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Karl Marx / “Miseria de la filosofía 1846-47”
[ 006 ]
3. APLICACIÓN DE LA LEY DE PROPORCIONALIDAD DE LOS VALORES
a] La moneda
“El oro y la plata son las primeras mercancías cuyo valor llegó a ser constituido". Por lo tanto, el oro y la plata son las primeras aplicaciones del "valor constituido". . . por Proudhon. Y como Proudhon constituye los valores de los productos determinándolos por la cantidad comparativa del trabajo fijado en ellos, lo único que le quedaba era demostrar que las variaciones experimentadas por el valor del oro y de la plata se explican siempre por las variaciones del tiempo de trabajo necesario para producirlos. Pero a Proudhon ni siquiera se le ocurre esto. Habla del oro y de la plata como dinero y no como mercancía.
Toda su lógica, si de lógica puede hablarse, consiste en escamotear la cualidad que tienen el oro y la plata de servir de moneda, en provecho de todas las mercancías que poseen la cualidad de ser evaluadas mediante el tiempo de trabajo. Naturalmente, en este escamoteo hay más ingenuidad que malicia.
Como el valor de un producto útil se mide por el tiempo de trabajo necesario para producirlo, siempre puede ser aceptado a cambio. Testimonio de ello, exclama Proudhon, son el oro y la plata que reúnen las condiciones requeridas de "intercambiabilidad". Por lo tanto, el oro y la plata son el valor que ha alcanzado estado de constitución, son la asimilación de la idea de Proudhon. No puede ser más afortunado en la elección de su ejemplo. El oro y la plata, además de su cualidad de ser una mercancía cuyo valor se determina, como el de cualquier otra, por el tiempo de trabajo, tiene la cualidad de ser medio universal de cambio, es decir, de ser dinero. Por eso al tomar el oro y la plata como una aplicación del "valor constituido" por el tiempo de trabajo, nada más fácil que demostrar que toda mercancía cuyo valor sea constituido por el tiempo de trabajo será siempre susceptible de cambio, será dinero.
En el espíritu de Proudhon surge una cuestión muy simple. ¿Por qué tienen el oro y la plata el privilegio de ser el tipo del "valor constituido"?
La función particular que el uso ha asignado a los metales preciosos de servir de medio para el comercio es puramente convencional, y cualquier otra mercancía podría cumplir este cometido, con menos comodidad tal vez, pero de una manera igualmente auténtica: así lo reconocen los economistas, que citan más de un ejemplo de esta naturaleza. ¿Cuál es, pues, la razón de esta preferencia generalmente acordada a los metales, y cómo se explica esta especialidad de funciones de la moneda, sin par en la economía política?... ¿Es posible restablecer la serie de la que el dinero parece haber sido separado y, por consiguiente, reducir éste a su verdadero principio?.
Al plantear la cuestión en estos términos, Proudhon presupone ya el dinero. La primera cuestión que debiera haberse planteado Proudhon es saber por qué en los intercambios, tal como están constituidos actualmente, ha habido que individualizar, por decirlo así, el valor intercambiable creando un medio especial de intercambio. El dinero no es un objeto, es una relación social. ¿Por qué la relación expresada por el dinero es una relación de la producción, al igual que cualquier otra relación económica, tal como la división del trabajo, etc.? Si Proudhon hubiese tenido idea clara de esta relación, no le habría parecido el dinero una excepción, un miembro separado de una serie desconocida o por encontrar.
Habría reconocido, por el contrario, que esta relación es un eslabón y que, como tal, está íntimamente ligado a toda la cadena de las demás relaciones económicas, así como que esta relación corresponde a un modo de producción determinado, ni más ni menos que el intercambio individual. Pero ¿qué hace él ? Comienza por separar el dinero del conjunto del modo de producción actual, para luego hacer de él el primer miembro de una serie imaginaria, de una serie por encontrar.
