arde la casa de mi vecino, también la mía está en peligro. Y su ayudante Caspar subraya: “Los intereses públicos de Alemania se verán considerablemente afectados por el hecho de que se mantenga o no el baluarte del absolutismo. Sin duda alguna, las llamas de un movimiento revolucionario pueden pasar fácilmente a Alemania...”.
Aquí se hacía evidente cómo el topo de la evolución histórica socava las cosas y, poniéndolas cabeza abajo, había enterrado la vieja frase “del reducto de la reacción europea”. La reacción europea, y en primer lugar la reacción prusiano-feudal, es ahora el reducto del absolutismo ruso. Gracias a ella se mantiene todavía en pie, y en ella puede ser mortalmente herido. El destino de la revolución rusa lo confirmó.
La revolución fue aplastada. Pero si examinamos más profundamente las causas de este fracaso temporal, comprenderemos mejor la posición de la socialdemocracia alemana en la guerra actual. Dos causas nos pueden explicar la derrota de la insurrección rusa de los años 1905-1906, a pesar de un extraordinario despliegue de fuerzas revolucionarias, claridad de fines y tenacidad. La primera radica en el carácter específico de la misma revolución: en su inmenso programa histórico, en la masa de problemas económicos y políticos que ya había planteado hacía un siglo la gran revolución francesa y de los cuales, algunos, como la cuestión agraria, no pueden resolverse dentro de los marcos del actual orden social; en la dificultad de crear una forma moderna estatal que asegurara la dominación de clase de la burguesía contra la resistencia contrarrevolucionaria de toda la burguesía del imperio. Desde este punto de vista, la revolución rusa fracasó, porque era una revolución proletaria con objetivos burgueses o, si se quiere, una revolución burguesa que utiliza formas de lucha proletario-socialistas representa el choque tormentoso entre dos épocas, fruto tanto del desarrollo tardío de las relaciones de clase en Rusia como de su madurez en la Europa occidental. Desde este punto de vista, su derrota en 1906 no suponía tampoco su definitiva bancarrota, sino únicamente la conclusión natural del primer capítulo, al que otros debían seguir, con la necesidad de una ley natural. La segunda causa era de naturaleza exterior: radicaba en Europa occidental. Nuevamente la reacción europea se apresuraba a acudir en ayuda de su protegido en apuros. Aunque todavía no con pólvora y plomo, pese a que las “culatas alemanas” en “puños alemanes” sólo esperaban en 1905 una señal de San Petersburgo para marchar contra la vecina Polonia. Pero sí con medios igualmente eficaces: con subsidios financieros y alianzas políticas se le echaba una mano al zarismo. Con dinero francés se compró la metralla que aniquilaría a los revolucionarios rusos, y de Alemania recibió la fuerza moral y política para salir del abismo de ignominia en la que le habían sumido los torpedos japoneses y los puños de los proletarios rusos. En 1910 la Alemania oficial recibía en Potsdam al zarismo ruso con los brazos abiertos. El recibimiento del sanguinario ante las puertas de la capital del Reich alemán representó no solamente la bendición de Alemania por el estrangulamiento de Persia, sino, sobre todo, al verdugo de la contrarrevolución rusa; fue el banquete oficial de la “cultura” alemana y europea sobre la supuesta tumba de la revolución rusa. ¡Y qué extraño! Cuando presenciaba en su propia patria este provocador banquete funerario por la hecatombe de la revolución rusa, la socialdemocracia alemana callaba y olvidaba totalmente el “legado de nuestros viejos maestros” de 1848.
Mientras que al comienzo de la guerra, desde que se lo permite la policía, hasta el más pequeño periódico del partido se embriagaba utilizando sangrientas expresiones contra los verdugos de la libertad rusa, en 1910, cuando los verdugos eran agasajados en Potsdam, ni una sola voz, ni una sola acción de protesta, ni un solo artículo, manifestó la solidaridad con la libertad rusa, ni un solo veto contra el apoyo a la contrarrevolución rusa. Y, sin embargo, el viaje triunfal del zar en 1910 por Europa reveló meridianamente que los aplastados proletarios rusos no habían sido únicamente víctimas de la reacción de su propio país, sino también de la de Europa occidental, que hoy, como en 1848, no sólo se rompieron la cabeza contra la reacción de su país, sino también contra su “bastión” en el extranjero.
