jueves, 24 de noviembre de 2022

 

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LA COLUMNA DE LA MUERTE

El avance del ejército franquista de Sevilla a Badajoz

 

Francisco Espinosa Maestre

 

[ 022 ]

 

 

2

LA TOMA DE BADAJOZ

 

(…)

 

Milicianos y carabineros: el corazón de la resistencia

 

 

Conocemos mal la organización defensiva elaborada por Puigdengolas, Pero contamos con los testimonios de los militares que habiendo participado en la defensa sobrevivieron a la represión inicial. No obstante, de estos testimonios habrá que tener en cuenta lo que deben al cambio de situación, pues de un día a otro, sus autores, que por circunstancias mayores se habían mantenido fieles a la legalidad, pasaron a ser sospechosos nada menos que de «auxilio a la rebelión». Muchos coincidieron en que el control y la presión vinieron especialmente del coronel Puigdengolas, del comandante Bertomeu, del Capitán De Miguel y de los alféreces Terrón y Borrego. Un caso tipo sería el del capitán Valeriano Lucenqui Pasalodos, reprendido por Puigdengolas y De Miguel por su actitud en el combate de Los Santos —regresó a Badajoz sin aviso previo— y, despreciado por el primero, que lo mandó a casa después de llamarle sinvergüenza, cobarde y traidor, cuatro días antes de la entrada de Yagüe. Lucenqui se presenta ante Castejón el mismo día 14 y lo primero que hace es acusar a De Miguel de obligar a disparar contra la columna. Sabemos, por ejemplo, que a las tres horas del día 14 el coronel Puigdengolas y el comandante Bertomeu se dirigieron al cuartel de Menacho ordenando al teniente Jacinto Ruiz Martín que partiese con la mitad de la Compañía y las ametralladoras hacia la barricada de Correos y Telégrafos, cerca del cuartel de la Bomba, pero al llegar allí una de las ametralladoras se la llevó el capitán De Miguel a la brecha del Matadero y la otra quedó en poder de Puigdengolas. El encargado de un mortero que se envió a San Francisco desapareció y, antes de que Puigdengolas enviara a alguien que lo supliera, los sargentos Frutos y Jiménez ocultaron las granadas en el sótano del quiosco de música. Entonces Ruiz Martín se quitó del medio, sumándose al grupo que desde la Bomba planeaba unirse a Castejón. Preguntado que por qué había accedido a llevar las máquinas, dijo simplemente que ya que no habían matado al coronel y al comandante, había que obedecer. Escondidos en la Bomba son amenazados por el comandante Alonso. Uno de los que estuvo en la Compañía Mixta en la zona del grupo escolar cercano al Instituto Provincial de Higiene, el alférez de regulares de Tetuán Antonio Sánchez Bravo, mantuvo que gracias a que no dispararon pudieron los ocupantes dominar sin problemas las defensas establecidas en la plaza de toros. Sánchez Bravo llegaría a afirmar que participó en la cacería de militares republicanos iniciada tras la ocupación, interviniendo personalmente en la muerte de alguno de ellos. Otros militares mencionan en sus declaraciones a los falangistas Agustín Carande y Pablo Moreno, con quienes contactan en cuanto salen de la cárcel, lugar que a su vez, con el pretexto del ataque sufrido y por reunir ventajas sea cual sea el desenlace, se convierte en centro de concentración de muchos militares que rehuyen el combate y dan el recibimiento a los que entran por la Puerta de Carros.

 

En algún momento del día 13 Puigdengolas decidió organizar su cuartel general en el edificio de Correos, desapareciendo de inmediato los funcionarios responsables del edificio (el jefe de Correos Paulino de Miguel y el de Telégrafos Manuel Expósito). Además del coronel Puigdengolas por allí se vio al capitán De Miguel, al diputado Nicolás de Pablo, al alcalde Madroñero, al teniente coronel Pastor, al albañil y concejal Salvador Sanguino Monsálvez y a un grupo de chóferes entre los que se encontraban Benito Gutiérrez Carrero (San Gabriel, 12), Rafael Borrachero Ponce (Pardaleras), Germán Peña, Ambrosio Monje Guisado, Gervasio García Blanco (encargado del garaje de la plaza de toros en esos días), Federico Berrocal Micharet (entonces chófer de «La Estellesa») y Manuel Mata Alburquerque (calle Abril). Desde allí, entre las ocho y las nueve de la mañana del día 14, iniciarán su fuga las autoridades republicanas utilizando tres coches: el de Benito Gutiérrez Carrero, el de Rafael Borrachero y el de Germán Peña. Una vez llegados hasta los surtidores de gasolina de la cabeza del Puente de Palmas se bajaron todos sus ocupantes, y continuaron a pie por la carretera de la Estación hasta la salida de Campo Mayor, donde les esperaban con sus coches Berrocal y Mata para continuar el viaje a Portugal. Entre los ocupantes se hallaban Ildefonso Puigdengolas, un sargento que vino con él desde Madrid, Guillermo de Miguel, Nicolás de Pablo y Sinforiano Madroñero. Había algunos más pero desconocemos su identidad. Castejón declaró el 18 de agosto al periodista portugués Félix Correia, del Diário de Lisboa, que con Puigdengolas habían huido más de doscientos hombres. También sabemos que el teniente coronel Antonio Pastor Palacios los acompañó hasta la cabeza del puente pero que, por razones que ignoramos, regresó a la ciudad, decisión que se torna aún más incomprensible si se tienen en cuenta las barbaridades que Queipo había estado soltando por el micrófono sobre él, con alusiones a su mujer y a su hija, desde el día siete de agosto. Aunque no pasarán a la historia por esa huida, tan humana por otra parte, es indudable que, como máximos responsables de la resistencia y ajenos al destino del resto, tomaron tal decisión con el solo propósito de salvar la vida. En ese momento previo al ataque final, Badajoz era una ciudad donde sólo permanecían —en número imposible de calcular, pero que debió ser muy inferior a los cinco mil de la leyenda— los defensores. Cientos de vecinos habían escapado desde el comienzo de los bombardeos, otros muchos habían esperado al último momento y un gran número de ellos se ocultaron y protegieron de las bombas y de la lucha en los sótanos de los más sólidos edificios de la ciudad…

 

(continuará)

 

 

[ Fragmento de: Francisco Espinosa Maestre. “La columna de la muerte” ]

 

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