martes, 18 de marzo de 2025

 

 

1308

 

 

 

DE LA DECADENCIA DE LA POLÍTICA EN EL CAPITALISMO TERMINAL

 

Andrés Piqueras

 

(32)

 

 

 

 

PARTE II

Del in-politicismo teórico-práctico

 

 

 

 

NUEVA CRÍTICA DEL VALOR

 

(...) Quizá sería bueno que los miembros de esta Escuela entendieran qué es la relación de clase y el tipo de procesos y luchas que pueden derivarse de ella. Porque el capital mismo es relación de clase. Lo que quiere decir que son también los múltiples campos en que se da y los correspondientes antagonismos que suscita, los que han marcado la impronta del capitalismo. La resistencia del Trabajo a ser explotado (y la pugna sobre su propio valor) es uno de los factores que mueve al Capital (como clase) a revolucionar continuamente las fuerzas productivas, sobre todo de cara a ahorrarse trabajo vivo (fuerza de trabajo). Lo cual, concomitantemente, tiende a conducir a la caída del valor y por ende, de la tasa de ganancia, y al mismo tiempo a la acentuación de la cualificación de una parte del Trabajo, cada vez más capaz de asumir el control y dirección social. Este es, para el capital, su círculo vicioso insalvable.

 

Por el contrario, para la Nueva Crítica del Valor, como digo, las luchas de clase forman parte del orden del capital, porque las clases son producciones suyas que, en consecuencia, nunca podrán trascenderle, porque “trabajo asalariado y capital no son más que dos estados de agregación de la misma sustancia: el trabajo abstracto cosificado en valor” (Jappe, 2016). Para estos autores mientras exista este último, con la mercancía y el dinero que le son anejos, la sociedad estará gobernada por su automovimiento. De ahí que, repito, para ellos la cuestión central no consista en que el trabajo vivo triunfe sobre el trabajo muerto, sino en abolir el trabajo.

 

Por eso según la NCV todos los intentos de romper con el capital en realidad no han sido sino maneras de adaptarse a su evolución, o lo que es peor, vías para alargarle la vida más allá de la detentación privada de los medios de producción (interpretación, por otra parte, que está cobrando hoy un auge preocupante). Esto tiene una traducción inmediata: como todo lo existente dentro del modo de producción capitalista ha sido engendrado o subordinado por el capital, nada dentro del mismo puede trascenderle. Sólo el Sistema se trasciende a sí mismo agotándose. De ahí deviene comprensible la mirada de su ciencia condescendiente (o no tanto) con que la Wertkritik contempla las acciones históricas de las clases subalternas.

 

 

Así, en El absurdo mercado de los hombres sin cualidades (Jappe, Kurz y Ortlieb, 2014), se sostiene, aún más “absurdamente”, que el proletariado, como grupo social basado en idénticas condiciones de trabajo, de vida, de cultura y de conciencia, es sólo un resabio del feudalismo. Y que las luchas de éste sólo han servido para  desarrollar la sociedad capitalista, porque nunca fueron más allá del horizonte de la sociedad del valor. Por eso asemeja Jappe, como Kurz (2016), el Grupo Krisis (2018) y tantos más a la moda, los experimentos socialistas y los fascistas como “procesos de modernización tardíos”. Jappe (2017), siguiendo a su guía Kurz, repite machaconamente que el papel del movimiento obrero (MO) en la historia ha consistido sobre todo, más allá de las intenciones proclamadas, en la integración del proletariado. De esa “integración” (que a menudo salvó millones de vidas y mejoró la calidad de vida de más aún), se sirve Jappe para subirse al abarrotado carro postmoderno que ningunea al MO, cuando no lo desacredita directamente. La crisis de la forma sujeto (…) “provoca la deforestación de la imaginación”, nos asegura este autor, por lo que el movimiento obrero queda descolocado y sus luchas inservibles (Jappe, 2015). Aquí Jappe se dispara, ignorando la advertencia que el propio Vincent hacía al respecto:

 

“Por supuesto, se puede argumentar que las demandas de los trabajadores son perfectamente integrables, ya que pueden tener el efecto de empujar a los capitalistas a hacer concesiones en el ámbito del consumo popular y de animarles a recurrir a innovaciones técnicas a gran escala, todo aquello que puede tener consecuencias muy beneficiosas para el equilibrio dinámico del sistema.

