viernes, 25 de noviembre de 2022

 

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NUESTRO MARX

Néstor Kohan

 

[ 043 ]

 

 

PRIMERA PARTE:

Una visión crítica de los usos de Marx

 

 

EL MARX DEL EUROCENTRISMO

(DE LA II INTERNACIONAL A TONI NEGRI)

 

 

Toni Negri y el reciclaje aggiornado del marxismo eurocéntrico

 

Casi una década después de la caída del muro de Berlín, cuando las clásicas lecturas stalinistas y socialdemócratas de la herencia de Karl Marx se encuentran notablemente devaluadas y desprestigiadas en el mundo actual de las ciencias sociales, nuevamente reaparece el intento, sumamente equívoco por cierto, de fundamentar a partir de la apelación a la autoridad de Karl Marx un eurocentrismo reciclado, aggiornado y adaptado a los tiempos contemporáneos. Su principal protagonista es el afamado y renombrado Toni Negri.

 

Pocas veces un teórico y filósofo, con pretensiones de izquierda, ha conquistado en tan poco tiempo tantos lectores a nivel mundial (tal vez Louis Althusser pueda parangonarse con él, pero ni siquiera aquel tuvo tanto éxito mediático). En esta última década Toni Negri ha hecho furor. Imperio, escrito en el cambio de siglo con la colaboración de su discípulo estadounidense Michael Hardt —aunque en esta parte de la investigación nos referiremos sólo a Negri por economía de lenguaje— se ha vuelto de una semana para la otra en incuestionable bestseller. A lo largo de la década la euforia que generó esta obra ha despanzurrado librerías y ha vendido incontables copias. En New York y en París, en Madrid y en Buenos Aires, en Londres y en México DF, en Berlín y en São Paulo, muchos son los que discuten y opinan sobre sus provocativas tesis. El encuentro con Imperio o con sus comentarios (porque las adhesiones y los rechazos viscerales no siempre han venido acompañados de la paciente lectura del texto...) han desatado en poco tiempo las polémicas más crispadas que se recuerden de los últimos tiempos.

 

Ecologistas y marxistas, feministas y economistas neoliberales, posmodernos y postestructuralistas de variado pelaje, todos al unísono, se sienten desafiados e interpelados por Imperio. Este texto genera odio o adhesión inmediata. Rechaza las medias tintas y los matices. Sus lectores no pueden quedar pasivos luego de transitarlo. Su prosa es taxativa y terminante (en este rubro Negri ha aprendido muchísimo de las altanerías y las petulancias que caracterizaron el estilo y las imposturas de su maestro Althusser). Fuerza los argumentos de tal manera que los hace rendir frutos hasta el límite. Siguiendo también en esto a Althusser, los planteos de Negri se proponen invariablemente como tesis, afirman posiciones, dictaminan sentencias. Quizás por eso su texto sea tan provocador y haya generado instantáneamente tanto aleteo en el mundo de las ciencias sociales, la filosofía, la política y la cultura de la última década.

 

Para los grandes medios de comunicación que lo han apoyado, alabado y promocionado hasta el aburrimiento, la figura de Negri adquiere un carácter "inocente" y digerible cuando se subraya su docencia universitaria pero se desdibuja cuando se recuerda que el autor de Imperio fue un militante (no es el caso de Hardt). Para los parámetros ideológicos que manejan estos medios se trata de "salvar a Negri" de sí mismo, a costa de su antigua militancia radical, sacrificando la fuente principal de la que se nutren invariablemente sus controvertidas reflexiones.

 

Desde nuestro punto de vista, Imperio constituye el balance maduro de su agitada biografía política. Sus fórmulas contienen —a veces en forma abierta, otras implícita— el beneficio de inventario que Negri aplica sobre toda su experiencia política italiana anterior. El nexo teórico inmanente entre las propuestas y análisis de Imperio y la biografía de Negri (autor marcado a fuego por la derrota de sus proyectos políticos juveniles) ha sido sistemáticamente ocultado, soslayado, o directamente desconocido, por los grandes medios de comunicación.

