sábado, 22 de marzo de 2025

 

1311

 

 

 

Vida de ANTONIO GRAMSCI

 

Giuseppe Fiori

 

(…)

 

 

 

 

28

 

Era a principios de 1933. Terminaba para Gramsci un año de torturas y se anunciaba otro igualmente sombrío. Él lo preveía. El 2 de enero de 1933 escribió algunas líneas, a modo de balance:

 

 

El año que acaba de pasar no tiene recuerdos precisamente agradables para mí; ha sido el peor año que he pasado en la cárcel. El año nuevo no se presenta con perspectivas mucho mejores. Si el año 1932 ha sido malo, el 1933 creo que será peor. Estoy consumido, gastado y la gravedad va aumentando; ha empeorado todavía más la relación entre las fuerzas disponibles y el esfuerzo que hay que sostener. Pero no estoy desmoralizado; al contrario, mi voluntad se alimenta del realismo con que analizo los elementos de mi existencia y de mi resistencia.

 

 

Gramsci se moría lentamente. Seguía padeciendo insomnio, se sentía a veces «como suspendido en el aire, sin equilibrio físico, como cuando se tiene vértigo y la cabeza da vueltas o cuando se está borracho». Se le habían caído los dientes; padecía penosos trastornos gástricos. Y para completar la catástrofe del cuerpo, progresaban la tuberculosis, la arterioesclerosis y la enfermedad de Pott (las vértebras se iban destruyendo progresivamente y en los músculos dorsales se formaban abscesos).

 

 

Pero, a principios de 1933 por lo menos, las facultades críticas y volitivas, como si se hubiesen separado de un cuerpo que se derrumbaba, como si fuesen exteriores a este y no estuviesen condicionadas en absoluto por los sufrimientos físicos, conseguían mantenerse lúcidas, siempre en un punto máximo de tensión: «He pasado momentos muy malos, me he sentido muchas veces físicamente débil, pero nunca he cedido a la debilidad física y, en la medida en que es posible decirlo en estas cosas, creo que no cederé nunca de ahora en adelante. Sin embargo, mis fuerzas son escasas. Cuanto más veo que voy a pasar momentos malos, que voy a sentirme débil, que se van a agravar las dificultades, tanto más me endurezco en la tensión de todas mis fuerzas volitivas» (30 de enero de 1933). Era una vida de dolor, «odiosa», insoportable, pero Gramsci quería vivirla a pesar de todo:

 

 

 

Desde hace algún tiempo, cosa de año y medio, he entrado en una fase de mi vida que puedo calificar, sin exageraciones, de catastrófica. No consigo reaccionar ante el mal físico y siento que cada vez me faltan más las fuerzas. Pero no quiero abandonarme a la corriente, no quiero prescindir de nada que, aunque solo sea abstractamente, ofrezca la posibilidad de poner término a este sufrimiento. Creo que, si prescindiese de algo, sería, en cierto sentido, como suicidarme. Estoy lleno de contradicciones, es cierto, pero no hasta el punto de no comprender estas cosas elementales...

 

 

 

Pero era una persona de carne y hueso, no pensamiento puro. Le torturaba una pesadilla: hasta entonces había resistido al terrorismo fascista, rechazando siempre el chantaje para que elevase una petición de gracia; pero ¿y si, rota por los sufrimientos físicos, en la hipnosis mental causada por el avance de la enfermedad, la voluntad llegase a ceder? En un cuaderno anotó:

 

 

Se oye decir: «Ha resistido cinco años, ¿por qué no seis? Podría resistir un año más y triunfar». Pero en algún caso se trata de un juicio a posteriori, porque al llegar al quinto año el sujeto no sabía que solo le esperaba otro año de sufrimientos. Aparte de esto, la verdad es que el hombre del quinto año no es ya el del cuarto, del tercero, del segundo, del primero, etc. ”

 

Es una nueva personalidad, totalmente nueva, en la que el transcurso de los años ha demolido los frenos morales, las fuerzas de resistencia que caracterizaban al hombre del primer año. Un ejemplo típico es el del canibalismo.

 

 

Desarrolló este ejemplo en una carta a Tatiana:

 

 

Imagina un naufragio: un cierto número de personas se refugian en una barca para salvarse sin saber dónde, ni cuándo, ni después de qué peripecias se salvarán efectivamente. Antes del naufragio, naturalmente, ninguno de los futuros náufragos pensaba que se convertiría en... náufrago y menos todavía que tendría que verse obligado a cometer los actos que los náufragos pueden cometer en ciertas ocasiones, por ejemplo, el acto de convertirse en... antropófagos. Si se les hubiese interrogado en frío sobre lo que habrían de encontrarse ante la alternativa de morir o hacerse caníbales, todos y cada uno de ellos habrían contestado con la mayor buena fe que preferirían sin duda morir. Pero ocurre el naufragio, el refugio en la barca, etc. Al cabo de unos días empiezan a faltar los víveres y la idea del canibalismo se presenta bajo una luz distinta hasta que, en un momento determinado, algunas de aquellas personas se convierten en caníbales. Pero, en realidad, ¿se trata de las mismas personas? Entre los dos momentos, aquel en que la alternativa se presentaba como una pura hipótesis teórica y aquel en que la alternativa se presentaba con toda la fuerza de la necesidad inmediata, se ha producido un proceso de transformación molecular [...] y solo desde el punto de vista del estado civil y de la ley se puede decir [...] que se trata de las mismas personas.