Pero detenerse en estos fenómenos (que no se trata de negar) no es ver lo más importante: la afirmación de procesos que no son reducibles al proceso de valorización y que, en tal o cual momento, pueden contradecirlo directamente” (Vincent, 2010).

 

 

Es así entendible lo que venimos constatando, que al renegar esta Escuela en conjunto del que llama “Marx exotérico”, es decir, el que propugnaba la “lucha de clases”, se desmarca así del marxismo, al que atribuye a través de su hincapié en esas luchas una inmediatez incapaz de escapar de los límites del capitalismo. Pero con ello también se deshacen de Marx en la práctica.

 

Observemos un momento las palabras que reproducía Engels de Marx en su Introducción de 1895 a “Las luchas de clases en Francia” de este último autor :

 

“…a propósito del ‘derecho al trabajo’, del que se dice que es la ‘primera fórmula, torpemente enunciada, en que se resumen las condiciones revolucionarias del proletariado’, escribe Marx:

 

Pero detrás del derecho al trabajo está el poder sobre el capital, y detrás del poder sobre el capital la apropiación de los medios de producción, su sumisión a la clase obrera asociada, y por consiguiente la abolición tanto del trabajo asalariado como del capital y de sus relaciones mutuas.”

 

Y antes de eso, las palabras conjuntas de los dos compañeros ante el programa de Gotha:

 

“Los socialistas científicos no luchamos por el reparto equitativo del fruto del trabajo, tal y como plantean los lasellanos, sino por acabar con las relaciones sociales de producción capitalistas y las relaciones jurídicas y políticas que éstas engendran” (Marx y Engels).

 

Son sólo dos ejemplos que sintetizan lo que ambos autores alemanes recalcaron a lo largo de su obra y de su vida, y que nos patentizan cuán lejos quedan de ellos las posiciones a las que nos quiere llevar la Nueva Crítica del Valor. Porque Jappe y Kurz no están solos en esas tesis. Sus epígonos españoles abundan en ellas. Así, Maiso (2015) insiste en que la sociedad capitalista no se basa en el dominio y explotación de clase sino en las categorías valor, dinero, mercancía y trabajo, sin intermediaciones humanas. Rojo (2015) habla de lo que es “importante” y lo que no y de las falsas soluciones del movimiento obrero; repitiendo además lo de las luchas de clase como cómplices de la modernización del capitalismo. Eso cuando a sus resultados no les tildan sin ambages y sumariamente de “dictaduras” (de hecho, todos los intentos de enfrentar al capitalismo del siglo XX no son más que eso para la Nueva Crítica del Valor: dictaduras modernizantes).

 

Sigamos desmenuzando por partes estas cuestiones.

 

Ciertamente las luchas de clase no tienen porqué ser transformadoras a escala macrosocial. La mayoría no lo pretenden pues “sólo” buscan una menor explotación y/o una mejor distribución de la ganancia, y por tanto mejoras en las condiciones de vida particulares. Pero aun así, en esa pugna modifican permanentemente las condiciones sociales, y con ellas son susceptibles de ir trastocando también las reglas de lo dado, pues sólo del roce antagónico básico brota alguna posibilidad de que se transcienda el orden social de forma no catastrófica, como explico en las últimas palabras de este libro. Desconocer esto trasluce una intencionada ceguera teórica, además de una alta inoperancia política. Ceguera e inoperancia que son congruentes con las peculiares bases teóricas de esta Escuela, que nos llevan, como vengo indicando, a que a lo único que se puede aspirar es a intentar paliar la barbarie y en todo caso a tratar de sacar otro mundo de ella. No cabe duda de que el capitalismo está degenerando aceleradamente y que la barbarie es una condición cada vez más presente en el mundo, con altas probabilidades de ir extendiéndose aún más. Lo que no es admisible, sin embargo, es seguir llamándose “marxista”, por muy prefijo “neo” que se añada a esa denominación, y al mismo tiempo no dar ninguna oportunidad a la Política.

 

 

Porque al confinarla exclusivamente en su vertiente institucional, restringida, termina descartando también el conjunto de formas de, o intervenciones en, la Política en sentido amplio, metabólico, y lo único que se consigue con ello es acentuar las posibilidades de que realmente la extensión e intensificación de la barbarie sea el destino próximo de nuestras sociedades.