Sin embargo, el manantial vivo de la energía revolucionaria en el proletariado ruso es tan inagotable como el cáliz de sufrimientos bajo el doble régimen del látigo del zarismo y del capitalismo. Después de un período de la más inhumana cruzada contrarrevolucionaria, comenzó de nuevo el fermento revolucionario. Desde 1911, después de la matanza de Lena,(39) la masa obrera cobró nuevos ánimos para la lucha, la marea comenzó de nuevo a subir y a espumar. Según los informes oficiales, en 1910 las huelgas económicas abarcaban en Rusia a 46.623 obreros y 256.385 días; en 1911, 96.730 obreros y 768.556 días; en los primeros cinco meses de 1912, 98.771 obreros y 1.214.881 días. En 1912 las huelgas políticas, las acciones de protesta y las manifestaciones abarcaban a 1.005.000 obreros; en 1913, 1.272.000. En 1914 la marea continuaba creciendo con sordo murmullo cada vez más amenazante. El 22 de enero, con motivo del aniversario del comienzo de la revolución, se desarrolló una huelga en la que participaron 200.000 obreros.
En junio, como antes del estallido de la revolución de 1905, la llamarada se extendía incontenible en el Cáucaso, en Bakú. 40.000 obreros fueron a la huelga. El fuego pasó rápidamente a San Petersburgo: el 17 de julio fueron a la huelga 80.000 obreros, y el 20 de julio 200.000; el 23 de julio comenzaba a extenderse por todo el imperio ruso la huelga general. Se levantaron barricadas, la revolución se puso en marcha... No habían pasado muchos meses cuando avanzaba con seguridad a banderas desplegadas. Algunos años más y hubiera podido probablemente paralizar de tal forma al zarismo que éste no hubiera podido participar en la danza imperialista de todos los Estados, proyectada para 1916. Quizá esto hubiera cambiado también toda la constelación político-mundial y trastornado los planes del imperialismo.
Pero, por el contrario, fue la reacción alemana la que echó de nuevo por tierra los planes revolucionarios del movimiento ruso. La guerra fue desencadenada desde Viena y Berlín, y sepultó a la revolución rusa bajo sus ruinas, acaso por años. “Las culatas alemanas” no destrozaron al zarismo, sino a su rival. Proporcionaron el pretexto para la guerra más popular que había mantenido Rusia desde hacía un siglo. Todo contribuía a prestigiar la aureola moral del gobierno ruso: la provocación de la guerra por parte de Viena y Berlín, visible para todos salvo en Alemania; la “unión sagrada” proclamada en Alemania y el delirio nacionalista desencadenado; el destino de Bélgica; la necesidad de acudir en socorro de la república francesa: nunca había tenido el absolutismo una posición tan increíblemente favorable en una guerra europea. La bandera de la revolución, con tantas esperanzas enarboladas, sucumbió en el salvaje torbellino de la guerra —pero sucumbió con honra, y de nuevo surgirá de la brutal matanza—, a pesar de las “culatas alemanas”, a pesar de la victoria o la derrota del zarismo en los campos de batalla. También fracasaron las insurrecciones nacionales en Rusia. Es evidente que las minorías nacionales se dejaron seducir menos por la misión libertadora de las cohortes de Hindenburg que la socialdemocracia alemana.
Los judíos, pueblo práctico si lo hay, calcularían que las “culatas alemanas” que no habían logrado siquiera “aniquilar” su propia reacción prusiana, a su sufragio censitario, por ejemplo, mucho menos serían capaces de aniquilar el absolutismo ruso.
Los polacos, a merced de los horrores triplicados de la guerra, no podían responder como es debido a los prometedores mensajes de salvación de los “libertadores” de Wreschen, donde se enseñaba el padrenuestro en alemán a los niños polacos mediante crueles castigos corporales y de las comisiones alemanas de asentamiento: (40) pero han debido traducir la profunda sentencia alemana de Gotz von Berlichingen (41) en un polaco más vigoroso todavía. Todos, tanto polacos y judíos como rusos, comprobaron muy pronto que las “culatas alemanas”, con las que se les rompía la crisma, no les traían la libertad, sino la muerte.
