jueves, 27 de abril de 2023

 

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EL FOLLETO JUNIOS

La crisis de la socialdemocracia

 

Rosa LUXEMBURGO

 

[10]

 

 

 

 

V. El zarismo

 

 

Y el zarismo? Este fue sin duda alguna el que determinó la actitud del partido en el primer momento de la guerra. En su declaración, la fracción socialdemócrata había lanzado la consigna: ¡Contra el zarismo! La prensa socialdemócrata convirtió esta consigna en un combate por la “cultura” en toda Europa.

 

El ‘Frankfurter Volksstime’ escribía ya el 31 de julio:

 

“La socialdemocracia alemana ha acusado desde hace tiempo al zarismo como la vanguardia sangrienta de la reacción europea; desde la época en que Marx y Engels seguían con penetrante mirada cada movimiento de ese régimen bárbaro, hasta hoy, que llena las cárceles de presos políticos, y tiembla, sin embargo, ante todo movimiento obrero. Ahora se presenta la ocasión de  ajustarle las cuentas a esa sociedad espantosa marchando bajo las banderas de guerra alemanas”.

 

El ‘Pfalzische Post’ de Ludwigshafen del mismo día escribía:

 

“Este es un principio que forjó nuestro inolvidable August Bebel. Se trata de una lucha entre la civilización y la barbarie, en la que también participa el proletariado”.

 

Y el ‘Münchener Post’ del 1 de agosto:

 

“En el cumplimiento del deber de la defensa de la patria contra el zarismo sangriento no queremos que se nos considere ciudadanos de segunda clase”.

 

Y el ‘Volksblatt de Halle’ del 5 de agosto:

 

“Si es verdad que hemos sido atacados por Rusia —y todas las noticias así parecen confirmarlo—, es lógico que la socialdemocracia apruebe todos los medios para la defensa. El zarismo debe ser arrojado del país con todas las fuerzas a nuestro alcance”.

 

Y el 18 de agosto:

 

“Pues bien, ahora que la suerte está echada, no sólo es el deber ante la defensa de la patria, de la autoconservación nacional, lo que nos hace empuñar las armas como a todos los demás alemanes, sino también la conciencia de que el enemigo que combatimos en el Este es, al mismo tiempo, el enemigo de todo progreso y de toda cultura... La derrota de Rusia es la victoria de la libertad en Europa”.

 

El ‘Volksfreund’ de Brunswick del 5 de agosto escribía:

 

“La presión irresistible de la violencia militar arrasa todo a su paso. Pero los obreros con conciencia de clase no siguen únicamente por presión externa, sino que obedecen a su convicción propia al defender su tierra de la invasión del Este”.

 

El ‘Arbeiterzeitung’ de Essen exclamaba ya el 3 de agosto:

 

“En estos momentos en que nuestra patria se encuentra amenazada por las acciones de Rusia, los socialdemócratas, conscientes de que la lucha contra el sangriento zarismo ruso implica la lucha contra los innumerables crímenes perpetrados contra la libertad y la cultura, no se dejarán aventajar por nadie en el cumplimiento del deber y en espíritu de sacrificio... ¡Abajo el zarismo! ¡Abajo la vanguardia de la barbarie! Esta será la consigna”.

 

Igualmente el ‘Volkswacht’ de Bielefeld del 4 de agosto:

 

“La consigna será la misma en todas partes: ¡Contra el despotismo ruso y su perfidia...!”

 

El periódico del partido en Elberfeld del 5 de agosto:

 

“Toda Europa occidental comparte el interés vital de aniquilar el zarismo abominable y sediento de sangre. Pero ese interés de la humanidad es oprimido por la ambición de las clases capitalistas de Inglaterra y de Francia, que pretenden acabar con las posibilidades de ganancia que ha tenido hasta ahora el capital alemán”.

 

El ‘Rheinische Zeitung’ de Colonia:

 

“¡Cumplid con vuestro deber, amigos, independientemente de donde os coloque el destino! Lucháis por la cultura de Europa, por la libertad de vuestra patria y por vuestro propio bienestar”.

 

El ‘Schleswig-Holsteinische Volkszeitung’ del 7 de agosto escribía:

 

“Vivimos en la era del capitalismo, y con toda seguridad tendremos lucha de clases después de la gran guerra. Pero esta lucha de clases se desarrollará en un Estado mucho más libre del que conocemos hoy; esta lucha de clases se limitará cada vez más al terreno económico, y cuando el zarismo ruso haya desaparecido será imposible que los socialdemócratas sean tratados como proscritos, como ciudadanos de segunda categoría, desprovistos de derechos políticos”.

