martes, 25 de abril de 2023

 

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EL FOLLETO JUNIOS

La crisis de la socialdemocracia

 

Rosa LUXEMBURGO

 

[08]

 

 

 

IV. La expansión imperialista alemana

 

(…) Y el ‘Konigsberger Volkszeitung’ escribía el 2 de agosto:

 

“Pero ninguno de nosotros, se encuentre en edad militar o no, puede dudar ni un solo momento que mientras dure la guerra, deba hacer todo lo posible para alejar de nuestras fronteras al infame régimen zarista, pues si triunfara, miles de nuestros camaradas acabarían en las crueles cárceles rusas. Bajo el cetro ruso no queda ni rastro del derecho a la autodeterminación de los pueblos; allí no se permite prensa socialdemócrata; están prohibidas las asociaciones y asambleas socialdemócratas. Y por eso, ninguno de nosotros puede pensar o prever en esta hora si Rusia vencerá o no, sino que todos queremos, a pesar de nuestro odio por la guerra, cooperar para protegernos de los horrores de esos infames que gobiernan en Rusia”.

 

Tendremos ocasión de analizar más de cerca la relación entre la cultura alemana y el zarismo ruso, que representan un capítulo completo de la actitud de la socialdemocracia alemana en esta guerra. Por lo que concierne a las veleidades anexionistas del zar con respecto al Reich alemán, podría suponerse igualmente que Rusia intenta anexionarse Europa, también, quizá, la Luna. En la guerra actual se trata fundamentalmente de la existencia de dos Estados: Bélgica y Serbia. Contra los dos se dirigieron los cañones alemanes proclamando que estaba en juego la existencia de Alemania. No se puede discutir con fanáticos del asesinato ritual. Pero para la gente que no tenga en cuenta los instintos del populacho ni las burdas consignas que la difamatoria prensa nacionalista le dirige al populacho, sino simplemente el punto de vista político, ve claramente que el zarismo ruso tenía tanta probabilidad de anexionarse a Alemania como la Luna.

 

A la cabeza de la política rusa se encuentran canallas consumados, pero no locos; y la política del absolutismo, dentro de sus peculiares características, tiene en común con cualquier otra que no se mueve en las nubes, sino en el mundo de las posibilidades reales, en el espacio donde las cosas chocan duramente entre sí. Y en lo que concierne a la temida detención y deportación a perpetuidad de los camaradas alemanes en Siberia, como a la implantación del absolutismo ruso en el Reich alemán, los políticos del sanguinario zar son, pese a toda su inferioridad intelectual, mejores materialistas históricos que nuestros periodistas del partido. Estos políticos saben muy bien que una forma de Estado no puede “introducirse” a capricho no importa dónde, sino que toda forma de Estado corresponde a una base determinada económico-social; saben por experiencia propia y amarga que hasta en la misma Rusia las condiciones de su dominación están a punto de desaparecer; saben también que la reacción dominante en cada país sólo puede soportar y exige las formas que le convienen, y que la especie de absolutismo que corresponde a las relaciones alemanas de clases y partidos es el Estado policiaco de los Hohenzollern y el derecho electoral censitario prusiano. Considerando objetivamente las cosas, no existía el menor motivo de preocupación de que el zarismo ruso, aun en el improbable caso de su victoria total, intentaría seriamente destruir estos productos de la cultura alemana.

 

En realidad, los antagonismos entre Rusia y Alemania se desarrollaban en un plano completamente distinto. No se enfrentaban en el plano de la política interior, que, por el contrario, gracias a sus tendencias comunes e íntima afinidad había fundamentado una antigua y secular amistad entre ambos Estados, sino, en contra y a pesar de la solidaria política interior, en el terreno de la política exterior, en el terreno de la política de conquistas a nivel mundial.

 

Al igual que en los Estados occidentales, el imperialismo ruso se compone de elementos muy diversos. Pero su característica más destacada no es, como en Alemania e Inglaterra, la expansión económica del capital sediento de acumulación, sino el interés político del Estado.

