lunes, 28 de noviembre de 2022

 

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LA COLUMNA DE LA MUERTE

El avance del ejército franquista de Sevilla a Badajoz

 

Francisco Espinosa Maestre

 

[ 023 ]

 

 

2

LA TOMA DE BADAJOZ

 

(…)

 

 

La caída de Badajoz. Mito y realidad

 

 

Un poco antes de que se produjeran esos hechos, a las cuatro y media ya de ese viernes 14 de agosto, Yagüe envió un nuevo radiotelegrama preguntando con cuántos aviones podría contar y durante cuántas horas. Franco le respondió que habría un aparato constantemente en el aire. El ataque sobre la ciudad comenzó exactamente a las cinco y treinta y cinco, momento en que Yagüe, una vez más, pidió «ayuda intensa de la aviación». Efectivamente, a las cinco sale de Sevilla un avión que a las seis se encuentra actuando sobre Badajoz, y ya hay otro preparado para sustituirlo si fuera necesario. Sobre las seis y media el propio Yagüe felicita al jefe de Aviación por los vuelos que un Junker estaba realizando sobre los tejados de Badajoz. Levantan «enormemente la moral de las tropas», dice. A las siete y media se comunica a Franco que la operación va bien, que el enlace entre aviación y columna es correcto y que la resistencia está localizada en el Gobierno Civil, el cuartel y las murallas del Este. «La columna va rodeando para ocupar las entradas de la ciudad». Una hora más tarde, sobre las ocho y diez, y después de comunicar a Franco la presencia de dos cazas enemigos, ordena que parta de Mérida a Badajoz un convoy con material de repuesto, escoltado por una compañía de regulares. Este convoy no podrá salir a causa del contraataque republicano a Mérida que tiene lugar en la mañana del día 14. A las ocho y veinticinco Yagüe pide «urgente acción de aviación en la brecha este, en la brecha sur, cuartel que está al lado de esta brecha y en murallas próximas a estas brechas» es decir, en torno a Puerta Pilar. La orden es cursada de inmediato a Tablada. Entonces se produce el ataque final al cuartel de la Bomba, cuyo acceso fue franqueado a las fuerzas de Castejón por algunos de los militares encargados de su defensa. Tras un duro bombardeo por tierra y especialmente por aire, con la intervención de diversas escuadrillas —unas procedentes de Tablada y otras de Elvas— sobre las diez y media y las once de la mañana del día 14, numerosos militares se pasan a las filas de Castejón, siendo suplidos de inmediato por milicianos, cuya resistencia será vencida definitivamente dos horas después por los regulares de Ceuta. Entre las doce y la una del mediodía, los hombres de Castejón se adentraron en la ciudad. Mientras tanto la artillería y la aviación no han dejado de machacar las defensas de la ciudad. El testimonio del capitán Leopoldo García Rodríguez, realizado en la temprana fecha del 17 de agosto, nos aclara algunos puntos de la entrada de las fuerzas de Castejón:

 

A las primeras horas de la mañana del día que entraron las columnas en Badajoz viendo que la situación no se resolvía favorablemente al Movimiento acordamos unirnos a la columna en el Cuartel de Menacho, haciéndolo de esta forma bajo un fuego intensísimo de la fuerza que mandaba el teniente (ilegible), del baluarte de Menacho, y de una ametralladora que según me he enterado después era manejada, según decían, por el capitán de [sic] Miguel.

 

Todos estos hechos que se vienen comentando sobre la actitud de tantos militares del interior serán reconocidos incluso en la propia sentencia de la Causa 693/37, en la que se dice que la ciudad fue tomada al asalto

 

 

venciendo la resistencia que al amparo de su recinto amurallado le opusieron principalmente carabineros y milicianos, pues aunque también hubo unidades de Castilla defendiendo accesos y baluartes, éstas se comportaron pasivamente, rehuyendo cuanto les fue posible hacer armas contra los asaltantes.

 

Pero volvamos a Yagüe. Sobre las nueve y cuarto advierte a Franco —confirmando su teoría de la cobardía de la aviación republicana— de la aparición de una patrulla enemiga que huye ante un trimotor propio. A las nueve y media ordena que, dado que ya ocupan el exterior de la muralla, los aviones sólo bombardeen el interior de la ciudad. Franco le pide entonces que le aclare qué zona de la muralla ha ocupado y cuál debe bombardear del interior, a lo que Yagüe, a las once menos cuarto, responde:

 

No tengo nada ocupado de la muralla. Al sur de la población hay una brecha de 150 m por la que entra la carretera del cementerio. Esta brecha esta entre dos edificios grandes. Conviene aplastar el del este. Al este de la población y frente a vértice que forma carretera de Sevilla y Mérida, junto a un bosque de pinos, hay una brecha en la que hay parapetos, necesito batirlos.

