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EL FOLLETO JUNIOS
La crisis de la socialdemocracia
Rosa LUXEMBURGO
[07]
IV. La expansión imperialista alemana
(…) La posición del imperialismo alemán —es decir, esencialmente los intereses del Deutsche Bank— ha colocado en Oriente al Reich alemán en conflicto con todos los demás estados. Sobre todo con Inglaterra. Esta no sólo tuvo que ceder a sus rivales alemanes buenos negocios y, por lo tanto, pingües beneficios en Anatolia y Mesopotamia —situación que aceptó resignadamente—, sino que la construcción de ferrocarriles con fines estratégicos y el fortalecimiento del militarismo turco bajo influencia alemana se producía en uno de los puntos más sensibles de la política mundial para Inglaterra: en un punto crucial situado entre el Asia central, Persia e India, por una parte, y Egipto por la otra.
“Inglaterra —escribe Rohrbach en El ferrocarril de Bagdad— sólo puede ser atacada y lesionada gravemente, fuera de Europa, en un lugar: en Egipto. Con Egipto, Inglaterra perdería no sólo el dominio sobre el canal de Suez y la comunicación con la India y Asia, sino también probablemente sus posesiones en el África central y oriental. La conquista de Egipto por parte de una potencia musulmana como Turquía podría tener peligrosas repercusiones sobre los 60.000.000 de súbditos musulmanes de Inglaterra en la India, a los que habría que añadir los de Afganistán y Persia. Pero Turquía sólo puede pensar en Egipto a condición de que disponga de un amplio sistema ferroviario en el Asia Menor y en Siria, que ampliando el ferrocarril de Anatolia, pueda rechazar un ataque inglés en Mesopotamia, que aumente y mejore su ejército, y que progresen favorablemente su situación económica general y sus finanzas”.
En su libro La guerra mundial y la política alemana aparecido a comienzos de la guerra mundial, dice:
“El ferrocarril de Bagdad tenía la finalidad, desde un principio, de comunicar directamente a Constantinopla y a los principales puntos militares del reino turco en Asia Menor, con Siria y las provincias del Eúfrates y del Tigris... Estaba previsto, naturalmente, que el ferrocarril, junto a las líneas ferroviarias de Siria y Arabia, en parte sólo proyectadas y en parte en obras ya terminadas, debía garantizar la posibilidad de poder transportar tropas turcas en dirección a Egipto... Nadie negará que, supuesta la alianza germano-turca, y otras condiciones, cuya realización hubiese sido menos sencilla que aquella alianza, el ferrocarril de Bagdad significa para Alemania un seguro de vida político”.
Así de claro hablaban los portavoces semioficiosos del imperialismo alemán sobre sus planes e intenciones en Oriente. La política alemana mostraba allí contornos fuertemente expansivos, una tendencia agresiva que ponía en peligro el equilibrio de la política mundial mantenido hasta entonces, y situada una visible punta de lanza contra Inglaterra. La política alemana en Oriente era el comentario concreto a la política naval inaugurada en 1899.
Al mismo tiempo, Alemania, con su programa de integridad para Turquía, entraba en conflicto con los Estados balcánicos, cuya culminación histórica y auge interno se identificaba con la liquidación de la Turquía europea. Finalmente, entró en conflicto con Italia, cuyos apetitos imperialistas se dirigían fundamentalmente hacia las posesiones turcas. En la Conferencia de Marruecos, celebrada en Algeciras en 1905, (26) Italia se encontraba ya al lado de Inglaterra y Francia. Y, seis años después, la expedición italiana a Trípoli, que siguió a la anexión de Bosnia por Austria, fue el preludio de la primera guerra de los Balcanes y significó el desafío de Italia, la ruptura de la alianza tripartita y el aislamiento de la política alemana también por este lado.
La segunda orientación de los esfuerzos expansionistas alemanes se manifestó en Occidente, en el caso marroquí. En ningún otro aspecto se mostró tan radicalmente el alejamiento de la política de Bismarck. Como es sabido, Bismarck favoreció intencionadamente las aspiraciones coloniales de Francia, con el fin de desviarla de los puntos álgidos en el continente, de Alsacia y Lorena.