 

Es verdad que la industria rusa —como es típico, en general, de toda producción capitalista— exporta (a causa de la debilidad de su mercado interior) a Oriente, China, Persia y al Asia central, y que el gobierno zarista trata de fomentar por todos los medios estas exportaciones como fundamento conveniente de su “esfera de intereses”. Pero en este caso la política estatal es la parte impulsora, no la impulsada. Por un lado, en las tendencias de conquista del zarismo se manifiesta la expansión tradicional de un poderoso imperio, cuya población abarca hoy 170 millones de hombres y que trata de alcanzar, por motivos tanto económicos como estratégicos, el acceso libre a los mares, al océano Pacífico en el Oriente, y al Mediterráneo en el Sur. Por otro lado, la pervivencia del absolutismo exige la necesidad de mantener una posición que imponga respeto en la concurrencia general de los grandes Estados a nivel de la política mundial para asegurarse el crédito financiero del capitalismo extranjero, sin el cual el zarismo no puede vivir. A esto se añade finalmente, como en todas las monarquías, el interés dinástico que, dada la oposición cada vez más aguda entre el régimen y la gran masa de la población, necesita mantener su prestigio en el extranjero y distraer la atención de las dificultades internas, como instrumento indispensable de su política.

 

Sin embargo, cobran cada vez más importancia los intereses burgueses modernos como factor del imperialismo en el imperio zarista. El joven capitalismo ruso, que bajo el régimen absolutista no puede alcanzar, como es natural, su completo desarrollo ni salir, en general, de la fase del primitivo sistema de saqueo, ve ante sí un brillante futuro por las inconmensurables fuentes naturales de este gigantesco imperio. No cabe la menor duda de que en cuanto Rusia se desembarace del absolutismo —supuesto que el nivel internacional de la lucha de clases le otorgue todavía ese plazo— se desarrollará rápidamente hasta convertirse en el primer Estado capitalista moderno. Es la previsión de ese futuro y, por decirlo así, como adelanto de la avidez de acumulación, lo que llena a la burguesía rusa de un ímpetu marcadamente imperialista y que la hace manifestar con ardor sus pretensiones en el reparto del mundo. Este ímpetu histórico encuentra, al mismo tiempo, apoyo en los intereses actuales muy poderosos de la burguesía rusa. En primer lugar, los intereses evidentes de la industria de armamentos y sus distribuidores; en Rusia desempeña también un papel muy importante la industria pesada fuertemente organizada en cárteles.

 

En segundo lugar, el antagonismo con el “enemigo interno”, con el proletariado revolucionario, ha revalorizado especialmente la estima de la burguesía rusa por el militarismo y por los efectos desorientadores del evangelio de la política mundial, y obligado a cerrar filas tras el régimen contrarrevolucionario. El imperialismo de los círculos burgueses en Rusia, particularmente de los liberales, ha crecido en la atmósfera tormentosa de la revolución y le ha prestado características más actuales en este bautizo moderno de la política exterior tradicional del imperio zarista.

 

