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SOCIALISMO
por Fernando Martínez Heredia
( y 3 )
(…) El concepto de transición socialista está más referido al movimiento histórico, mientras el de socialismo resulta más «fijo»; entiendo que eso ayuda a discernir las ventajas de cada uno para el análisis teórico y para el análisis de las experiencias. Además, el ámbito de la transición socialista abarca toda la época entre el capitalismo y el comunismo, por lo que facilita la recuperación de este último concepto.
Socialismo es ciertamente una noción más inclusiva que comunismo, lo cual ha facilitado que pueda pensarse desde él un arco muy amplio de situaciones y posibilidades no capitalistas.
Pero al ser su sentido verdadero la creación de una sociedad cuya base y despliegue son opuestos y diferentes al capitalismo, el socialismo necesita de la noción de comunismo, por dos razones. Una, la dimensión más trascendente, el objetivo –la utopía, incluso– de las ideas y los movimientos socialistas es el comunismo, una propuesta que no está atada a la coyuntura, la táctica, la estrategia de cada caso y momento, pero sirve para reconocer o promover actitudes, y para fijar el rumbo. La segunda, el referente comunista es útil para la recuperación de la memoria histórica de más de siglo y medio de ideas, sentimientos y acciones revolucionarias, y también lo es para pensar desde otro punto de partida ético y epistemológico los grandes temas de la transición socialista.
V. Dos concepciones del socialismo
Entre tantos problemas que porta el concepto de socialismo, he seleccionado solo algunos para esta exposición.
La vertiente interpretativa del marxismo originario que privilegió la determinación de los procesos sociales por la dimensión económica fue la más influyente a lo largo de las experiencias socialistas del siglo XX. Entre sus corolarios teóricos fueron centrales los de la «obligada correspondencia entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción», la cuantificación «técnico-material» de las bases de la «construcción del socialismo» y la supuesta ley de «satisfacción creciente de las necesidades». La llamada Economía Política del Socialismo llegó a codificar en un verdadero catecismo estos y otros preceptos de mayor o menor generalidad. Pero el tema del desarrollo, que floreció y tuvo un gran auge a escala mundial entre los años cincuenta y ochenta del siglo XX, replanteó la cuestión, al pensar la relación entre socialismo y desarrollo desde la situación y los problemas de los países que se liberaban en el llamado Tercer Mundo.
Entre polémicas y aportes, se avanzó en el conocimiento del formidable obstáculo al desarrollo constituido por el sistema imperialista mundial, el neocolonialismo y el llamado subdesarrollo.
En cuanto a la relación desarrollo — socialismo, la concepción que aplicaba los principios citados entendió que el primero debía preceder al segundo, es decir, que el desarrollo de la «base económica» sería la base del socialismo. Fidel Castro y Che Guevara estuvieron entre los opuestos a esas ideas, desde la experiencia cubana y como parte de una concepción teórica de la revolución socialista que articulaba la lucha en cada país, la especificidad del Tercer Mundo y el carácter mundial e internacionalista del proceso.[7] Guevara desarrolló un análisis crítico del socialismo de la URSS y su campo, y de su producción teórica, como parte de una posición teórica socialista basada en una filosofía marxista de la praxis, y en experiencias en curso.
Ha habido dos maneras diferentes de entender el socialismo en el mundo del siglo XX.
Ellas han estado muy relacionadas entre sí, solían reclamarse del mismo origen teórico y no siempre han sido excluyentes. Expongo, sin embargo, los rasgos principales que permiten afirmar que se trata de dos entidades distintas.
La primera es un socialismo que pretende cambiar totalmente el sistema de relaciones económicas, mediante la racionalización de los procesos de producción y de trabajo, la eliminación del lucro, un crecimiento sostenido de las riquezas y la satisfacción creciente de las necesidades de la población. Se propone eliminar el carácter contradictorio del progreso, cumplir lo que considera el sentido de la historia y consumar la obra de la civilización y el ideal de la modernidad. Su material cultural previo han sido tres siglos de pensamiento avanzado europeo, que aportaron los conceptos, las ideas acerca de las instituciones guardianas de la libertad y la equidad, y la fuente de creencias cívicas de Occidente. Este socialismo propone consumar la promesa incumplida de la modernidad a través de la introducción de la justicia social y la armonía universal. Su consecución necesita un gran desarrollo económico y debe liberar a los trabajadores hasta tal punto que la economía dejaría de ser medida por el tiempo de trabajo. Bajo este socialismo, la democracia sería puesta en práctica a un grado muy superior a lo logrado por el capitalismo, e incluso a sus proyectos más radicales. Libertades individuales completas, garantizadas, instituciones intermedias, contrapesos, control ciudadano, extinción progresiva de los poderes. En una palabra, toda la democracia y toda la propuesta comunista de una asociación de productores libres. Su presupuesto es que al capitalismo no le es posible racionalmente la realización de aquellos fines tan altos: solo el socialismo puede hacerlos realidad.