 

A las once menos cinco y a las once y cuarto Yagüe comunica que un avión enemigo ha bombardeado la columna. Esta nota, en la que no menciona que una de las bombas de ese avión ha estado a punto de acabar con su vida, es la última con la que contamos. A falta de otros mensajes de Yagüe informando de la marcha de las operaciones entre esa última hora y la del asalto definitivo —casi cuatro horas, precisamente cuando acceden los demás a la ciudad por Puerta de Carros y Puerta Pilar— hay que recurrir a otras fuentes.

Sabemos por su propio relato —Martínez Bande reconoce que no sabe ni la hora en que ocurrieron estos hechos— las andanzas de Alberto Serrano Montaner, al mando del I Tabor de Tetuán, de la columna de Tella. Antes de penetrar en la ciudad por la Puerta de Carros siguiendo el curso del Rivillas, se le presentaron los falangistas Antonio Almeida Segura y Manuel Ramallo Thomas, quienes le servirán de guías. Calleja sitúa esto sobre las once de la mañana e identifica como el guía que condujo a los regulares a la Puerta de Carros al «nativo Almeida», oficial de Marina. En la Puerta de Palmas también se presentan a Serrano varios militares, entre los que se encuentra el teniente de Infantería Patrocinio Carretero, que se ofrece para guiar a las fuerzas al cuartel de San Agustín, donde están los guardias civiles apresados, y a la prisión Provincial; pero la misión recae sobre Almeida, por lo que Carretero se adentra con sus hombres por la Plaza Alta «haciendo detenciones y cacheos, y llevando a la cárcel 48 individuos, entre ellos el comandante de Carabineros [Julio Ugarte Chinchilla)». Mientras las fuerzas de Asensio toman posiciones frente a la Puerta Trinidad, a Serrano y sus hombres se les encomienda la misión de liberar los presos de la prisión Provincial y de ocupar el Hospital Militar, situado en el castillo y cercano a la Torre de Espantaperros. Los regulares que llegan al hospital son recibidos por el alférez José Cano Pulido —huido del edificio de Correos—, el comandante Rafael Fiol Paredes, el capitán José Torres Pérez y el alférez Diego Rodríguez Repiso. Algunos de los milicianos y soldados heridos e incluso ciertos médicos, como Florencio Villa y Joaquín Vives, son llevados de inmediato a la plaza de toros; los cuarenta y tres heridos que quedaron fueron trasladados al mismo lugar el seis de septiembre y asesinados de un tiro en la nuca a las tres de la madrugada. Muchos izquierdistas huyen entonces hacia Portugal o hacia el norte. A continuación, ya con fuerzas de la V Bandera, Serrano se dirige a la cabeza del puente de la Puerta de Palmas para cortar toda posibilidad de salida a los milicianos. Calle por calle, casa por casa, sacando a la gente al exterior, parten algunos de sus hombres hacia el centro de la ciudad:

 

En la calle hay una enorme algarada. La recorren grupos de legionarios y moros que son obsequiados en las casas. De cuando en cuando unos tiros. Es que son descubiertos algunos rojos. En las calles se apilan montones de cadáveres. Terminado todo lo mío me voy a ver si ceno.

 

Otra visión sería la de Juan José Calleja:

 

Los marxistas no rindieron con facilidad sus armas y, excluyendo a un contingente de fugitivos que intentó pasar a Portugal, se defendieron en la parte alta de las casas y en las encrucijadas de las calles, prolongando en algunos sectores la angustiosa ansiedad del vecindario, que escuchó, consternado, en sus hogares la orgía de sangre de los combates, el clamor de los vencidos, las cerradas y secas descargas que retumbaban en los portales, el lamento de los heridos en las aceras y calzadas.

 

Ninguna fuerza humana era ya capaz de contener la ciega pasión del legionario combativo, al que la pérdida de sus camaradas sacó de quicio la razón y el sentimiento. Atacaba de cualquier forma y posición, ya con bombas de mano o a la bayoneta, con el cuchillo en la boca o con pistolas ametralladoras.

 

En la lucha callejera, ¿cómo identificar, en la masa aterrada que huía, a pacíficos vecinos, incluso a los que fueron empujados a la muralla por las autoridades republicanas? Quizá, sí, quizá debieron los inocentes en esforzarse por darse a conocer, por gritar, juntando, suplicantes, las manos, pero el paroxismo de la guerra no entendía ese lenguaje. El Tercio y los Regulares únicamente reconocían ante sus ojos el bulto de un enemigo físico, peligroso, torvo. Ni siquiera la catedral, donde, al decir del rumor público, se habían entremezclado con la población varios republicanos, estuvo indirectamente exenta de los horrores de la lucha.