 

El 11 de agosto exclamaba el ‘Echo’ de Hamburgo:

 

“Pues no solamente llevamos a cabo una guerra defensiva contra Inglaterra y Francia, sino sobre todo contra el zarismo, y esta guerra la hacemos con entusiasmo, pues es una guerra por la cultura”.

 

Y el órgano del partido en Lübeck declaraba todavía el 14 de septiembre:

 

“Si es salvaguardada la libertad de Europa, después del desencadenamiento de la guerra, Europa se lo deberá agradecer a la fuerza de las armas alemanas. Nuestra lucha principalmente se dirige contra el enemigo mortal de toda democracia y de toda libertad”.

 

El mismo llamamiento en la prensa del partido alemán como un coro de varias voces.

 

¡El gobierno alemán aceptó la ayuda ofrecida en la fase inicial de la guerra: con mano displicente prendía en su yelmo los laureles de libertador de la cultura europea. Consintió, incluso, aunque con visible malestar y torpe grado, en jugar el papel de “liberador de naciones”. Los comandantes generales de los dos “feroces ejércitos” llegaron hasta aprender yídish —“La necesidad no conoce ley”— y en la Polonia rusa halagaban a los “mendigos y conspiradores”. A los polacos se les ofreció el paraíso a cambio, naturalmente, de que cometiesen en masa, contra el gobierno zarista, el mismo delito de “alta traición”, por cuyo presunto intento fue ahorcado el duala Manga Bell en Camerún, en medio del ruido de la guerra, sin tambores ni trompetas y sin molestos procedimientos judiciales.

 

La prensa del partido socialdemócrata participaba todos estos saltos de oso que daba el imperialismo alemán puesto en dificultades. Mientras que la fracción del Reichstag cubría con discreto silencio el cadáver del jefe de tribu duala, la prensa socialdemócrata llenaba el aire con sus alegres cantos de alondra sobre la libertad que era llevada a las pobres víctimas del zarismo por las “culatas alemanas”.

 

El órgano teórico del partido, ‘Die Neue Zeit’, escribía en su número del 28 de agosto:

 

“La población fronteriza del imperio del ‘padrecito’ ha saludado las primeras tropas de la vanguardia alemana con gritos de júbilo, pues para los polacos y, judíos que habitan esas zonas la idea de patria sólo les evoca la corrupción y el látigo.

 

Estos pobres diablos, realmente apátridas, súbditos oprimidos por el sanguinario Nicolás, no tenían otra cosa que defender que sus cadenas. Por eso viven ahora en la esperanza de que las culatas de los fusiles alemanes, empuñadas por alemanes, acaben lo más rápidamente posible con todo el sistema zarista... Mientras que los truenos de la guerra mundial se desatan sobre sus cabezas, una clara voluntad política invade a la clase obrera alemana: defenderse de los aliados de la barbarie oriental en Occidente para concluir con éstos una paz honrosa y proseguir la destrucción del zarismo hasta el último aliento de los caballos y de los hombres”.

 

Después de que la fracción socialdemócrata confiriera a la guerra el carácter de una defensa de la nación y de la cultura alemanas, la prensa socialdemócrata proclamó su carácter de libertador de las naciones extranjeras. Hindenburg se convirtió en el albacea testamentario de Marx y Engels.

 

La memoria ha jugado decididamente una mala pasada a nuestro partido en el curso de esta guerra: mientras olvidaba completamente todos los principios, promesas y resoluciones de los Congresos Internacionales, precisamente en el momento que tenía que aplicarlos, recordó, para su desgracia, un “legado de Marx” y lo desempolvó en el momento en que sólo podía servir para halagar al militarismo prusiano, que Marx quería combatir “hasta el último aliento de los caballos y de los hombres”. Eran los ya helados sones de trompeta del ‘Neue Rheinische Zeitung’ de la revolución de marzo alemana, contra la sierva Rusia de Nicolás I, los que de repente llenaron los oídos de la socialdemocracia en el año de gracia de 1914, y puso en sus manos las “culatas de los fusiles alemanes” —hombro con hombro con la nobleza terrateniente prusiana— contra la Rusia de la gran revolución.

 

Creemos llegado el momento de emprender una “revisión” y someter a examen las consignas de la revolución de marzo, en base a la experiencia histórica de cerca de setenta años.

 

En 1848 el zarismo ruso era, efectivamente, el “bastión de la reacción europea”. Producto específico de las condiciones sociales rusas, profundamente enraizado en un sistema medieval basado en la economía natural, el absolutismo ruso constituía el apoyo a la vez que guía de la reacción monárquica, quebrantada por la revolución burguesa y debilitada en Alemania por el particularismo de los pequeños estados.