El objetivo principal de la política tradicional del zarismo y de la burguesía rusa actual son los Dardanelos, que, según el conocido dicho de Bismarck, representan la clave de las posesiones rusas en el mar Negro. En pos de este objetivo Rusia ha sostenido desde el siglo XVIII toda una serie de sangrientas guerras con Turquía, aceptando la misión de libertadora en los Balcanes y produciendo, a su servicio, enormes montañas de cadáveres en Ismail, en Navarin, en Sinope, Silistra y Sebastopol, en Plevna y Chipka. La defensa de los hermanos eslavos y cristianos contra las crueldades turcas actuó en el mujik ruso como leyenda bélica con la misma fuerza que actúa hoy en la socialdemocracia alemana la defensa de la cultura alemana y el temor ante las crueldades rusas. La burguesía rusa sentía más entusiasmo por las perspectivas en el Mediterráneo que por la misión civilizadora en Manchuria y Mongolia. La guerra japonesa fue criticada duramente por la burguesía liberal como una absurda aventura, porque desviaba la política rusa de su más importante tarea: los Balcanes. Pero en otro sentido, la desgraciada guerra contra el Japón produjo el mismo efecto. La expansión del poderío ruso en Asta oriental y central, hasta el Tíbet y su penetración en Persia, tenía que inquietar vivamente al vigilante imperialismo inglés. Preocupada por el enorme imperio indio, Inglaterra seguía con creciente desconfianza los avances asiáticos del imperio zarista. De hecho, el antagonismo anglo—ruso en Asia a comienzos de siglo era la contradicción político—mundial más fuerte de la coyuntura internacional y se convertirá probablemente, después de la actual guerra mundial, en el foco del futuro desarrollo imperialista. La estrepitosa derrota de Rusia en 1904 y el estallido revolucionario modificaron la situación.

 

Al visible debilitamiento del imperio zarista siguió la distensión con Inglaterra, que condujo en 1907 a un acuerdo sobre el reparto de Persia y a relaciones de buena vecindad en Asia central. Todo esto contribuyó, por lo pronto, a debilitar los impulsos de Rusia hacia las grandes empresas en Oriente, y su energía se dirigió con más fuerza a su antiguo objetivo: la política balcánica. Y fue aquí donde la Rusia zarista, después de un siglo de fiel y bien fundada amistad, entró, por vez primera, en dolorosos conflicto con la civilización alemana. El camino hacia los Dardanelos pasaba por el cadáver de Turquía, pero Alemania consideraba, desde hacía ya una década, que su tarea político-mundial más importante era mantener la integridad de este cadáver. Ciertamente, los métodos de la política rusa en los Balcanes tuvieron sus altibajos, y Rusia también defendió durante algún tiempo — irritada por el “desagradecimiento” de los liberales eslavos de los Balcanes, que intentaban romper su dependencia del imperio zarista— el programa de la “integridad” de Turquía, sobreentendiéndose que el reparto habría de ser aplazado para tiempos más favorables. Pero ahora la liquidación final de Turquía correspondía tanto a los planes de Rusia como a los de la política inglesa, que, para fortalecer sus propias posiciones en la India y Egipto, trataba de unificar en un solo imperio mahometano, bajo el cetro británico, los dos territorios turcos que estaban en medio: Arabia y Mesopotamia. De esta forma, el imperialismo ruso tropezaba en Oriente, como antes el inglés, con el imperialismo alemán, que había puesto pie en el Bósforo en su papel de protector y beneficiario privilegiado del desmoronamiento turco. (28)

 

La política rusa en los Balcanes chocaba con Austria aún más directamente que con Alemania. El imperialismo austriaco es el complemento político del imperialismo alemán, su hermano siamés, y su perdición al mismo tiempo.

 

Alemania, que con su política mundial se ha aislado en todas las direcciones, encuentra su único aliado en Austria. La alianza con Austria es antigua, establecida por Bismarck ya en 1879, pero ha cambiado desde entonces completamente su carácter. Lo mismo que el enfrentamiento con Francia, la alianza con Austria adquirió un nuevo contenido en el curso del desarrollo de las últimas décadas. Bismarck pensaba únicamente en la defensa de las posesiones conquistadas en las guerras de 1864 a 1870. La alianza tripartita constituida por él tenía un carácter fundamentalmente conservador; significaba que Austria debía renunciar definitivamente a entrar en la confederación de estados alemanes; el reconocimiento de la situación creada por Bismarck; la ratificación de la división nacional de Alemania y de la hegemonía militar de la Gran Prusia. Las tendencias austriacas hacia los Balcanes contrariaban tanto a Bismarck como las adquisiciones alemanas en Sudáfrica. En sus Pensamientos y Recuerdos dice:

 

“Es natural que los habitantes de la cuenca del Don tengan necesidades y planes que sobrepasan los límites actuales de la monarquía; y la Constitución alemana del Reich muestra el camino por el que puede llegar Austria a reconciliar sus intereses políticos y materiales existentes entre la frontera oriental del pueblo rumano y la bahía de Cátaro. Pero no es tarea del Reich alemán disponer de la vida y la hacienda de sus súbditos para la realización de los deseos de un vecino”.

