miércoles, 23 de noviembre de 2022

 

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NUESTRO MARX

Néstor Kohan

 

[ 042 ]

 

 

PRIMERA PARTE:

Una visión crítica de los usos de Marx

 

 

EL MARX DEL EUROCENTRISMO

(DE LA II INTERNACIONAL A TONI NEGRI)

 

 

Lenin, la III Internacional y la autodeterminación de las naciones

 

La gran ruptura teórica de este universo cultural brutalmente eurocéntrico y despiadadamente colonialista se produce con la revolución rusa de 1917 y, en paralelo, con el surgimiento de una intelectualidad latinoamericana y tercermundista de vocación leninista que posibilitó la lectura de otro Marx a través de la óptica de la Tercera Internacional. La influencia de la revolución rusa acicatea desde afuera la radicalización interna del movimiento antimperialista en los diversos continentes. A partir de Lenin –como en su época reconocieron Mariátegui en América Latina y Ho Chi Minh en Asia— el socialismo deja de ser un movimiento político exclusivamente de blancos, europeos y de ojos celestes para universalizarse realmente y extenderse por todo el orbe, incluyendo a los pueblos sometidos, coloniales y semicoloniales, del tercer mundo. Su reflexión sobre la autodeterminación de las naciones resulta ampliamente superadora del eurocentrismo de la II Internacional e incluso de cierto cosmopolitismo de algunos marxistas radicales que en el seno de aquella Internacional se oponían a las luchas anticolonialistas y a las guerras de liberación nacional.

 

Tratando de rastrear y encontrar un subsuelo común entre el eurocentrismo altanero y galopante de la II Internacional y la negación tout court del problema nacional en algunos marxistas radicales, Mármora afirma que: "En la base de las coincidencias entre socialimperialismo e izquierda radical había un mal común prácticamente a toda la Internacional [se trata de la II Internacional. N.K.] su eurocentrismo". Según este mismo autor, dentro de la II Internacional, "Sólo los bolcheviques en Rusia lograron mantenerse fieles a la tradición política y científica del marxismo: Lenin rescató del pasado escritos y reflexiones de Marx sobre la cuestión nacional largamente olvidados". Su propuesta defensora del derecho a la autodeterminación de las naciones, de todas las naciones, no sólo de las europeas e imperialistas, rompió definitivamente con el eurocentrismo de sus antecesores.

 

A tal punto la posición de Lenin quiebra el andamiaje eurocéntrico que estructura la ideología oficial en el socialismo de su época que en el primer congreso de la Internacional Comunista el máximo dirigente bolchevique apoya la posición del marxista Roy (seudónimo del revolucionario de la India Manabendrañath Bhatacharya), quien sostiene que la revolución mundial y el derrumbe del capitalismo comenzarían por la pérdida de las colonias conjuntamente con la revolución en las potencias coloniales. Una tesis sumamente hereje si la comparamos con el relato tradicional que vaticinaba el inicio de la transformación social mundial exclusivamente en las metrópolis capitalistas más adelantadas y desarrolladas. En ese mismo congreso Lenin —a contramano de todo el eurocentrismo socialista y supuestamente "marxista"— exigió que se eliminara la palabra "bárbaro" en una resolución que hacía referencia a los soldados nativos de las colonias.

 

Es a partir de estos años cuando en el marxismo europeo se produce, por la onda expansiva del movimiento político anticapitalista y la arrolladora influencia bolchevique, una apertura mental hacia las realidades de lo que se denominó en aquel momento "el mundo colonial y dependiente". Por primera vez se intenta comenzar a estudiar seriamente las formaciones sociales latinoamericanas con el método de Marx. No casualmente, a partir de Lenin y sus discípulos, desaparecen de los escritos marxistas los términos de "bárbaros", "salvajes", " pueblos niños", "pueblos infantiles" y otros lugares comunes de la literatura colonialista que había impregnado hasta ese momento el paradigma dominante en el reformismo de la Internacional Socialista.

 

En América latina la máxima expresión de este nuevo mundo cultural que a nivel mundial se abre en el socialismo marxista a partir de la intervención de Lenin tiene en José Carlos Mariátegui a su mejor exponente. El peruano, principal intelectual marxista de aquella época, no trató de "aplicar" en forma ahistórica y mecánica un "modelo clásico" extraído de Europa occidental, sino por el contrario, de traducir creadoramente desde una perspectiva latinoamericana la teoría de Marx. Su arriesgado y feliz intento de traducción resultó fundacional. Contribuyó a crear de esta manera el marxismo latinoamericano (desde cuyo ángulo intentamos desarrollar y fundamentar esta investigación).

 

El marxista peruano fue precursor y no contó con numerosas compañías, pues si bien su compañero, el revolucionario cubano Julio Antonio Mella, intentó realizar una empresa similar con no poca vocación radical, nunca pudo —desde que volcó en favor de esta última su juvenilismo arielista y radicalizó su antimperialismo visceral— desligarse definitivamente del determinismo de la versión oficial sancionada por Bujarin. Por otro lado, el argentino Aníbal Norberto Ponce, a pesar de haber rastreado y subrayado en Marx la veta humanista —sin ninguna duda, su aporte más brillante y perdurable, detalladamente estudiado e incorporado por el marxismo de Ernesto Che Guevara—, de haber coparticipado en la fundación de la Unión Latinoamericana y de contar con una erudición marxista infinitamente superior a la del cubano y a la del peruano, tuvo dificultades muy serias para cortar definitivamente amarras con la tradición cultural y política de Domingo Faustino Sarmiento. Aun cuando invocara su fervorosa adhesión a la teoría de Marx y Lenin apoyando a la revolución rusa y en su exilio mexicano publicara cinco artículos sobre la cuestión indígena y el problema nacional en los que, de hecho, revisa amargamente su anterior liberalismo sarmientino.