La otra manera de entender el socialismo ha sido la de conquistar en un país la liberación nacional y social derrocando al poder establecido y creando un nuevo poder, ponerle fin al régimen de explotación capitalista y su sistema de propiedad, eliminar la opresión y abatir la miseria, y efectuar una gran redistribución de las riquezas y de la justicia. Sus prácticas tienen otros puntos de partida. Sus logros fundamentales son el respeto a la integridad y la dignidad humana, la obtención de alimentación, servicios de salud y educación, empleo y demás condiciones de una calidad de la vida decente para todos, y la implantación de la prioridad de los derechos de las mayorías y de las premisas de la igualdad efectiva de las personas, más allá de su ubicación social, género, raza y edad. Garantiza su orden social y cierto grado de desarrollo económico y social mediante un poder muy fuerte y una organización revolucionaria al servicio de la causa, honestidad administrativa, centralización de los recursos y su asignación a los fines económicos y sociales seleccionados o urgentes, búsqueda de relaciones económicas internacionales menos injustas, y planes de desarrollo.
Este socialismo debe recorrer un duro y largo camino en cuanto a garantizar la satisfacción de necesidades básicas, la resistencia eficaz frente a sus enemigos y a las agresiones y los atractivos del capitalismo, y el enfrentamiento a las graves insuficiencias emergentes del llamado subdesarrollo y de los defectos de su propio régimen. Al mismo tiempo que realiza todas esas tareas –y no después–, debe crear instituciones, normas y hábitos democráticos, y un estado de derecho. En realidad, está obligado a crear una nueva cultura diferente y opuesta a la del capitalismo.
En el ambiente del primer socialismo se privilegia la significación burguesa del Estado, la nación y el nacionalismo: se les condena como instituciones de la dominación y la manipulación.
En el ambiente del segundo, la liberación nacional y la plena soberanía tienen un peso crucial, porque la acción y el pensamiento socialistas han debido derrotar al binomio dominante nativo-extranjero, liberar las relaciones sociales y las subjetividades de sus colonizaciones, y arrebatarle a la burguesía el control del nacionalismo y el patriotismo. Para el segundo socialismo, es vital combinar con éxito las tareas y las ansias de justicia social con las de libertad y autodeterminación nacional. El poder del Estado le es indispensable, sus funciones aumentan fuertemente y su imagen crece mucho, a veces hasta grados desmesurados.
Las profundas diferencias existentes entre el socialismo elaborado en regiones del mundo desarrollado y el producido en el mundo que fue avasallado por la expansión mundial del capitalismo han conducido durante el siglo XX a grandes desaciertos teóricos y políticos, y a graves desencuentros prácticos.
La explotación del trabajo asalariado y la misión del proletariado tienen lugares prioritarios en la ideología del primer socialismo; para el segundo, lo central son las reivindicaciones de todos los oprimidos, explotados, marginados o humillados. Este es otro lugar de tensiones ideológicas, contradicciones y conflictos políticos entre las dos vertientes, en la comprensión del socialismo y en establecer sus campos de influencia, con una larga historia de confusiones, dogmatismos, adaptaciones e híbridos. Es cierto que las construcciones intelectuales influidas por la centralidad de la explotación capitalista y de la actuación proletaria han contribuido sensiblemente a la asunción del necesario carácter anticapitalista de las luchas de las clases oprimidas en gran parte del mundo colonizado y neocolonizado. Pero para el segundo modo de socialismo, la participación decidida y el cambio profundo de las vidas de las mayorías es lo fundamental. No puede esperar, cualquiera que sea el criterio que se tenga sobre las estructuras sociales y los procedimientos utilizados para transformarlas, o los debates que con toda razón se produzcan acerca de los riesgos implicados en cada posición. Y esto es así, porque la fuerza de este tipo de revolución socialista no está en una racionalidad que se cumple, sino en potenciales humanos que se desatan.