 

Entre los numerosos análisis conceptuales que contiene Imperio, al menos en cinco problemáticas podemos detectar la huella indeleble de la trayectoria político-biográfica de su autor:

 

(a) El cuestionamiento de toda "vía nacional" al socialismo (en este ítem se deja sentir la antigua polémica del joven Negri con la dirección del ex PCI —Togliatti a la cabeza— y su propuesta iniciada en 1956 en pos de una "vía nacional al socialismo" que buscaba diferenciarse del modelo soviético promovido por el Partido Comunista de la Unión Soviética -PCUS).

 

(b) El rechazo de todo "compromiso histórico" con el Estado–nación y sus instituciones (aquí emerge al primer plano la polémica de Negri en contra del "compromiso histórico" de 1974 entre la Democracia Cristiana Italiana-DCI y el ex PCI en tiempos del liderazgo de Enrico Berlinguer).

 

(c) El reexamen autocrítico del fabriquismo y el obrerismo (explícitamente mentados a lo largo de Imperio).

 

(d) La actualización de los postulados de la corriente autobautizada como Autonomía (fundamentalmente en el reemplazo de la noción de "obrero social" por el concepto mucho más laxo, genérico e indeterminado de "multitud").

 

(e) La reflexión sobre el fracaso de la confrontación radical con el Estado y la lucha armada posterior al '68 (principalmente en lo que atañe al movimiento de las Brigadas Rojas y las polémicas de Negri con el principal líder de aquellas, el sociólogo de la Universidad de Trento: Renato Curcio).

 

Paradójicamente, ninguna de estas cinco problemáticas son estudiadas ni por sus entusiastas comentadores académicos ni por los promotores periodísticos de Imperio. En la mayoría de los periódicos, se ha tratado apologéticamente a la obra como si fuera la tesis académica de un profesor apolítico o aséptico y no como el pensamiento maduro de un militante derrotado que hace un balance tardío —desde ya polémico, repleto de equívocos y muchas veces errado, desde nuestro punto de vista— a partir de sus propios fracasos políticos y sus propias derrotas de los años '60 y '70.

 

Si Imperio posee un atractivo, éste consiste en haber intentado poner al día la crítica política del capitalismo, la filosofía del sujeto y su (supuesta) crisis postmoderna, la sociología del mundo laboral y la historización de la sociedad moderna occidental; todo al mismo tiempo y en un mismo movimiento holista. Esta pretensión absolutamente totalizante, tan a contramano de las filosofías del fragmento y de lo micro que hasta ayer nomás se encontraban a la moda —y a las que paradójicamente Negri y Hardt tanta pleitesía le han rendido y le siguen rindiendo— constituye uno de los elementos más sugerentes de todo el polémico texto. Después de décadas de pensamiento en migajas y de un desierto de polémicas intelectuales que se asemejó demasiado a la mediocridad, hoy hay sed de ideología. Se palpa, se siente. Imperio pretende llenar ese vacío. Quizás por eso logró tan repentina repercusión a inicios del nuevo siglo y milenio. Al volver a poner en el centro de la escena la necesidad de contar con una "gran teoría" o —en la jerga posmoderna que le gustaba utilizar a Gianni Vattimo antes de su último libro— con "categorías fuertes", que realmente se propongan explicar, ha removido el avispero en las ciencias sociales. No obstante sus tesis erróneas y sus desaciertos políticos o filosóficos.

 

En esta sección de la investigación y en nuestro intento por repensar la obra de Karl Marx desde la actualidad nos proponemos tan sólo presentar algunas hipótesis críticas acerca de Imperio para identificar en la obra núcleos problemáticos y tensiones abiertas que, desde nuestro punto de vista, permanecen irresueltos por su autor y contribuyen a reintalar el corroido eurocentrismo de la socialdemocracia y el stalinismo en el seno de la tradición socialista y en la disputa contemporánea sobre la herencia de Karl Marx.

 

En primer lugar, aunque Negri pretende eludirlo, cuando analiza la globalización, su libro Imperio vuelve a caer en el viejo (y vituperado) determinismo.