 

De cualquier modo, aun con limitaciones y dificultades, el emprendimiento abierto por Lenin en Europa y por Mariátegui en nuestra América, puso en jaque al eurocentrismo galopante que esta tradición había sufrido en tiempos de la II Internacional.

 

 

 

El stalinismo y el resurgir del eurocentrismo evolucionista

 

Sin embargo, a pesar del descentramiento que Lenin le imprimió a la Internacional Comunista, el eurocentrismo resurgió y retornó a escena. Tras su muerte, en la Tercera Internacional ya stalinizada, los esquemas evolucionistas volvieron a florecer, ahora bajo el manto del etapismo.

 

Abandonando aquella apertura mental impulsada por Lenin en Europa (y por el primer latinoamericanismo antimperialista mariateguiano en América Latina) y retomando al mismo tiempo la tradición "ortodoxa" de la II Internacional, a partir de la muerte de Lenin comenzará a cristalizarse y volverse oficial una interpretación de la teoría de Marx entendida como una doctrina materialista metafísica, de la cual se deduce en el ámbito social una filosofía de la historia universal que se debe "aplicar" ahistórica y mecánicamente a todos los países, incluso a los de la periferia.

 

Habiéndose constituido y consolidado la versión materialista dialéctica como la interpretación "ortodoxa" de la filosofía de Marx y el etapismo evolucionista como la teoría de la historia determinista y fatalista que de ella se deducía, en los países de la periferia El Capital se convirtió, paradójicamente, en el libro de legitimación de las clases dominantes, pues se lo leyó como la confirmación teórica de la necesidad y progresividad del capitalismo tal como se configuró específicamente en Europa occidental.

 

En América Latina la herejía de Mariátegui desarrolló el principal cuestionamiento que en su momento se animó a azuzar la pereza mental de quienes se adscribían respetuosamente a esta lectura. Mariátegui se propuso intentar una apropiación crítica y no colonizada del marxismo desde las condiciones históricamente específicas del subdesarrollo, la dependencia y el mundo capitalista periférico. No casualmente pudo, a partir de la elaboración de uno de los planteos explicativos más originales que se produjeron sobre nuestros países y sociedades, proponer una estrategia política revolucionaria cuyo eje consistía en sostener la necesidad de una sola revolución, de carácter socialista y antimperialista al mismo tiempo —a diferencia de las rígidas "etapas" evolutivas que proponía el stalinista Victorio Codovilla—, cuyo sujeto central fuera el proletariado urbano industrial, el campesinado y las masas populares indígenas. Ligaba de esta manera el problema nacional, la cuestión indígena y el proyecto de la revolución socialista latinoamericana, hasta ese momento rígida y mecánicamente separados. Tampoco resulta contingente que la obra del amauta peruano y su original lectura de Marx recién pudiera superar su olvido y reclusión y se difundiera prolíficamente en nuestro continente a partir de la revolución cubana.

 

Pero Mariátegui también fallece muy joven, en 1930. Desde entonces la hegemonía continental del stalinismo será casi indiscutida durante más de un cuarto de siglo. Su etapismo evolucionista interpretaba a Marx desde una historia universal eurocéntrica y, en consecuencia, cualquier camino político autónomo u original pasa entonces a ser descalificado por la pareja categorial "herejía/heterodoxia".

 

Desde aquel predominio stalinista —continuador obediente del evolucionismo eurocéntrico de la Segunda Internacional— hasta hoy mucha agua ha corrido bajo el puente. En el medio, principalmente desde los años '60 en adelante, las luchas, rebeliones y revoluciones del tercer mundo logran poner en entredicho el cristalizado eurocentrismo supuestamente "marxista". Desde la revolución cubana (y la insurgencia continental que ésta promueve) hasta la revolución vietnamita y china, pasando por las numerosas revueltas africanas, todas, al unísono, ponen en discusión el dogma eurocéntrico de la "carga civilizatoria del hombre blanco" y el evolucionismo etapista centrado en Europa occidental y su prolongación americana, los Estados Unidos.

 

Sin embargo, los relatos legitimantes de la hegemonía euro-norte-americana no desaparecen del horizonte. Por el contrario, tras las derrotas de muchas insurgencias, revoluciones y rebeliones durante los años '70 y '80, el discurso teórico de las ciencias sociales vuelve a retomar —¡otra vez en nombre de Karl Marx!— el hilo momentáneamente perdido de la socialdemocracia y el stalinismo.

 

De todos esos relatos, seleccionaremos y recordaremos uno altamente significativo, el de Toni Negri, quizás el más difundido en nuestra década…

 

(continuará)

 

 

[ Fragmento de: Néstor KOHAN. “Nuestro Marx” ]

 

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