Una vez admitida la necesidad de un medio particular de intercambio, es decir, la necesidad del dinero, no queda sino explicar por qué esta función particular ha sido reservada al oro y la plata, y no a otra mercancía cualquiera. Ésta es una cuestión secundaria, cuya explicación no hay que buscar en el encadenamiento de las relaciones de producción sino en las cualidades específicas inherentes al oro y a la plata como materia. Si los economistas en este caso "se han lanzado fuera del dominio de la ciencia, si han hecho física, mecánica, historia, etc.", como les reprocha Proudhon, no han hecho sino lo que debían hacer. La cuestión no pertenece al dominio de la economía política. "Lo que no ha visto ni comprendido ninguno de los economistas —dice Proudhon— es la razón económica que ha determinado, en favor de los metales preciosos, el privilegio que disfrutan".
Proudhon ha visto, comprendido y legado a la posteridad la razón económica que nadie —no sin fundamento— había visto ni comprendido.
Ahora bien, lo que nadie ha observado es que, de todas las mercancías, el oro y la plata son las primeras cuyo valor llegó a ser constituido. En el período patriarcal, el oro y la plata son todavía objeto de comercio y se cambian en lingotes, pero ya con una tendencia visible a la dominación y con una marcada preferencia. Poco a poco los soberanos se apoderan de ellos y les estampan su cuño; y de esta consagración soberana nace el dinero, es decir, la mercancía por excelencia, la mercancía que, en medio de todas las perturbaciones del comercio, conserva un valor proporcional determinado y es aceptado en todos los pagos... El rasgo distintivo del oro y de la plata consiste, lo repito, en que gracias a sus propiedades metálicas, a las dificultades de su producción y, sobre todo, a la intervención de la autoridad pública, adquirieron muy pronto, como mercancías, firmeza y autenticidad.
Afirmar que, de todas las mercancías, el oro y la plata son las primeras cuyo valor llegó a ser constituido, es afirmar, como se desprende de lo ya dicho, que el oro y la plata fueron los primeros en convertirse en dinero. He aquí la gran revelación de Proudhon, he aquí la verdad que nadie había descubierto antes que él.
Si con esto ha querido decir Proudhon que el tiempo necesario para la obtención del oro y la plata ha sido conocido antes que el tiempo de producción de todas las demás mercancías, ésta sería otra de las suposiciones con las que tanto le gusta agasajar a sus lectores. Si quisiéramos atenernos a esta erudición patriarcal, diríamos a Proudhon que en primer lugar fue conocido el tiempo necesario para producir los objetos de primera necesidad, tales como el hierro, etc. No hablemos ya del arco clásico de Adam Smith.
Pero, después de todo esto, ¿cómo puede hablar todavía Proudhon de la constitución de un valor, puesto que ningún valor se ha constituido jamás solo? El valor se constituye, no por el tiempo necesario para crear un solo producto, sino en proporción a la cantidad de todos los demás productos que pueden ser creados durante el mismo tiempo. Por lo tanto, la constitución del valor del oro y de la plata supone la constitución ya dada del valor de multitud de otros productos.
Por consiguiente, no es la mercancía la que, en forma de oro y plata, ha alcanzado el estado de "valor constituido", sino que el "valor constituido" de Proudhon ha alcanzado, en forma de oro y plata, el estado de dinero.
Examinemos ahora más de cerca las razones económicas que, según Proudhon, han dado al oro y la plata, antes que a todos los demás productos, la ventaja de ser erigidos en dinero, pasando por el estado constitutivo del valor.
Estas razones económicas son: la "tendencia visible a la dominación", la "marcada preferencia" ya en "el periodo patriarcal" y otras circunlocuciones de este mismo hecho que no hacen sino aumentar la dificultad, ya que multiplican el hecho multiplicando los incidentes que Proudhon aduce para explicarlo. Pero Proudhon no ha agotado aún todas las pretendidas razones económicas. He aquí una de fuerza soberana, irresistible: "De la consagración soberana nace el dinero: los soberanos se apoderan del oro y la plata y les estampan su cuño."
¡Así, pues, la arbitrariedad de los soberanos es, para Proudhon, la razón suprema en economía política!
Verdaderamente, hay que ignorar en absoluto la historia para no saber que, en todos los tiempos, los soberanos se han tenido que someter a las condiciones económicas, sin poder dictarles nunca su ley. Tanto la legislación política como la civil no hacen más que expresar y protocolizar las exigencias de las relaciones económicas.