La libertad social –pongo el acento en «social»– es priorizada en este socialismo, como una conquista obtenida por los propios participantes, más que las libertades individuales y la trama lograda de un estado de derecho. Es una libertad que se goza, o que le hace exigencias y presiona a su propio poder revolucionario, y es la que genera mejores autovaloraciones y más expectativas ciudadanas. La legitimidad del poder está ligada a su origen revolucionario, a un gran pacto social de redistribución de las riquezas y las oportunidades que está en la base de la vida política, y a las capacidades que demuestre ese poder en campos diversos, como son encarnar el espíritu libertario que se ha dejado encuadrar por él, guiarse por la ética revolucionaria y por principios de equidad en el ejercicio del gobierno, mantener el rumbo y defender el proyecto.
El segundo modo de socialismo no puede despreciar el esfuerzo civilizatorio como un objetivo que sería inferior a su proyecto liberador.
Una de sus primeras grandes misiones es proporcionar alimentación, ropa, zapatos, paz, empleo, seguridad social, atención de salud e instrucción a todos, pero enseguida todos quieren leer diarios, y hasta libros, y en cuanto se enteran de que existe el internet, quieren navegar en él. Se levantan formidables contradicciones ligadas íntimamente a las expectativas de la población y al propio desarrollo de esta sociedad. Cito solo algunas. La disciplina capitalista del trabajo es abominada mucho antes de que una cultura productiva y una alta conciencia del papel social del trabajo se vuelvan capaces de sustituirla. La humanización del trabajo y el auge de la calificación de las mayorías no son respaldadas suficientemente por los niveles técnicos, las tecnologías y la organización de los procesos con que se cuenta. Los frutos del trabajo empleado, el tesón y sacrificios conscientes y el uso planeado de recursos pueden reducirse mucho por las inmensas desventajas del país en las relaciones económicas internacionales.
Los individuos son impactados en sus subjetividades por un mundo de modernizaciones que cambian sus concepciones, necesidades y deseos, pero están dedicados conscientemente a labores cuya retribución personal es más bien indirecta y de origen impersonal, y no es necesariamente justa respecto a la calidad y la especialización del trabajo realizado.
El sistema puede aparecer frente a ellos entonces como un poder externo, dispensador de beneficios y dueño del timón de la sociedad, a la que conduce con benévolo arbitrio. La cultura «moderna» capitalista implica también economía dineraria e individualismo exacerbado, y cada uno debe vivir en soledad la competencia, los premios o castigos, el interés y el afán de lucro, el éxito o el fracaso. A pesar de las abismales diferencias que han creado y desarrollado, las sociedades que viven en el segundo modo de socialismo no pueden evitar que algunos de esos rasgos estén presentes en ellas. La mundialización del incremento de las expectativas –entre otras tendencias homogeneizadoras que no puedo tratar aquí– es muy rápida hoy, y constituye un arma de la guerra cultural mundial imperialista.
La transición socialista de los países pobres devela entonces lo que a primera vista parecería una paradoja: el socialismo que está a su alcance y el proyecto que pretende realizar están obligados a ir mucho más allá que el cumplimiento de los ideales de la razón y la modernidad, y de entrada deben moverse en otro terreno.
Su viabilidad y su camino le exigen negar que la nueva sociedad sea el resultado de la evolución del capitalismo, negar la ilusión de que la sola expropiación de los instrumentos del capitalismo permitirá construir una sociedad que lo «supere» y negarse a «cumplir etapas intermedias» supuestamente «anteriores» al socialismo. Es decir, a este socialismo le es ineludible trabajar por la creación de una nueva concepción de la vida y del mundo, al mismo tiempo que se empeña en cumplir con sus prácticas más inmediatas, en medio de graves escaseces y adversarios formidables.
VI. Necesidades y problemas actuales de la creación del socialismo
Y entonces aparece también otra cuestión principal.
Del mismo modo que todas las revoluciones anticapitalistas triunfantes desde fines de los años cuarenta del siglo XX sucedieron en el llamado Tercer Mundo, es decir, fuera de los países con mayor desarrollo económico –sin hacer caso de la doctrina que postulaba lo contrario–, el socialismo factible no depende de la evolución progresiva del crecimiento de las fuerzas productivas, su «correspondencia con las relaciones de producción» y un desarrollo social que sea consecuencia del económico, sino de un cambio radical de perspectiva.