 

Todavía en 1851, Nicolás I, a través del enviado diplomático prusiano von Rochow en Berlín, daba a entender que “habría visto con buenos ojos que en noviembre de 1848, cuando el general von Wrangel penetró en Berlín, la revolución hubiese sido extirpada de raíz”, y que “también hubo otros momentos en los que pudo haberse evitado el dar una mala constitución”. O en otra ocasión, al amonestar a Manteuffel:

 

que “tenía la firme esperanza que el ministerio real, bajo la dirección de Hochdero, defendería con toda decisión frente a las cámaras los derechos de la corona e impondría los principios conservadores”.

 

El mismo Nicolás llegó a concederle a un primer ministro prusiano la Orden de Alexander Nevski en reconocimiento de sus “continuas esfuerzos... por el mantenimiento del orden legal en Prusia”.

 

La guerra de Crimea produjo grandes cambios. (35) Acarreó la bancarrota militar y, al mismo tiempo, la derrota política del sistema. El absolutismo ruso se vio obligado a seguir un camino de reformas, a modernizarse, a adaptarse a las condiciones burguesas, y tendiendo así los dedos al diablo, que ahora lo tiene firmemente atrapado y que acabará, finalmente, por llevárselo todo. Los resultados de la guerra de Crimea fueron al mismo tiempo una prueba aleccionadora para el dogma de la liberación que “las culatas de los fusiles” pueden llevar a un pueblo subyugado.

 

La bancarrota militar de Sedán llevó a Francia a la república. Pero esa república no fue un regalo de la soldadesca de Bismarck: Prusia, ayer como hoy, no tenía otra cosa que regalar a los pueblos que no fuese su propio sistema feudal. La república fue en Francia el fruto de una maduración interior, de las luchas sociales desde 1789, y de tres revoluciones. El descalabro de Sebastopol (36) produjo el mismo resultado que el de Jena: (37) a falta de un movimiento revolucionario en el interior del país, condujo solamente a una renovación exterior y a la consolidación del antiguo régimen.

 

Pero las reformas de los años sesenta en Rusia, que abrieron la vía del desarrollo burgués capitalista, sólo podían ser llevadas a cabo con medios financieros de una economía burguesa capitalista. Y esos medios fueron puestos a su disposición por el capital europeo occidental: Alemania y Francia. En ese momento se entablaron las nuevas relaciones que perduran hasta nuestros días: el absolutismo ruso está sostenido por la burguesía de Europa occidental. Ya no es el “rublo ruso” el que circula en las cámaras diplomáticas y que, como se quejaba amargamente el príncipe Guillermo de Prusia en 1854, “llega hasta las antesalas del rey”, sino todo lo contrario, es el oro alemán y francés, que corre hacia Petersburgo para alimentar allí al régimen zarista, que hace tiempo que habría dejado de cumplir su misión sin esta savia vivificante. Desde entonces, el zarismo ya no es únicamente un producto de las condiciones rusas: su segunda raíz se encuentra en las relaciones capitalistas de la Europa occidental. Y esta relación se fortalece a medida que pasan los años: al mismo tiempo que el desarrollo del capitalismo ruso corroe la raíz autóctona del dominio absolutista en Rusia, fortalece cada vez más su raíz del occidente europeo. Debido a la competencia entre Francia y Alemania desde la guerra de 1870, al apoyo financiero se añadió cada vez más el político. Cuantas más fuerzas revolucionarias surgían contra el absolutismo en el seno del pueblo ruso, tantas más resistencias encontraban por parte de los países de Europa occidental, que respaldaban moral y políticamente al amenazado zarismo. Cuando a comienzos de los años ochenta el movimiento terrorista del viejo socialismo ruso puso en peligro durante cierto tiempo al régimen zarista, anulando su autoridad, tanto fuera como dentro del país, Bismarck firmaba con Rusia un tratado de seguridad mutua y la apoyaba en la política internacional. Y, por otra parte, cuanto más cortejada era Rusia por la política alemana, tanto más ilimitadamente se abrían, como es natural, las arcas de la burguesía francesa. Apoyándose en estas dos fuentes de ingresos, el absolutismo prolongaba su existencia luchando contra la creciente marea del movimiento revolucionario en el interior…

 

(continuará)

 

 

NOTAS

 

(35) A consecuencia de la guerra de Crimea (1853-1856) Rusia perdió importancia en Europa a favor de Francia, alterándose con ello el equilibrio de los Estados europeos.

 

(36) Se refiere a la caída de Sebastopol en manos de los aliados, lo que, prácticamente, supuso el fin de la guerra de Crimea.

 

(37) Se refiere a la estrepitosa derrota de Prusia en octubre de 1806, que supuso el hundimiento militar y general del Estado prusiano ante Napoleón I.

 

 

 

 

[ Fragmento de: Rosa LUXEMBURGO. “La crisis de la socialdemocracia” ]

 

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