¿Fue el soberano el que se apoderó del oro y de la plata para hacer de ellos los medios universales de intercambio estampándoles su cuño, o por el contrario fueron estos medios universales de intercambio los que se apoderaron más bien del soberano obligándole a imprimirles su sello y a darles una consagración política?
El sello que se estampó y se estampa en la plata no expresa su valor sino su peso. La firmeza y la autenticidad de que habla Proudhon no se refieren sino a la ley de la moneda, y esta ley indica cuánto metal puro contiene un trozo de plata amonedada. "El único valor intrínseco de un marco de plata —dice Voltaire con el buen sentido que le caracteriza— es un marco de plata, media libra de plata de ocho onzas de peso.
“Sólo el peso y la ley crean este valor intrínseco" (Voltaire, Systeme de Law). Pero sigue sin resolver esta cuestión: ¿Cuánto vale una onza de oro y de plata? Si un casimir de los almacenes Grand Colbert ostenta la Marca de fábrica: "pura lana", esta marca de fábrica no nos dice nada acerca del valor del casimir. Quedará por averiguar cuánto vale la lana.
Felipe I, rey de Francia —dice Proudhon— agregó a la libra tornesa de Carlomagno un tercio de aleación, imaginándose que, teniendo el monopolio de acuñar moneda, podía hacer lo que hace todo comerciante que posee el monopolio de un producto. ¿Qué representaba en realidad esta alteración de las monedas tan reprochada a Felipe y a sus sucesores? Un razonamiento muy justo desde el punto de vista de la rutina comercial, pero muy falso desde el punto de vista de la ciencia económica:
puesto que el valor se regula por la oferta y la demanda, se puede elevar la estimación y, por lo tanto, el valor de las cosas, bien creando una escasez ficticia, bien acaparando la fabricación, y esto es tan verdad del oro y la plata como del trigo, el vino, el aceite, el tabaco. Sin embargo, en cuanto se sospechó el fraude de Felipe, su moneda quedó reducida a su justo valor y él perdió todo lo que esperaba ganar a costa de sus súbditos. Idéntica suerte corrieron todas las demás tentativas análogas.
En primer lugar, se ha demostrado ya muchas veces que, si el soberano se decide a alterar la moneda, es él quien sale perdiendo. Lo que gana una vez con la primera emisión, lo pierde luego cada vez que las monedas falsas retornan a él en forma de impuestos, etc. Pero Felipe y sus sucesores supieron resguardarse más o menos de esta pérdida porque, después de poner en circulación la moneda alterada, ordenaron inmediatamente una refundición general de monedas de cuño antiguo.
Por lo demás, si Felipe I hubiese razonado efectivamente como Proudhon, no habría razonado "desde el punto de vista comercial". Ni Felipe I ni Proudhon dan pruebas de genio mercantil imaginándose que el valor del oro, igual que el valor de cualquier otra mercancía, puede ser alterado por la sola razón de que su valor se determina por la relación entre la oferta y la demanda.
Si el rey Felipe hubiera ordenado que un tonel de trigo se llamara en adelante dos toneles de trigo, el rey habría sido un estafador. Habría engañado a todos los rentistas, a todos cuantos tuvieran que recibir cien toneles de trigo; habría sido la causa de que todas estas gentes, en lugar de recibir cien toneles de trigo, hubieran recibido sólo cincuenta. Supóngase que el rey debiera a alguien cien toneles de trigo; no habría tenido que pagar más que cincuenta. Pero en el comercio los cien toneles de trigo de ninguna manera habrían valido más de cincuenta. Cambiando el nombre no se cambia la cosa. La cantidad de trigo, como objeto de oferta o como objeto de demanda, no disminuirá ni aumentará por el mero cambio de nombre.
