1343
STALIN,
HISTORIA Y CRÍTICA DE UNA LEYENDA NEGRA.
Domenico Losurdo.
( 19 )
LOS BOLCHEVIQUES, DEL CONFLICTO
IDEOLÓGICO A LA GUERRA CIVIL
Conspiración, infiltración en el aparato estatal y «lenguaje esópico»
El revolucionario exiliado no renuncia a sus proyectos. ¿De que manera intenta realizarlos? Escribe Malaparte:
Los actos de sabotaje en las vías de ferrocarril, en las centrales eléctricas, en las líneas telefónicas, en los telégrafos, aumentan cada día. Los agentes de Trotsky se deslizan por todas partes. Trasteando en los engranajes de la organización técnica del Estado, provocan de cuándo en cuándo la parálisis parcial de los organismos más delicados. Son las escaramuzas previas a la insurrección.
¿Se trata sólo de fantasías o de mera propaganda del régimen? El libro aquí citado, tras ser publicado, circula ampliamente en Europa y las tesis contenidas en él no parecen suscitar sonrisas irónicas o gritos de escándalo. Como para el «terrorismo», también respecto al «sabotaje» es necesario no perder de vista la historia peculiar de Rusia. En 1908 tanto los magnates del petróleo como Stalin habían condenado repetidas veces, con motivaciones obviamente diferentes, la tendencia de ciertos sectores de la clase obrera a impulsar sus reivindicaciones recurriendo al «terrorismo económico». Pese a subrayar que la causa primera de este fenómeno era la explotación capitalista, el dirigente bolchevique había saludado «la última resolución de los huelguistas de la [fábrica] Mirzoiev, dirigida contra los incendios y los asesinatos "económicos"», contra «las viejas tendencias terroristas» y anárquicas. ¿A comienzos de los años treinta esta tradición se ha disuelto completamente o continúa manifestándose en nuevas formas? En todo caso a quienes hemos visto atesorar esta tradición son las Guardias Blancas. ¿Y la oposición de izquierda?
Al menos los proyectos de «insurrección» que menciona Malaparte encuentran una importante confirmación. El biógrafo de Trotsky se refiere así a la actitud que su héroe continúa asumiendo en el exilio: «Los consejos son simples: los opositores deben dotarse de una sólida formación; militar con seriedad y conciencia en el partido, y una vez que hayan sido expulsados, en las organizaciones proletarias y soviéticas en general, remitiéndose siempre a la Internacional». Se revuelve aquí contra el poder soviético la tradición conspirativa que había contribuido poderosamente a su establecimiento.
En ¿Qué hacer? Lenin había subrayado con fuerza: nosotros los revolucionarios «tendremos que ocuparnos con la máxima atención de la propaganda y de la agitación entre los soldados y los oficiales, de la creación de "organizaciones militares" pertenecientes a nuestro partido». Tomando nota de tal lección, la oposición organiza una red clandestina que presta particular atención al aparato militar en sentido estricto. Su atormentado proceso de formación hacía más fácil la tarea de infiltración. Lo que ocurre en el momento de constituirse la Cheká, la primera policía política de la Rusia soviética, es significativo. El 6 de julio de 1918 un atentado se cobra la vida del embajador alemán en Moscú: el responsable es Iakov G. Blumkin, un socialista revolucionario que pretende protestar contra el tratado de Brest-Litovsk y volver a someterlo a discusión: cuando el jefe de la Cheká, Félix E. Dherzhinsky, se dirige a la embajada alemana en Moscú para presentar las excusas del gobierno soviético, es informado de que los perpetradores del atentado se habían presentado con credenciales de la Cheká. Para confirmar la verdad se dirige al cuartel general de esta institución, donde es sin embargo arrestado por «chekistas disidentes», ellos mismos militantes o próximos al partido de los socialistas revolucionarios. Ulteriormente liberado por la Guardia Roja, Dherzhinsky procede después a la depuración de la policía política a la ejecución de los responsables de la conspiración y amotinamiento. En conclusión, las víctimas de la primera «purga» son chekistas, aunque formen parte de la oposición.
