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DE LA DECADENCIA DE LA POLÍTICA EN EL CAPITALISMO TERMINAL
Andrés Piqueras
(34)
PARTE II
Del in-politicismo teórico-práctico
¿QUÉ TAN “AUTOMÁTICO” ES EL SUJETO? EL VALOR Y LA POLÍTICA
Primer punto sobre el que conviene dejar constancia aquí: todo lo que pasa en las sociedades humanas depende en última instancia de seres humanos. Cualquier forma organizacional o aparentemente “automática” en que se exprese el orden social precisa de mediaciones y de la continua intervención de agentes sociales.
“Podemos descartar la idea, que ha perseguido la teoría marxista y, de hecho, ha provocado la secesión del marxismo cultural, de que las leyes del capitalismo son mecánicas o inevitables. Cualquier ley general puede ser superada, y ninguna ley opera sin mediación”(Freeman, 2013).
Aquí podemos encontrar, cómo no, a Gramsci, quien nunca separó los procesos de producción económica de la reproducción social, ya que las relaciones capitalistas no consisten en un “proceso neutro” que emana de las propias exigencias del sistema de producción, sino del antagonismo (que puede darse en diferentes y variados planos) inherente a las relaciones de explotación (relaciones de clase), y que también se expresa en formas de dominación y sus correspondientes resistencias. Sólo basta leer el libro primero de El Capital y observar cómo la fabricación de mercancías y valorización del capital necesitan un control explícito y disciplinario (a través de una violencia histórica, política y social) por parte de las clases burguesas (Sánchez Berrocal, 2019).
Como es patente, la llamada “acumulación originaria” necesaria para instaurar la civilización del capital jamás podría haber tenido lugar sin la fuerza bruta. Pero la cuestión es que la misma se sigue reproduciendo sin parar en la historia del capitalismo. Difícilmente, por eso, desde los planteamientos teóricos del feminismo y de los estudios post y descoloniales podrían entenderse los “automatismos” propuestos por la Nueva Crítica del Valor. Nos explican aquellas teorías cómo la colonización “exterior” fue imprescindible para la formación del capital, y cómo aquél a se acompañó de la colonización “interna”: las mujeres y el ámbito familiar, para hacer del trabajo de la mujer algo así como “un recurso natural, de libre disposición como el aire y el agua” (Mies, 2019). La “externalización” de las mujeres, así como de distintos sectores de la población en las propias formaciones centrales (que han quedado fuera de la plena ciudadanía laboral y social), sólo pudo darse mediante una descarnada y planificada violencia, hasta convertir a las mujeres (una buena parte de ellas) en “amas de casa”, esto es, vinculadas al proletariado “libre” como trabajadoras “no libres”; lo que hace que la proletarización de los hombres haya estado invariablemente ligada a la “domesticación” de las mujeres. Esa violencia no es pasado, sino que se ejerce de diferentes maneras hoy día, para mantener las exigencias de los “automatismos” del valor-capital (todo lo cual no parece afectar a Roschwita Scholz en su adhesión a los planteamientos in-políticos de la NCV).
La acumulación primitiva, por lo tanto, persiste dentro de la relación de capital como acción que, presupuesta, le es constitutiva (Psychopedis, 1992). Esta “acción” yace en el corazón de la reproducción del capital: la separación del trabajo de sus condiciones de vida no es el resultado histórico de ningún automatismo y marca la existencia de capitalistas y proletarios/as individuales, así como la base sobre la cual descansa la explotación (Bonefeld, 2012). Su prolongación en el tiempo también requiere no sólo de una Política metabólica que teja y trace las condiciones de vida de los seres humanos, sino de una explícita política institucional de mando.