Por lo tanto, puesto que la relación entre la oferta y la demanda no cambia a pesar de esta alteración de nombres, el precio del trigo no sufrirá ninguna alteración real. Al hablar de la oferta y la demanda de las cosas, no se habla de la oferta y la demanda del nombre de las cosas. Felipe I no creaba el oro o la plata, como dice Proudhon; sólo creaba el nombre de las monedas. Háganse pasar los casimires franceses por casimires asiáticos y es posible que se engañe a un comprador o dos; pero en cuanto sea conocido el fraude, el precio de los supuestos casimires asiáticos descenderá hasta el precio de los casimires franceses. Dando una falsa etiqueta al oro y a la plata, el rey Felipe I sólo podía engañar mientras el fraude no fuera descubierto. Como cualquier otro tendero, engañaba a sus clientes dando una falsa calificación a la mercancía, pero esto sólo podía durar cierto tiempo. Tarde o temprano debía sufrir el rigor de las leyes comerciales. ¿Es esto lo que Proudhon quería demostrar? No. Según él es el soberano, y no el comercio, el que da al dinero su valor. ¿Y qué ha demostrado en realidad? Que el comercio es más soberano que el propio soberano. Si el soberano ordena que un marco se convierta en dos marcos, el comercio dirá siempre que estos dos marcos nuevos no valen más que uno de los antiguos.
Pero esto no hace avanzar ni un paso la cuestión del valor determinado. por la cantidad de trabajo. Queda por resolver si el valor de estos dos marcos, convertidos de nuevo en un marco de los antiguos, es determinado por los gastos de producción o por la ley de la oferta y la demanda.
Proudhon continúa: "Hay que señalar que si, en lugar de alterar las monedas, hubiese podido el rey duplicar su masa, el valor de cambio del oro y de la plata habría bajado inmediatamente a la mitad, por esta misma razón de la proporcionalidad y del equilibrio".
Si es justa esta opinión, que Proudhon comparte con los demás economistas, constituye una prueba en favor de su doctrina de la oferta y la demanda, pero de ningún modo en favor de la proporcionalidad de Proudhon. Porque, cualquiera que sea la cantidad de trabajo fijado en la masa duplicada de oro y de plata, su valor bajaría a la mitad por la simple razón de que la demanda sería la misma mientras que la oferta se habría doblado. ¿O bien es que, esta vez, "la ley de proporcionalidad" coincidiría por casualidad con la ley tan desdeñada de la oferta y la demanda? Esta justa proporcionalidad de Proudhon es en efecto tan elástica, se presta a tantas variaciones, combinaciones y cambios, que bien puede coincidir alguna vez con la relación entre la oferta y la demanda.
Asignar "a toda mercancía la capacidad de ser aceptable en el intercambio si no de hecho, al menos de derecho", fundándose para ello en el papel que desempeñan el oro y la plata, significa no comprender este papel. El oro y la plata no son aceptables de derecho sino porque lo son de hecho, y lo son de hecho porque la organización actual de la producción necesita un medio universal de intercambio. El derecho no es más que el reconocimiento oficial del hecho.
Hemos visto que el ejemplo del dinero como aplicación del valor que ha alcanzado el estado de constitución sólo ha sido elegido por Proudhon para hacer pasar de contrabando toda su doctrina de la intercambiabilidad, es decir, para demostrar que toda mercancía evaluada según su costo de producción debe convertirse en dinero. Todo esto estaría muy bien, a no ser por el inconveniente de que, de todas las mercancías, precisamente el oro y la plata son, como dinero, las únicas que no se determinan por su costo de producción; y esto es tan cierto, que en la circulación pueden ser remplazadas por el papel. Mientras se observe una cierta proporción entre las necesidades de la circulación y la cantidad de moneda emitida, ya sea en papel, en oro, en platino, o en cobre, no puede plantearse la cuestión de observar una proporción entre el valor intrínseco (el costo de producción) y el valor nominal del dinero. Sin duda, en el comercio internacional, el dinero, como toda otra mercancía, es determinado por el tiempo de trabajo. Pero esto ocurre porque, en el comercio internacional, hasta el oro y la plata son medios de intercambio como producto y no como dinero, es decir, el oro y la plata pierden los rasgos de "firmeza y autenticidad", de "consagración soberana" que constituyen, según la opinión de Proudhon, su carácter específico. Ricardo ha comprendido tan bien esta verdad, que después de haber basado todo su sistema en el valor determinado por el tiempo de trabajo y después de haber dicho que "el oro y la plata, como todas las demás mercancías, no tienen valor sino en proporción a la cantidad de trabajo necesario para producirlos y hacerlos llegar al mercado", agrega, sin embargo, que el valor del dinero no se determina por el tiempo de trabajo fijado en su materia, sino solamente por la ley de la oferta y la demanda.