La nueva orientación de Alemania se dirigía, por el contrario, directamente contra la expansión colonial francesa. Pero la situación objetiva en Marruecos era completamente distinta a la de la Turquía asiática. La presencia de intereses del capital alemán en Marruecos era mínima. Sin duda, durante la crisis de Marruecos, los imperialistas alemanes hicieron mucho ruido en torno a las reivindicaciones de la firma capitalista Mannesmann de Remscheid, que había prestado dinero al Sultán de Marruecos, recibiendo a cambio concesiones de explotaciones mineras consideradas como de “interés vital para la patria”. Sin embargo, era demasiado claro que ambos grupos capitalistas competidores en Marruecos —tanto el grupo Mannesmann como la sociedad Krupp-Scheider— representaban una combinación internacional de empresas alemanas, francesas y españolas, para hablar en serio y con fundamento de una “esfera de intereses alemanes”. Más sistemática fue la decisión y la energía de que dio muestras súbitamente el Reich alemán, en 1905, al dar a conocer su pretensión de cooperar en la solución del asunto de Marruecos y su protesta contra la hegemonía francesa en Marruecos. Era el primer choque en la arena político-mundial con Francia. Todavía en 1895, Alemania, junto con Francia y Rusia, atacaron al victorioso Japón, para impedirle que explotase su victoria sobre China en Chimonoseki. Cinco años más tarde marchaba estrechamente unida a Francia en la gran falange internacional formada por la expedición de pillaje contra China. Y ahora, en Marruecos, se asistía a un cambio radical de la política alemana en sus relaciones con Francia. Por dos veces, en los siete años que duró la crisis de Marruecos, se estuvo muy cerca de una guerra entre Francia y Alemania; ya no se trataba de la “revancha”, de un enfrentamiento continental entre ambos Estados. Aquí se manifestaba un nuevo antagonismo debido a los intereses contradictorios de los imperialismos alemán y francés. Como resultado final de la crisis, Alemania se conformó con el territorio francés en el Congo, reconociendo implícitamente que no poseía ni tenía que defender intereses propios en Marruecos. Pero, precisamente por eso, alcanzó una gran importancia política la presencia alemana en la cuestión de Marruecos. El mismo carácter indeterminado de los objetivos y reivindicaciones concretas de la política alemana en Marruecos revelaba lo ilimitado de sus apetitos, de sus intentos en busca de botín; fue una declaración de guerra imperialista contra Francia.
La oposición entre los dos Estados se manifiesta aquí con meridiana claridad. Por una parte, un desarrollo industrial lento, una población estancada, un Estado de rentistas que invierte principalmente en el extranjero, dueño de un gran imperio colonial que apenas podía mantener; por otra parte, un capitalismo poderoso, joven, que aspira a ocupar el primer puesto y que recorre el mundo a la caza de colonias. Era impensable la ocupación de colonias inglesas. Por eso, las ansias insaciables del imperialismo alemán sólo podían dirigirse, en primer lugar, con excepción de la Turquía asiática, a las posesiones francesas. Estas posesiones ofrecían fácil carnaza para resarcir eventualmente a Italia a costa de Francia por las previsibles veleidades expansionistas de Austria en los Balcanes, y mantenerla en la alianza tripartita ligándola a una empresa común. Que las pretensiones alemanas en Marruecos inquietaran al imperialismo francés es natural, si se piensa que Alemania, establecida en cualquier parte de Marruecos, siempre estaría en condiciones de prender fuego por los cuatro costados al imperio norteafricano francés, suministrando armas a una población que vivía en crónico estado de guerra contra los conquistadores franceses. La renuncia y conformidad final de Alemania sólo eliminaron la inmediatez del peligro, pero persistía la inquietud francesa y el antagonismo creado en el plano de la política mundial. (27)
La política alemana en Marruecos no sólo entraba en conflicto con Francia, sino también indirectamente con Inglaterra. La súbita presencia del imperialismo alemán, sus pretensiones y el vigor que confirió a su actuación en Marruecos, muy próximo a Gibraltar, uno de los puntos cruciales más importantes de las vías políticas mundiales del imperialismo británico, tenía que ser considerada necesariamente como una manifestación hostil contra Inglaterra. Aun desde el simple punto de vista formal, la primera protesta de Alemania se dirigía contra el convenio de 1904 entre Inglaterra y Francia sobre Marruecos y Egipto, y la petición alemana aspiraba clara y rotundamente a excluir a Inglaterra de todo acuerdo en el caso de Marruecos. Las consecuencias inevitables de esta actitud, respecto a las relaciones anglo-alemanas, no podían ser un secreto para nadie. El corresponsal en Londres del 'Frankfurter Zeitung' describe claramente la situación creada en su crónica del 8 de noviembre de 1911:
“Este es el resultado: un millón de negros en el Congo, una gran modorra y un fuerte resentimiento contra la ‘pérfida, Albión’. Alemania superará la modorra. Pero ¿qué pasará respecto a nuestras relaciones con Inglaterra? Tal como están, no pueden continuar así, sino que según todo el cálculo de probabilidades histórico, o se agravarán, conduciendo a la guerra, o mejorarán rápidamente... La expedición del Panther fue —como expresaba recientemente y con acierto el corresponsal berlinés del ‘Frankfurter Zeitung’— un golpe de efecto para demostrar a Francia que Alemania todavía existe...
Las repercusiones que esta expedición ha producido aquí no pueden haber sorprendido a nadie en Berlín; al menos, ningún corresponsal de esta ciudad ha dudado de que Inglaterra se pondría enérgicamente al lado de Francia. ¡Cómo puede el 'Norddeutsche Allgemeine Zeitung' seguir aferrado al tópico de que Alemania debe negociar ‘sólo con Francia’! Desde hace ya siglos se ha ido configurando en Europa una interrelación cada vez más fuerte de intereses políticos.