 

Por ejemplo, Negri plantea:

 

"Durante las últimas décadas, mientras los regímenes coloniales eran derrocados, y tras el colapso final de las barreras soviéticas al mercado capitalista mundial, se ha producido una irresistible e irreversible globalización de los intercambios económicos y culturales"; "Junto con el mercado global y los circuitos globales de producción ha emergido", agregan Negri y Hardt, "un nuevo orden, una nueva lógica y una nueva estructura de mando —en suma, una nueva forma de soberanía: el Imperio. Este tipo de sociedad que se estaría desarrollando ante nuestro ojos sería el sujeto político que regula efectivamente estos cambios globales, el poder soberano que gobierna al mundo".

 

¿Dónde reside el carácter problemático de estas atribuciones? En que todo el pensamiento político de Negri siempre ha rechazado de plano, en forma categórica y terminante, la corriente filosófica del determinismo. Así lo ha hecho en sus intervenciones juveniles de los '60, en tiempos del obrerismo italiano; en sus teorizaciones de los '70, en defensa del autonomismo; y también en sus textos maduros del segundo exilio en París.

 

En muchos de sus libros anteriores Negri rechaza categóricamente el determinismo y polemiza con él. En ellos sostiene que el desarrollo de la sociedad capitalista no tiene nada que ver con el desarrollo de un organismo natural. En la sociedad capitalista las regularidades sólo expresan el resultado contingente —nunca necesario ni tampoco predeterminado— de los antagonismos sociales y de las intervenciones colectivas de los sujetos enfrentados en esos antagonismos.

 

Para Negri no existen leyes de la sociedad a priori —previas a la experiencia—, ni hay inteligibilidad precedente de los procesos sociales e históricos: sólo hay verdad a posteriori de lo que vino a pasar. En varios de sus polémicos escritos el pensador italiano sostiene que la posición determinista enmascara y encubre el antagonismo y la contradicción. A contramano del determinismo, Negri insiste una y otra vez en que los mecanismos de la acción humana son impredecibles. El resultado de las luchas está siempre abierto. Cada nueva fase de la historia humana no revela entonces ningún destino escrito de antemano. ¡La historia está abierta!

 

Este argumento que atraviesa todos los ensayos filosóficos y políticos de Negri pertenece, seguramente, a lo más brillante, rico y estimulante que produjo este pensador. En él nos convoca a sus lectores a intervenir en la realidad, a no quedarnos pasivos ni dormidos, a incidir sobre la historia.

 

Por lo tanto, la dificultad aparece en el primer plano cuando Imperio comienza sosteniendo como tesis central que la globalización y la constitución del Imperio —en tanto nueva forma de mando del capital a nivel mundial— tienen como características centrales la "irreversibilidad" y sobre todo la "irresistibilidad". Al afirmar esto, el hilo conductor del argumento de Negri cae en una afirmación determinista, contradiciendo el espíritu general que había animado sus publicaciones anteriores. Un argumento que se parece demasiado a los argumentos con que el socialista holandés Van Kol analizaba, desde la II Internacional, la expansión mundial del capitalismo...

 

De manera problemática y hasta contradictoria con toda su producción teórica juvenil, la nueva fase del capitalismo mundial que Negri describe utilizando el concepto de "Imperio" —por oposición a la época de los imperialismos— tendría un carácter ineluctable. En otras palabras: no se puede modificar, no hay vuelta atrás. No hay posibilidad alguna de revertir este proceso y, lo que es más grave: ¡ni siquiera de resistirse a él!

 

En segundo lugar, la visión apologética que Imperio proporciona de la globalización (y su crítica de la teoría de la dependencia) conducen a Negri a ser escandalosamente indulgente con la actual hegemonía mundial de Estados Unidos.

 

Tras la caída de la Unión Soviética y el derrumbe del sistema "socialista real" de Europa del Este, el american way of life se ha generalizado por todo el orbe (como bien ha apuntado Jameson). Los Estados Unidos se han convertido en la principal potencia mundial. Son datos difícilmente cuestionables. Tanto la guerra del golfo pérsico — contra Irak— como la intervención "humanitaria" en Kosovo, pasando por la invasión de Afganistán y las amenazas contra Irán y Corea del Norte, además del doble juego ante el golpe de estado en Honduras, el hostigamiento a Cuba, Venezuela, Bolivia, etc. constituyen pruebas de una supremacía mundial sin parangón en la historia moderna y contemporánea. Lo mismo se podría afirmar de los bombardeos y la reciente intervención militar directa en Colombia (que aumenta y multiplica las incontables bases militares que EEUU posee en América Latina y en otros continentes del mundo). El Pentágono y la Casa Blanca, por ejemplo, se dan el lujo de bombardear la embajada de la República Popular China en la ex Yugoslavia y no sucede absolutamente nada. Algo impensable en los tiempos en que todavía debían disputar en forma tediosa con la Unión Soviética...