Si, como nos decía Polanyi (1989), la política siempre se manifestó en todas las culturas y civilizaciones como un freno de las fuerzas motrices expansivas (“automáticas”) del mercado, oponiéndose a que regularan ellas la sociedad, la “gran transformación” se produjo cuando en el seno de la sociedad tardo-feudal la política cambió radicalmente de sentido y pugnó por imponer el mercado por primera vez en la historia. Nunca el valorcomo “sujeto automático” se hubiese impuesto por sí mismo. Necesitó de poderosos dispositivos institucionales de desposesión de la tierra y de mercantilización de la misma, así como de la conversión de los seres humanos en mercancía-fuerza-de-trabajo. Esos dispositivos los procuró el Estado moderno, “nacional”, que ejerció toda la violencia brutal de la acumulación primitiva (de ahí el famoso “dictum” marxiano: “el capitalismo vino al mundo chorreando sangre y cieno”).
La victoria de la Política (metabólica) del valortiene para Polanyi una fecha clave, la de 1834, pues a partir de entonces se liquidan todas las antiguas medidas de protección de la sociedad, incluida la ley de Speenhamland que impedía la constitución de un verdadero mercado de trabajo (y de paso, la formación de la conciencia de clase proletaria-obrera), al instituir unos ingresos desconectados de la actividad laboral (algo parecido, quizá, a lo que se está pidiendo hoy con distintas modalidades de la “renta básica”). Pero en adelante, como quiera que el mercado autoexpansivo basado en el valor-capitaliba destruyendo las condiciones de vida de las poblaciones, la política siguió siendo necesaria, primero para enfrentar los “contra-movimientos” de la sociedad para defenderse del capital, y segundo para ayudar al propio capital en su decurso.
De hecho, la separación entre economía y política no podía completarse. Polanyi cita aquí como ejemplo la moneda. Ella es la representación del valor, pero necesita indefectiblemente del Estado para poder funcionar. El Estado es el garante del valor de la moneda duciaria, que acepta para la liquidación de los impuestos y pagos. Las instancias políticas garantizan el crédito, que a su vez es el vínculo “entre el poder político y el esfuerzo industrial” (Maucurant, 2006). Además, la creación de los Bancos centrales hace de los presuntos automatismos del patrón-oro un “puro simulacro”.
Cuando el capital logró establecer su metabolismo socio-natural y su reproducción ampliada de forma sostenida en las formaciones centrales, la política se hizo más “difusa”, menos omnipresente (más “intrínseca” o metabólica), y su presión sobre la sociedad se relajó, pues con la subsunción real del trabajo al capital la sociedad quedó cada vez más con nada a pugnar solamente dentro de los límites de la política pequeña, la institucional. Sin embargo, previamente las clases dominantes tuvieron que atacar con todas sus fuerzas al Trabajo organizado, con todo tipo de intervenciones policíaco-militares y judiciales (que pasaron a menudo por la prohibición de sus organizaciones y asociaciones). Y cuando las costuras del metabolismo del capital empezaron a saltar debido al empuje insurreccional que llegaba desde la periferia europea (URSS, Hungría, España, Italia…) hacia el centro (Austria, Alemania...), la personificación de clase del capital no dudó en adquirir su forma más bestial y despótica, el fascismo (y también la Guerra total), para preservarlo. Y en verdad, si apuramos las cosas, el “sujeto automático” del capitalismo quedó atascado en los años 20 del siglo XX. Ni siquiera en su fase madura de apogeo el capitalismo alcanzó la capacidad de reproducirse plenamente de forma autónoma y más o menos indefinida (Bel : 2009). Bel y Sekine (2001), siguiendo al marxista japonés Kozo Uno, dividen la evolución del modo de producción capitalista en capitalismo de tipo I y de tipo II. En el primero, el capitaltiene que pugnar permanentemente por superar las “externalidades” sociales (actividades y relaciones fuera del valor) para imponer la economía de la mercancía. El capitalismo de tipo II es sustancialmente el industrial, en el que la mercantilización del todo social y la lógica económica de la producción mercantil pueden manejar satisfactoriamente y reproducir la economía material de la vida con limitada asistencia del Estado…
(continuará)
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