Aunque el papel moneda no tiene ningún valor intrínseco, sin embargo, si se limita la cantidad, su valor intercambiable puede ser tan grande como el valor del dinero metálico de la misma denominación o como el del metal contenido en este dinero. Con arreglo a este mismo principio, es decir, limitando la cantidad de dinero, las monedas desgastadas pueden circular por el mismo valor que tendrían si su peso y su ley fuesen los legítimos, y no según el valor intrínseco del metal puro que contengan. He aquí por qué en la historia de las monedas inglesas nos encontramos con que nuestro numerario nunca se ha depreciado en la misma proporción en que se ha alterado su calidad. La razón consiste en que jamás se ha multiplicado en proporción a su depreciación.
He aquí lo que observa J.-B. Say a propósito de este pasaje de Ricardo: "Este ejemplo debería bastar, creo yo, para convencer al autor de que la base de todo valor no es la cantidad de trabajo necesario para producir una mercancía, sino la necesidad que se tiene de ella, confrontada con su escasez".
Así pues, el dinero, que en opinión de Ricardo no es ya un valor determinado por el tiempo de trabajo, y que a causa de esto J.-B. Say toma como ejemplo a fin de convencer a Ricardo de que tampoco los demás valores pueden ser determinados por el tiempo de trabajo, el dinero, repito, que J.-B. Say toma como ejemplo de un valor determinado exclusivamente por la oferta y la demanda, es según Proudhon el ejemplo por excelencia de la aplicación del valor constituido... por el tiempo de trabajo.
Para terminar, si el dinero no es un "valor constituido" por el tiempo de trabajo, menos aún puede tener algo de común con la justa "proporcionalidad" de Proudhon. El oro y la plata son siempre intercambiables, porque tienen la función particular de servir como medio universal de intercambio, y de ningún modo porque existan en una cantidad proporcional al conjunto de riquezas; o mejor dicho, son siempre proporcionales por ser las únicas mercancías que sirven de dinero, de medio universal de intercambio, cualquiera que sea su cantidad con relación al conjunto de riquezas. "El dinero en circulación nunca puede ser lo bastante abundante como para resultar superfluo: pues si se le baja el valor, aumentará en la misma proporción la cantidad, y aumentando su valor disminuirá la cantidad".
"¡Qué embrollo el de la economía política!", prorrumpe Proudhon.
"¡Maldito oro!, exclama graciosamente un comunista [por boca de Proudhon] . Con la misma razón podría decirse: ¡Maldito trigo, malditas viñas, malditas ovejas!, pues, al igual que el oro y la plata, todo valor comercial debe llegar a su exacta y rigurosa determinación".
La idea de atribuir a las ovejas y a las viñas las propiedades del dinero no es nueva. En Francia, pertenece al siglo de Luis XIV. En esta época; cuando el dinero comenzó a alcanzar su omnipotencia, alzábanse quejas a propósito de la depreciación de todas las demás mercancías y las gentes ansiaban con vehemencia que llegara el momento en que "todo valor comercial" pudiese llegar a su exacta y rigurosa determinación, convirtiéndose a su vez en dinero. He aquí lo que encontramos ya en Boisguillebert, uno de los más antiguos economistas de Francia: "Entonces el dinero, gracias a esta irrupción de innumerables competidores representados por las propias mercancías restablecidas en sus justos valores, será situado en sus límites naturales" (Boisguillebert, Wissertatión.. en): Économistes financiers du XVIIIe siécle, ed. Daire, p. 422).
Como se ve, las primeras ilusiones de la burguesía son también las últimas...
( continuará )
[Fragmento de: Karl MARX. “Miseria de la filosofia”]
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La historia del capitalismo es la historia exhaustiva de la prostitución.
ResponderEliminarSalud y comunismo
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Es cierto, como decía Marx, el capitalismo son relaciones: de explotación, dominio, dependencia… trabajadores que independientemente de su voluntad se ven obligados a comerciar con lo único que poseen, su cuerpo y su mente, o sea con su fuerza de trabajo…
ResponderEliminarSalud y comunismo
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