 

Sin embargo, a lo largo de Imperio, Negri insiste una y otra vez en que Estados Unidos ya no constituye un país imperialista. Esta tesis va a contramano de los principales teóricos de la política internacional contemporánea, de los más importantes críticos culturales y de las numerosas organizaciones disidentes del "nuevo orden mundial". Pero por sobre todo, va en contra de la evidencia empírica al alcance de cualquiera que no tenga anteojeras.

Provocativamente y contra todos, Negri plantea que:

 

"Muchos ubican a la autoridad última que gobierna el proceso de globalización y del nuevo orden mundial en los Estados Unidos. Los que sostienen esto ven a los Estados Unidos como el líder mundial y única superpotencia, y sus detractores lo denuncian como un opresor imperialista. Ambos puntos de vista se basan en la suposición de que los Estados Unidos se hayan vestido con el manto de poder mundial que las naciones europeas dejaron caer. Si el siglo diecinueve fue un siglo británico, entonces el siglo veinte ha sido un siglo americano; o, realmente, si la modernidad fue europea, entonces la posmodernidad es americana. La crítica más condenatoria que pueden efectuar es que los Estados Unidos están repitiendo las prácticas de los viejos imperialismos europeos, mientras que los proponentes celebran a los Estados Unidos como un líder mundial más eficiente y benevolente, haciendo bien lo que los europeos hicieron mal. Nuestra hipótesis básica, sin embargo, que una nueva forma imperial de soberanía está emergiendo, contradice ambos puntos de vista. Los Estados Unidos no constituyen —e, incluso, ningún Estado—nación puede hoy constituir— el centro de un proyecto imperialista".

 

El eco tardío del "ultraimperialismo" (es decir, postimperialismo) de Karl Kautsky increíblemente vuelve a sonar aquí...

 

¿A quién alude elípticamente Negri cuando, con sorna e ironía, hace referencia a "la crítica más condenatoria a Estados Unidos"? Obviamente a Edward Said, intelectual palestino residente en Nueva York (recientemente fallecido). Said, crítico literario y cultural, constituye uno de los impugnadores más agudos de la política exterior de Estados Unidos en el mundo contemporáneo. En Orientalismo (1978), en Cultura e imperialismo (1993) y en otros de sus excelentes libros, reportajes y entrevistas, Edward Said ha señalado que toda la actual cruzada norteamericana contra el mundo árabe y musulmán no constituye más que una nueva modalidad de la vieja política imperialista y eurocéntrica de las grandes potencias occidentales de dominación sobre sus "áreas de influencia". En esta política imperialista se inscribe su campaña "contra el terrorismo", fundamentada en una retórica "humanitaria" y pretendidamente universalista.

 

Aunque en Imperio Negri alaba a Said como "uno de los más brillantes intelectuales bajo el sello de la teoría poscolonial", rechaza terminantemente su visión antiimperialista del "nuevo orden mundial", agudamente crítica del eurocentrismo. De igual modo que con Said, Negri repite exactamente la misma operación cuando analiza las críticas de Samir Amin e Immanuel Wallerstein al proceso de la llamada globalización. Exactamente lo mismo vale para su superficial descarte de la teoría marxista de la dependencia. En todos estos casos, Negri defiende a capa y espada una concepción del capitalismo contemporáneo donde las categorías de "imperialismo", "metrópoli" y "dependencia" ya no tienen eficacia ni lugar. Bajo un ropaje nuevo y aggiornado vuelve a retomar muchas de las viejas nociones que sobre el orden social mundial mantenía la socialdemocracia de la II Internacional.

