domingo, 28 de diciembre de 2025

 

1389

 

LA LUCHA DE CLASES

Domenico Losurdo

 

(48)

 

 

 

VI

Paso al sureste. Cuestión nacional y lucha de clases

 

 


 

«Lucha de razas» y lucha de clases en Stalingrado

         La cuestión nacional y colonial acaba haciendo irrupción en la propia Europa, y es allí (en la parte central y oriental del continente) donde se manifiesta de un modo más brutal. Ya conocemos la tradición de pensamiento que en el siglo XIX apunta al expansionismo colonial como la solución de la cuestión social. Hitler sigue esta tradición y se propone crear en Europa oriental un imperio colonial de tipo continental, particularmente en los inmensos espacios de Rusia donde, después de la revolución bolchevique, según el criterio casi unánime de las elites occidentales, ha vuelto la barbarie. Es allí donde Alemania quiere llevar la civilización con una colonización enérgica y despiadada.

        

La continuidad con Rhodes salta a la vista. Leamos Mein Kampf. la conquista económica de nuevos mercados no puede reemplazar de ninguna manera a la expansión colonial; solo esta puede evitar una «industrialización ilimitada y dañina», con el consiguiente «debilitamiento del estamento agrícola», el aumento de la «masa del proletariado urbano» y la irrupción de una «laceración política de mercados no puede reemplazar de ninguna manera a la expansión colonial; solo esta puede evitar una «industrialización ilimitada y dañina», con el consiguiente «debilitamiento del estamento agrícola», el aumento de la «masa del proletariado urbano» y la irrupción de una «laceración política de las clases» sociales; sin la «adquisición de nuevas tierras» ni siquiera el mayor «desarrollo económico» sería capaz de alcanzar su objetivo, que ante todo requiere desactivar el conflicto social y la lucha de clases en la madre patria y metrópoli capitalista. «[Antes] en el campo no podía haber cuestión social» porque aún no se había producido la «separación entre trabajadores asalariados y empleador» (Hitler); y solo es posible suprimir esta separación con una expansión colonial y territorial que permita convertir a los proletarios en agricultores y terratenientes. Se trata de escoger entre «política de la tierra y las colonias y política comercial»; para devolver la salud al organismo social hay que reducir la importancia de «la industria y el comercio»; inspirándose en el modelo norteamericano, es preciso aplicar «una sana política de la tierra mediante la adquisición de nuevos territorios en la propia Europa» (Hitler 1939).

        

Antes incluso de la conquista del poder, los nazis se sirven principalmente de la revista Volk und Raum para difundir la tesis de que la expansión de Alemania hacia el este también servirá para lograr la «desproletarización» (Enttproletarisierung) del pueblo alemán (en Hildebrand 1969). Más tarde, en plena guerra contra la Unión Soviética, el Tercer Reich teoriza, con Heinrich Himmler, el «socialismo de la buena sangre» que debería garantizar la tierra y la seguridad social a los colonos germánicos y arios merced a una reducción en número y esclavización de los «indígenas». El «imperialismo social», que se había asomado claramente por primera vez con Disraeli y después había expresado con gran eficacia Rhodes, llega a su apogeo.

        

 

Ahora podemos comprender el significado del Tercer Reich. En 1935 la Internacional Comunista ya lo ha comprendido: el fascismo (del Tercer Reich y del Imperio del Son Naciente) se propone «esclavizar a los pueblos débiles», desencadenar una «guerra imperialista de rapiña» contra la Unión Soviética y «esclavizar» China (Dimitrov). En nuestros días se ha señalado acertadamente que «la guerra de Hitler por el Lebensraum fue la mayor guerra colonial de la historia» (Olusoga, Erichsen 2011); es una guerra que pretende reducir pueblos enteros a una masa de esclavos o semiesclavos al servicio de la presunta raza de los señores. El 27 de enero de 1932, en un discurso a los industriales de Düsseldorf (y de Alemania) que se granjeó definitivamente su respaldo para alcanzar el poder, Hitler aclara su visión de la historia y la política. Durante todo el siglo XIX «los pueblos blancos» habían alcanzado una posición de dominio indiscutible, que se inició con la conquista de América y prosperó gracias al «sentimiento señorial absoluto e innato de la raza blanca». El bolchevismo, al poner en cuestión el sistema colonial y provocar o agravar la «confusión del pensamiento blanco europeo», es un peligro mortal para la civilización. Si se quiere conjurar esta amenaza hay que ratificar «la convicción de la superioridad y por lo tanto del derecho [superior] de la raza blanca», defender «la posición de dominio de la raza blanca sobre el resto del mundo»: he aquí, claramente enunciado, un programa de contrarrevolución colonialista y esclavista. Si se quiere afianzar el dominio planetario de la raza blanca hay que aprender la lección que nos da la historia del expansionismo colonial de Occidente: no vacilar en recurrir a «la falta de escrúpulos más brutal», se impone «el ejercicio de un derecho señorial (Herrenrecht) sumamente brutal». ¿Qué es este «derecho señorial sumamente brutal» sino una sustancial esclavitud? En julio de 1942 Hitler da las siguientes instrucciones para la colonización de la Unión Soviética y Europa oriental:

        

 

Los eslavos tienen que trabajar para nosotros. Si ya no los necesitamos, dejemos entonces que mueran [...]. La instrucción es peligrosa. Basta con que sepan contar hasta cien. Solo se permite la instrucción que nos proporcione peones útiles [...]. Nosotros somos los amos (en Piper 2005).

        

En sus discursos reservados y no destinados al público, Himmler habla claramente de esclavitud: hay una absoluta necesidad de «esclavos de raza extranjera» (fremdvölkische Sklaven) ante los cuales la «raza de los señores» (Herrenrasse) nunca debe perder su «aura señorial» (Herrentum), y con los que de ningún modo debe mezclarse o confundirse.

 

“Si no colmamos nuestros campos de trabajo de esclavos —en esta sala puedo definir las cosas con claridad—, de obreros-esclavos que construyan nuestras ciudades, nuestros pueblos, nuestras granjas, sin reparar en pérdidas», el plan de colonización y germanización de los territorios conquistados en Europa oriental no podrá llevarse a cabo.”

 

El Tercer Reich se propone ejercer una trata de esclavos en mucho menos tiempo y por lo tanto con métodos más brutales que la trata de esclavos propiamente dicha (Mazower 2009).

        

 

Este plan, que implica la reducción a condiciones de esclavitud o semiesclavitud no solo del proletariado sino de naciones enteras, es a lo que se enfrenta el nuevo poder soviético. Se perfila ya en el horizonte la «Gran Guerra Patriótica» que alcanza su momento más crucial y más épico en Stalingrado. La lucha de un pueblo entero por zafarse del destino de esclavización al que ha sido condenado bien puede llamarse lucha de clases; pero es una lucha de clases que asume la forma de guerra de resistencia nacional y anticolonial.

        

 

Lo mismo se puede decir de un país como Polonia. Como en la Unión Soviética, aquí el Tercer Reich también se propone liquidar en bloque a la intelectualidad, a los sectores sociales capaces de organizar la vida social y política, de mantener viva la conciencia nacional y la continuidad histórica de la nación; de este modo los países sometidos, las nuevas colonias, podrán proporcionar fuerza de trabajo en gran cantidad sin que nadie entorpezca ese proceso. En la URSS un elemento de la intelectualidad por aniquilar son los comunistas, mientras que en Polonia el clero católico desempeña una función especial; y los dos países tienen en común la presencia de judíos, que según Hitler son intelectuales incurablemente subversivos, de modo que con ellos la única solución es la «final». Son estas las condiciones para crear en Europa central y oriental las Indias alemanas, una reserva inagotable de tierra, materias primas y esclavos al servicio de la raza de los señores. La lucha contra este imperio, basado en una división internacional del trabajo que prevé la vuelta a la esclavitud apenas disimulada, la lucha contra esta contrarrevolución colonialista y esclavista, es una lucha de clases por excelencia.

        

 

Muy distinta es la argumentación del historiador inglés a quien ya conocemos y que refuta a Marx en estos términos: el XX no fue «el siglo de la lucha de clases», el Tercer Reich desencadenó la guerra en el este como «gran guerra racial» (por usar la expresión de Göring), de modo que «las divisiones étnicas» resultaron «más importantes que las presuntas hostilidades entre proletariado y burguesía» (Ferguson 2006). No cabe duda, también Himmler describe y celebra la campaña contra la URSS como «una lucha de razas primitiva, originaria, natural». A su vez, Hitler, aunque acaba aliándose con los «amarillos» japoneses, pretende ser el adalid de la raza blanca. Hasta el extremo que la España conquistada por Franco es para él una España que vuelve a estar «en manos blancas», a pesar de que a la victoria hayan contribuido de manera importante las tropas coloniales marroquíes (Hitler). Pero, si esta clave de lectura es válida, deberíamos leer como enfrentamientos exclusivamente étnicos o raciales todos los conflictos internacionales, desde las guerras coloniales hasta las guerras mundiales, desde la guerra de la independencia de Estados Unidos hasta las guerras italianas del Risorgimento. En 1883, con la publicación de La lucha de razas, Gumplowicz se contrapone a Marx y a la teoría de la lucha de clases; de un modo parecido argumenta uno de los historiadores más aplaudidos de nuestro tiempo…

 

(continuará)

 

 

 

[ Fragmento de: Domenico Losurdo. “La lucha de clases” ]

 

**

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por comentar