La transición socialista se enfrenta aquí a un doble enemigo. Uno es la persistencia de relaciones mercantiles a escala internacional y nacional, que tiende a perpetuar los papeles de las naciones y los individuos basados en el lucro, la ventaja, el egoísmo y el individualismo, y sus consensos sociales acerca de la economía, el dinero, el consumo y el poder. El otro es la insuficiencia de capacidades de las personas, relaciones e instituciones, resultante de la sociedad preexistente, para realizar las grandes y complejas tareas necesarias. El subdesarrollo tiende a producir un socialismo subdesarrollado; el mercantilismo, un socialismo mercantilizado. Las combinaciones de ambos son capaces de producir frutos peores. Es forzoso que en este tipo de transición socialista las «leyes de la economía» no sean determinantes; al contrario, la dimensión económica debe ser gobernada por el poder revolucionario, y este debe constituir una conjunción de fuerzas sociales y políticas unificadas por un proyecto de liberación humana.
Es preciso calificar desde esa perspectiva los factores necesarios para emprender la transición socialista y avanzar en ella, y manejarlos de manera apropiada. Brindo ejemplos.
Derribar los límites de lo posible resulta un factor fundamental, y que se torne un fenómeno masivo la confianza en que no existen límites para la acción transformadora consciente y organizada. Dentro de lo posible se consiguen modernizaciones, pero la transición que se conforma con ellas solo obtiene al final modernizaciones de la dominación y nuevas integraciones al capitalismo mundial. Los procesos educativos tampoco se pueden «corresponder» con el nivel de la economía: deben ser, precisamente, muy superiores a ella y muy creativos.
Esta educación socialista no se propone formar individuos para obedecer a un sistema de dominación e interiorizar sus valores; al contrario, debe ser un territorio antiautoritario al mismo tiempo que un vehículo de asunción de capacidades y de concientización; la educación está obligada a ser superior a las condiciones de reproducción de la sociedad, precisamente porque debe ser creadora de nuevas fuerzas para avanzar más lejos en el proceso de liberación.
Sintetizo preguntas sobre cuestiones principales.
¿El desarrollo económico es un presupuesto del socialismo, o el socialismo es un presupuesto de lo que hasta ahora hemos llamado desarrollo económico? ¿Qué objetivos puede y debe tener realmente la «economía» de los regímenes de transición socialista? ¿Qué crítica socialista del desarrollo económico es necesaria en este siglo XXI? ¿Cómo puede una posición ambientalista socialista manejar con efectividad la conflictividad de las relaciones con los recursos y el medio natural? En otro campo de preguntas: ¿A través de la profundización de la democracia se marcha hacia el socialismo, o a través del crecimiento del socialismo se marcha hacia la profundización de la democracia? ¿Cómo pasar de la dictadura revolucionaria que abre caminos a la liberación humana, a formas cada vez más democráticas, que con sus nuevos contenidos y procedimientos aseguren la preservación, continuidad y profundización de aquellos caminos y la evitación del retroceso hacia nuevos sistemas de dominación? ¿Cómo evitar que el subdesarrollo, las relaciones mercantiles, el burocratismo, los enemigos externos, tejan la red en la cual el proceso sea atrapado y progresivamente desmontado? ¿Cómo lograr y asegurar que la transición socialista incluya sucesivas revoluciones en la revolución?
No quisiera terminar sin expresar mi posición, a la vez que reconocer la difícil situación en que se encuentran el ideal socialista y su concepto, en la coyuntura actual, aunque en la América Latina reciente ha ganado terreno y está participando en los nuevos procesos. A escala mundial, la palabra socialismo se utiliza poco, incluso en medios sociales avanzados; algunos prefieren aludir a su contenido sin mencionarla expresamente, sobre todo cuando quieren ser persuasivos. Una pregunta pertinente es: ¿Qué tiene que ver hoy el socialismo con nosotros? Opino que la única alternativa práctica al capitalismo realmente existente es el socialismo, y no la desaparición o el «mejoramiento» de lo que llaman globalización, que suele ser una vaga referencia al grado en que el capitalismo transnacional y parasitario ejerce su dominación en el mundo contemporáneo.
Tampoco considero una alternativa suficiente el fin del neoliberalismo, palabra que hoy sirve para describir determinadas políticas económicas y la principal forma ideológica que adopta el gran capitalismo. Esos conceptos no son inocentes, el lenguaje nunca lo es. Cuando se acepta que «la globalización es inevitable» se está ayudando a escamotear la conciencia de las formas actuales de la explotación y la dominación imperialista, es decir, el punto a que ha llegado en su larga historia de mundializaciones, en una gama de modalidades que va del pillaje abierto a los dominios sutiles. A la vez, se le da categoría de fenómeno natural a una despiadada forma histórica de aplastar a las mayorías, como si se tratara del clima.
En su guerra cultural mundial, el capitalismo intenta imponerle a todos –incluidos sus críticos– un lenguaje que condena a los pensamientos posibles a permanecer bajo su dominación.