 

 

Para Gramsci, el drama era que sentía producirse en su propio interior un cambio similar:

 

 

La personalidad se desdobla: una parte observa el proceso, la otra lo sufre. Pero la parte observadora (mientras esta parte existe, quiere decirse que hay un autocontrol y la posibilidad de rehacerse) siente la precariedad de su posición, es decir, prevé que llegará a un punto en que su función desaparecerá y no habrá más autocontrol: la personalidad entera será engullida por un nuevo «individuo», con impulsos, iniciativas, modos de pensar diversos de los precedentes.

 

 

Son palabras escritas el lunes 6 de marzo de 1933. Unos días antes, los compañeros de paseo habían observado que Gramsci zigzagueaba en el patio. También Tatiana —que acababa de fijar su residencia en una posada de Turi— se había dado cuenta de su pésimo estado. El primero de marzo escribía a Teresina: «Creo que es necesario venir a verle lo más a menudo posible en estos momentos; está pasando por una crisis de agotamiento físico y nervioso lo suficientemente grave como para impresionar». Le faltaba el valor de comunicarle la muerte de su madre; este penoso encargo la atemorizaba. «Pero cuando pienso en que un día sabrá, por fuerza, la desgracia que les afecta a él y a sus hermanos, no sé imaginarme cómo se lo tomará». El martes 7 de marzo por la mañana, al día siguiente de la carta sobre el naufragio, apenas levantado de la cama, Gramsci cayó al suelo y no consiguió levantarse con sus propias fuerzas.

 

 

Deliraba. Algún tiempo después los camaradas que habían sido admitidos en su celda para asistirle, el boloñés Gustavo Trombetti y un obrero de Grosseto, le contaron lo que había dicho en el delirio: discursos, entremezclados con largas tiradas en dialecto sardo, sobre la inmortalidad del alma: «Parece que durante toda una noche he estado hablando sobre la inmortalidad del alma en sentido realista e historicista, esto es, como una supervivencia necesaria de nuestras acciones útiles y necesarias y como una incorporación de estas al proceso histórico universal, fuera de nuestra voluntad, etc. Me escuchaba un obrero de Grosseto que se moría de sueño y que estaba convencido de que yo me estaba volviendo loco; al parecer, lo mismo creía el guardián de servicio». Eran los efectos de la arterioesclerosis. Las manifestaciones agudas del mal duraron algunos días más:

 

 

Hablé largamente en una lengua que nadie entendía y que indudablemente era el dialecto sardo, porque me he dado cuenta de que hasta hace algunos días [la carta es de dos semanas después del primer ataque] mezclaba el italiano con palabras y frases en sardo. Las ventanas y las paredes de la celda me parecían pobladas de figuras, especialmente de caras, sin ningún rasgo terrorífico: al contrario, en las poses más diversas, sonrientes, etc. De vez en cuando parecía que se formaban en el aire masas compactas pero fluidas que se acumulaban y se precipitaban sobre mí, haciéndome retroceder con espasmos nerviosos en la cama. La retina conservaba durante largo tiempo las imágenes pasadas y estas se superponían a las más recientes, etcétera. También tuve alucinaciones auditivas. Si cerraba los ojos para reposar, oía voces claras que me preguntaban: «¿Estás ahí?», «¿Duermes», etc., u otras palabras aisladas.

 

 

La «parte observadora» de Gramsci no había, pues, desaparecido y todavía podía seguir críticamente el proceso. Hasta el día antes del ataque de arterioesclerosis había experimentado la pesadilla, la duda atroz de que pudiese cambiar, de que se produjese un proceso de sustitución de la vieja personalidad por otra nueva, carente de frenos morales, dispuesta al gesto repugnante del caníbal (la capitulación, la petición de gracia). Pero el hundimiento físico no iba acompañado de la catástrofe mental.

 

 

Celebró una entrevista con Tatiana.

 

 

En un determinado momento —referirá esta—, mientras Antonio intentaba convencerme de que en aquellos últimos años había hecho todo lo posible para mantenerse en las mejores condiciones, pero que no se podía hacer nada para su restablecimiento mientras estuviese en la cárcel..., el guardián presente se dirigió a mí y me dijo lo que yo tenía que decir a Nino: «Ya que afirma que ha hecho todo lo posible para salvarse, ahora debe hacer lo más importante». Ya puede imaginar lo molesta que me sentí cuando el guardián, creyendo que yo no le entendía, prosiguió: «Debe decir a su cuñado, señorita, lo que hemos hablado en la administración». Entonces, sin ira, con una tranquilidad que me sorprendió, Nino dijo dirigiéndose al guardián: «Ah, comprendo. No es nada nuevo, sino una cosa muy vieja. Se trata de hacer una petición de gracia, ¿no es cierto? Esto es una forma de suicidio; si se quiere elegir una forma en vez de otra, se puede hacer rápidamente, pero la cosa no tiene nada de nuevo». Cuando le dije que todos los que, aparte de la administración, me sugerían este medio para verle fuera de la cárcel no lo hacían por maldad, sino todo lo contrario, como demostración de simpatía hacia él, admitió que no era un signo de maldad, efectivamente, sino un signo de ceguera y de ignorancia... Si quiere que le diga la verdad, a veces no entiendo por qué Nino teme atravesar intelectualmente una crisis tan grave…

 

(continuará)

 

 

 

 

[ Fragmento de: Giuseppe Fiori. “Antonio Gramsci” ]

 

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