 

Sólo en la Plaza de San Juan y calles adyacentes se recogieron cerca de cien muertos de los mil hombres que cayeron en la batalla…

 

Sin embargo, debido a la desorganización y absoluta falta de conexión entre unas y otras fuerzas, y sin duda por el pésimo trabajo de los enlaces, mientras moros y legionarios se encuentran ya por la ciudad «castigando de modo ejemplar los crímenes contra la Patria» —como se lee en el «Historial del II Tabor de Ceuta»—, Yagüe no sólo yerra informando a Franco de que no tiene ocupado nada sino que, en la creencia de que sus fuerzas no han penetrado aún en la ciudad, mantiene la operación prevista sobre la Puerta Trinidad. El mencionado historial es uno de los pocos documentos donde se reconoce el error de Yagüe:

 

Más de media hora llevaban ya en la ciudad los legionarios y regulares cuando Yagüe, por vicio exclusivo de los enlaces, aún estaba empeñado en abrir una brecha en la Trinidad, para ver de introducir por aquel lugar los legionarios de la 16 Compañía.

 

Como siempre, conocemos con detalle los movimientos del grupo de Asensio. Ocupada la barriada obrera de San Roque en la tarde anterior, casa por casa, calle por calle y a sangre y fuego, en las primeras horas del día 14 tomaron unas casas situadas a la izquierda de la carretera al objeto de ubicar allí armas automáticas que facilitaran el avance de la IV Bandera y del II Tabor de Tetuán a través de las barricadas de la Puerta Trinidad; mientras tanto, como ya se ha dicho, el I Tabor de Tetuán se dirigía sobre las once hacia el norte para ocupar el Castillo, encontrándose con las defensas establecidas entre ambos lugares. Calleja escribe en su obra que «no teniendo el puesto de mando noticias del progresivo movimiento de las tropas de Castejón en el interior, Yagüe mantuvo la orden de asaltar la Brecha de la Muerte». Finalmente, la gran ofensiva, con gran aparato de la artillería y de la aviación, comenzó a las tres de la tarde. Los legionarios y regulares, cantando sus himnos y lanzando sus terroríficos gritos de lucha, se lanzaron entonces desde la barriada de San Roque al asalto en varias oleadas y lograron entrar en la ciudad entre las tres y media y cuatro de la tarde, no por Puerta Trinidad, sino, como se ha dicho, por el cercano ensanche abierto unos años antes para la construcción de una avenida, el lugar conocido dentro de los lugares de la memoria franquista como «Brecha de la Muerte». Y fue precisamente la 16.ª Compañía de la IV Bandera de Vierna, con el blindado del capitán Fuentes Ferrer en cabeza, la que por las características de la zona de la Puerta Trinidad, por la distribución de las defensas y por la referida desorganización, tuvo la misión más absurda y complicada: tomar una puerta de una ciudad que ya había sido ocupada. Posteriormente la lucha continuó por todo el casco urbano a lo largo de la tarde y noche. La última resistencia se concentró en la catedral y fue reducida con enorme violencia. Las calles quedaron sembradas de cadáveres. La acción, base de la leyenda que llega hasta hoy, quedará fijada para siempre por la fantasía del periodista Sánchez del Arco:

 

Noventa hombres de la 16.ª Compañía se lanzaron al asalto, por pelotones que sucesivamente fueron barridos por los rojos. Los legionarios seguían su avance, saltando sobre los caídos, en los labios el Himno del Tercio, para el que escribían una nueva página gloriosa. El capitán, un cabo y catorce legionarios fueron los únicos que alcanzaron la gloria de penetrar en Badajoz, restos de la 16.ª Compañía, encargados de franquear la brecha de la Puerta de la Trinidad.

 

Según el propio cabildo catedralicio el

 

ejército salvador entró glorioso y triunfador en la capital en la tarde del día 14, bajo el mando del teniente coronel Yagüe y el comandante Castejón, que se vieron obligados a bombardear y atacar con nutrido fuego de fusilería el templo Catedral…

 