El rechazo al neoliberalismo expresa un avance muy importante de la conciencia social, y puede ser una instancia unificadora para acciones sociales y políticas. Pero el capitalismo es mucho más abarcador que el neoliberalismo. Incluye todas las ventajas «no liberales» que obtiene de su sistema de expoliación y opresión económica, sus poderes sobre el Estado, la política, la escuela, la información y la formación de opinión pública y una parte de los gustos, del neocolonialismo, de sus instrumentos internacionales, su legalidad y sus supuestas luchas contra el terrorismo, el narcotráfico y la corrupción. Es por su propia naturaleza que este sistema resulta funesto para la mayoría de la población del planeta y para el planeta mismo, y no por sus supuestas aberraciones, una malformación que puede ser extirpada o un error que pueda enmendarse.
El capitalismo ha llegado a un momento de su desarrollo en que desenvuelve todas sus capacidades con un alcance mundial, pero su esencia sigue siendo la obtención de su ganancia y el afán de lucro, la dominación, explotación, opresión, marginalización o exclusión de la mayoría de las personas, la conversión de todo en mercancía, la depredación del medio, la guerra y todas las formas de violencia que le sirven para su sistema económico y para imponerse, o para dividir y contraponer a los dominados entre sí. Lo más grave es el carácter parasitario de su tipo de expansión, centralización y dominación económica actual, y el dominio de Estados Unidos sobre el sistema.
Ellos están cerrando las oportunidades a la competencia y la iniciativa que eran inherentes al capitalismo, y a su capacidad de emplear a las personas; están vaciando de contenido su democracia y liquidando su propio neocolonialismo. Le cierran las oportunidades de satisfacer sus necesidades básicas a más de la cuarta parte de la población mundial, y a la mayoría de los países el ejercicio de su soberanía plena, de vida económica y social propia y de proyectos nacionales.
Es cierto que en la fase final del siglo XX se reunieron numerosas derrotas de causas populares, el fracaso de una gran parte de los intentos de desarrollo y el fin de la bipolaridad. El capitalismo pareció más poderoso e intangible que nunca, pero en realidad porta grandes debilidades y está acumulando elementos en su contra. El mayor potencial adverso a su dominación es la enorme cultura acumulada de experiencias de contiendas sociales y políticas –y de avances obtenidos por la Humanidad–, cultura de resistencias y rebeldías que fomenta identidades, ideas y conciencia, y deja planteadas inconformidades y exigencias formidables y urgentes. Todo eso favorece la opción de sentir, necesitar, pensar y luchar por avances y creaciones nuevas.
Los principales enemigos internos de las experiencias fallidas de transición socialista han sido la incapacidad de ir formando campos culturales propios, diferentes, opuestos y superiores a la cultura del capitalismo –y no solamente opuestos–, y la recaída progresiva de esas experiencias en modos capitalistas de reproducción de la vida social y la dominación. Mientras, el sistema desplegó su paradoja: lograr un colosal y muy cautivador dominio cultural, y al mismo tiempo ser cada vez más centralizado y más excluyente, producir monstruosidades y monstruos, ahogar sus propios ideales en un mar de sangre y lodo, y perder su capacidad de promesa, que fue tan atractiva. Por eso trata hoy de consumar el escamoteo de todo ideal y toda trascendencia, y reducir los tiempos al presente, sin pasado ni futuro, para impedirnos recuperar la memoria y formular los nuevos proyectos, esas dos armas tan poderosas.
Solo podrá salvar a la humanidad la eliminación de ese poder, un trabajo creador, abarcador y muy prolongado contra la pervivencia de su naturaleza, y una política sistemática y eficaz de recuperación del medio en que vivimos.
La única propuesta capaz de impulsar tareas tan ineludibles y prodigiosas es el socialismo.
Pero esta afirmación del socialismo es una postulación que debe enfrentarse a un fuerte grupo de preguntas y desafíos. El socialismo, ¿es una opción realizable, es viable? ¿Puede vivir y persistir en ciertos países o regiones, sin controlar los centros económicos del mundo? ¿Es un régimen político y de propiedad, y una forma de distribución de riquezas, o está obligado a desarrollar una nueva cultura, diferente, opuesta y más humana que la cultura del capitalismo? Por su historia, ¿no está incluido también el socialismo en el fracaso de las ideas y las prácticas «modernas» que se propusieron perfeccionar a las sociedades y las personas?
No hay que olvidar ni disimular ninguno de esos desafíos, precisamente para darle un suelo firme a la idea socialista, sacarle provecho a sus experiencias y tener más posibilidades de realizarla.
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