 

Negri no acepta la opinión del crítico cultural palestino cuando Said afirma que "las tácticas de los grandes imperialismos europeos que fueron desmantelados tras la primera guerra mundial, están siendo replicadas por los Estados Unidos". ¿Por qué, cuestionando a Edward Said, Negri se niega a aceptar que en el mundo contemporáneo los Estados no son equivalentes o intercambiables? ¿Por qué rechaza con semejante vehemencia las categorías de "metrópoli imperialista" y de "periferia dependiente"? El discurso sustentado en la pareja de categorías "metrópoli imperialista" y "países semicoloniales y dependientes" había sido central en la teoría marxista de la dependencia.

 

Aunque no todos los partidarios de la teoría de la dependencia coincidían entre sí —como muchas veces se afirmó, apresuradamente, desde alguna literatura de divulgación sociológica norteamericana—, sí es cierto que todos llegaban a una conclusión similar. Para ellos el atraso latinoamericano y periférico no resulta una consecuencia de una supuesta falta de capitalismo" sino, por el contrario, un efecto de su abundancia. Es precisamente el capitalismo, entendido como sistema mundial, el encargado de producir una y otra vez —es decir, de reproducir— esa relación de dependencia de la periferia en provecho del desarrollo y la acumulación de capital en los países capitalistas más adelantados.

 

Según esta teoría (por lo menos en la versión marxista de Ruy Mauro Marini), las burguesías de los países capitalistas desarrollados acumulan internamente capital, expropiando la plusvalía excedente de los capitalismos periféricos a partir de la superexplotación de las clases trabajadoras de los pueblos del tercer mundo. De este modo —como también reconoció Ernest Mandel— impiden, obstaculizan o deforman su industrialización…

 

(continuará)

 

 

[ Fragmento de: Néstor KOHAN. “Nuestro Marx” ]

 

*


2 comentarios:

  1. Magnífico Néstor, como siempre. He de reconocer que, equivocadamente o no, Negri nunca suscitó mi interés y que no he leído su 'Imperio', de manera que no puedo opinar sobre el mismo.
    En mi modesta opinión, la trágica caída de la URSS ha sido interpretada por algunos ('posmodernidad' mediante) como la definitiva aniquilación de cualquier oposición al sistema imperante, arrastrando consigo todo cuanto propició su advenimiento. Algo que desemboca, o cristaliza, en 'El Fin de la Historia' proclamado por Fukuyama y que, paradójicamente, a dado lugar a la súbita aparición de "historiadores" de toda laya. No hay método más efectivo para hacer desaparecer la historia que reinventarla continuamente (y de paso hacer caja).

    En fin, una cosa es la autocrítica, que los comunistas hemos practicado hasta despellejarnos, y otra bien distinta la abdicación y destrucción indiscriminada de todo principio, herramienta y memoria.

    Salud y comunismo

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    1. EL REFORMISMO QUE SE PRESUME ‘SIN FIN’, NOS QUIERE VENDER ‘EL FIN’ DE LA HISTORIA. EN VERDAD EL FIN DE LA LUCHA DE CLASES.

      Como bien apunta Kohan, en ‘Imperio’ encontramos: “El eco tardío del "ultraimperialismo" (es decir, postimperialismo) de Karl Kautsky increíblemente vuelve a sonar aquí...”. Es decir, que la ideología reformista y socialdemócrata –sirviéndose de teorías que parecen marxistas, pero sólo lo parecen–, no se da tregua en su particular lucha por vaciar el pensamiento marxista de su genuino fundamento radical, revolucionario.

      Marx: “La coexistencia de dos lados contradictorios, su lucha y su fusión en una nueva categoría constituyen el movimiento dialéctico. El que se plantea el problema de eliminar el lado malo, con ello mismo pone fin de golpe al movimiento dialéctico”.






      Por fortuna no estamos obligados a partir de cero, debido a que hemos recibido, en el terreno de la teoría y de la práctica, una valiosa herencia histórica. Una herencia que debemos estudiar, asimilar y metabolizar con firme criterio subversivo y emancipador. Criterio que sólo puede ser fruto –tenemos que hacer algo por nosotros mismos– de una rigurosa formación teórica y práctica, siempre dinámica, en constante evolución y ligada a una vital y permanente ‘nutrición’ que le permita actualizarse y afinarse.


      Brecht: «El arte no es un espejo para reflejar la realidad, sino un martillo para darle forma».


      Salud y comunismo

      *

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