 

 

La visión simplista de la política para la NCV podría sintetizarse bien en las siguientes palabras:

 

“La sociedad capitalista moderna, fundada sobre la mercancía y la competencia universal, necesita de una instancia que se encargue de aquellas estructuras públicas sin las que no podría existir. Dicha instancia es el Estado, y la política, en sentido moderno (y restringido) del término, es la lucha por hacerse con su control” (Jappe, 2011).

 

 

De ahí concluye este autor que “la ‘política’ es un mecanismo de regulación secundaria en el interior del sistema fetichista y no-consciente de la mercancía” (Jappe). Es decir, esta Escuela se queda con la misma concepción restringida de la política que secreta el sistema del capital (la misma que parecen abrazar las “izquierdas integradas”). No hay para ella otra posibilidad de hacer Política en grande. Así que la concatenación de ideas que nutren su in-política bien podría expresarse de la siguiente manera: desprecio de la política, desconsideración de las luchas de clase, indiferencia por las propias clases sociales, denigración del MO, contemplación pasiva del derrumbe sistémico, a ver cómo nos las apañamos para que la barbarie pre y post colapso no sea tan cruda. Pero ni siquiera para esto último nos sirven las luchas y conquistas previas.

 

 

Agrupando todo lo hecho y lo intentado por las luchas populares y el MO bajo simplistas etiquetas como “modernización” o “integración”, los autores de la Nueva Crítica del Valor hacen coro con los ideólogos del capital y sus fetiches, así como con tantas izquierdas del Sistema, para de paso demonizar todas las experiencias históricas de sociedades que protagonizaron una lucha anticapitalista. Empezando, cómo no, por la URSS. No es casualidad, por su importancia histórica, que sea en ella en la que centren especialmente sus dardos. “En lugar de ‘emancipar’ al proletariado, primero había sido preciso crearlo ex nihilo”, nos dice Jappe (2016) de la experiencia soviética, mostrando con ello un deliberado desconocimiento de lo que fue. En la URSS la revolución política se dio precisamente para negar el proceso de proletarización salvaje en curso que acarreaba la progresión del capitalismo. Lo que hace la revolución es conseguir que buena parte de la población no fuese proletarizada (de ahí la gran implicación popular en ella), y que la que ya había sido proletarizada se hiciera asalariada no proletaria, en cuanto que tenía su vida asegurada a través de medios colectivos estatalizados.

 

No se detiene ahí Jappe, sin embargo. Cualquier lucha o proceso anticapitalista histórico cae bajo el fuego simplista y dicotómico de esta figura de nuestra Escuela: la Revolución china y Mao son comparables al Pol Pot y peores que… ¡Sarkozy! (Jappe: 2011). Para quien tanto afina en las cuestiones del valor, tamaña pobreza de análisis en el campo de la Política no puede dejar de ser intrigante e inquietante. Por eso mismo, a diferencia de cualquier praxis transformadora obligada a considerar las luchas históricas precedentes, premisa básica en la dialéctica del capital-anticapital, la Wertkritik las menosprecia:

 

 

“Hay que rendirse a una evidencia poco confortable: las situaciones y los conflictos del pasado nos son de escasa ayuda para decidir nuestra acción de hoy. Ni los movimientos sociales ni las protestas culturales de ayer nos instruyen útilmente sobre lo que podemos hacer hoy en día” (Jappe, 2011).

 

 

Bien puede ser cierto que el capitalismo terminal de hoy introduce un contexto inédito que hace que todas las experiencias históricas de enfrentamientos al capital deban ser profundamente recapacitadas (lo cual no quiere decir despreciadas) y puestas en contexto. Pero lejos de adentrarnos en el análisis de la fase actual del capital, fijémonos qué exploración tan “profunda” lleva a cabo este último autor sobre la geopolítica moderna. Dice Jappe que los sentimientos que engendra hoy el capitalismo mueven al odio descarnado, el cual es poco compatible con cualquier estrategia política (2011). A esta nueva simpleza argumental la dedica después casi todo un libro (Jappe, 2017), en el que intenta darla un fondo socio-psicológico, mezclando el narcisismo –aflicción que otorga a la sociedad capitalista actual– con la violencia ciega que según él promueve el Sistema.

 

 

“La crisis general de la forma-sujeto se corresponde con la crisis de la forma-valor y desemboca en una verdadera ‘pulsión de muerte’”…

 

(continuará)

 

 

 

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