El protagonista del atentado consigue huir, pero no por esto desaparece de escena: «Trotsky reconoció públicamente, a finales de 1929, haber recibido la visita de Blumkin, todavía agente de los servicios de información del Ejército rojo». Lev Sedov, hijo y colaborador de Trotsky, intentó hacer creer que se habría tratado de algo casual; sin embargo un documento conservado en Stanford «muestra que los contactos de Trotsky con Blumkin no nacen de un encuentro fortuito, sino de un vínculo organizado con la URSS»; en este contexto «el agente secreto desempeñaba evidentemente un papel importante». Será este vínculo el que empuje a Stalin «a ordenar el fusilamiento de Blumkin».
Como puede verse, «los agentes» de la oposición «asoman por todas partes». Incluso «en la GPU» se refugia durante cierto tiempo un «pequeño núcleo de fieles a Trotsky». Según un historiador estadounidense contemporáneo, es posible que desempeñase el papel de doble agente el mismo Genrij G. Yagoda, que dirigió la primera fase del Gran terror, antes de verse él también engullido. Por los testimonios de militantes antiestalinistas se sabe que «algunas octavillas [de la oposición] han sido publicadas en la imprenta tipográfica de la GPU»; puede comprobarse que hay «tensiones permanentes en el aparato [estatal] terrorista de [la] Rusia» soviética.
La infiltración se hace más fácil aún por las tímidas aperturas del régimen. Al llamar a la lucha contra la «dictadura burocrática», Trotsky subraya que «la nueva Constitución ofrece al mismo tiempo una trinchera semilegal para combatirla». Se la combate todavía mejor camuflándose, ocultando la intención de minar y derrocar al poder. Es un punto sobre el que el líder de la oposición no deja lugar a dudas: «El trabajo de corrosión exige tales precauciones conspirativas»; es necesario «observar en la lucha [...] las reglas de la conspiración». Y además:
La lucha mortal no es concebible sin astucias de guerra, en otras palabras: sin mentiras y engaños. ¿Pueden quizás los proletarios alemanes evitar engañar a la policía de Hitler? ¿Faltarían los bolcheviques soviéticos a su ética engañando a la GPU? De nuevo la tradición conspirativa bolchevique se vuelve contra el régimen surgido de la revolución. En 1920 Lenin había llamado la atención de los revolucionarios sobre «la obligación de combinar las formas ilegales de lucha con sus formas legales, con la participación obligatoria en el parlamento más reaccionario y en un cierto número de otras instituciones sometidas a leyes reaccionarias». Y no es todo: los revolucionarios deben saber «afrontar todos los sacrificios y -en caso de necesidad- recurrir también a todas las astucias, a todos los trucos, a los métodos ilegales, silenciar y ocultar la verdad con objeto de penetrar en los sindicatos, permanecer en ellos y realizar allí, cueste lo que cueste, una labor comunista». Es precisamente así como se comporta la oposición respecto a las instituciones y las organizaciones políticas y sociales del odiado régimen «termidoriano».
Los conspiradores se atienen a una precisa regla de conducta: Hacen autocrítica, reconocen sus "errores" y son a menudo transferidos. Aquellos a los que la prensa estalinista llama «hombres de dos caras» o también «la fracción izquierda-derecha», intentan desde ese mismo momento establecer contactos que les permitirían ensanchar el frente de resistencia a la política de Stalin. Por este camino, se encuentran con otros grupos... Se entiende ahora la obsesión por la "doble medida", la obsesión que Kruschov reprocha a Stalin.
Mientras tanto, con el abandono de la NEP se ha consumado la ruptura con Bujarin. A propósito de la actitud asumida por este último puede resultar interesante leer el testimonio de Humbert-Droz, dirigente de la Komintern, expulsado del partido comunista suizo en 1942 por sus diferencias con Stalin.
En un viaje a la I Conferencia de los sindicatos revolucionarios de América Latina, en la primavera de 1929 se encuentra con Bujarin y tiene una reunión con él, que recuerda con estas palabras: «Me puso al corriente de los contactos emprendidos por su grupo con la fracción Zinoviev-Kamenev para coordinar la lucha contra el poder de Stalin», una lucha que preveía recurrir también al «terrorismo individual» cuyo objetivo central «era eliminar a Stalin» y, para ser claros, «eliminarlo físicamente». Tres años después es otro representante de la "derecha", Martemjan N. Riutin, el que redirige y hace circular un documento que pasa de mano en mano y que etiqueta a Stalin como un «provocador» del que es necesario desembarazarse, recurriendo acaso al tiranicidio. Cuando Bujarin plantea sus planes, Humbert-Droz le objeta que «la introducción del terrorismo individual en las luchas políticas nacidas de la Revolución rusa corría el riesgo de volverse contra aquellos que lo utilizaran», pero Bujarin no se deja impresionar. Por otro lado, difícilmente podía tener efecto la objeción apenas citada en un hombre que ya -tal y cómo él mismo revela confidencialmente en 1936- es presa de un «odio» profundo hacia Stalin, de hecho el odio «absoluto» que se reserva para un «demonio».