La leyenda liberadora de la socialdemocracia alemana ligada al testamento de Marx, es, sin embargo, algo más que una broma pesada en esta guerra: es una frivolidad. Para Marx, la revolución rusa significaba un giro en la historia mundial. Todas sus perspectivas políticas e históricas contenían esta reserva: “Mientras la revolución no estalle en Rusia”. Marx creía en la revolución rusa y la esperaba, incluso cuando contemplaba a la Rusia sojuzgada. La revolución, mientras tanto, había comenzado. No triunfó en su primer combate, pero ya no puede ser descartada, está a la orden del día, acaba precisamente de resurgir. Y súbitamente avanzan los socialdemócratas alemanes con las “culatas alemanas” y declaran nula y sin valor la revolución rusa, borrándola de la historia. Resucitan de repente la nomenclatura de 1848: ¡Viva la guerra contra Rusia! Pero en 1848 imperaba la revolución en Alemania, mientras en Rusia se mantenía una rígida y desesperada reacción. En 1914, por el contrario, Rusia llevaba la revolución en su seno, y en Alemania, mientras, imperaba el feudalismo terrateniente prusiano. Los “libertadores de Europa” no partieron para su misión cultural contra Rusia de las barricadas alemanas, tal como predecía Marx en 1848, sino directamente de la mazmorra donde eran prisioneros de un pequeño teniente. En estrecha fraternidad con los junkers prusianos, que son el bastión más sólido del zarismo ruso; del brazo de los ministros y procuradores de Konisberg, con los cuales habían sellado la “Sagrada unión”, los socialdemócratas alemanes se lanzaron contra el zarismo, rompiendo las “culatas de sus fusiles” en la crisma de los proletarios rusos...
Resulta apenas imaginable una farsa histórica más sangrienta y un insulto más brutal a la revolución rusa y al legado de Marx. Constituye el episodio más oscuro de la conducta política de la socialdemocracia durante la guerra.
Pero la liberación de la cultura europea debía ser sólo un episodio. El imperialismo alemán se arrancó muy pronto la incómoda máscara, y la campaña se volvió abiertamente contra Francia y, sobre todo, contra Inglaterra. Una parte de la prensa del partido cooperó ágilmente en la realización del cambio. En lugar del sangriento zar, se dio a la tarea de exponer al desprecio general la pérfida Albión y a su alma de tendero, y se dedicó a defender la cultura europea contra el poderío naval inglés, como antes contra el absolutismo ruso. La funesta y confusa situación en la que se metió el partido no podía manifestarse en forma más clara, que en los ímprobos esfuerzos de la mejor prensa del partido, que, espantada ante el frente reaccionario, intentó por todos los medios hacer retroceder la guerra a su objetivo inicial, insistiendo en el “legado de nuestros maestros”, es decir, en el mito que la misma socialdemocracia había creado.
“Con el corazón acongojado he tenido que movilizar mi ejército contra un vecino con el que hemos combatido juntos en tantos campos de batalla. Con sincero pesar veo cómo se rompe una amistad mantenida fielmente por Alemania”.
Esto fue sencillo, franco y honrado. La fracción y la prensa socialdemócratas cambiaron y transcribieron estas palabras en un artículo del ‘Neue Rheinische Zeitung’. Cuando la retórica de las primeras semanas de la guerra fue reemplazada por el prosaico estilo lapidario del imperialismo, se esfumó la única débil explicación posible de la actitud de la socialdemocracia…
(continuará)
NOTAS
(38) Se refiere a un proceso en junio de 1904 contra varios socialdemócratas, en la ciudad de Konisberg, bajo la acusación de pertenecer a una sociedad secreta, de haber cometido alta traición y de haber pasado documentación revolucionaria a Rusia.
(39) Se refiere a la represión de los obreros de las minas de Lena el 4 (17) de abril de 1912: 200 muertos y cerca de 300 heridos al disparar la policía contra una manifestación que pedía la libertad para el comité de huelga.
(40) Se refiere a las comisiones nombradas por el gobierno alemán, encargadas de llevar adelante la política de germanización de los territorios polacos.
(41) Gotz von Berlichingen (1480-1562): caballero franco que se sumó a la sublevación campesina de 1525, siendo uno de sus dirigentes y traicionándola en el momento decisivo. La referencia de Rosa Luxemburgo es a la obra de teatro de Goethe.
[ Fragmento de: Rosa LUXEMBURGO. “La crisis de la socialdemocracia” ]
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