Cuando un país es maltratado, se cumple la ley política natural que nos rige, según la cual unos se alegran y otros se irritan. Cuando hace dos años los austriacos tuvieron pleito con Rusia a causa de Bosnia, Alemania ocupó el primer plano en `brillante defensa’, aunque en Viena, como después se dijo, hubieran preferido arreglar el asunto por sí mismos... Vi incomprensible que se haya podido pensar en Berlín que los ingleses, recién superado un período de actitud decididamente antialemana, pudiese dejarse convencer de que nuestras negociaciones con Francia no les afectaban en modo alguno. Se trataba, en último término, de una cuestión de fuerza, pues un codazo, por muy pacífico que quiera aparecer, es un hecho, y nadie puede prever con qué rapidez le seguirá un puñetazo en la boca... Desde entonces la cuestión ha sido menos crítica. En el momento en que hablaba Lloyd George existía, tal como hemos sido fielmente informados, el grave peligro de una guerra entre Alemania e Inglaterra... Teniendo en cuenta la política que desde hace tiempo prosigue sir Edward Grey y sus representantes, cuyas motivaciones no vamos a discutir ahora, ¿cabría esperar acaso de ellos otra actitud ante la cuestión de Marruecos? Nos parece que si Berlín ha tenido en cuenta todo esto, su política está ya juzgada”.
De esta forma la política imperialista creó tanto en el Próximo Oriente como en Marruecos un agudo conflicto entre Alemania e Inglaterra, así como con Francia. ¿Cuál era el estado de las relaciones entre Alemania y Rusia? ¿Qué es lo que hay en el fondo del enfrentamiento? En el clima de pogrom que se había apoderado de la opinión pública alemana en las primeras semanas de la guerra, se creía cualquier cosa. Se creía que las mujeres belgas sacaban los ojos a los heridos alemanes, que los cosacos comían cera y cogían a los niños por las piernas y los despedazaban; se creía también que el objetivo bélico ruso era la anexión del Reich alemán, aniquilar la cultura alemana e implantar el absolutismo desde el Warthe hasta el Rhin, desde Kiel hasta Munich.
El ‘Chemnitzer Volksstime’, órgano socialdemócrata, escribía el 2 de agosto:
“En estos momentos sentimos todo el deber de luchar, por encima de todo, contra el dominio del látigo ruso. Las mujeres y los niños de Alemania no deben convertirse en víctimas de las brutalidades rusas, ni la nación alemana en presa de los cosacos. Si triunfa la alianza tripartita, no será un gobernador inglés o un republicano francés quienes gobiernen Alemania, sino un zar ruso. Por eso defendemos en estos momentos todo cuanto hay, de cultura y libertad alemanas contra un enemigo implacable y bárbaro”.
El ‘Frankische Tagespost’ hacía un llamamiento el mismo día:
“No queremos que los cosacos, que han ocupado ya todos los puestos fronterizos, irrumpan en nuestro país y traigan la destrucción a nuestras ciudades. No queremos que el zar ruso, en cuyo amor por la paz no ha creído la socialdemocracia ni siquiera el día que publicó su manifiesto por la paz, que es el peor enemigo del pueblo ruso, domine sobre cualquier persona de origen alemán”…
(continuará)
NOTAS
(26) Se refiere a la conferencia que se celebró en 1906 (no en 1905), por la que Alemania reconocía el predominio de Francia en el norte de África.
(27) La ruidosa campaña difamatoria mantenida durante años en los círculos de los imperialistas alemanes en torno a Marruecos no era lo más recomendable para aplacar las inquietudes de Francia. La Unión Panalemana defendía abiertamente el programa de anexión de Marruecos, escrito naturalmente como una “cuestión vital” para Alemania, y difundió su panfleto, por su presidente Heinrich Class, titulado ¡Marruecos occidental, alemán! Cuando, después del comercio del Congo, el profesor Schiemann trató de defender en el Kreuzzeitung el arreglo del Ministerio de Relaciones Exteriores y la renuncia de Marruecos, el Post cayó sobre él de la siguiente manera:
“El profesor Schiemann es ruso de nacimiento, y hasta quizá ni siquiera de puro origen alemán. Nadie le puede reprochar por eso que se muestre frío y cínico ante cuestiones que afectan de la manera más sensible la conciencia nacional y el orgullo patriótico que palpitan en el pecho de todo alemán del Reich.
El juicio de un extranjero, que habla del latido del corazón patriótico y del doloroso estremecimiento del alma acongojada del pueblo alemán, como si fuesen una pasada fantasía política y una aventura de conquistadores, ha de despertar en nosotros nuestra justa ira y nuestro desprecio tanto más por cuanto ese extranjero, en su calidad de catedrático de la Universidad de Berlín, goza de la hospitalidad del Estado prusiano. Pero nos ha de invadir un profundo dolor ante el hecho de que ese hombre que en el órgano dirigente del partido germano-conservador se atreve a calumniar de tal forma los sentimientos más sagrados del pueblo alemán, sea maestro y consejero de nuestro Kaiser en cuestiones políticas y —con derecho o sin él— sea considerado como el portavoz del Kaiser”. (N. de la A.)
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[ Fragmento de: Rosa LUXEMBURGO. “La crisis de la socialdemocracia” ]
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