 

Declarando también, en otra ocasión, más drásticamente, en célebres palabras, que Bosnia no valía la vida de un ganadero de Pomerania. Que Bismarck no pensara, de hecho, en poner la alianza tripartita al servicio de las aspiraciones expansionistas austriacas, lo demuestra el “Tratado de seguridad”, firmado en 1884 con Rusia, según el cual el Reich alemán, en caso de guerra entre Rusia y Austria, no se pondría de parte de esta última, sino que mantendría una “amistosa neutralidad”…

 

(continuará)

 

 

 

NOTAS

 

(28) En enero de 1908 escribía, siguiendo la prensa alemana, el político liberal ruso Peter von Struve: “Ya ha llegado el momento de decir que sólo hay un camino para crear una gran Rusia, y éste es: la orientación de todas las fuerzas hacia un terreno que es accesible a la influencia real de la cultura rusa. Este territorio es toda la cuenca del mar Negro, es decir, todos los países europeos y asiáticos que tienen acceso al mar Negro. Aquí poseemos, para nuestro dominio económico imbatible, una base real: hombres, carbón y hierro. Sobre esta base real —y sólo sobre ella— puede crearse, mediante un incansable trabajo cultural, que ha de ser apoyado en todas las direcciones por el Estado, una gran Rusia económicamente poderosa”.

 

A comienzos de la actual guerra mundial escribía el mismo Struve todavía antes del ataque de Turquía: “Entre los políticos alemanes surgió una política turca autónoma que se condensó en el programa y en la idea de la egiptización de Turquía bajo la protección de Alemania. El Bósforo y los Dardanelos tendrían que convertirse en un Suez alemán. Antes de la guerra ítalo-turca, que echó a Turquía de África, y antes de la guerra de los Balcanes, que casi arrojó a los turcos de Europa, surgió claramente a Alemania la siguiente tarea: mantener Turquía y su independencia en interés del fortalecimiento económico y político de Alemania. Después de las mencionadas guerras esa tarea sólo cambió en la medida en que salió a relucir la extraordinaria debilidad de Turquía: bajo esas circunstancias, una alianza ha de convertirse de facto en un protectorado o en un tutelaje que ha de llevar al imperio otomano al nivel de Egipto. Pero está completamente claro que un Egipto alemán en el mar Negro y en el mar de Mármara sería completamente intolerable desde un punto de vista ruso. No es de admirarse, pues, que el gobierno ruso protestase inmediatamente contra aquellos pasos encaminados hacia una política tal, particularmente contra la misión del general Liman von Sanders, que no sólo reorganizó al ejército turco, sino que también habría de mandar un cuerpo del ejército en Constantinopla. Formalmente recibió Rusia satisfacciones en esa cuestión, pero en realidad la cuestión no cambió lo más mínimo. Bajo tales circunstancias se aproximaba en diciembre de 1913 una guerra entre Rusia y Alemania: el caso de la misión militar de Liman von Sanders había descubierto la política de Alemania dirigida a la egiptización’ de Turquía.

 

Esa nueva orientación de la política alemana hubiese bastado para provocar un conflicto armado entre Alemania y Rusia. O sea, que en diciembre de 1913 entramos en una época de maduración de un conflicto que tenía que adquirir inevitablemente el carácter de un conflicto mundial”. (N. de la A.)

 

 

 

 

 

[ Fragmento de: Rosa LUXEMBURGO. “La crisis de la socialdemocracia” ]

 

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