Mientras se expresa así en privado, Bujarin dirige el órgano del gobierno soviético Izvestija. ¿Se trata de una clamorosa incoherencia? No lo es desde el punto de vista del dirigente bolchevique, que continúa alternando trabajo legal e ilegal, con el fin de derrocar un régimen, siguiendo otra indicación de Lenin, que a tales alturas le parecía odioso. En referencia a la Rusia zarista, podemos leer en ¿Qué hacer? que:
En un país autocrático, donde la prensa está totalmente subyugada, en una época de reacción política despiadada, que reprime también la más mínima muestra de descontento y de protesta política, la teoría del marxismo revolucionario se abre camino de repente, en la prensa censurada, expresándose en un lenguaje esópico, pero comprensible a todos los "interesados".
Es precisamente así como Bujarin utiliza la tribuna del gobierno soviético. La condena del «Estado total omnipotente», fundado en la «ciega disciplina», en la «obediencia jesuítica», en la «glorificación del "Jefe"» finge hacer referencia solamente a la Alemania hitleriana, pero en realidad apunta también a la URSS. El «lenguaje esópico» recomendado por Lenin se hace inmediatamente transparente, cuando la denuncia refiere al «provincianismo cruel e inculto». Es claramente el retrato que la oposición ofrece de Stalin. Hemos visto a Trotsky hablar de él como de un «pequeño provinciano», y en los coloquios a puerta cerrada es el mismo Bujarin el que expresa su desdén por un dirigente que ha sucedido a Lenin, pese a ignorar completamente las lenguas extranjeras. Deteniéndose en la eficacia desplegada en la Rusia zarista por el mensaje revolucionario expresado en «lenguaje esópico», ¿Qué hacer? prosigue así:
Antes de que el gobierno hubiese reparado en ello, antes de que el pesado ejército de censores y de policías hubiese descubierto al nuevo enemigo y se le echase encima, no pasó poco tiempo [...]. Y durante este tiempo se publicaron, una tras otra, obras marxistas, empezaron a publicarse revistas y periódicos marxistas; todo el mundo, como por contagio, se hacía marxista; a los marxistas se les halagaba, se les lisonjeaba; los editores estaban entusiasmados por la extraordinaria rapidez con que se vendían los libros marxistas.
Bujarin y la oposición esperaban que un fenómeno similar hubiese creado un clima favorable al derrocamiento de Stalin. Pero éste había leído también el ¿Que hacer? y conocía bien las reglas bolcheviques de conspiración. En conclusión: asistimos a una guerra civil prolongada. La red clandestina se reorganiza o intenta reorganizarse pese a las sucesivas oleadas de una represión que se va haciendo cada vez más despiadada. Por decirlo con palabras de una militante activa de la lucha contra Stalin:
«Pese a que fuera pisada y aniquilada, la oposición sobrevivió y creció; en el ejército, en la administración, en el partido, en las ciudades y en el campo cada oleada terrorista [del régimen estalinista] suscitó un movimiento de resistencia».
El grupo dirigente bolchevique se vio entonces quebrado por un pulso que se hace sin excluir golpes y que, al menos en los cálculos y esperanzas de los enemigos de Stalin, de un momento a otro puede implicar de manera abierta y generalizada a todo el país. Mientras la oposición se remite a la lección de Lenin y a la tradición conspiradora del bolchevismo para tejer sus planes en la sombra, este doble juego suscita la indignación del poder soviético, que identifica en los falsos amigos al enemigo más peligroso y resbaladizo: la tragedia va camino de su desenlace…
(continuará)
[ Fragmento de: Domenico Losurdo. “Stalin, historia y crítica de una leyenda negra” ]
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