Como nos ha contado Francisco Pilo, el miliciano que manejaba la ametralladora emplazada en la torre de la catedral, el joven de 23 años Enrique del Amo Montes, presidente de las Juventudes Socialistas, fue arrojado a la plaza desde arriba y murió en el acto. En todo ese tiempo, según señala Asensio, la aviación republicana sólo bombardeó en una ocasión. Luego legionarios y regulares actuaron a su antojo, saquearon casas particulares y todos los comercios del centro de la ciudad, empezando por la calle San Juan, y montaron puestos callejeros donde vendieron desde relojes a máquinas de coser pasando por los tejidos del principal almacén de la ciudad, «La Paloma». Los detalles de esta acción serían conocidos internacionalmente a través de las memorias del impresor sevillano Antonio Bahamonde Sánchez de Castro con motivo de su pase a zona republicana en 1938 después de trabajar al servicio de Queipo. Como se comprenderá, en este contexto, cobra un sentido muy diferente el hecho de que cuando el oficial que mandaba la 16.ª Compañía llegó con sus hombres al centro de la ciudad —un lugar  repleto de moros y legionarios moviéndose entre docenas de cadáveres— enviara un mensaje a Yagüe diciéndole que no necesitaba refuerzos. ¿Para qué había de quererlos? El extrañado sería Yagüe, allí aislado en su puesto de mando, sin noticias de sus hombres y sin entender nada de lo que estaba ocurriendo. Un testimonio oral de un falangista recoge esta situación:

 

Para entonces, nuestras fuerzas ya estaban entrando en Badajoz, en cuyo interior se luchaba. Al cuartel general de la «Huerta de don Victoriano», llegaron diversos partes en los que nuestras fuerzas comunicaban que estaba ardiendo el teatro, o que había muerto el coronel del regimiento, etc. Entonces, serían las 6 o las 7 de la tarde, cuando Yagüe me mandó, en el coche, para que fuese a enterarme de si podía entrar él ya en Badajoz. Vinieron conmigo en el coche mi tío Luis Marzal y un alférez de la Guardia Civil. Llegamos a la brecha de la muralla. En la ciudad proseguía un intenso tiroteo. Marzal y el alférez se apearon y me mandaron con el coche a por Yagüe…

 

Mientras tanto, Tella quedó al cuidado de Mérida y en contacto con Cáceres con el objeto de conservar Navalmoral. Cuando se desarrollaba el ataque contra Badajoz se reaccionó desde Madrid enviando a Mérida una columna de dos trenes —cada uno de cinco unidades— cargados de milicianos con la finalidad de recuperar la ciudad. Habían llegado por la carretera de Madrid (Granja Girbal) con una batería de artillería y aviación intentando ocupar Mérida y fueron rechazados por la I Bandera y por fuerzas del Batallón Argel. La lucha duró desde las diez de la mañana hasta las seis y media.

 

Los republicanos dejaron 25 muertos. Les acompañaban fuerzas de Asalto al mando del capitán Rodríguez Medina. Se dijo, aunque ni tenemos constancia de ello ni parece probable, que ese día se acercó Margarita Nelken a Mérida. De inmediato Tella ordenó que fuesen voladas las vías y permaneciese en Mérida el Tabor que iba a ser enviado a Navalmoral. Más tarde, con sus fuerzas y otras procedentes de Cáceres, logró rechazarlos y les causó numerosas bajas —Sánchez del Arco y la Historia de la Cruzada hablan de 107 muertos— y les hizo prisioneros. Las bajas de la 2.ª Agrupación fueron de un muerto y cinco heridos. Ese mismo día Tella pediría que le fuesen enviados desde Cáceres los guardias civiles de Badajoz que se encontraban allí. A causa de los numerosos grupos de huidos existentes en las cercanías de la ciudad y en la sierras próximas, los servicios ferroviarios de los alrededores de Mérida no serían restablecidos hasta el día 19 de agosto. Contamos con la versión de uno de los que formó parte de la columna republicana, el vecino de Don Benito Emilio Berrocal Rodríguez:

 

En Don Benito prepararon un contraataque para recuperar Mérida. De Ciudad Real, Pozoblanco y Puertollano salió un tren blindado a la manera de la época cargado de los que llamaban los cuervos por vestir todo de negro, de tendencia anarquista. De Don Benito salieron dos camiones con un grupo muy numeroso. … [Pablo Aliseda Olivares, el responsable de milicias] mandó demorar los dos camiones, que llegaron donde se encontraban las fuerzas para intervenir, pero como no teníamos un mando único cada grupo maniobraba a su manera y el resultado fue nulo. … Al anochecer todo el mundo se retiró al tren y Mérida quedó en poder del enemigo por falta de coordinación en la dirección de la operación. Al perder Mérida abordamos Santa Eulalia…

 

Por su parte, la Sección de Información del Ministerio de la Guerra, en el resumen habitual de cada jornada, se limitó a anotar lo siguiente:

 

Una columna enemiga procedente de Mérida con la cooperación de la aviación de Sevilla ha atacado Badajoz. La aviación propia ha contribuido eficazmente a la defensa. La columna leal de Don Benito ha atacado a su vez Mérida, donde los rebeldes se han hecho fuertes y sin que hasta el momento haya noticias del resultado del combate…

 

(continuará)

 

 

[ Fragmento de: Francisco Espinosa Maestre. “La columna de la muerte” ]

 

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